Cuando Kim Jong Un y Donald Trump se sentaron frente a frente en la mesa de negociaciones, el líder norcoreano dijo confiado a la prensa que tenía la sensación de que la segunda cumbre entre ambos terminaría con algún tipo de acuerdo, pero su instinto lo traicionó. Pocas horas después regresaba a su hotel en Hanói sin acuerdo alguno.
Nunca es fácil estimar los cálculos previos de Kim en una negociación, pero la culminación de dos días de encuentros en Hanói con el presidente estadounidense parecía un desastre con mayúsculas.
Kim llegó en busca de una mitigación de las sanciones, que Trump dijo que no podía darle.
Antes de la brusca partida del jueves, Kim parecía estar a punto de obtener algo que no habían logrado su padre ni su abuelo: una declaración del fin de la Guerra de Corea por parte del presidente de Estados Unidos. Tampoco lo obtuvo, pero Kim no regresa con las manos vacías.
El líder norcoreano tal vez exageró sus expectativas en materia de sanciones, pero demostró que sabe ser un negociador duro, algo que Trump difícilmente olvidará. Su legitimidad ha crecido, ya que ha convencido al hombre más poderoso del mundo que viaje a Asia dos veces en menos de nueve meses.
Adicionalmente, al anunciar el fracaso de las conversaciones, Trump siguió elogiando a Kim y destacando que la cumbre había sido amistosa y constructiva.
Más importante aún, dejó la puerta abierta para continuar las negociaciones. Kim sabrá aprovecharlo.
Ya ha dado grandes pasos hacia socavar el apoyo a las sanciones por parte de China y Corea del Sur, y se puede prever que seguirá presionando para alejarlos de la política de máxima presión de Washington, la que luce cada vez más frágil.
Trump dijo que Kim prometió mantener su moratoria sobre los ensayos misilísticos y nucleares, de manera que la falta de acuerdo en Hanói no significa que las partes regresarán inmediatamente al estado de crisis.
A lo largo del proceso de negociación, la prensa estatal norcoreana se cuidó de criticar directamente a Trump y en cambio enfiló sus cañones hacia funcionarios subalternos, como el secretario de Estado, Mike Pompeo, o el asesor de seguridad nacional John Bolton.
Resta por verse cómo interpretará la maquinaria propagandística norcoreana el desenlace en Hanói, pero parece improbable que deje de demostrarle deferencia a Trump.
Lo quiera o no, Trump ha ayudado reiteradamente a Kim a consolidarse como un líder en el escenario mundial.
En su conferencia de prensa, Trump casi parecía apoyar uno de los argumentos de Kim, al insinuar que las maniobras militares son costosas y no del todo necesarias.
Estados Unidos mantiene 30,000 efectivos militares en Corea del Sur y los ejercicios conjuntos con Corea del Sur son para Pyongyang solo un ensayo general para la guerra.
Trump no ha dicho que retirará las fuerzas ni que pondrá fin a las maniobras, pero parece indicar que las quejas de Kim no caen en oídos sordos.
Aunque sus conversaciones con Washington se han empantanado, Kim ha borrado en gran medida la imagen unidimensional de los líderes norcoreanos desde que irrumpió en la escena mundial el año pasado para protagonizar una serie de cumbres sorprendentemente efectivas con China, Corea del Sur y Trump.
A diferencia de Trump, quien partió inmediatamente hacia Washington, Kim prevé seguir en Hanói hasta el sábado, haciendo turismo y manteniendo reuniones con funcionarios vietnamitas en lo que se ha calificado de “visita amistosa”. Esto le permite presentar al mundo y a su país la imagen de que el encuentro con Trump fue parte de un viaje más amplio y con diversos objetivos.
Kim regresa a una opinión pública que, de acuerdo con la prensa estatal, se desvela a la espera de su venerado regreso. Sea cierto o no, sin duda no le aguarda el mismo incendio político que a Trump.