Aparecen en la foto tres figuras ataviadas con toda la parafernalia del Ku Klux Klan (KKK): capuchas y togas blancas, y hasta la insignia —bien visible— de la organización terrorista. Portaban además una gran cruz. Dicen que llegaron en mitad de la noche al parque, preguntando: ¿dónde están los negros?
Dicen, también, que habían salido a celebrar Halloween.
Aseguran que los hechos ocurrieron el 28 de octubre. Pero todo es muy confuso. Todo, menos la foto. Que no fue tomada en un pueblo de Mississippi sino en el parque Calixto García de la ciudad de Holguín, en Cuba.
Al día siguiente se paseaba ya la fotografía por Internet. En la isla, la Comisión Aponte de la UNEAC emitió un comunicado reprobatorio, al que rápido se sumó el periodista Pedro de la Hoz con una breve nota en el periódico Granma. Otros comentarios aparecieron en plataformas oficiales y no gubernamentales de la isla; mientras en la comunidad diaspórica las expresiones de condena tampoco se hicieron esperar.
Entre unos y otros emergen, asimismo, comentarios de lectores que se preguntan si no es extremista y exagerada la reacción ante estos hechos. Yo diría, en cambio, que su naturaleza y alcance reales aún no han sido debidamente comprendidos; y que minimizarlos fertiliza el terreno para la irrupción de nuevos incidentes racistas. Pienso, además, que no es provechoso para la salud de ninguna sociedad interpretar lo ocurrido como un suceso extraordinario, desvinculado de la historia y realidad nacional y hemisférica (no sólo estadounidense). El racismo no es nunca accidental ni individual.
Muchos somos los que, a pesar de la avalancha de comunicados, artículos y reclamos de la aplicación del rigor penal sobre los figurines holguineros del KKK, permanecemos embargados por una demasiado familiar ya sensación de tristeza y desesperanza. Hay quienes, incluso, sentimos cierto temor: ¿cuánto habrá que esperar para que los cubanos que, como los chicos que salieron al parque vestidos con el uniforme del KKK a preguntar por los negros, vayan un poco más allá? Puede ocurrir en cualquier momento, pues incidentes como este ni son inéditos ni ocurren exclusivamente en espacios específicos.
Las diversas manifestaciones del racismo atraviesan todas las coordenadas de la sociedad: se arrastra desde las calles del centro del país hasta los clubes y restaurantes de lujo habaneros; lo espeta un portero de un local y por extensión el dueño, si permite su actitud; se lee en la prensa y se escucha en la radio; lo cantan reggaetoneros y lánguidos intérpretes de baladitas; lo recibes sin conmiseración de tu vecina, de los amigos, de cualquier amante, de algún miembro de la familia; lo mismo en la playa que en el cine que en un hospital o la escuela, en una cola, una ceremonia de santería, una guagua o un taxi particular, en hoteles y aeropuertos; dentro y fuera de la isla.
Recuérdese que, además de otras ocasiones en que trajes del KKK han sido elegidos por algunos en la noche de Halloween, seis años atrás, antes de que la celebración de Halloween se volviera popular en Cuba, apareció en una pared de El Vedado una pintada anunciando, “Muerte a negros”, acompañada de una suástica. Expresiones explícitas de racismo antinegro abundan en la vida pública cubana, pero la irrupción de los jóvenes bajo los atavíos del KKK en la calle acrecienta el horror.
El hecho no puede de ninguna manera ser interpretado como una chiquillada, un juego, lamentable consecuencia de la celebración de Halloween. No es fruto de la ingenuidad o el desconocimiento, pues se precisa de un muy concienzudo esfuerzo para procurarse hoy y en Cuba —donde no es nada fácil conseguir los productos más indispensables— detalles tan particulares del vestido del KKK como sus históricos monogramas. Y no es en lo absoluto comparable intentar asustar a cualquiera en la calle con un disfraz de Frankenstein que atemorizar —si a eso se limitaba la intención de los enmascarados, lo que no ha sido aún esclarecido— sólo a las personas negras. No olviden, nos buscaban: “¿Dónde están los negros?”
