Para ser un campeón en el salto con pértiga tienes que ser muy rápido, muy técnico y muy fuerte. No le puedes temer a las alturas, ni al quiebre repentino y brutal del implemento, ni siquiera a caer fuera del colchón y darte el golpe de tu vida. Debes ser un fenómeno de voluntad, o de ambición, o muy posiblemente de ambas cosas. Y sobre todo –si a lo que aspiras es a ser un inmortal de la especialidad– te debieras llamar Serguei o Elena.
De Serguei, el ucraniano inmenso, tengo una imagen que me invade con frecuencia, y no es precisamente de la época en que asombró al planeta con sus brincos que amenazaban la estratósfera. La imagen es reciente, de hace poco más de un año, y corrobora que cualquier obra humana es susceptible de perfeccionamiento. Inclusive, tal vez, El Grito de Edvard Munch.
El suceso aconteció en febrero de 2014. Desde el palco del pabellón Drojba, en Donetsk, Bubka vio cómo el frágil Renaud Lavillenie superaba su record de 6 metros y 15 centímetros. Entonces –este es el momento que siempre me acompaña– el viejo Zar se puso en pie, ensayó una sonrisa que no pasó de pose, aplaudió casi hipócritamente y la mirada se le quedó tan fría como el Ártico. Dentro de él, la vida agonizaba.
El ucraniano había construido todas sus ilusiones y su orgullo alrededor de un tope que parecía imbatible, tanto o más que los otros tres muros levantados por el atletismo de los años noventa: a saber, los 8,95 de Mike Powell en longitud; los 2,45 de Javier Sotomayor en altura; y los 18,29 de Jonathan Edwards en triple. ¿Qué habrá pensado Bubka en ese instante, cuando Lavillenie iba en descenso con los brazos en alto y victorioso? ¿Habrá hallado consuelo en la dialéctica? ¿O quizás vio a la muerte, sin guadaña pero con un bastón de fibra de carbono?
Antes le habían tocado tragos ásperos. Digamos, los tres nulos en los Olímpicos de Barcelona, o la lesión que lo privó de competir en Atlanta’96. Sin embargo, siempre tuvo un horcón que lo asistiera: ora el oro estival de Seúl’88, ora los 35 topes orbitales, ora las seis coronas en los campeonatos del mundo. Pero nada podía reparar en su ego la pérdida del record, casi un hijo. “Acaso en aquel momento / en que le entraba la herida / pensó que a un varón le cuadra / no demorar la partida”. Si alguna vez el Zar se leyó a Borges, al menos tuvo en sus manos el antídoto.
Muy distinta es la imagen que guardo de Elena. Quien, por cierto, jamás se me antojó tan bella como Kournikova o Kosteniuk –¡ah, las rusas!–, pero sí mucho más dominante. Eso mismo: más que el rostro que tanto apareció en posters y revistas, más que su sempiterna coleta trenzada, más que tanta esbeltez de carnes blancas, Isinbaieva ha sido pura autoridad competitiva, fuego en la mirada, un ciclón de carácter que hacía volar al ángel con las alas del demonio.
La Zarina no tendrá reedición en largo tiempo (aunque seré feliz si Yarisley Silva me desmiente un día). Verla allí, en la pistilla, devolvía con creces el costo de la entrada. Se quitaba la gorra, rociaba cada mano con adhesivos negros, escogía la pértiga, sabrá Dios qué pensaba para encerrar las fieras en el alma, corría luego –terrible y anhelante– hacia el combate, y la historia a contar empezaba cuando la vara se metía en el cajetín con sus dos golpes clásicos –el del choque inicial y el de encajarse finalmente–, continuaba con el “cliiiiiiiinck” de la garrocha al recobrar su posición erecta, y cerraba con el bullicio entre aprobatorio y asombrado de las gradas.
Ningún título se le resistió. (“Me encanta sentirme sola en la cumbre”, declaraba). 28 records universales se desmoronaron ante ella. (“Mis rivales me empujan y me encolerizan”, sostenía). Era fetiche de los hombres y estandarte de las feministas. (“Compito conmigo misma, luego contra la barra, y después contra el resto de las chicas”, confesaba).
