Los estudiantes estadounidenses que, por compasión o ira, protestan o acampan (tal vez para evocar los campos de refugiados) en sus predios universitarios, en solidaridad con el pueblo palestino y para repudiar la conducta genocida de Israel; amparan su derecho a ejercer la solidaridad en la Primera Enmienda a la Constitución de su país.
Sin las 10 primeras enmiendas, la Constitución estadounidense sería un texto irrelevante y Estados Unidos un país grande y rico, pero no el paradigma en que ese documento lo convirtió. “El Congreso ―alega el texto―no podrá hacer ninguna ley con respecto al establecimiento de la religión, ni prohibiendo la libre práctica de la misma; ni limitando la libertad de expresión, ni de prensa; ni el derecho a la asamblea pacífica de las personas…”. La acotación hizo la diferencia.
La trascendencia del postulado radica en que todos los derechos y todas las libertades, los credos y la fe, las ideas como las demandas, los programas y las metas, los amores y los odios, existen en tanto se expresan. Sin libertad de expresión ninguna libertad y ningún derecho pueden ser realizado.
La libertad de expresión es ante todo la libertad para pensar diferente. Disentir del poder y de las jerarquías sociales, y ejercer la crítica sobre individuos e instituciones, así como creer o no creer y divulgar y publicar libremente su opinión. Se trata de la libertad de hablar, escribir, declamar y cantar, editar y hacer circular libros, periódicos y revistas, crear guiones y realizar y exhibir filmaciones, incluso fabular e inventar historias.
El derecho a la libertad de expresión incluye todas las formas de comunicar un mensaje, a quienes lo emiten y a sus receptores.
El poder político, el control de los mercados y las tecnologías y de las instituciones religiosas, por las coronas europeas devenidas colonialistas, les permitió introducir la trata de esclavos y la esclavitud que, ejercitada a lo largo de casi cinco siglos promovieron el racismo. Fueron ellos quienes crearon y divulgaron las aberraciones teóricas sobre las razas, todavía vigentes, sobre todo en Estados Unidos el lugar del mundo donde el desprecio y el odio contra los negros, los latinos y todos los pueblos oscuros es más vigente.
El racismo por el color de la piel, amparado por el colonialismo generó el apartheid y se sumó al antisemitismo y a la islamofobia y más recientemente a la rusofobia.
Lo paradójico y tal vez trágico es que la libertad de expresión ampara también a las manifestaciones de odio, al racismo y la xenofobia, al chovinismo, al bullying y la burla, incluso a la calumnia y las expresiones de mala fe.
A pesar de la imposibilidad de conculcar las libertades, es obvio que estas actitudes negativas pueden ser reguladas e incluso penalizadas. El problema es cómo codificarlas y determinar cuáles se ilegalizan.
Fue correcto que muchos estados europeos, entre otros Alemania y la Unión Soviética pusieran fuera de la ley la ideología fascista, pero no lo son las corrientes que con cierta superficialidad califican de fascista actitudes reaccionarias o de derecha.
En el siglo XVIII las mujeres debían abstenerse de mostrar las piernas y por discreto que fuera un escote era motivo de escándalo. Todavía hoy hay lugares donde es punible para ellas enseñar el rostro o llevar el cabello al descubierto y existe la “policía de la moral”.
Ajustarse a la historicidad de los fenómenos de naturaleza ideológica y política y validar acciones represivas y en algunos casos inhumanas, ser excesivamente permisivos en nombre de valores y costumbres locales, puede llevar a una especie de relativismo jurídico y moral.
Ese relativismo moral se discute hoy en Estados Unidos donde, invocando la Primera Enmienda se toleran prácticas de exterminio y se reprimen a estudiantes que nombran la xenofobia que comete Israel en Palestina.
Ante el valor y la determinación de los jóvenes que, en Harvard, Columbia, Yale salen de la burbuja que les sirve de zona de confort para defender a las víctimas del genocidio que se comete en Gaza y condenar a los autores, he recordado las coplas que a todos ellos dedicara Mercedes Sosa:
¡Que vivan los estudiantes/ Jardín de nuestra alegría/ Son aves que no se asustan/ De animal ni policía/ Y no le asustan las balas/ Ni el ladrar de la jauría… Me gustan los estudiantes Que rugen como los vientos/Cuando le meten al oído sotanas y regimientos… ¡Vivan los estudiantes! Allá nos vemos.
*Este texto fue publicado originalmente en el diaro ¡Por esto!. Se reproduce con la autorización expresa de su autor.
Estudiantes se concentran en un campamento en la Universidad de Costa Rica en apoyo al pueblo palestino, que sigue sufriendo el asedio bélico por Israel. Foto: EFE/Jeffrey Arguedas.