Cazan con arcos y flechas, pescan pirañas y recolectan plantas silvestres, mientras algunos ven novelas en televisión o navegan por Internet en sus celulares dentro de sus chozas con tejado de paja.
Se pintan el rostro con tintes de semillas o se preparan para la batalla, y utilizan tecnología de video para combatir la tala ilegal y otras amenazas.
La vida cotidiana en los remotos poblados indígenas tembé, en la selva amazónica brasileña, combina la tradición y la modernidad.
Por la mañana se bañan en ríos pardos por el lodo, y por la tarde juegan al fútbol en campos de arena con camisetas de equipos europeos como el Chelsea.
En un estado brasileño marcado por la deforestación y miles de incendios, los Tembé toman fotos y videos para documentar la tala en sus tierras y los comparten en medios sociales. Hace poco también se reunieron con un grupo no gubernamental que ofreció a la tribu drones y dispositivos GPS para rastrear a los infractores, a cambio de cortar madera de forma sostenible.
Y como sus ancestros, plantan árboles para enseñar a los niños el valor de preservar el bosque amazónico más grande del mundo, un baluarte crucial contra el calentamiento global.
“Les digo a mis hijos: yo planté para ti, ahora tienes que plantar para tus hijos”, dijo Cidalia Tembé en su patio en el poblado de Tekohaw, donde cultiva frutas, verduras y hierbas medicinales.
“Estos son nuestros remedios caseros”, dijo. “No vamos a farmacias en la ciudad, hacemos nuestras propias medicinas. Tenemos más fe en lo que es nuestro”.
También señaló con orgullo a cuatro plantas de caña de azúcar, cada una cuidada por uno de sus hijos, y de aguacates, cocos, limones y acai, una baya amazónica llena de vitaminas que es habitual en los desayunos en Brasil.
“Esto es el paraíso”, dijo su esposo, Muti Tembé. “No se ve nada del humo que contamina de los autos, porque no tenemos ninguno. En la ciudad, a mediodía hace demasiado calor (…) Aquí se está tranquilo y no se oyen ruidos. Solo los cantos de los pájaros”, dijo mientras se oían los gorjeos en los árboles.
Uno de los árboles fue plantado por el abuelo de Muti, un jefe tembé y fundador de Tekohaw. Durante generaciones, los miembros de la tribu han extraído un tinte negro del árbol del jenipapo, en el patio de la pareja, para pintarse el cuerpo en las celebraciones.
En un rito de madurez que puede llevar días, los miembros de la tribu también cazan monos y aves que después cocinan, mientras los jóvenes que entran en la vida adulta saltan, cantan e imitan sonidos de pájaros con otros miembros de la tribu dentro de una choza comunal, al ritmo de pies golpeando el suelo y sonajeros agitándose.
Unos 2.000 tembé viven en sus tierras ancestrales, un área de 2.766 kilómetros cuadrados en Alto Río Guama, a donde solo se puede llegar tras un largo viaje en bote o por carreteras de tierra. Los pueblos a lo largo de los ríos Guama y Gurupo, que dividen la reserva, pueden tener desde unas docenas de personas a centenares.
Sobre el papel, la reserva indígena está protegida, pero se ve bajo un asedio constante de leñadores que intentan llevarse de forma ilegal la codiciada madera.
La Amazonía, de la que el 60% está en Brasil, también acoge a un 20% de las especies vegetales del mundo, muchas de las cuales no se encuentran en ningún otro sitio.
Imágenes por satélite tomadas por la Agencia Espacial Brasileña muestran un drástico aumento de la deforestación y los bosques forestales en el último año. La agencia emitió una alerta en agosto señalando que los fuegos en la Amazonía habían aumentado en un 84% en los primeros siete meses del año, en comparación con el mismo periodo de 2018.
La preocupación sobre la selva amazónica se ha incrementado desde que el presidente de ultraderecha Jair Bolsonaro asumió el cargo este año, tras una campaña en la que pidió reducir la protección de reservas naturales y territorios indígenas.
“Tenemos que luchar por los árboles que nos permiten respirar”, dijo Gleison Tembé, del pequeño poblado de Ka’ a kyr, que en su lengua nativa significa Selva Verde.
“La Amazonía, la naturaleza, es mi madre, porque me crió. Los animales de los que cuida nos dan fuerza. Mis hijos solo comen comida natural y toda viene de aquí, del bosque”, dijo. “De modo que, ¿por qué deforestar?”
En una esquina secó pescado bajo un sol abrasador en una guilla sostenida por ladrillos. Dentro de su casa, algunos de sus hijos y vecinos se arremolinaban en torno a un celular en una hamaca morada para ver una serie animada en YouTube. Más tarde, durante un breve paseo por el bosque, su hija de 7 años, Emilia, trepó a un árbol caído que se había quemado y apuntó con un arco y flechas que había hecho con ramas.
“Esta zona era un bosque original. Esto era bosque primario. Pero llegó el fuego y despejó la tierra”, dijo Emidio Tembé, abuelo de Emilia y el jefe de Ka’ a kyr que le puso nombre a la aldea.
“Nuestra preocupación aquí es la comida, la tala, los incendios”, dijo Emidio, que hace poco viajó a la capital del estado de Belén para vender su artesanía de madera en una feria literaria.
“Nos preocupan porque nos alimentamos con pescado, pájaros, lo que cazamos en el bosque. De modo que para nosotros, es extremadamente importante seguir en el bosque, escuchar el sonido de los pájaros, las llamadas de los animales”.