Saludos militares. Montones de contrabando. Pronunciamientos en la Casa Blanca. El presidente Donald Trump, quien siempre ha enfatizado la teatralidad, está descubriendo que no puede resolver el cierre parcial del gobierno simplemente con un espectáculo.
Con el enfrentamiento con el Congreso sobre los fondos para su prometido muro en la frontera de Estados Unidos con México, el discurso de Trump en su oficina en la Casa Blanca y su visita a la frontera de Texas días atrás no consiguieron romper el estancamiento. Asistentes y aliados temen que Trump ha subestimado la determinación demócrata y se está quedando sin opciones para negociar.
Usar el entorno de la Casa Blanca para recalcar un argumento es algo estándar. Los espectáculos públicos han sido algo usado por Trump en sus negociaciones, pero incluso el presidente se mostró escéptico de que el discurso y el viaje marcarían esta vez una diferencia.
Algunos en la Casa Blanca dicen que los pasos de Trump ayudaron a promover su mensaje, pero muchos de sus asociados temen que su posición se está debilitando en momentos en que sus esfuerzos para definir lo que está en juego deben competir con los testimonios de penurias de empleados federales y personas que necesitan los servicios del gobierno. Eso pudiera dejar una declaración de emergencia nacional como única forma de escape para Trump: una estrategia más que pudiera salirle mal.
El exasistente de la campaña de Trump Sam Nunberg argumentó que la visita del presidente a la frontera, que incluyó una entrevista en la cadena preferida de Trump, Fox News, “no va a ganar mentes y corazones”, pero añadió que el discurso en la Casa Blanca fue “una gran oportunidad” para que Trump presentara sus argumentos a una audiencia de millones más allá de sus partidarios.
En un momento de divisiones políticas, no obstante, el megáfono del presidente parece no tener el poder que tuvo una vez.
Los líderes demócratas han rechazado las tácticas de Trump. La presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi fustigó la semana pasada “la telenovela que la petulancia y la obstinación del presidente están creando”.
La visita del mandatario a la ciudad fronteriza de McAllen, en Texas, fue organizada para tratar de lograr un impacto máximo.
En una instalación de la patrulla fronteriza, Trump examinó drogas y armas confiscadas por los agentes. Abrazó a familiares llorosos que hablaron de seres queridos asesinados por personas que residen ilegalmente en Estados Unidos. Viajó a un acantilado sobre el fronterizo Río Bravo y dio un saludo militar a un helicóptero que sobrevoló el sitio.
La visita estaba diseñada para reforzar los argumentos de Trump de caos y crisis en la frontera, pero fue notable por lo que soslayó.
El contrabando fue mostrado para enfatizar los peligros de una frontera desprotegida, pero apenas se mencionó el hecho de que las drogas fueron interceptadas en puntos oficiales de ingreso, no en áreas abiertas en las que Trump quiere el muro. El presidente se reunió con víctimas y agentes, pero no visitó una instalación cercana en la que niños migrantes fueron detenidos en jaulas tras ser separados de sus padres el año pasado.
Los aliados dicen que Trump se ha atrincherado por una buena razón: construir un muro ha sido una forma garantizada de ganar aplausos de sus partidarios acérrimos. Algunos aliados, no obstante, piensan que el asunto se ha convertido en un lastre político.
El magnate neoyorkino prometió el muro durante su campaña presidencial, como parte de su programa de inmigración. En sus actos de campaña, alentó a los partidarios a gritar: “¡Construyamos el muro!” y prometió que México pagaría por la construcción.
Desde que llegó a la Casa Blanca, Trump no ha conseguido hacer que México pague por el muro y ha pasado trabajos para avanzar sus políticas de inmigración en el Congreso, incluso cuando los republicanos lo controlaban plenamente. Con los demócratas ahora en mayoría en la cámara baja, su poder de apalancar se ha reducido.