En Elena, la hermosura iba escoltada por la inteligencia –rara avis–, y nunca estuvo ausente el admirable cóctel Molotov que forman sinceridad y coraje. “¿Ni siquiera se fijó nunca en Serguei Bubka?”, le preguntó un curioso. “Nunca fue mi ídolo ni alguien especial para mí”, le contestó. Cuando empecé a saltar no sabía quién era el tal Bubka. Es divertido. Nadie dice que yo ya he conseguido cosas que él jamás consiguió en su carrera”.
MI VOTO: Por supuesto, Isinbaieva. La heterosexualidad tiene sus exigencias.
Gran artículo sobre dos inmortales. Gracias, Michel. Tú, como siempre!!!
Mi voto para Serguei Bubka!, no conozco otro deportista con tanta constancia en eso de romper records. Recuerdo la época de oro en la que rompía sus propios recors a diario. Increíble! No importa que ya no tenga el record. dudo que el actual recordista sea tan constante como él.
mi voto para isinbaieva,tremenda atleta, siempre con esa sonrisa tan linda que tiene y esos claros,como tu michel soy heterosexual, jajajajaj,quien no votaria por ella
ojos claros quize decir
Yo también soy heterosexual (se ha vuelto esto una coletilla en el asunto) y no por ello dejo de quedarme con Elena. La escojo por lo que proyecta, por ser un ejemplo de perseverancia y por haber logrado todo cuando estuvo a punto de no ser nada.
Lena solía decir que Bubka era su mentor. Y tenían gran relación. De hecho, la causa por la que ella cambia de entrenador en 2006 es él, que casi la empujó a irse con Vitaly Petrov. El viejo que entrena en Formia, y que se ha dedicado a catapultar pertiguistas ya hechos a resultados interesantes, y a los dos años, también se las arregla su método para hacerlos desaparecer. Como Yelena, que empezó a fallar desde 2009 y que tuvo que regresar a su génesis, a su Evgen Trofimov para resurgir en invierno de 2012 y reafirmarse en verano de 2013. Sirva el dato que con Petrov también se han entrenado el argentino Gibilisco, Murer, Robelys Peinado y ahora el brasileño Thiago Braz..veáse que tampoco el viejo Petrov es tal genio, simplemente tiene un sistema que sobrecarga a los deportistas, los lleva a volar pero no se cerciora de cuán estrepitosa pueda ser la caída.
A día de hoy, la ruptura entre Isinbayeva y Petrov afectó también su relación con Bubka. Aunque a esto hay que agradecerle también la estela de récords, esta historia de ir poco a poco, centímetro a centímetro es el legado más grande de Sergei y su equipo. Quizás por ambición, cada récord se cotiza, pero lo cierto es que hacia de cada una de sus incursiones un momento trascendental porque siempre estaba la posibilidad de hacer una nueva cota universal.
De vuelta a Elena, solo decir que se está entrenando como si nunca hubiera saltado con pértiga. Había habloado de Rio, pero en las últimas acotaciones ha manejado la posibilidad de estar también en el Mundial Indoor de 2016. Parece que todo, tal y como lo cuenta ella constantemente en instagram, marcha a pedir de boca. Y quiera dios que así sea. Porque su presencia en Rio, daría a esta disciplina un toque de excepcionalidad. Y le pondría a Silva en las manos, la posibilidad de hacer la hazaña totalmente heroica.
En lo personal no se si Elena llegará a sus marcas. Pero estando a media máquina es una contendiente de respeto, de mucho respeto. Pienso como Michel, que de momento no hay señales de que alguna mujer pueda reeditarla y como él, sería enormemente feliz si la nuestra agarrara el estandarte de la zarina. Yarisley Silva puede, pero hay un par de ajustes técnicos que hacer, lo demás es cuestión de coraje, estirpe y corazón y en eso, la batalla está ganada.
Gracias por el artículo.
Son dos increíbles, fantásticos, fueras de serie, bestias, salvajes y todos los calificativos que se les ocurra para ilustrar su excepcionalidad. Lo siento Michel, pero en este caso la sexualidad no me vale: me los quedo a los dos.