Gómez y Espinosa

 

¿Quién gana en mis simpatías; quién, en mi admiración o mis afectos?

Cuando el mundo voceaba como Pelea del Siglo la pulseada entre el aburrido Floyd Mayweather y el atractivo pero decadente Manny Pacquiao, me dio por pensar en varios duelos que merecen legítimamente el calificativo. Pensé enseguida en Dempsey-Firpo (un hombre volador siempre es noticia), en Joe Louis-Billy Conn, en Alí frente a Frazier en Manila. Pensé, incluso, en Alí contra Stevenson, que nunca se efectuó.

Pero todos los combates referidos son de pesos completos, y busqué en la memoria cuáles podrían ser los mejores en las otras divisiones. Recordé el increíble Sugar Ray Leonard-Thomas Hearns, a Arturo Gatti y Micky Ward enfrascados en aquel round nueve que paró los relojes del planeta, y no pude evitar que me rondara la cabeza un utópico José Gómez versus Ángel Espinosa.

¿Conoce estos dos nombres? Ahora nadie se acuerda de ellos, salvo ciertos vejetes memoriosos o algún tipo cuarentón que, como yo, los veneró. Cada uno en su tiempo, ellos fueron mis ídolos boxísticos supremos, a la par de Teófilo y por encima de personajes más famosos, llámense Horta, Savón o Rigondeaux.

Su grandeza llegó en la división mediana, por donde este país ha visto desfilar a tanto ilustre, desde El Buey olvidado, Florentino Fernández, hasta el inflamable Bernardo Comas y el escurridizo Ariel Hernández. Ambos –Gómez y Espinosa- supieron de cintillos periodísticos. Ambos pegaban sobrehumanamente.

De Gómez cuentan que estremecía a Stevenson en las sesiones de ‘guanteo’, pese a la enorme diferencia de estatura y kilogramos. No era un virtuoso del tinglado, ni siquiera gozaba de estilo pugilístico. Su plan era tan simple como la tabla de multiplicación del 5: ir para arriba del contrario y lanzarle una andanada de piñazos, a la espera de que una derecha aterrizara en la mandíbula del adversario.

Si eso ocurría, si los poderosos nudillos de Gómez impactaban en pleno en el rostro de cualquier infeliz, habitualmente el referee no necesitaría contarle, sino llamar de urgencia a los servicios médicos.

Titular olímpico en Moscú, rey mundial en Belgrado, un accidente automovilístico le dejó secuelas que acortaron su carrera. Sin embargo, nada pudo impedir que Cuba lo adorara. Años después de su retiro, en la vieja redacción de Juventud Rebelde, pude estrechar su diestra y sentí que su mano, como una anaconda con falanges, devoraba la mía. Entonces entendí…

Espinosa es el clásico caso del rey sin corona: ganó muchísimas medallas áureas importantes, pero nunca la olímpica, que es clave. Ahora bien, y que vengan los críticos en masa, si alguien fue Omar Linares en el boxeo post-revolucionario, ese era Espinosa.

Técnico, ágil, con una patada en la derecha y un mortero en la zurda, en los ochentas representó el mejor boxeador libra por libra sin que ninguna voz –ninguna- se atreviera a postular otro candidato. El de Holguín no vencía a sus rivales: los mataba, sin que las cabeceras o los hiperguantes impidieran el desastre. Darin Allen, en el 87, casi muere en el acto. Y Orestes Solano, que tenía la quijada de granito, cayó ante él como un castillo negro en ruinas.

Alcides Sagarra, una voz respetable, dijo en Charla entre Cuerdas:

“Espinosa representa el ejemplo clásico que concilia todas las corrientes boxísticas dentro de la escuela cubana de boxeo. (…)se le puede ver enfrascado en un combate estilista frente a un púgil como Henry Maske, o combatiendo en una pelea cuerpo a cuerpo con Armando Martínez. Sus planteamientos tácticos son variados; para él la técnica es un medio de lucha al que no siempre recurre (…). En buena forma deportiva, el holguinero no pierde con ningún boxeador del universo”.

Justamente en esa forma estaba él cuando las Olimpiadas de Seúl’88. Pero Cuba declinó asistir –son las cosas del reino de este mundo- y Espinosa se quedó sin colgarse el oro de los oros, y perdió el interés en el boxeo, y se entregó a las noches de parranda, y empezó a despegarse del gimnasio. Fue su fin.

Muchos años después, en Miami, lloró desconsolado mientras repetía, una y otra vez, “se me fue el tiempo”.

MI VOTO: Espinosa, que ha sido –en su momento de esplendor- el más completo de todos los cubanos que subieron a un ring. En Reno’86, y no es leyenda, Sugar Ray Leonard iba a verlo hacer sparrings, maravillado por su físico y pegada. Baste ese dato.

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