¿Qué será, Brasil?

No se sabe si se perdió una elección en democracia, o la democracia en una elección. El capitán es un síntoma, pero, ¿un síntoma de qué?

Con el 55,1 por ciento de los votos, el ex militar de ultra derecha Jair Bolsonaro se convirtió en el nuevo presidente de Brasil. Foto: Nicolás Cabrera.

Con el 55,1 por ciento de los votos, el ex militar de ultra derecha Jair Bolsonaro se convirtió en el nuevo presidente de Brasil. Foto: Nicolás Cabrera.

Me gusta creer que la realidad tiene estructura de ficción. No es un calmante intelectual, es un recurso estético. Así, por ejemplo, me permito pensar a un país como teatro, a su historia como novela o a sus paisajes como montajes. Si las naciones son dramas, entonces, sin duda, la jornada de ayer será un capítulo siempre citado en la biografía nacional de Brasil.

El gigante latinoamericano eligió en elecciones libres y democráticas –salvo por la proscripción de Lula, detalle no menor– a un candidato que viste y calza, a gusto y placer, un ropaje de villano.

Nos llevará mucho tiempo comprender cómo, cuándo, por qué y por quiénes fue creado y pulido el personaje de ultra derecha Jair Bolsonaro, del Partido Social Liberal (PSL). Por lo pronto, con la modestia de la inmediatez, comparto instantáneas que nos permitan comprender una nueva tragedia de las derivas latinoamericanas.

El día de votación, no fue fácil, en Rio de Janeiro, encontrar en grupo a los electores de Fernando Haddad, candidato del Partido de los Trabajadores. Ataques sufridos, parálisis por miedo y pesimismo en el horizonte son algunas de las causas. Y más en esta ciudad, laboratorio donde se gestó lo que ahora reina a escala nacional. Hay que recordar que la carrera política de Bolsonaro nace en la cidade maravilhosa –ayer lo votó el 68 por ciento de los cariocas–, donde hoy gobierna Marcelo Crivella, primo de Edir Macedo, amo y señor del imperio evangélico de la Iglesia Universal del Reino de Dios; la misma ciudad donde los militares ya gobiernan desde principio de año, cuando se decretó su intervención “en la seguridad” del estado.

Simpatizantes de un candidato que viste y calza, a gusto y placer, un ropaje de villano. Foto: Nicolás Cabrera.
Simpatizantes de un candidato que viste y calza, a gusto y placer, un ropaje de villano. Foto: Nicolás Cabrera.

Aquí, en Río de Janeiro, antesala del devenir nacional, parece más fácil encontrar un desencantado del samba que una tertulia roja petista. Sin embargo, caminando entre adoquines con olor a feria, está Sergio. Flamea una bandera de Haddad, lleva una camiseta del cantor Emicida y muestra un adhesivo de “ele nao”. Le pregunto y me responde mientras se acomoda unos lentes de cineclub, de esos que llevan más marco que cristal:

Amigo, qué locura todo. ¿Cómo puede haber gente que vota un tipo que revindica la dictadura, defiende la tortura? Al frente esta Haddad, profesor universitario, yo sé que el PT hizo mucha mierda, mucha, pero, ¿frente a ese fascista? Hay que tener fe, vamos a revertir esto, el pueblo brasilero tiene que despertar y acordarse de todo lo que logró Lula y todo lo que podemos perder con Bolsonaro.

El día de votación, no fue fácil, en Rio de Janeiro, encontrar en grupo a los electores de Fernando Haddad. Foto: Nicolás Cabrera.
El día de votación, no fue fácil, en Rio de Janeiro, encontrar en grupo a los electores de Fernando Haddad. Foto: Nicolás Cabrera.

El amigo Sergio encarna el noble voluntarismo y la miopía estratégica que ha tenido la izquierda durante toda la campaña. Anclados en la nostalgia de un pasado, han olvidado la insatisfacción del presente y la esperanza por el futuro. Pecado doble en un país de tiempos sin ayer. En Brasil, con miras sólo en el provenir, los espejos retrovisores no sirven ni para conducir.

