Años atrás, era frecuente oír esta expresión en todas partes. “Ese entró como Pedro por su casa”, decían los abuelos, y yo, invariablemente, me preguntaba quién sería aquel tipo del que todos hablaban a menudo.
“Como Pedro por su casa” suele usarse cuando alguien llega a un sitio nuevo (un trabajo, una ciudad) y enseguida se conduce allí como si lo conociese de toda la vida. Pero usted sabe: este dicho se emplea sobre todo con sentido peyorativo para referirse a la persona que, en un lugar que no es de su propiedad, se comporta con tanta soltura y descaro como si estuviese en su propia casa.
Es decir, que a todas luces el tal Pedro era un confianzudo con visos de arrogante, acostumbrado a saltarse los libretos de educación y mesura que exigen lo desconocido y lo ajeno. Mas, ¿quién era el personaje?
Imposible saberlo con certeza. Hay quienes lo identifican con Pedro I de Aragón. Así, entrar “como Pedro por Huesca” se refiere a la escasa resistencia que tuvo este rey al tomar esa ciudad. Hay quienes, por su parte, aventuran la posibilidad de que aluda al mismísimo San Pedro, a quien Jesús otorgó las llaves del Cielo y de la Tierra y es la primera piedra de la Casa de Dios. Sin embargo, tal parece que donde dice Pedro puede decir José, Juan o Raimundo.
Un antiguo refrán rezaba: “Algo va de Pedro a Pedro”, y significaba que existen diferencias incluso entre los que parecen iguales. Otros dos, casi olvidados a estas alturas, sostenían: “Viejo es Pedro para cabrero” y “Bien se está Pedro en Roma, aunque no coma”.
O sea, que el nombre de marras no hace sino personalizar a un individuo cualquiera, habituado a moverse “como pez en el agua” en todas partes.
Con cajas destempladas
Fue de boca de mi amigo Elio Menéndez, viejo maestro del periodismo deportivo, que escuché por vez primera este modismo ardiente, aplicado al episodio de echar a alguien de determinado lugar con muy malas maneras, incluidos los gritos e insultos.
Su origen es curioso. Según el Diccionario de Autoridades, “echar con cajas destempladas en la milicia es echar de alguna compañía o Regimiento al soldado que ha cometido algún delito ruin e infame, por el cual no se le quiere tener dentro de las tropas: para cuyo efecto se destemplan las cajas (los tambores), y, tocándolas, se le sale acompañado hasta echarle del lugar”.
(Valga la aclaración de que, en el caso que nos ocupa, destemplar consiste en “destruir la concordancia o armonía con que están templados los instrumentos musicales”).
Malas señales eran, no lo dude, las famosas cajas destempladas. Eso, porque si la expulsión de filas representaba un serio agravio, peor aún era la variante que nos cuenta José María Iribarren en El porqué de los dichos: “También al son de cajas destempladas –reveló el sabio español- eran llevados los reos al patíbulo”.
Solavaya con las cajitas, pues.
Y SOLAVALLA LA CARROZA MORTUARIA .SI QUE SOLA VALLA!