El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca está provocando nuevas preguntas y preocupaciones entre muchos periodistas estadounidenses sobre cómo su administración podría intentar controlar e intimidar a la prensa.
The Hill acaba de informar que la administración entrante estaba considerando ampliar drásticamente el acceso a la sesión informativa de la Casa Blanca, posiblemente incluyendo a más medios de comunicación de derecha o algunos de los podcasters a los que Trump recurrió durante su campaña.
“Sería un desastre total”, dijo un reportero. “Esperaría que la gente probablemente boicoteara las sesiones informativas, aunque eso pondría a ciertos medios en una situación difícil, decidiendo si quieren seguir lo que la gente de Trump está tratando de hacer”.
También se reportan tensiones sobre la propia Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca. Su actual líder, Eugene Daniels, es ampliamente respetado entre los periodistas, pero no en el mundo de Trump. Lo ven demasiado “comprensivo” con la exvicepresidenta Kamala Harris.
Poco después de asumir el cargo, en enero de 2017, Trump acusó a la prensa de ser un “enemigo del pueblo estadounidense”. Los ataques a los medios habían sido un sello distintivo de su primera campaña presidencial, pero esta acusación marcó un punto de inflexión.
Y es que los dictadores del siglo XX, en particular Stalin y Hitler, habían calificado a sus críticos, especialmente a la prensa, con esa misma expresión: “enemigos del pueblo”. Al retomar esa categoría, Trump intenta deslegitimar el trabajo de los medios al acusarlos de crear “noticias falsas” . Y sobre todo, propiciar confusión social acerca de lo que es real y lo que no lo es; en qué se puede confiar y en qué no.
Muchos expertos y estudiosos de la comunicación coinciden en señalar que con ello se intenta coartar un instrumento de fiscalización y control, es decir, liquidar la llamada función de watchdog (perro guardián) y de cuarto poder de la prensa, reconocida por los fundadores de la nación, entre ellos Thomas Jefferson, quien una vez escribió: “Si me tocara decidir si deberíamos tener un gobierno sin periódicos o periódicos sin gobierno, no dudaría un momento en preferir esto último”.
Ese no es el caso de Trump. Y eso es lo que explica su relación prácticamente agónica con la prensa, contra la que se han documentado historias de confrontaciones desde que en 2015 expulsó al periodista Jorge Ramos, de Univisión, de una rueda de prensa en Iowa, aunque después su equipo de seguridad lo volviera a dejar entrar en la sala.
Y también que en su primer día como presidente, en aquel enero de 2017, definiera a los periodistas como “los seres humanos más deshonestos de la tierra”. Trump ha puesto en la agenda social la expresión fake news, curiosamente extraída de la crítica liberal a los medios del mainstream. La emplea a conveniencia para poder acusarlos, además, de ser “corruptos”, una de las expresiones predilectas de su idiolecto político.
De ahí que frecuentemente haya señalado con el dedo acusador a los periodistas que cubren sus mítines, incitando a sus seguidores a abuchearlos. Y que en 2024 se burlara de la prensa en un acto, sugiriendo que “habría que disparar” contra sus representantes en caso de que fuera de nuevo objeto de un intento de asesinato. Y un dato importante: amenazó con retirar las licencias de emisión de las cadenas CBS y ABC, acusándolas de favorecer a Kamala Harris.
Hasta la fecha, Trump no ha enfrentado consecuencias legales por sus amenazas contra los medios de comunicación. Sin embargo, sus acciones y su retórica han tenido repercusiones.
Trump y sus aliados han amenazado con poner demandas judiciales contra medios de comunicación y contra los periodistas que los han criticado o cuestionado, un nuevo intento de intimidación y censura.
Esas confrontaciones, y otras, reflejan una relación tensa entre Trump y la prensa, uno de los aspectos definidores de su carrera política. Y van a ser, sin dudas, otro de los rasgos distintivos de esta administración.