Viene de la Costa Oeste pero sus raíces están en el Caribe y en Asia. Se llama Kamala Harris y desde hace dos años es senadora federal de Estados Unidos, después de una carrera al frente del sistema de justicia de California. Ahora quiere ser la primera mujer en la presidencia de Estados Unidos.
El 21 de enero en el programa Good Morning America, Harris, de 54 años, reveló que quería postularse. Una semana después, el día en que se recordaba a Martin Luther King, subió al estrado en su ciudad natal, Oakland, del otro lado de la bahía de San Francisco, tiró la primera piedra de su campaña y se lanzó directamente a la yugular del presidente Donald Trump. “Las potencias extranjeras han infectado la Casa Blanca como un virus informático”, afirmó.
“Estamos aquí porque el Sueño Americano y la democracia americana están bajo ataque como nunca habíamos visto. Debemos responder a una pregunta crucial. ¿Quiénes somos como estadounidenses? Así que vamos a responder ahora mismo aquí, a nosotros y al mundo. Somos mejor que esto”, dijo Harris, rodeada de unos 2.000 seguidores.
“Esto”, para la senadora de California es, por ejemplo, la ola xenofóbica que ha promovido el mandatario con sus planes de construcción de un muro en la frontera con México, una política que afecta la generalidad de sus electores chicanos que todavía tienen familias del otro lado de la valla, y promueve la búsqueda de enemigos donde no los hay.
“La gente en el poder está tratando de convencernos de que el villano en nuestra historia es cada uno de nosotros. Pero esa no es nuestra historia, no es quien somos. Esto no es la América nuestra. Estados Unidos no se trata de nosotros contra ellos. Me he postulado para ser presidente del pueblo, por el pueblo y para todo el mundo. Y les aviso desde ya: no soy perfecta. Dios sabe que no soy perfecta”.
Puede no ser perfecta, pero en menos de 24 horas después de este discurso en Oakland, Kamala Harris ya había recaudado 1.5 millones de dólares, todo a través de pequeñas donaciones que reventaron con un récord similar establecido por Bernie Sanders, senador por Vermont, en las presidenciales de 2016.
Una candidata a la izquierda
Kamala Harris está considerada por la generalidad de los observadores como una de las voces más a la izquierda en el Senado federal donde, desde su elección en 2016, ha fustigado constantemente a la administración Trump abogando por temas como un programa de protección de salud para todos o la legalización de la marihuana.
Días después del lanzamiento de la campaña, Harris estuvo en una reunión comunitaria promovida por la cadena CNN donde sostuvo que todos los estadounidenses deberían tener acceso al programa Medicare, de asistencia facultativa, y el Estado debería asumir la protección de sus ciudadanos acabando con el sistema privado de seguros.
“Hay que tener en cuenta y entender que el acceso a los cuidados de salud no debe ser visto como un privilegio, sino entendido como un derecho”, afirmó la senadora demócrata.
Esta convicción la retomó en un texto publicado en The New York Times, donde narra la odisea que pasó con su madre cuando ésta se enfermó y el Obamacare no existía.
“Creo que los cuidados de salud deben ser un derecho, pero la verdad es que en este país siguen siendo un privilegio. Eso hay que cambiarlo. Cuando alguien se enferma hay muchas cosas que enfrentar, el sufrimiento físico del paciente y el sufrimiento emocional de la familia. Muchas veces aparece un sentimiento de desesperación, un sentimiento de impotencia, mientras lidiamos con el miedo hacia lo desconocido. Todo procedimiento médico tiene sus riesgos. Las medicinas tienen sus efectos secundarios. La ansiedad financiera no debe ser uno de ellos”.
Pero esta convicción –y ahora programa electoral– de Harris, es un tema particularmente sensible para una parte importante del electorado, que rechaza que el Gobierno le diga a qué médico acudir. Fue y sigue siendo, de hecho, la parte más rechazada de la Ley de Salud Asequible, conocida como Obamacare, la piedra angular de la presidencia de Barack Obama.
La legalización de la marihuana es otro punto controversial que Harris ha promovido desde su postulación. En una entrevista a inicios de febrero a una emisora de radio, Harris admitió que ha consumido marihuana: “he inhalado”, precisó.
Cuando le preguntaron si defendía la legalización de la droga, se rió. “¿Estás bromeando? Mitad de mi familia viene de Jamaica”, contestó. Jamaica es el mayor productor de marihuana del Caribe.
“No, de ningún modo [me opongo a la legalización]. Tengo preocupaciones, se sabe que tengo preocupaciones, pero primero déjame decirlo de una forma muy clara: creo que debemos legalizar la marihuana. Dicho esto, y no lo digo como un ‘pero’ sino como un ‘además’, hay que investigar y esta es una de las razones por las que hay que legalizarla. Debemos investigar el impacto que la marihuana tiene en el desarrollo del cerebro, esa parte del cerebro que comienza a crecer entre los 18 y los 24 años que desarrolla el juicio”.
Además, “hay tanta gente presa, en particular gente joven, gente joven de color, más que otros jóvenes que consumen el mismo nivel [de marihuana]”.