La izquierda también confundió elector con candidato. Representatividad no es mímesis. Bolsonaro es fascista, pero no necesariamente todos sus electores lo son. Dicha equiparación solo insulta a quien se pretende persuadir. Todavía algunos repiten que los “bolsominion” son todos hombres, blancos, ricos y adictos a los anabólicos. Hay un gran riesgo en no diferenciar aldea y mundo.

Además, está el adhesivo “ele não”. En la primera vuelta tuvo sentido: la negativa a lo indeseable. En el balotaje fue inútil: restar en lo ajeno no es lo mismo que sumar en lo propio. Finalmente, aquel miserabilismo intelectual de la izquierda latinoamericana; un vicio que es como la cordillera de Los Andes, desde la Patagonia argentina hasta el Caribe colombiano.

El país del capitán

No hay nada en un profesor universitario que garantice una buena gestión. Y menos en Brasil: googleen a Fernando Henrique Cardoso. Y una cereza para el postre: en los últimos días se virilizó una campaña anti-bolsonaro que invitaba a fotografiarse votando con libros en las manos. Ni a Borges le daba para tanto.

No estoy diciendo que Bolsonaro ganó por aquellos errores. Bolsonaro triunfó antes de que el mismo capitán naciera. Las raíces de su victoria están en la más que tardía abolición de la esclavitud; en la ley que legalizó ascensores diferenciados entre blancos y negros; en cada minuto de los 21 años de la dictadura cívico-militar que nunca fue juzgada; en la desigualdad estructural; en la “esclavocracia” cotidiana; en la prisión de Lula; y la lista continúa. Las fallas de la izquierda dinamizaron lo irreversible. Y para “volver” tiene que combatir el peor de sus vicios: el anacronismo.

“Ele não” en la primera vuelta tuvo sentido: la negativa a lo indeseable. En el balotaje fue inútil: restar en lo ajeno no es lo mismo que sumar en lo propio. Foto: Nicolás Cabrera.
“Ele não” en la primera vuelta tuvo sentido: la negativa a lo indeseable. En el balotaje fue inútil: restar en lo ajeno no es lo mismo que sumar en lo propio. Foto: Nicolás Cabrera.

Estoy en Barra da Tijuca, el oeste potentado de Río de Janeiro. Camino en dirección a la casa del futuro presidente de Brasil. Allí, “en el cuartel general del capitán” se congregan sus votantes. Hay un desfile de autos que compiten en excentricidades. Me llama la atención un Volkswagen pintado verde-amarillo con el número 17 en su frente, el número electoral de Bolsonaro. Lleva un televisor plasma pegado al techo que proyecta videos clip de funk ostentoso: fusiles, músculos y oro para los hombres. Para las mujeres, culos en movimiento que dibujan todas las figuras geométricas imaginables. El sonido que sale del baúl no coincide con el televisor. En parlantes saturados se escucha la canción más conocida de la película Tropa de élite. El homenaje al capitán Nascimento se confunde con la redención a Bolsonaro.

Chegou a tropa de elite, osso duro de roer
Pega um pega geral, e também vai pegar você
Tropa de elite, osso duro de roer
Pega um pega geral, e também vai pegar você*

 

"Bolsonaro es igual a pueblo". Foto: Nicolás Cabrera.
“Bolsonaro es igual a pueblo”. Foto: Nicolás Cabrera.

Entro a un bar para usar el baño. Al salir me topo con un hombre cuyo cuerpo es una oda al gimnasio. Más curioso que sus músculos, venas y tatuajes, es la fila de personas que esperan una selfie con él. Lleva una camiseta negra que en el pecho dice “Bolsonaro” y en la espalda tiene un 17 poco ortodoxo: el “1” es un fusil. Aquel cuerpo moldeado a fuerza de fuerza tiene nombre: es Alexandre Frota, diputado federal de Sao Paulo por el Partido Social Liberal (PSL).

En la biografía de Alexandre caben muchas vidas: fue protagonista de reality shows, modelo, actor porno y practicante de jiu-jitsu. En su carta de presentación twitera se lee: “anti PT y soldado escogido por Bolsonaro”. Es la misma cuenta que fue bloqueada por denuncias, amenazas y exabruptos de Frota. Éste personaje, cuyas polémicas difícilmente quepan en una sola nota, suena como posible ministro de Cultura o Educación.

