Leaking is worse than spying.
Departamento de Justicia, 2013.
La lucha contra el leak o filtración a la prensa no es algo nuevo en los Estados Unidos. El proyecto de recomposición hegemónica asociado al reaganismo, hijo de la carrera contra el “Oso soviético”, reaccionó contra la “labor de ablande” de los medios una vez percibidos como una de las razones de la “falta de voluntad norteamericana”.
Esta percepción descansaba en un abanico de sucesos iniciados con la cobertura de la guerra de Vietnam y los Papeles del Pentágono, y culminados con el escándalo de Watergate, en el que las revelaciones de un personaje conocido como Garganta Profunda a dos periodistas del Washington Post condujeron a la renuncia del presidente Richard Nixon y pusieron al periodismo de investigación en la mirada de universidades y círculos académicos estadounidenses.
En ese empeño, la administración Reagan desarrolló políticas de “control de daños” que pasaban por el manejo de la información –la “espléndida guerrita” en Granada fue uno de sus casos-prueba– y de los leaks a la prensa, incluyendo el empleo de detectores de mentiras en empleados federales. Y fue la protagonista en 1985 de un suceso hasta entonces sin precedentes: la aplicación de la Ley de Espionaje de 1917 contra uno de sus funcionarios, el analista de inteligencia Samuel Loring Morrison, por filtrar a la revista británica Jane´s Defense Weekly fotos satelitales de un complejo naval soviético.
Sin embargo, la administración Obama superó con creces lo hecho por Ronald Reagan. En su lucha contra las filtraciones, desplegó, como mínimo, el siguiente expediente:
1. Haber retomado esa Ley de Espionaje, una legislación controvertida y de frágil constitucionalidad aprobada por el Congreso al involucrarse los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, y dirigida a silenciar la oposición interna con condenas de hasta de treinta años de cárcel o la pena de muerte.
Bajo Obama, el Departamento de Justicia logró un récord histórico al acusar / procesar a nueve empleados federales de distinta monta y diversas agencias; entre ellos los hoy célebres Edward Snowden, asilado en Rusia, y Bradley –hoy Chelsea– Manning, quien fuera perdonado por Obama antes de su salida del ejecutivo.
Hasta el ex director de la CIA, Leon Panetta, estuvo en remojo debido a alegaciones del Pentágono en el sentido de haber dado información top secret a Kathryn Bigelow y Mark Boal, directora y guionista, respectivamente, del filme “Zero Dark Thirty” sobre la Operación Gerónimo, que capturó y ejecutó a Osama Bin Laden en Pakistán (2011).
2. Haber validado / reafirmado la labor de la Foreign Intelligence Surveillance Court (FISA court). Creada en 1978 por recomendación del Senado, su poder se reforzó después que la Corte Suprema sancionara la doctrina de las “necesidades especiales” (1989), según la cual una “mínima intrusión del gobierno” está justificada por la necesidad de combatir un peligro público.
De acuerdo con un reportaje del Times, la FISA court se ha convertido, silenciosamente, casi en una Corte Suprema paralela compuesta por once individuos, pero sin contrapesos ni fiscalización y que solo rinde cuentas al gobierno. Tiene autoridad para mandar a registrar las comunicaciones privadas de personas no relacionadas con el terrorismo, ni con los ciberataques, ni con la proliferación nuclear, una movida violatoria de la Cuarta Enmienda a la Constitución estadounidense.
El empoderamiento de esta estructura resulta la base técnico-legal de escuchas telefónicas que en su momento involucraron a varias megaempresas de las comunicaciones y se extendieron a proveedores de Internet como Microsoft, Yahoo, Google, Paltak, Facebook, YouTube, AOL, Apple y Skype. Y también del “APgate”, otro escándalo de la administración Obama tras haber “pinchado” los teléfonos de varios periodistas y editores de la Associated Press bajo la presunción de comprometer una operación de la CIA que, según sostenían, frustró un atentado terrorista de Al-Quaeda contra una aeronave en Yemen destinada a explotar sobre Detroit.
3. Haber desarrollado un “Programa de Amenazas Internas” para perseguir y penalizar las filtraciones de información clasificada a los medios dentro de la burocracia federal, y llegado a solicitar la denuncia de “actitudes sospechosas” en su seno. Sus críticos sostuvieron en su momento que la definición de “amenazas internas” daba pie, por lo amplia, para vigilar y castigar otras conductas. Haber desarrollado un “Programa de Amenazas Internas” para perseguir y penalizar las filtraciones de información clasificada a los medios dentro de la burocracia federal, y haber solicitado la denuncia de “actitudes sospechosas” en su seno. Sus críticos sostuvieron en su momento que la definición de “amenazas internas” daba pie, por lo amplia, para vigilar y castigar otras conductas.
Pero en materia de filtraciones, la administración Trump ya acumula un récord histórico: nunca antes había habido tantas en tan corto tiempo, resultado de un tsunami político que parece infinito y de una sociedad polarizada. Esto incluye la existencia de fuertes disensos dentro de la burocracia federal, la comunidad de inteligencia y hasta el anillo interior del Presidente, donde las luchas por el poder son reveladas de manera creciente gracias a la labor de los medios y a la información que les brindan de forma subrepticia los “soplones”, los nuevos Gargantas Profundas en un momento de quiebre y remolde.
Vistos desde otro ángulo, los leaks no son solo expresión de la obra fiscalizadora de los medios y su condición de “cuarto poder”, sino también una respuesta a la idea de silenciarlos. “Los medios deben estar avergonzados y humillados y mantener la boca cerrada y escuchar durante un rato”, declaró en enero Steve Bannon, el estratega jefe de la Casa Blanca. Y agregó cual Dark Vader: “Aquí los medios son el partido de la oposición. No entienden a este país. Todavía no entienden por qué Donald Trump es el presidente de los Estados Unidos”.
