El empleo de apodos ha sido una constante en los códigos de Donald Trump. Desde figuras políticas hasta presentadores de programas de televisión, el expresidente ha recurrido a los insultos personales como dazibaos chinos, en todos los casos con el objetivo de estigmatizar al adversario con etiquetas humillantes de varios tipos y sentidos.
1. Las que marcan cualidades morales. Una de las más difundidas en la campaña electoral de 2015 fue llamarle a Hillary Clinton “Hillary la corrupta” (Crooked Hillary) en redes sociales y mítines políticos en los que sus fanáticos pedían, además, meterla en la cárcel —lock her up!, gritaban. O decir que James Comey, el exdirector del FBI que Trump despidió en 2017 de su cargo o el senador Ted Cruz eran mentirosos patológicos —les llamó Lyin’ Comey o Lyin’ Ted, respectivamente.
2. Las que atacan los rasgos físico-psicológicos de sus oponentes, con connotaciones que los trascienden —por ejemplo, bautizar al senador Marco Rubio como “el Pequeño Marco” (Little Marco) o al ex senador republicano de Nevada, Ben Sesse, como “el Pequeño Ben” (Little Ben). Para dos mujeres reservó el apelativo de “locas”. Nancy Pelosi fue “Nancy la loca” (Crazy Nancy) y la representante demócrata Jacky Rosen “Jacky la kendi” (Wacky Jacky).
3. Las que le atribuyen disfuncionalidades al adversario: el presidente Joe Biden fue “Joe el Somnoliento” (Sleepy Joe); el entonces gobernador de Florida, Jeb Bush, “Low Energy Jeb”.
4. Las abiertamente racistas: durante las primarias republicanas, se burló del nombre de Nikki Haley. La hija de inmigrantes cuyo nombre original es Nimarata, fue llamada por Trump ”Nimbra” y “Nimrada”. Estas distorsiones fonéticas llaman la atención sobre la existencia de personas ajenas y extrañas a la cultura estadounidense, siempre de la manera como la entienden Trump, los integrantes del culto y sus alrededores.
Lo que sale a flote en este caso es su herencia india, y en el fondo la idea de que no era ciudadana porque sus padres eran inmigrantes ilegales cuando Haley llegó al mundo, barajada por asesores de Trump en un momento determinado antes de las primarias.
No hay que olvidar que se trata del mismo individuo que promovió la afirmación —falsa y racista— de que el presidente Obama no había nacido en Estados Unidos sino en Kenia. Y que el senador republicano Ted Cruz, de padre cubano y uno de sus rivales en un momento determinado, no era elegible para la Casa Blanca porque había nacido en Canadá. Al padre del primero le endilgó un hecho falso: haber estado con Lee Harvey Oswald poco antes de que este asesinara al presidente John F. Kennedy.
“Trump está alejado de la realidad y sus comentarios falsos, baratos y sin sentido solo indican su desesperación por llamar la atención y su voluntad de decir cualquier cosa para lograrlo”, dijo en 2015 la campaña de Cruz.
El actual contexto
La salida del presidente Biden de la contienda electoral fue un parteaguas para los demócratas, después de haber cundido el pánico en sus filas. De entonces a la fecha, paso a paso y de manera progresiva diversas encuestas han venido dando cuenta de los avances de Kamala Harris en sectores poblacionales como afroamericanos, jóvenes, mujeres, latinos/hispanos, hombres blancos, votantes independientes e incluso en los llamados double haters, es decir, votantes que no estaban conformes ni con la candidatura de Biden ni con la de Trump.
En este sentido, una encuesta de la Universidad de Monmouth encontró avances significativos de Harris entre esos “odiadores por partida doble”. Antes de su entrada, el 54 % no apoyaba a ninguno de los candidatos. Pero la encuesta aludida arrojó que ahora mismo Kamala Harris tiene el 53 % de los votos de estos actores sociales.
“Sacar a Biden de la mezcla y reemplazarlo por Harris ha alterado significativamente una métrica clave en esta carrera. Los que odian a Trump y a Biden quieren cambiar las cosas, pero se muestran cautelosos ante un cambio demasiado autoritario. Harris parece brindarle a la mayoría de este grupo la perspectiva fresca que desean”, dijo Patrick Murray, director del Instituto de Encuestas de la Universidad de Monmouth, una entidad independiente.
