Un día como este, pero de 2022, en Moscú nos levantamos con la sorpresa de la invasión a Ucrania, eufemísticamente llamada “operación especial” por el Kremlin. Pasados los primeros meses de shock, la vida transcurre aparentemente como de costumbre en la mayoría de las regiones del inmenso país. Aunque lejos de la parte más terrible (los bombardeos, los incesantes disparos, la destrucción), para muchos rusos la guerra también ha transformado la realidad para siempre.
Economía y sanciones
Si bien no se cumplieron del todo los vaticinios iniciales de muchos expertos y la economía rusa no se desplomó de forma estrepitosa, sí se ha resentido a todos los niveles, y en especial en el bolsillo de la gente común.
Las sanciones de Estados Unidos, la Unión Europea, y otros países y organizaciones, han convertido la Federación Rusa en el país más castigado del mundo. Desde el 22 de febrero de 2022 se activaron más de 11 300 nuevas medidas restrictivas contra el país, en adición a las 2 695 que ya estaban en vigor.
Las penalizaciones sectoriales incluyen la desconexión parcial del sistema SWIFT, la paralización de las reservas internacionales de su Banco Central y el cierre del espacio aéreo para sus aerolíneas. Por otro lado, el gasto bélico ha abierto un hueco notable en las arcas estatales.
Tras la estampida de decenas de empresas occidentales del mercado ruso, se dificultó la obtención de piezas y materiales estratégicos, desaparecieron determinados productos y marcas de los anaqueles, mientras muchos de los que quedaron multiplicaron sus precios y siguen llegando a Rusia gracias a la importación paralela.
El Producto Interno Bruto (PIB) del país descendió un 2,1 % en términos anuales en 2022, cifra menor de lo previsto. La inflación, al término del año pasado fue de un 11,94 %, indican los datos del Servicio de Estadísticas de Rusia, Rosstat.
El comportamiento del rublo fue una —nunca mejor dicho— montaña rusa en febrero-marzo de 2022. Se estabilizó después de abril y, aunque ahora vuelve a caer frente al euro o el dólar, se mantiene en niveles medianamente estables.
Si bien no se han vivido las colas anunciadas, similares a las de los tiempos de la URSS, el desabastecimiento y el alza del desempleo, la normalidad quedó muy lejos.
Supervivencia
La profesora de la Universidad Estatal de Moscú Natalia Zubarévich, una de las voces más respetadas en Rusia en cuanto al análisis de la realidad económica del país, ha explicado que la economía rusa logró adaptarse poco a poco a la situación en 2022, gracias al colchón financiero existente por las ventas de los recursos y las medidas tomadas, aunque en esta no sea una crisis más en la historia del país.
“Sabemos sobrevivir como campeones”, apunta Zubarévich con cierta ironía. Pero “ha ocurrido una degradación, una simplificación de la economía, que estaba muy conectada a la global”, afirma.
Se han resentido casi todos los renglones económicos. La industria automotriz y de la aviación están entre las más afectadas, sobre todo por la falta de piezas provenientes de Occidente. Las ventas de nuevos automóviles, por ejemplo, cayeron en un 59 % en 2022.
Ante el cierre de fronteras y espacios aéreos, más la suspensión indefinida de vuelos de aerolíneas occidentales, los rusos han tenido muy difícil viajar y han debido limitarse al turismo interno, que no estaba preparado para las circunstancias y en el que también se han multiplicado los precios.
El comercio sufre la notable disminución del consumo. Con la incertidumbre, el decrecimiento de los ingresos reales y el aumento de los precios, los rusos se ven muchas veces ante disyuntivas de consumo y terminana por evitar el gasto en cuestión… o pagando mucho más por productos de poca calidad que se ven obligados a comprar.
“Si vemos la evolución de la situación, es inevitable que 2023 sea un año peor para la economía a nivel estatal y regional. No será un año mortal pero sí de un empeoramiento sostenido”, asegura Zubarevich.
Tiempos difíciles
La economía no es ni de lejos el único ámbito problemático que enfrenta Rusia en medio de la guerra. Sin entrar en valoraciones militares, que requieren un análisis específico, se calculan en cerca de medio millón los rusos que han emigrado desde febrero; en su mayoría, profesionales citadinos. Fuga de cerebros y reducción de capital humano.
A la cifra se añaden los movilizados, como mínimo 300 mil. De las bajas no hay números definitivos; pero se cuentan por miles.
La política interna está completamente en función de la guerra, lo que ha provocado un considerable retroceso de las libertades civiles, y el aumento de la represión, la propaganda y la censura.
La polarización en la manera de asumir el conflicto es notable. De quienes se oponen abiertamente, la mayoría se ha marchado, o se sienten con las manos atadas. Otros muchos sufren en silencio, como Olga T., una mujer de 59 años que se confiesa “espantada y alarmada”.
“Siento que me han robado la confianza en el presente y el futuro”, dice.
Entre los partidarios, muchos apoyan la decisión de Putin porque creen que es su “deber”, como Pável I., agente inmobiliario que, aunque reconoce que no comprende del todo lo que está ocurriendo, considera que debe mantener su respaldo al lado ruso “porque hay que defender la patria”.
Una gran masa, en su mayoría de personas de limitada preparación, intenta seguir adelante lo mejor que puede, sin pensar ni tomar partido, o al menos sin mostrarlo.
En lo que coinciden todos es en que se trata de “tiempos oscuros y difíciles”, y que, a un año de aquel 24 de febrero, han comprobado que, en efecto, la invasión a Ucrania ha marcado un antes y un después en sus vidas.