Cuando aún Turquía y Siria no logran sobreponerse al dolor y los escombros de los recientes terremotos que dejó más de 46 mil fallecidos (entre los dos países) y cientos de miles de heridos, hablamos con Hakely Nakao Chávez, una artista cubana que vive en Estambul desde 2015. Ella y su esposo turco no sufrieron directamente los golpes del sismo, pero las heridas están abiertas e intenta colaborar con lo que tiene: su arte.
Acababan de regresar esa noche de un viaje por el mar Egeo cuando sucedió el terremoto. Pero tuvieron suerte. Aunque en zona de riesgo, estaban lo suficientemente lejos como para no despertarse siquiera. “No sentimos nada y nos enteramos por las noticias. Los amigos más cercanos tampoco se vieron afectados”, cuenta aliviada.
“Uno se siente vivo y agradecido por ser parte de la gran mayoría que no sufre directamente los embates de esta desgracia, pero es inevitable que te embargue el dolor, la angustia, aunque sea ajena”. Y esa empatía activa los sentimientos de solidaridad, los deseos de compartir. “Y si lo que hay para compartir es al menos la esperanza, pues eso se comparte”, reflexiona.
Priorizar la vida humana
Los motivos de tristeza se multiplican por negligencias del Estado turco, asegura esta cubana. “Ha habido más pérdidas por poner barreras sociológicas que no deben existir a la hora de salvar una vida. El sudeste de Turquía, región azotada por la guerra, es la región de los kurdos, que han sido discriminados toda la vida por su religión y otras razones socio-culturales”.
“En estos momentos haría falta priorizar la vida humana y ya después continuarán las guerras, pero no han hecho un alto, y el Estado no ha hecho ningún esfuerzo por salvar a nadie allí. Solo la población y las autoridades locales, que además no tienen recursos, y eso ha provocado que la desgracia sea mayor”, considera.
Otros males han salido a la superficie con el movimiento telúrico. “Además de que el terremoto ha sido extremadamente grande, ha salido a flote la corrupción, calles nuevas destruidas, edificios sin protección, muchos de los grandes derrumbes han sido edificios nuevos. Y ese es el gran dolor del pueblo turco, que está llorando por las consecuencias de los errores y la corrupción.”
Cinco vidas salvadas
Justo a esas zonas más olvidadas se dirigió el cuñado de Hakely, Dogukan Ozturk, un joven ingeniero civil graduado de la Universidad Técnica de Estambul. Con sus conocimientos sobre riesgos, rescate y salvamento, se alistó como voluntario. “Lo motivó saber que había muchas ciudades que no podían recibir ayuda inmediata y las condiciones climáticas estaban arrasando”.
En la ciudad de Gaziantep, al este, pegada a la frontera con Siria, “lo que encontró fue un desastre.” Se trata de la zona más caliente y deteriorada desde el punto de vista material y humano, precisa.
“El equipo lo acogió como un líder, le decían: te seguimos a ti porque no hay organización, no sabemos qué hacer y a quién hacerle caso. Pudieron salvar 5 vidas en los dos días que estuvieron activos. La última fue una madre con su niña, y fue casi un milagro, cuando habían pasado más de 120 horas del desastre.”
Con sus propias manos
“Vio a un señor tratando de remover escombros con sus propias manos en un edificio, y muy calmado le explicó que en ese edificio de 5 o 6 pisos vivía toda su familia, eran en total unas 15 personas. Estaba tratando de sacarlos a todos, pero cada vez que encontraba un cuerpo ya estaba muerto.”
Imágenes que quedaron en su retina y en su mente, más que en una cámara. Trajo un par de videos y de fotos, no tuvo tiempo, ni el corazón le daba para filmar lo que estaba sucediendo, explica Hakely.
Vino también, asegura, con una visión menos mediática y más humana, con reflexiones para su propia vida. “Ha regresado convertido en otra persona”.
Brindar lo que tengo: arte
Mientras tanto, desde Estambul, Hakely intenta no quedarse de brazos cruzados.
“La experiencia de mi cuñado me ha dado más elementos, porque hasta ahora lo que tenía eran conclusiones muy personales. Pero él estuvo allí y sé que no está exagerando ni mintiendo”.
Aunque aportaron ayuda material a través de una ONG, reconoce que es solo un granito de arena y que hay apoyos intangibles igual de importantes. “A pesar de ser extranjera, esto me ha dado la oportunidad de brindar lo que tengo, que es arte”.
Desde que llegó a Turquía, Hakely ha tratado de establecer puentes culturales entre sus dos tierras. En 2017 creó una banda de música con la que ha estado girando por el país, sobre todo con las canciones más conocidas del repertorio cubano. Además, imparte clases en las que vincula las raíces de la música cubana con las de la turca, “dos culturas que realmente son muy cercanas, aunque geográficamente estén muy distantes”, considera.
También ha musicalizado poemas de escritores emblemáticos turcos, traduciéndolos al español e incorporándolos a su repertorio con géneros de la música cubana. En estos días, ese también ha sido su aporte, como el de otros artistas.
“Después de la catástrofe, la cultura viene a curar el alma. Varios movimientos culturales se han puesto en marcha para ayudar a tener un poquito de esperanza. Todos nos hemos transformado, porque Turquía está muy dividida, y esto es un llamado a la unidad de corazón, de sentirse parte de un mismo lugar y de mirar todos en una misma dirección. Porque lo más importante es la vida humana, y hay que ayudar a salvarla desde cualquier profesión. El arte que no se hace para sanar, no es arte”, concluye.
Un fuerte abrazo a Hakely desde La Habana.Estudiamos juntos en la Escuela Nacional de Arte y me emocioné mucho con la entrevista!!