En medio de una economía estancada, una amplia investigación de corrupción y una creciente polarización política, los brasileños se desahogaron durante el primer día completo de carnaval, un feriado considerado desde hace mucho tiempo como una válvula de escape para las tensiones sociales y políticas.
A menudo conocidos por sus trajes complejos –o reveladores– y por sus intensas competencias de samba, las celebraciones de carnaval también suelen abordar temas serios. Este año, por ejemplo, varios grupos de mujeres están poniendo de relieve el acoso sexual y los contactos no deseados que muchas enfrentan en las calles de Brasil, no solo durante las celebraciones sino también a lo largo de todo el año.
Otros grupos han llamado la atención sobre la escasez de viviendas o critican a los políticos que han sido acusados de corrupción.
Sin embargo, también hay muchos que ven el carnaval como un momento para hacer de lado los temas más importantes.
El sábado, la festejante Dilene Monteiro asistió en Sao Paulo a una de las fiestas callejeras del carnaval conocidas como blocos, con la esperanza de olvidar las dificultades financieras del año pasado.
“Este es un momento para liberarse de toda la energía de 2017, que no fue buena”, dijo la psicóloga de 52 años.
Brasil acaba de salir de una de las peores recesiones de su historia moderna. La mayor investigación sobre corrupción de América Latina ha resultado en el procesamiento y encarcelamiento de muchos de sus líderes políticos y empresariales, que diezmó a su clase política y socavó la fe en sus instituciones.
Esto ha generado una profunda polarización política e incluso radicalización de cara a las elecciones de este año.
Las encuestas de preferencia presidencial dan la ventaja al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, que ha sido condenado por corrupción, pero sobre el cual los brasileños están divididos: cerca de la mitad quieren verlo en el poder de nuevo, mientras que la otra mitad quiere verlo en la cárcel.
En segundo lugar está el congresista de extrema derecha Jair Bolsonaro, quien glorifica la dictadura de 1964-1985 y que ha sido condenado a pagar multas por comentarios ofensivos.
La división profunda se reflejó en los planes de los blocos rivales este año. Un grupo llamado Derecha Sao Paulo planeó una fiesta que toma su nombre de un órgano notorio de la represión del antiguo régimen militar del país, conocido como Departamento de Orden Político y Social (DOPS). Al final, un juez dictaminó que ese bloco no podía aparecer en público.
Otros organizadores planificaron fiestas que denunciarían al régimen.
Para la celebrante Mariana Leao Zampier, el carnaval podría ser incluso una forma de reparar una sociedad cada vez más fracturada.
“Al menos durante el Carnaval, todos están en el mismo ritmo”, dijo la joven de 35 años, que está desempleada.
AP / OnCuba