Al inicio, la clase política estadounidense no parecía estar convencida de la necesidad de la Florida. Para unos, se trataba de una “región lúgubre y pandémica, solo de desechos áridos”; para otros, era un “terreno pantanoso, bajo, excesivamente caliente, enfermizo y repulsivo”; no pocos pensaban que Estados Unidos debía dejársela a los indios y los mosquitos. Un lugar, en breve, nada propicio para “fundar una ciudad sobre una colina”, bien lejos de Mateo 5:14: “Ustedes son la luz del mundo”.
Antes de la segunda mitad del siglo XIX Tampa era una localidad económicamente irrelevante y poblacionalmente subdesarrollada, pero una serie de descubrimientos y emprendimientos posteriores fueron contribuyendo de manera progresiva a dinamizar el panorama y sus realidades sociales. En 1883 el descubrimiento de fosfato —un material estratégico para la producción de fertilizantes— en la región de Bone Valley, al sureste, aportaría una primera oleada de bonanza, reforzada con la creación tres años más tarde de la Peace River Phosphate Company.
Después de varios intentos sin mucho éxito, a fines de 1883 entró a Tampa el ferrocarril de la mano de Henry Bradley Plan (1819-1899) y su Southern Florida Railroad con sus vías hacia el centro y el oeste de Florida. El empresario compró el contrato para construir el tramo vital de la línea Jacksonville, Tampa, Key West desde Kissimmee a Tampa. Cuando completó las 70 millas de la nueva vía, a principios de 1884, Tampa quedó conectada con el resto de la costa este con el subsiguiente aumento de la facilidad y eficiencia de los viajes en tren. Al final se conectaría a la fabulosa bahía de Tampa con el sistema ferroviario nacional y se viabilizaría la actividad comercial hacia adentro y hacia afuera. También el ferrocarril facilitó la ulterior evolución del turismo.
En 1884, en una verdadera labor de fact finding, el ingeniero civil español Gavino Gutiérrez (1849-1919) hizo su entrada en Tampa buscando guayabas junto al cubano Bernardino Gargol para nutrir el negocio de conservas de este último en Nueva York. No las encontraron, pero de Tampa se fueron directo a Key West con información sobre los terrenos y los nuevos desarrollos de la infraestructura local. Se reunieron con el productor español Vicente Martínez Ybor (1818-1896) y con otro famoso empresario de la industria tabacalera, Ignacio Haya. El mensaje era claro y distinto: Tampa estaba ubicada en un lugar privilegiado, con una formidable bahía, temperatura y humedad ideales, requisitos definitivos para lograr una floreciente industria del tabaco sin los inconvenientes existentes en el cayo y en New York, básicamente huelgas obreras nada propicias para la prosperidad del negocio.
Sería entonces cuestión de comprar terreno a precios bien negociados con aquella Junta de Comercio, construir viviendas para los trabajadores y factorías en un área cercana al puerto, lo cual abarataría muchísimo los costos de transporte. Una operación muy bien pensada que en un tiempo impresionantemente breve rindió sus frutos. El primero y más importante, una ciudad industrial emergida casi como por encanto justamente del pantano, los mosquitos, los cocodrilos y las miasmas.
Hacia 1880 Tampa era una villa soñolienta de unos 720 habitantes. Ocho años después llegó a tener una de las poblaciones más grandes de la Florida, con una destacada presencia de torcedores cubanos y sus familias. De acuerdo con el Censo de 1892, el mismo año de la fundación de West Tampa, concebida por el abogado de origen escocés Hugh Mcfarlane (1851-1935) para hacerle la competencia a Ybor City, aquí vivían 2 424 cubanos en una población total de 5 532 habitantes: casi el 44%. Un cambio histórico: “En los años finales del siglo XIX”, escribe Lisandro Pérez, “Ybor City se convirtió en la primera comunidad cubana en Estados Unidos. El Censo de 1900 encontró que 3 553 personas nacidas en Cuba residían en el condado Hillsborough, en el que se encuentra Tampa. Era la más grande concentración de personas nacidas en Cuba, sobrepasando a New York”.
Población, por otra parte, con una diversidad distintiva, compuesta por españoles e italianos —estos últimos procedentes al principio, en lo fundamental, de un par de pueblitos sicilianos— y también por alemanes, escoceses, irlandeses y estadounidenses, tanto blancos como negros. En resumen, un verdadero centro multicultural cuyas implicaciones llegan hasta el día de hoy.
Pero ese desarrollo de la industria tabacalera hubiera sido prácticamente imposible sin otros capítulos de infraestructura. En junio de 1888 el propio Plant había inaugurado los viajes de los vapores Mascotte (884 ton) y Olivette (1 611 ton), que se movían entre el puerto de Tampa y La Habana con escala en Key West. A bordo venían las hojas de tabaco de Vueltabajo para nutrir las factorías de Ybor City y West Tampa. Pero también estaba el factor humano: llegaban de la Isla torcedores y trabajadores huyendo de la guerra y buscando una mejor vida y conspiradores de ida y vuelta. En el Mascotte arribó a la Isla la orden de alzamiento para la guerra del 95, traída en tren desde New York a Ybor City por Gonzalo de Quesada y al final oculta en un tabaco torcido en la factoría de los hermanos O’Halloran, en West Tampa.
A principios de 1896 el general Valeriano Weyler declaró un embargo a las exportaciones de tabaco de Cuba a Estados Unidos esperando forzar el cierre de las fábricas de Tampa, verdaderos centros de infidencia permanentemente vigilados por diplomáticos y espías peninsulares. De acuerdo con el historiador Karl H. Grismer, en su Tampa: A History of the City of Tampa and the Tampa Bay Region of Florida, Vicente Martínez Ybor y otros ejecutivos de la industria del tabaco persuadieron al propio Plant para que enviara el Olivette y Mascotte a La Habana antes de la fecha límite puesta por los españoles para implementar ese embargo, de manera de poder traer suficiente tabaco como para mantener a sus fábricas funcionando. Y lo lograron.
El Mascotte y el Olivette cubrieron la ruta entre Tampa y La Habana durante alrededor de veinticinco años. El Olivette naufragó en enero de 1918 durante el ciclón que azotó a La Habana. El Mascotte terminó sus días como chatarra.
En los años 20 se diseñó el sello que caracterizaría a la ciudad de Tampa utilizando una imagen del Mascotte. Pero aquí viene el equívoco: en vez de un vapor, representa un velero, seleccionado sin duda alguna por una majestuosidad que nada tiene que ver con la humildad de aquel vaporcito original.
Pero así se ha mantenido hasta el día de hoy.
Me encantó conocer más sobre la emigración de los cubanos hacia Tampa, su política y fundación así como esos barcos de vapor que viajaban hacia La Habana.