Ucrania no puede ganarle la guerra a Rusia porque básicamente se defiende y a la defensa no suelen ganarse batallas. Las tropas que se defienden pueden causar bajas significativas, originar gastos exagerados de municiones y distraer a las tropas atacantes, sobre todo si estas tienen algún interés especial o se empecinan, pero raramente logran vencerlas.
Las guerras se ganan no porque se obtengan victorias parciales, ni se neutralicen a los enemigos, sino porque se les supera causándoles bajas significativas que no pueden reponer, desalojándolos de las posiciones ocupadas, arrebatándole territorios y desarticulando sus cadenas de suministros, centros de mando y de comunicaciones, privándolos de capacidades de maniobra y de movilizar reservas.
En el mundo moderno donde rige la democracia, y donde las opiniones y las actitudes populares cuentan, los gobiernos promotores de las guerras, llegan a un punto en que se ven obligados a considerar a la opinión pública. La reacción del público estadounidense ante la guerra en Vietnam aporta un ejemplo paradigmático. No fue el caso de Hitler que fue apoyado por los alemanes, casi hasta la derrota.
Las victorias decisivas se alcanzan cuando mediante acciones ofensivas estratégicas se quiebra la capacidad y la voluntad del enemigo para resistir y, definitivamente se anulan sus capacidades para contraatacar.
Durante la Gran Guerra Patria (1941-1945) las tropas hitlerianas invadieron a la Unión Soviética con alrededor de tres millones de efectivos en un frente de casi tres mil kilómetros y, desde junio del 41 y febrero de 1943, mantuvieron la iniciativa y, si bien no lograron vencer a la URSS, no le permitían reaccionar, consolidar posiciones ni detener el avance de la Wehrmacht y acumular reservas humanas y materiales para una contraofensiva.
A pesar de su enorme significado, la victoria sobre las huestes alemanas a las puertas de Moscú en 1941-1942, la Unión Soviética no logró cambiar el sentido de la guerra. Alemania, a pesar de avanzar de modo relampagueante, ocupar importantes ciudades y repúblicas completas, tampoco obtuvo resultados estratégicos.
Todo cambió a partir de 1943, cuando con la victoria de Stalingrado, las tropas soviéticas invirtieron la situación, obligando a Alemania a replegarse y pasar a la defensa privándola de toda posibilidad de relanzar acciones ofensivas que por su escala influyeran en el curso de la guerra en su conjunto. En ese momento la Unión Soviética tomó la iniciativa estratégica que no perdería nunca más.
La batalla que se prolongó durante unos seis meses se libró entre el VI Ejército Alemán, apoyado por tropas italianas, rumanas, húngaras y croatas. Los soviéticos que no pudieron impedir que los atacantes entraran en la ciudad fueron capaces de cercarlos dentro de ella. Vencido, desobedeciendo a Hitler que se lo prohibió expresamente, el mariscal Friedrich von Paulus se rindió.
Los soviéticos sufrieron 1,200,000 bajas y los alemanes 740 mil En conjunto murieron más de dos millones de personas y hubo más de medio millón de heridos. Finalmente 90 mile efectivos nazis lograron desfilar por la ciudad, solo que lo hicieron en calidad de prisioneros. Antes de marchar a remotos sitios de cautiverios en Siberia, participaron en la limpieza de escombros de la ciudad y enterraron a los muertos.
Entre tanto Paulus, el mariscal derrotado se mantuvo en prisión en condiciones aceptables. Liberado en 1953 se radicó en la ciudad de Dresde, Alemania Oriental donde ejerció como directivo del Instituto de Investigación Histórica Militar. Murió en 1957.
Con los ases aportados por la victoria soviética en la mano, seguros de la victoria final, Roosevelt, Stalin y Churchill se reunieron en Teherán y relajados planificaron el camino hacia la victoria, que tardaría casi dos años más, pero era segura. Como cuando en una partida de ajedrez se asegura que, considerando todas las variables: “Juegan las blancas y matan en dos movimientos”. Nada que hiciera Alemania podía salvarla de la derrota.
Tecnicismos aparte, en Ucrania no se ha llegado a ese punto, entre otras cosas porque los adversarios, Rusia y la OTAN, tienen cartas decisivas que pueden o no jugar y porque esa guerra no se libra sólo en los campos de batalla y probablemente no se decida allí. Hay límites a la estupidez humana y aparecen oportunidades para la razón y la paz.
Cuentan que, durante la Crisis de los Misiles en 1962 en Cuba, cuando la confrontación nuclear era inminente, Robert Kennedy, fiscal general de los Estados Unidos y hombre de confianza de el presidente JFK, camino de una reunión decisiva con el embajador soviético en Washington, pasó por donde estaba su hermano para recibir indicaciones finales. El presidente fue breve:
“Háblale como si le hablaras a Jrushchov. Presiónalo al máximo, pero no lo empujes ni una pulgada detrás de donde debe estar porque es impredecible…” Tal vez la receta valga para todas las partes en conflicto. Allá nos vemos.
*Este texto fue publicado originalmente en el diaro ¡Por esto!. Se reproduce con la autorización expresa de su autor.