Las expectativas de progreso de los países en desarrollo pasan por la economía. No importa cuán bellas sean las utopías y floridas las retóricas, sin modelos viables y políticas económicas atinadas, el crecimiento económico ni el desarrollo no son posibles. A la larga, tampoco la estabilidad política.
Al respecto es preciso señalar que el desarrollo no se alcanza cuando mejoran los indicadores globales, sino cuando esa mejoría se manifiesta en los aumentos del nivel y la calidad de la vida de la población, y conlleva al progreso de los países en su conjunto.
Tanto por los indicadores globales como por la integralidad del crecimiento económico con justicia social, la reducción de las desigualdades y la inclusión, ninguna experiencia mejora la de China que, en 50 años transitó desde la condición de un gigantesco y empobrecido país, a segunda economía mundial, lo cual se debe a las reformas que entronizaron la economía de mercado y atrajeron la inversión extranjera. Curiosamente, ello se logró sin reducir el papel del Estado ni el del Partido Comunista.
Los éxitos económicos de China se asocian a su temprana desafiliación de la experiencia socialista soviética basada en la propiedad estatal, la planificación centralizada y los monopolios económicos manejados por el gobierno. Aquel enfoque atribuyó a los órganos de poder competencias para regir el conjunto de la vida social, incluyendo la economía y sociedad civil.
Tal lógica, cerrada a todo debate y refractaria a la crítica, practicó una versión del orden social que descartó la democracia con soberanía popular expresada en elecciones creíbles, separación de poderes y estado de derecho. Aquella lógica, descartada por más de diez países de Europa Oriental, incluida Rusia y por los 20 estados surgidos en los territorios ex soviéticos, es obviamente inviable.
En Asia existen otras lecciones, como las de los “tigres asiáticos”, pequeños países como Corea del Sur que protagonizó una devastadora guerra, Taiwán con una compleja situación política respecto a China, Hong Kong y Macao a los cuales la condición colonial no les impidió el desarrollo y Singapur. La complejidad de esas situaciones no evitó que ocuparan primeros planos en la estructura económica global.
En varios países europeos, el proceso de desarrollo, sobre todo después de la II Guerra Mundial, conllevó a la instalación de Estados de Bienestar, una variante socialista con propiedad privada, economía de mercado y democracia liberal. Se trata de un modelo basado en una singular conciliación de los intereses de clases que, sin eliminar el enriquecimiento, reduciendo las desigualdades, suprimiendo la pobreza extrema proveen bienestar y paz social.
Otra experiencia desarrollista es la iniciada a partir de la victoria sobre el fascismo en 1945 cuando con la descolonización afroasiática, en unos 20 años, en las excolonias, surgieron alrededor de 40 nuevos estados.
Por tener lugar en medio de la Guerra Fría y la competencia política entre la Unión Soviética y las potencias occidentales, aquellos países fueron sometidos a enormes presiones políticas. Algunos, seducidos por las ventajas que, en determinados momentos del desarrollo, representa el control estatal de los recursos y por las proyecciones del pensamiento socialista, optaron por lo que entonces se llamó la “vía no capitalista de desarrollo”, aproximándose al modelo soviético de economía estatizada.
Por unas u otras razones, aquellos países se apartaron de aquel modelo, procurando soluciones propias. Algunos como la India lograron conciliar una fuerte participación estatal en la economía y en la conducción social, incluyendo rasgos autoritarios, con la democracia, cosa que, a su manera, hicieron también Egipto, Siria, Indonesia y otros que, sin plegarse al enfoque liberal, han encontrado caminos propios.
Por supuesto que una breve exposición no basta para agotar las complejidades de estos procesos, por lo cual me disculpo. No obstante, en cualquier caso, la era de la imposición o imitación de modelos foráneos, así como la del asistencialismo que hace a los países depender de las ayudas para el desarrollo, a cambio del clientelismo político, parece concluido, al menos en escalas decisivas. Luego les comento otros aspectos del tema. Allá nos vemos.
*Este texto fue publicado originalmente en el diario ¡Por esto! Se reproduce con la autorización expresa de su autor.