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Fue un siglo después, la misma escena. Mística: un caballo blanco tomaba agua en la ribera del río, aprovechando los restos húmedos del Contramaestre agotado ya para entonces por la fiera sequía finisecular del siglo xx petrolero.
Fue en 1995: la misma escena y el mismo dolor.
Martí había tenido que atravesar ese que fuera en sus días un gran caudal, por el paso de Santa Úrsula, un bajo que permitía a los animales cabalgar y a los hombres no ser arrastrados por la corriente. Él deseaba despedirse de Rosalío Pacheco y se apartó de la tropa antes de seguir rumbo a Camagüey, a la constitución republicana en armas, para ver “al país como país, con toda su dignidad representado”. Sandoval lo sorprende. Máximo Gómez no llega a tiempo.
Cien años después, en una concurrida y ruidosa sala, dos ancianos se sientan discretamente a esperar el momento de la partida. Iríamos a Dos Ríos, al obelisco, al lugar de su muerte.
Los ancianos lo presintieron al amanecer del 19 de mayo de 1995: otra vez, inevitable y renovada en el tiempo y el sentimiento, sobrevendría la fuga permanente de la vida física, el dolor del hombre amadísimo, la consagración del héroe.
Ella, tierna, como filigrana; él, paciente y grave. Abstraídos del mundo de los otros, concentrados en una tristeza íntima, en silencio. Habían vivido lo suficiente como para vivir también el día en que el otro moría —un siglo atrás—. Cien años después.
Lo que más me duele, me dijo él, es pensar que una bala española le atravesó la lengua. La lengua, el verbo… La palabra de Martí era destrozada por una violencia innoble que no reconocía el amor de quien había proclamado en versos: “para Aragón en España tengo yo en mi corazón, un lugar todo Aragón, franco, fiero, fiel, sin saña”.
Lo que más me duele…, me dijo él, y lloró calladamente.
El anciano lloraba con una angustia esencial el día en que murió Martí, como si no alcanzaran los cien años transcurridos para aliviar el dolor de la tragedia. El anciano lloró como si solo ayer su amigo, su padre, su hijo, se hubieran extinguido.
Cintio Vitier se lloraba a sí mismo también aquella mañana; vivía su duelo por amar a quien le fuera cercano e inasible; su desconsuelo por no poder salvarlo más.
(A propósito de la muerte de Cintio Vitier, el 1ro de octubre de 2009).
(A propósito de la muerte de José Martí, el 19 de mayo de 1895).
“Máximo Gómez no llega a tiempo…” Hay versiones de la historia que afirman que Maximo Gómez no estab muy interesado en llegar a tiempo. Al diario que Martí dejó en el campamento le faltaban algunas hojas…