Los leaks son, entonces, una manera de poner en crisis al gobierno, esta vez por su tendencia a descaracterizar a los medios y reiterar, tanto en declaraciones como en sonoros tuits, que estos mienten y manipulan.
Es un doble juego adversario. Lo que para la administración es fuente de problemas por razones de seguridad, para la prensa resulta validación de su poder y prestigio. Lo que publican a partir de su propio discernimiento y su probable veracidad puede tener un costo para quienes detentan el poder. Una frase lo resume: “The media can make you or break you”.
Recién apareció el primer ángel caído de la administración Trump, a poco más de veinte días en su cargo: el general retirado Michael Flynn tuvo que renunciar como asesor de seguridad nacional por tener contactos telefónicos –desde luego correspondientemente pinchados– con el embajador ruso acerca de las sanciones de la administración Obama por el aludido jaqueo a los demócratas durante las elecciones presidenciales. Y por mentirle al vicepresidente Mike Pence, quien rompió lanzas a su favor en la TV afirmando lo contrario.
La información fue publicada por The New York Times a partir de una o varias fuentes de inteligencia. Ahora se discute si esas filtraciones se originaron en personal de la administración anterior, a lo que apuesta la Fox. Se olvida, sin embargo, que la dinámica de Trump con su propia inteligencia está saturada de problemas, tensiones e incluso descalificaciones, aun antes de entrar a la Casa Blanca.
La Fox es una de las pocas cadenas, si no la única, que apoya al Presidente. Se impone entonces echarle la culpa a los liberales y la izquierda. Hasta Breitbart News, medio inconfesable de cualquier radicalismo como no sea el supremacista blanco, se ha sumado al carro de los leaks afirmando que de acuerdo con “múltiples fuentes cercanas al Presidente”, Rence Priebus, el jefe de Personal de la Casa Blanca, caería con Flynn. Tal vez una manera de echar en aceite hirviendo a Bannon, ex presidente ejecutivo de Breitbart antes de llegar a su actual puesto, quien se desmarcó como un lince al calificar la afirmación de “totalmente absurda”.
Una lista parcial de esos leaks incluiría:
– La conversación telefónica entre Trump y Peña Nieto. Se socializó que el primero le dijo al segundo que enviaría militares norteamericanos a encargarse de los bad hombres para resolver el problema del narcotráfico ante la incapacidad del ejército y las autoridades locales (The Associated Press). Esta tuvo lugar después de cancelado el encuentro entre ambos mandatarios debido al muro, una afrenta para cualquier mexicano de valía. Ambos actores lo negaron. La agencia noticiosa defendió la veracidad de la fuente, una transcripción proveniente de la Casa Blanca.
– Otra conversación por teléfono, pero esta vez con el primer ministro australiano Malcolm Turnbull sobre refugiados. La llamada duró 25 minutos en vez de la hora planificada. Se caracterizó por fuertes discrepancias y enfoques diametralmente distintos. Trump colgó de manera abrupta. “This is the worst call by far”, dijo (The Washington Post).
– Por último, de acuerdo con The New York Times, varios asociados de Trump sostuvieron conversaciones con agentes rusos antes y durante las elecciones. Uno de ellos Paul Manafort, ex manager de su campaña. Otra papa caliente que refuerza el “carácter extrañamente rusófilo” de esta administración. No hace mucho también los editores del Times publicaron, a partir de fuentes fidedignas, que la administración Trump estaba preparando secretamente reabrir prisiones para sospechosos de terrorismo.
El Presidente ha calificado a grandes medios como enemigos del pueblo y ha tuiteado: “La comunidad de inteligencia está dando información ilegalmente a los fracasados The New York Times y The Washington Post”. “El verdadero escándalo aquí es que información clasificada está siendo entregada por la ‘inteligencia’ como caramelos”.
The FAKE NEWS media (failing @nytimes, @NBCNews, @ABC, @CBS, @CNN) is not my enemy, it is the enemy of the American People!
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) 17 de febrero de 2017
“Estamos muy preocupados por las filtraciones, particularmente las que se relacionan con información de inteligencia y seguridad nacional (…). No me corresponde decir de dónde provienen, o si habrá una investigación, pero obviamente esto lo toma muy en serio nuestro Comandante en Jefe y Presidente”, declaró la consejera Kellyanne Conway en el mismo momento en que la Oficina de Ética del Gobierno (OGE) recomendaba aplicarle medidas disciplinarias por violar regulaciones impidiendo que un empleado federal apoye o promueva productos o servicios de cualquier naturaleza –en este caso, la línea de ropa Ivanka Trump, retirada de circulación por tiendas como Nordstrom, Nieman Marcus y otras.
La Conway hizo ese “comercial no pagado” desde la misma Casa Blanca, televisión mediante. ¿Ignorancia, torpeza o prepotencia? Un programa de la MSNBC la acaba de declarar “no creíble”, movida a tono con la difusora de la frase “hechos alternativos” y de una “masacre de Bowling Green” que, simplemente, nunca existió.
Mientras, una pregunta está en pie: ¿qué sabía el presidente Trump de lo que se ha filtrado y cuándo lo supo?
Es la misma pregunta que se hacían muchos sobre Nixon durante el Watergate.
Es un verdadero gusto leer los artículos de Alfredo Prieto. Concisos, claros, agudos, y muy bien documentados.