Gisèle Halimi, la abogada activista de los derechos humanos que diseñó los mecanismos de defensa de la mujer en Francia, junto a la escritora Simone de Beauvoir, falleció este martes en París a los 93 años.
Nació el 27 de julio de 1927 en la población de La Goulette en Túnez, se graduó de abogada en 1948 y se mudó a París en 1951, donde convalidó su título en un momento en que Túnez y Argelia empezaban sus luchas por la independencia. Asumió la defensa de muchos guerrilleros del Frente de Liberación Nacional de Argelia (FLN, por sus siglas en francés) ante los tribunales militares.
El gobierno del general Charles de Gaulle intentó retirarle el permiso para ejercer la abogacía, pero la orden de los abogados franceses asumió su defensa. Su nombre entró en la historia de la jurisprudencia en 1972 con el juicio de Bobigny, un pueblecito en las afueras de París. Duró dos meses y fue protagonizado por cinco mujeres, procesadas por hacerse abortos clandestinos, una de ellas una menor de edad que había sido violada. Su desenlace abrió el camino para la legalización del aborto en Francia.
La justicia la procesó por violar la ley, pero Halimi logró la absolución luego de una intensa campaña nacional. En la década de los 70, y luego en la de los 80, se destacó por su intensa actividad en defensa de los derechos de la mujer. Introdujo el concepto moderno del feminismo en la sociedad francesa, que pasó por la incorporación de las mujeres a los mismos derechos laborales de que disfrutaban los hombres.
En el campo político, fue reconocida por luchar y proteger a las presas políticas en España durante las dictaduras de Francisco Franco y de Antonio de Oliveira Salazar en Portugal. En 1978 la expulsaron del Chile de Pinochet cuando pretendió visitar en la cárcel a un grupo de presas políticas. Los carabineros la arrestaron en el hotel. Al día siguiente, la condujeron al aeropuerto y la montaron en un vuelo para Europa.
Cuando visitó Portugal tras la Revolución de los Claveles, en 1974, el entonces primer ministro Mario Soares, que la conoció durante su exilio en París, la condecoró con la Orden de la Libertad: “pocos en Europa se preocuparon por la represión del fascismo en Portugal como Gisèle Halim”, dijo entonces.
Aunque no era muy dispuesta a hablar de sí misma, la activista recordó en una entrevista con el diario Le Monde que decidió estudiar abogacía porque era una forma de involucrarse en el activismo feminista. “El asunto es que no me quedó de otra. Empecé a leer mucho porque mis hermanos eran tontos, llegaban a casa con malas calificaciones y no me quedó de otra”.
Su primer encontronazo con la política y las injusticias ocurrió el 9 de abril de 1938, cuando asistió a la sangrienta represión en Túnez de una manifestación favorable a la emancipación de los tunecinos, episodio que la marcará de maneran permanente.
En París se graduó de Derecho y Filosofía y de inmediato se inscribió en el Colegio de Abogados de Túnez, en 1949, a fin de poder defender a sindicalistas y separatistas.
Cuando regresa a París, ejerció su carrera en la capital francesa y Argelia, donde se convirtió en una de las principales abogadas de los guerrilleros del FLN al denunciar el uso de la tortura de los soldados franceses. Eso la condujo a la cárcel. “La injusticia es físicamente intolerable para mí”, decía a menudo. “Toda mi vida se puede resumir en esto. Todo comenzó con el árabe, que es despreciado; luego el judío; luego el colonizado; luego la mujer”, dijo en 1988 al Journal du Dimanche.
Casi al mismo tempo, sorprendió a la sociedad francesa al admitir en un programa de televisión que había firmado un manifiesto en el que, junto a 343 signatarias, confesaban públicamente haber abortado.
En 1971, fundó “Choose the Cause of Women” junto a la escritora Simone de Beauvoir. Cuando esta falleció, en 1983, su marido, Jean-Paul Sartre, le pidió asumir la presidencia.
Al año siguiente, defendió a Marie-Claire Chevalier ante el tribunal penal de Bobigny, una menor acusada de haber abortado después de haber sido violada. Debido a este juicio, el público en general descubrió a esta mujer de apariencia siempre impecable que citaba ante los jueces a varias autoridades literarias y científicas para calzar sus argumentos.
Obtuvo la liberación de la joven y logró movilizar la opinión pública, allanando el camino para la despenalización del aborto, a principios de 1975, con la ley aprobada por el parlamento.
Elegida diputada en 1981 por Lsère (un pequeño partido relacionado con el PS), continuó la lucha en la Asamblea, esta vez por uns subvención gubernamental a la interrupción voluntaria del embarazo, finalmente aprobada al año siguiente. Se distanció del Partido Socialista después de su elección a la Asamblea y fue nombrada embajadora de Francia en la Unesco. Decepcionada con los socialistas de François Mitterrand, ocupó el segundo puesto en la lista al Parlamento europeo en 1994, del Movimiento Ciudadano, liderado por el centrista Jean-Pierre Chevènemen.
En la década de los 90, Gisèle Halimi persigue sin descanso su compromiso con los derechos y la igualdad de las mujeres. En 1995 asumió el liderazgo –junto al exministro de Justicia socialista Robert Badinter– del Comité de apoyo francés para Sarah Balabagan, joven sirvienta filipina condenada a muerte en los Emiratos Árabes Unidos por el asesinato de un empleador que abusó de ella.
Al mismo tiempo, siguió su carrera como escritora. Entre sus quince títulos se encuentran Djamila Boupacha, (1962), llamado así por una activista del FLN, y un trabajo más íntimo como Fritna, sobre su pequeña madre amorosa (1999), “practicante judía totalmente ignorante””.
Madre de tres hijos, incluido Serge Halimi, director editorial de Le Monde Diplomatique, confió que le hubiera gustado tener una hija para “probar” su compromiso feminista. “Me hubiera gustado saber si al criarla me iba a conformar exactamente con lo que había afirmado, tanto para mí como para todas las mujeres”, dijo a Le Monde en 2011.