Sarna con gusto no pica

Tengo una amiga que está lejos, en Argelia, y desde allá me sugiere el modismo que encabeza esta sección. “Se me ocurre porque ahora mismo le escribía a mi hijo sobre los trabajos que se pasan aquí –me cuenta Inés-, pero como eso es lo que decidí para nuestra vida tengo que aceptarlo como venga”.

En efecto, de ello se trata cuando se apela a este dicho. Es decir, de recordarnos que no importan las incomodidades o sacrificios que soportamos cuando lo hacemos por algo que de verdad nos interesa. Por ejemplo, el porvenir de nuestros hijos.

Como sabemos todos los que un día estuvimos becados, la sarna la provoca un bichito que abre túneles bajo la piel, provocando una picazón inmensurable. Así, la sarna es el equivalente de un dolor de muelas a las tres de la mañana, o de una cola de seis horas para acuñar un documento. Fastidia hasta el delirio. Desespera. Pero si esa molestia llega a resultarnos placentera, entonces (masoquismo aparte) deja inevitablemente de picar.

(Dicho sea de paso, este refrán tiene un añadido: “Sarna con gusto no pica pero mortifica”, que se usa para magnificar la importancia de los inconvenientes; aunque también se dice “sarna con gusto no pica y, si pica, no mortifica”, devolviéndole su sentido original).

Y hablando de escozores, me pregunto si aquella picazón en los pies –al calor de las botas rusas del preuniversitario- podía ser ignorada realmente, más allá de sacrificios y propósitos de encomio.

Mucho ruido y pocas nueces

En Barcelona escuché la primera versión sobre el origen de esta frase, y en Internet corroboré después que no andaba despistado aquel señor. La historia es la siguiente, tal como la escribiera el conde de Clonard:

En 1597, las tropas españolas tomaron la ciudad de Amiens merced a una treta urdida por el capitán Hernán Tello de Portocarrero, que vistió de labradores a dieciséis de sus soldados que hablaban muy bien el idioma francés.

Estos hombres penetraron en la ciudad provistos de sacos de nueces, cestos de manzanas y un carro de heno, y uno de ellos dejó caer voluntariamente uno de los sacos, provocando enorme ruido y distracción.

De inmediato, los soldados franceses se dieron a recoger las nueces, y el ‘río revuelto’ permitió que los españoles sacaran sus armas de la carreta y redujeran a las tropas locales para permitir el ingreso de una columna invasora.

Posteriormente, los galos recobraron la plaza, pero la astucia de la estratagema habrían dado origen al dicho “ser más el ruido que las nueces” o, como se emplea en Cuba, “mucho ruido y pocas nueces”, para referirse a ciertos casos en que hay demasiados preparativos o fanfarrias y las consecuencias o resultados no alcanzan a satisfacer las expectativas.

Pienso, digamos, en la reactivación agrícola, los milagros de la moringa o, Vade Retro, la venta (supuestamente) liberada de autos.

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