Definido por lo medios como “inquebrantablemente conservador”, “salvajemente partidista”, y “más grande que la vida”, hoy falleció Rush Limbaugh, quien galvanizó a los oyentes durante más de treinta años con su voluntad de hacer comentarios sarcásticos y llenos de insultos.
Se llamaba a sí mismo un animador, pero su programa de radio de tres horas entre semana, transmitido por casi 600 estaciones estadounidenses, ayudó a dar forma a la conversación política nacional al influir en los republicanos de a pie y en la dirección del partido. “En mi corazón y en mi alma, sé que me he convertido en el motor intelectual del movimiento conservador”, dijo una vez Limbaugh con la típica falta de modestia que lo caracterizaba.
Se llamó a sí mismo un “detector de la verdad”, pero traficaba con mentiras y conspiraciones con un desprecio por su oposición que a menudo se convertía en crueldad. Cuando el actor Michael J. Fox, que sufría del mal de Parkinson, apareció en un comercial de campaña demócrata, se burló de sus temblores. Cuando un defensor de las personas sin hogar en Washington se suicidó, hizo lo mismo.
A medida que la epidemia del SIDA avanzaba en los 80, convirtió la enfermedad en un estigma. Sugirió que la posición de los demócratas sobre los derechos reproductivos habría llevado al aborto de Jesucristo. Cuando una mujer acusó a unos jugadores de la Universidad de Duke de violación, se burló de ella y la llamó “puta”, y cuando una estudiante de Derecho de la Universidad de Georgetown apoyó la cobertura ampliada de anticonceptivos, la descartó con idéntico calificativo.
En 2008, cuando Barack Obama fue elegido presidente, Limbaugh dijo rotundamente: “Espero que fracase”. Pero a menudo podía enunciar la plataforma republicana mejor y de manera más entretenida que cualquier líder del partido. Como otros políticos conservadores, Donald Trump elogió a Limbaugh y durante el discurso del Estado de la Unión del año pasado le otorgó la Medalla Presidencial de la Libertad, el mayor honor civil de Estados Unidos. Y ahora dijo que Limbaugh fue “una leyenda” que “estuvo luchando hasta el final”.
Su estilo influyó en presentadores como Sean Hannity, Glenn Beck, Bill O’Reilly y muchos otros comentaristas conservadores que traspasaron los límites de lo que se considera un discurso público aceptable. Su estilo, contundente y sin áreas grises, se extendió a la televisión por cable, las reuniones públicas, los mítines políticos y el Congreso. “Lo que hizo fue traer al mainstream una paranoia, una retórica y un hiperpartidismo realmente mezquinos y desagradables”, dijo Martin Kaplan, profesor de la Universidad del Sur de California experto en las relaciones entre política y entretenimiento.
Rush Hudson Limbaugh III nació el 12 de enero de 1951 en Cape Girardeau, Missouri. “Rusty”, como se conocía al joven Limbaugh, era regordete y tímido, con poco interés en la escuela, pero con pasión por la radio. En la secundaria había conseguido un trabajo en ella. Abandonó la Universidad Estatal del Sureste de Missouri para una serie de conciertos de DJ en el que se le conocía como “Rusty Sharpe”, tocando éxitos y salpicando destellos de su ingenio, sarcasmo y conservadurismo.
“Una de las primeras razones por las que la radio me interesó fue que pensé que me haría popular”, escribió. Pero no tuvo los seguidores que ansiaba y renunció a la radio durante varios años. En 1979 se convirtió en director de promociones de los Kansas City Royals (béisbol). Finalmente regresó a la radiodifusión, de nuevo en Kansas City y luego en Sacramento, California. Fue allí, a principios de la década de los 80, donde realmente obtuvo una audiencia mediante programas llenos de sarcasmo y bravuconería: había nacido la figura pública que sería conocida por millones de personas.
Comenzó a transmitir a nivel nacional en 1988 desde WABC en Nueva York. Si bien ganó fuerza, se sintió consternado por su escasa recepción en la gran ciudad. Pensó que Peter Jennings, Tom Brokaw y Dan Rather le darían la bienvenida. “Vine a Nueva York”, escribió, “e inmediatamente me convertí en nada, un cero”.
Su programa radial fue el más escuchado en Estados Unidos con una audiencia semanal 15,5 millones de personas en su punto máximo.
Los publicistas se mostraron cautelosos a la hora de respaldar su programa de televisión nocturno en la década de los 90, y finalmente lo arruinaron. Se convirtió entonces en una estrella en declive hasta que murió.