Los Estados Unidos de Norteamérica son el país del mundo con mayor experiencia electoral. Su sistema es el más antiguo y complejo. Para elegir al presidente se han efectuado 59 comicios en los cuales, de un modo u otro, participan o pueden participar todos los ciudadanos e instituciones del Estado.
Por una curiosa paradoja, en ese país todos los cargos políticos (senadores, representantes, gobernadores y alcaldes) son electos por el voto directo del pueblo, excepto el presidente. ¿Por qué?
Los 50 estados no son simples subdivisiones administrativas, como las provincias en los ámbitos hispanos, sino entidades que, con el Distrito de Columbia, en una compleja urdimbre, forman los Estados Unidos. Entre otras cosas, los estados son unidades electorales en las cuales se eligen a los senadores y representantes estaduales y federales, los gobernadores y alcaldes. Y lo más importante, al presidente.
Por su parte, el Congreso de los Estados Unidos es una estructura bicameral que funciona de manera estable desde 1789. Consta del Senado y la Cámara de Representantes. Sus funciones están definidas puntualmente por la Constitución y sus miembros son electos directamente por el pueblo en cada estado.
El Congreso no ha sido ajeno a las contingencias por las que ha atravesado el país. Hasta 1789, cuando no había Constitución ni presidente, la nación era gobernada desde el Congreso de la Confederación. Usualmente a cada legislatura se le concede un número consecutivo y se le llama congreso. El actual, que comenzó a funcionar en 2023, es el 118 ͦ y estará en funciones hasta 2025.
Cada cuatro años, el primer martes de noviembre, en sus respectivos estados, los ciudadanos votan por los candidatos para presidente. Debido a que la elección es indirecta, en realidad lo que hacen es elegir a los compromisarios o delegados de su estado (538 en el país) que, en conjunto, integran el Colegio Electoral. Este, por mayoría simple, elige al presidente. El colegio electoral no es un lugar, sino un método.
La cantidad de delegados o compromisarios de cada estado es igual al número de representantes y senadores en la legislatura de cada uno. Lo característico de ese procedimiento es que, al candidato que más votos populares obtenga se le suman todos los sufragios, sin importar de qué partido sea. En caso de que ninguno de los candidatos obtenga mayoría, según la 12 ͦ Enmienda a la Constitución, el Congreso decidirá quién será el presidente.
Al adoptarse la Constitución, los estados eran 13; los otros 37 fueron incorporándose a lo largo de su historia. El primero fue Vermont y los más recientes Alaska y Hawái en 1959. El número de estados no ha alterado sustancialmente los procedimientos electorales establecidos por la Carta Magna.
Una elección difícil
Thomas Jefferson fue el tercer presidente de los Estados Unidos, electo en 1800. Según el sistema vigente entonces se votaba por una fórmula electoral; en este caso fue Thomas Jefferson para presidente y Aaron Burr para vicepresidente.
Quien obtuviera más votos sería presidente y el otro vicepresidente. Debido a que Jefferson y Burr obtuvieron el mismo número de votos electorales (73), se requirió la intervención de la Cámara de Representantes, que necesitó 36 votaciones para designar a Jefferson presidente y a Burr vicepresidente.
La mención de esta anécdota electoral me obliga a referirme a uno de los más conspicuos políticos de los Estados Unidos. Aaron Burr (1756-1836) fue el tercer vicepresidente de los Estados Unidos, con Thomas Jefferson como presidente. Tuvo un amplio recorrido en la política estadounidense. Participó en la lucha por la independencia a las órdenes de George Washington, de cuyo estado mayor fue miembro y del cual se distanció. Alcanzó grados de coronel.
No obstante, debe su fama a haber ultimado en desigual duelo a Alexander Hamilton, uno de los Padres Fundadores y a sus presuntas conspiraciones contra el país que lo llevaron a ser juzgado por traición, acusación de la que fue absuelto.
Burr, un conspirador profesional, es conocido como el padre de las campañas políticas modernas. Tras la confirmación de la elección de Jefferson, asumió como vicepresidente de los Estados Unidos, cargo que apenas ejerció, entre otras cosas porque no le interesó y el mandatario lo ignoró.
De las razones para el duelo con Hamilton se conoce poco, entre otras cosas porque uno murió y Burr nunca hizo comentarios al respecto. Según se dice, en una cena política, Hamilton expresó una opinión despreciable sobre Burr, quien le exigió que se retractara, lo cual el encartado no hizo. Por esta razón fue retado a duelo y Hamilton pereció. Conozco una versión del comentario que no repetiré porque no ha sido comprobada y es profundamente abyecta.
Más tarde Burr fue acusado de varios delitos, entre ellos asesinato y conspiración para crear una nueva república en parte de los territorios de Texas, y traición.
En 1806 Jefferson ordenó su arresto. Fue absuelto. No obstante, fue confinado en el Fuerte Stoddart. En 1807 fue juzgado y nuevamente liberado.
Según la Constitución de los Estados Unidos, el delito de traición consiste en tomar las armas contra Estados Unidos, hecho que ha de ser probado y testificado al menos por dos personas.
Sobre él, Washington expresó una opinión lapidaria: “Por todo lo que conozco y he oído, el coronel Burr es un oficial valiente y capaz, pero la cuestión es si tiene o no un talento igual para la intriga”.
Se acerca una nueva elección. Así es la política. Allá nos vemos.
*Este texto fue publicado originalmente en el diario ¡Por esto! Se reproduce con la autorización expresa de su autor.