Me llega la noticia de que rendirán homenaje a Candido Fabré por sus intensos 35 años de vida artística. Recuerdo aquellas madrugadas en que tras ver tres o cuatro películas en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, nos íbamos hasta los alrededores de la piscina del Hotel Nacional y se bailaba casi hasta el amanecer. En aquellas fiestas de la penúltima década del siglo pasado, el responsable máximo de la alegría y el sano despelote fue siempre Fabré. Alguna vez afirmó musicalmente que “La Habana quiere guarachar” con su música. La capital cubana hace muchos años que disfruta de su arte y espera con ansiedad sus visitas.
Sus temas le han dado la vuelta a buena parte del mundo y los bailadores hemos gozado también con sus composiciones asumidas por muchas agrupaciones e intérpretes de gran prestigio. ¡Hasta la gran Celia Cruz asumió el ingenio de Cándido dentro de su repertorio!
Una de esas noches que evoco –y alguna otra en la que el artista se entregaba con el mismo fervor en la pista o tarima, en plena calle de unos carnavales populares de sus queridas provincias orientales- seguramente Fabré interpretó aquel número encantador en que comienza hablando de la travesura del niño Candito y después pasa a la picardía de los coros, desatando la danza colectiva. En una de las breves y rítmicas frases decía algo así como “vamos a jugar a una rueda/ el que no se meta se queda”.
Pues bien, escucho de nuevo esa maravilla. Es de los tiempos de Fabré con la Original de Manzanillo. Después nunca fue lo mismo. A la formidable orquesta que sigue siendo la que encabeza el maestro Pachy Naranjo le falta Cándido y uno echa de menos el poderío de la clásica orquesta en la nueva etapa del trabajo de Fabré. De todas formas, siguen juntos en las grabaciones, en la nostalgia de los que vivimos esa etapa y han sabido continuar su robusta obra por caminos independientes.
Volviendo a la imagen de la frenética rueda de bailadores y del desconsuelo de quedarse fuera de semejante goce del cuerpo y el espíritu, me sumo al homenaje a Cándido con la plasmación de una idea seguramente compartida por muchos y una anécdota.
La incansable y preciosa capacidad de improvisación de Fabré junta dos tradiciones esenciales de nuestra cultura popular. Improvisar con maestría en las palabras y velocidad de pensamiento, nutre el reino de la décima que se canta en los guateques u otros espacios públicos. Por hablar de los últimos tiempos: Alexis Díaz Pimienta, Tomasita Quiala, y muchos otros pueden enfrascarse durante horas en combates poéticos improvisados. Lo que eso sí, los poetas repentistas no desatan el baile del cuerpo sino la admiración, los aplausos, cuando más un movimiento gozoso pero discreto de las manos que siguen el ritmo de la tonada.
Al otro lado de la moneda es común que los grandes cantantes de las orquestas populares pongan algo de su cosecha a la hora de extender el tema original en complicidad con la furia bailadora. Lo más común es que aporten un par de ideas por noche y lo demás sea seguir –variando tonos, jugando con los énfasis de las palabras- la letra del coro o estribillo original. Fabré tiene la travesura y el ritmo de los mejores líderes de agrupaciones bailables y le suma esa capacidad de improvisar que recuerda a la décima cantada y al punto cubano.
Entro rápido a la anécdota. No sea que se me vaya la sudorosa rueda de Fabré. Sería 1993 ó 94. Bar del hotel Guantánamo. Se me acerca un hombre alto y educado. Me brinda un trago de ron y asegura que me admira desde la película Clandestinos. Yo le digo que también me parece conocerle y primero no me cree. Peña –que es el apellido de este formidable técnico del deporte- no está acostumbrado a que le reconozcan cuando no viste de pelotero. Su esencial función era por entonces visitar a los pitchers durante su faena, aconsejarles la estrategia.
De la rápida amistad pasamos al objetivo central del entrenador por esos días en que se celebraba un festival musical en su ciudad. Peña buscaba a Cándido Fabré y el cantante estuvo feliz en abrazarlo. Dos días después compartimos en la sencilla casa del entusiasta guantanamero. Fabré es apasionado seguidor y hasta ocasional jugador de béisbol. Peña le regaló un uniforme de los muchos que ha vestido y puso música en una grabadora. A pesar de que Cándido era el único de los tres sin probar ninguna bebida espirituosa, le vimos hacer algo que los que le conocieron evocan en Benny Moré. Cándido cantaba el número que se escuchaba en la cinta, trataba de mejorar para un par de amigos lo que había grabado en el estudio. Entrañable regalo. No lo olvidaré.
UN BARBARO,SIN DUDAS,LASTIMA LA RUPTURA CON LA ORIGINAL PARA MI LO MEJOR QUE QUEDA EN CUBA,OPORTUNO Y BONITO ARTICULO.
Definitivamente este sitio sera para mis domingos, Gracias Grandes Artistas de Cuba. saludos desde Corwall on Hudson,NY Alpiquerastudio.