Por lo demás, en los swing states, decisivos para llegar a la Casa Blanca, las ganancias que reportan las encuestas para la nueva candidata y los demócratas son claras y evidentes. En siete de ellos, una encuesta de Cook Political Report Swing State Project dio a conocer los siguientes resultados:
- Arizona. Harris lidera sobre Trump con un 46 % – 42 %. En mayo, Trump aventajaba a Biden por 5 puntos porcentuales.
- Georgia. Harris y Trump están empatados con un 46 %. En mayo, Trump aventajaba a Biden por 4 puntos porcentuales.
- Michigan. Harris lidera sobre Trump con un 46 % – 44 %. En mayo, Trump aventajaba a Biden por 3 puntos porcentuales.
- Nevada. Trump lidera sobre Harris con un 47 % – 42 %. En mayo, Trump aventajaba a Biden por 8 puntos porcentuales.
- Carolina del Norte. Harris lidera sobre Trump con un 46 % – 44 %. En mayo, Trump aventajaba a Biden por 8 puntos porcentuales.
- Pensilvania. Harris lidera sobre Trump con un 48 % – 43 %..En mayo, Trump aventajaba a Biden por 3 puntos porcentuales.
- Wisconsin. Harris lidera sobre Trump con un 48 % – 43 %. En mayo, Trump y Biden estaban empatados.
Bajo el signo de Kamala
Antes de que Biden se hiciera a un lado, Trump ya había bautizado a Kamala Harris como “Laffin’ (la sonriente) Kamala Harris”. Más tarde, ironizó en un mensaje del Día de la Independencia: “Respetos a nuestra potencial nueva contrincante demócrata, Laffin’ Kamala Harris”. Pero mientras la campaña de Harris-Walz enfatiza mensajes de optimismo y alegría, y hasta coloca la risa en el ámbito de lo político, el Partido Republicano lo ve como un problema. “Los demócratas suenan como la trompetica de ‘Penny Lane’, los republicanos como una tuba más bien desafinada que viene del fondo de la orquesta”, me escribió no hace mucho desde Boston un músico amigo.
Uno de los últimos nombretes que le ha puesto es “Kamabla”. Comenta una periodista: “La introducción de “Kamabla” —una distorsión ortográfica intencional de su nombre que Trump usó en varias publicaciones de Truth Social— provocó preguntas de sus aliados, pero tuvo pocas respuestas. Cuando los periodistas le preguntaron sobre el nuevo apodo de Harris, en la pista de aterrizaje en Wisconsin, el candidato republicano a vicepresidente, JD Vance, se rió, dijo que no había hablado con su compañero de fórmula sobre el nombrete. Y agregó: “Me sorprendería si este fuera el último apodo que le dé antes del final de las elecciones”.
Kamala Crash fue utilizado repetidamente por Trump y su campaña después de una venta masiva de acciones globales que desencadenó un colapso del mercado, pero fue objeto de burlas. A medida que los mercados globales se recuperaron, ese nombrete quedó relegado. Entonces han venido utilizando más Kambala o Crazy Kamabla.
El uso de “Kamabla”, tan racista como el que le aplicó a Nikki Haley, remite a un problema más amplio. Ambas son lo que se llama en Estados Unidos personas de color —Harris de padre jamaicano y madre india. “No podría importarme menos si lo pronuncio mal”, dijo Trump en un mitin de campaña, asegurando que había escuchado pronunciar ”de siete maneras diferentes” el nombre de Kamala.
En las nuevas circunstancias el aumento de la retórica y los ataques personales a Kamala Harris tiene un solo sentido: el reconocimiento entre líneas de haber sido desplazado después de una euforia republicana que lo daba como ganador incontestable y el subsiguiente miedo a perder el manojo. La propia Nikki Halley lo ha subrayado desde el principio. “Mire, los insultos… conozco bien al presidente Trump. Eso es lo que hace cuando se siente amenazado. Eso es lo que hace cuando se siente inseguro. Lo conozco muy bien, y esto es lo que hace”, reiteró.
Las etiquetas y nombretes no han prosperado, por lo menos no como Trump pretendía. Es que, llegado a un punto, la gente se cansa. Y no solo los demócratas…