Esto le valió la crítica inmediata de la parte republicana, que hizo notar sus contradicciones.
En el año 2014, cuando se postuló para Fiscal Federal en California, Harris dijo que la legalización de la marihuana era “un gran peligro” para el Estado, mientras que su oponente, el republicano Ron Gold, favorecía la legalización como fuente sustancial de recaudación de impuestos. La cadena NBC le hizo notar a Harris esa postura, pero ella dijo apenas que Gold tenía derecho “a su propia opinión”.
Una fiscal controversial
Antes de ingresar a la política, la carrera de Harris estuvo en el poder judicial. De 2004 a 2011 estuvo a cargo de la fiscalía de distrito en la ciudad de San Francisco. Después de eso y hasta que llegó al Senado en Washington, ocupó la silla de Fiscal Federal de California, ganando las elecciones dos veces.
Pero en esa época Kamala Harris era una persona mucho más conservadora. Si ahora defiende que los inmigrantes ilegales deben ser tratados en el marco de la ley y que la administración no tiene que construir un muro en la frontera o mantenerlos tras la rejas sin un juicio, hubo una época en que lo suyo era la persecución de los indocumentados.
Cuando era la fiscal en San Francisco, la ahora precandidata demócrata apoyó la política municipal de entregar a las autoridades de inmigración todos a los jóvenes indocumentados detenidos por cometer un delito o sospechosos de haberlo hecho, sin que importara si un juez los condenara o no.
En la práctica, lo que Kamala Harris defendió entonces fue que San Francisco no podía ser una “ciudad santuario” y se puso del lado del alcalde en esa controversia, mientras que los demás concejales se opusieron a la persecución de los indocumentados. San Francisco es una ciudad santuario desde 1989.
Sin embargo, ese 2011 el alcalde Gavin Newsom quería revertir esa situación después que un joven indocumentado, miembro de la Mara Salvatrucha (MS-13) y con antecedentes penales, fue acusado de asesinar a una familia que vivía en la ciudad. Aunque Harris no pidió la pena de muerte para el acusado sino cadena perpetua (lo que originó enormes protestas), decidió al cabo apoyar al alcalde.
En un comunicado publicado en la prensa local en esa época, la fiscal de la ciudad dijo que la ley que proclamó San Francisco como “ciudad santuario” jamás “tuvo la intención de proteger a nadie de ser responsabilizado por un delito. Sino que pretende estimular a los inmigrantes que informen sobre los delitos de que han sido víctimas y a los testigos para que se exijan responsabilidades”.
Sus asesores en esta campaña presidencial saben que este pasado puede regresar en todo momento a perseguirla y están ya en una operación de contención de daños. Pero el portavoz, Ian Sams, dio a la cadena televisiva CNN una confusa justificación, que no aclaró mucho.
“La política [entonces] tenía la intención de proteger a San Francisco como ‘ciudad santuario’ y garantizar que la policía local no fuera obligada a actuar como agentes de inmigración, que es una obligación del Gobierno federal, de modo que mantuviera una relación fuerte con las comunidades que deben servir sin que importara la situación migratoria. Pero, mirando hacia atrás, esa política pudiera haber sido aplicada de una forma más justa”, afirmó el portavoz.
Las raíces
La prensa estadounidense normalmente se refiere a Kamala Harris como afroamericana, pero lo más preciso sería considerarla afrocaribeña o afroasiática. Nació en Oakland, California, el 20 de octubre de 1964 de una madre Tamil-india y padre jamaiquino. Ella una científica especializada en cáncer de seno que nació en Madras, India, y él un inmigrante que el año 1961 vino de Kingston a estudiar economía en la Universidad de Stanford, donde se graduó con honores y permaneció como profesor.
Cuando los padres se separaron, Kamala –cuyo nombre significa “Flor de Lotus” en sánscrito– tenía 7 años y se mudó con la madre a Canadá, donde realizó los estudios secundarios. En 1982 decidió regresar a Estados Unidos y se graduó en Ciencias Políticas y Economía en Howard University.
Luego obtuvo un doctorado en Leyes por la Universidad de California y en 1990 recibió un permiso para ejercer la abogacía en el mayor estado de la costa Oeste de Estados Unidos.
Fue una carrera difícil porque tuvo que subir los peldaños de la profesión en un mundo rodeado de varones y algunas vicisitudes financieras que, en el fondo, fueron moldeando su personalidad y se reflejan ahora cada vez que explica por qué quiere ser presidente del país.
“Cuando las familias estadounidenses apenas pueden vivir de cheque en cheque, ¿cuál es la respuesta de esta administración? La respuesta es quitar los cuidados de salud a millones de familias. La respuesta es regalarles miles de millones de dólares a las grandes corporaciones en este país. Y la respuesta es también culpar a los inmigrantes como la fuente de todos nuestros problemas”, dijo el 27 de febrero cuando anunció su postulación a la presidencia.
Pero no está sola en la contienda. Hasta esta semana, otros 15 demócratas también quieren un sofá en la Casa Blanca.