Alexandre Frota, diputado federal de Sao Paulo por el Partido Social Liberal (PSL). Foto: Nicolás Cabrera.
Alexandre Frota, diputado federal de Sao Paulo por el Partido Social Liberal (PSL). Foto: Nicolás Cabrera.

La vigilia en la casa de Bolsonaro es un carnaval. La gente salta, canta y se abraza. Un hombre gordo, que tienen una papada que también baila, compra más de 20 cervezas y las regala en nombre de Dios. El caos de la calle no invita al diálogo, sí a preguntas tan cortas como sus respuestas.

Hay una mujer que insiste en hablar castellano conmigo. Le pregunto qué piensa de los dichos machistas y misóginos de Bolsonaro. Responde con un slogan: “Bolsonaro no es machista, es macho”. Pienso en la virilidad de Frota.

¿Qué hay detrás de votar a un autoritario?

Mientras sigo caminando me encuentro con una mamá, un papá y el hijo de ambos. Los tres son negros y del nordeste. Imposible no interpelarnos. Me hablan de la necesidad de cambiar, de lo ridículo que sería votar al partido que “fundió Brasil”; me hablan de Dios, de la familia, la “ideología de género” y Venezuela. Siempre Venezuela. La tierra prometida de Bolsonaro nunca podría entenderse sin su espejo invertido: el suplicio venezolano.

A las 21hs, en Barra da Tijuca, lo fantaseado tiene número. El conteo final consagra a Jair Bolsonaro nuevo presidente de Brasil. Los festejos van del cielo al asfalto y de la calle a las nubes. Estallan fuegos artificiales que los votantes simulan como estruendos de bala. El fusil que simbolizó la campaña del capitán se imita en sus votantes. En ese mismo cielo, con olor a pólvora, un helicóptero de la policía militar sobrevuela con la bandera de Brasil. La respuesta de la gente es de ovación y devoción. Un aura de heroísmo ilumina el semblante de unas fuerzas de seguridad empoderadas.

Mi relativismo y tolerancia muestran sus límites ante un exaltando muchacho que me grita al oído: “¡Muerte al PT y a Lula! Siento cosas en el estómago.

"Brasil encima de todos. Dios encima de todo". Foto: Nicolás Cabrera.
“Brasil encima de todos. Dios encima de todo”. Foto: Nicolás Cabrera.

Al comenzar estas líneas me paralizó el síndrome de la hoja en blanco. No podía, no quería, no sentía o no me animaba a escribir. Mi terapia fue sencilla: escuchar música. Fui a los clásicos y me topé con el tema O que será? (À flor da terra)”, compuesto por Chico Buarque y cantado a dueto con Milton Nascimento. Hermosa canción creada en 1976 para la película “Doña Flor y sus dos maridos”, basada en el libro homónimo de Jorge Amado. El mismo Chico Buarque ha reconocido otras dos fuentes de inspiración: las fotos de Fernando Morais en Cuba y el contexto dictatorial que reinaba en Brasil a fines de los 70.

La pregunta de Chico retumba en cualquier bar, casa o escuela de Brasil. La incertidumbre por el gobierno de Bolsonaro es generalizada. Hay dudas en torno a los límites, también sobre su génesis. No se sabe si se perdió una elección en democracia, o la democracia en una elección. El capitán es un síntoma, pero, ¿un síntoma de qué? ¿Un revival dictatorial? ¿Una “nueva” derecha tan democrática como la sociedad se lo permita? ¿Un neoautoritarismo? Brasil tiene demasiadas preguntas sobre un brumoso pasado, un decadente presente y un incierto futuro. Escéptico frente a las respuestas y pesimista por lecturas, solo me aferro a una creencia travestida de sugerencia: escuchar a Chico Buarque. No hay nada más politizado en Brasil que su cultura popular.

O que será (A flor da terra) - Chico Buarque

 

 

*Llegó la tropa de élite, hueso duro de roer.

Atrapa, atrapa a todo mundo, y también te va atrapar a ti.

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