Más importante aún: Halloween será una festividad importada, pero el racismo no lo es. Aprovechar el suceso racista para detenerse a criticar Halloween —casi tanto o más que al racismo— no puede ser saludable, ni demuestra respeto hacia las negras y los negros cubanos. Halloween no fue la causa, sólo el pretexto racista utilizado por los jóvenes para exponer su ideología e instigar el terror. Pues el KKK es una organización terrorista.
Los tres muchachos de Holguín —pertenezcan o no oficialmente a algún grupo asociado con el KKK— han conseguido, de hecho, el objetivo de la violenta organización original ya que, insisto, los negros y las negras sentimos espantados que acciones como esta y peores pueden seguir ocurriendo. Nos alcanza el miedo y nuestro temor es reforzado porque no vemos soluciones efectivas en el horizonte.
Demandan en comunicados y artículos publicados aquí y allá la aplicación de sanciones judiciales contra esos jóvenes. Esperemos que lleguen las sentencias. Tal vez, suceda. Pero sabemos que no bastará.
Es necesario comprender que el racismo no se combate implementando medidas puntuales y aisladas en algún ámbito específico de la vida cubana. El racismo es estructural y precisa de un arduo y radical trabajo que nos ponga a todos juntos, los de dentro y los que estamos fuera de la isla —repito—, a transformar todo aquello que, en la sociedad, la cultura, la historia, la política, la economía, posibilita la pervivencia del racismo.
Sabemos que en temprano discurso, en marzo de 1959, Fidel Castro expresaba su preocupación por que las desavenencias raciales atentaran contra el consenso que entonces esperaba de la sociedad cubana, durante sus primeros días tras el triunfo revolucionario: “Somos un pueblo pequeño, que necesitamos todos unos de otros, necesitamos el esfuerzo de todos, ¿y vamos a dividirnos ahora entre blancos y negros? (….) ¿Eso para qué serviría sino para debilitar a la nación, para debilitar a Cuba?”. Puede comprenderse la preocupación de Fidel Castro en aquellos días. No hacía otra cosa que continuar con políticas de interpretación identitaria ya implementadas, desde el siglo XIX, por los líderes independentistas y mantenida a través de la República.
De un gobierno a otro, se ha considerado indispensable mantener la unidad nacional en detrimento de la identificación racial. No se ha cesado de repetir, en todo ambiente cubano, la consabida frase martiana: “Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro.” Pero, ¿quién es ese hombre? ¿cuáles son sus atributos? ¿son acaso aquellos que la sociedad comúnmente le reconoce a las personas negras? De cualquier manera, ningún esfuerzo cohesivo que se base en el desconocimiento de la realidad de cada individuo está llamado a prosperar. Cuba nunca ha sido monolítica. Tampoco su historia.
Creo entonces que es ya indispensable ocuparse seriamente de la educación de los cubanos en torno a la racialización en las Américas. El racismo no es exclusivo fenómeno de una u otra nación. Particularmente, el racismo antinegro en las Américas, a pesar de sus particularidades en un país u otro, según el tipo de colonización experimentada y una compleja urdimbre de factores económicos, históricos, ideológicos, culturales y geopolíticos, es esencialmente el mismo. Sus orígenes confluyen en el secuestro y trasplante deshumanizador de unos trece millones de africanos. Su reproducción a través de cuatro siglos, está basada en la perdurabilidad de la supremacía blanca y del pensamiento eurocéntrico en nuestras sociedades, de un extremo a otro del continente.
Hay que entender que el mestizaje, como presunta esencia cubana, es una construcción ideológica. (En definitiva, toda esencia lo es). No se niega que, genética y culturalmente, somos mezcolanza; pero la conceptualización de esa mezcla como esencia identitaria responde a una arquitectura ideológica que tiene sus orígenes en los albores de la nación.
Se impone desmitificar el supuesto valor esencial y ontológicamente transformativo del mestizaje. Hay que reconocer que en ocasiones —la mayoría posiblemente— identificarse como mestizo implica la obliteración de lo negro, es decir, no serlo, negarlo. “Pasar por blancos”, escribía ya en otro artículo, es parte del carácter nacional; es tal vez más esencial a lo cubano que el mestizaje mismo.
“Pasar por blancos”, “adelantar la raza”, nótese bien, no es lo mismo que ser mestizo. Incluye la orientación racial, el deseo y la condena de lo negro. El mestizaje no es únicamente la fusión armoniosa de las culturas: no es sólo, jazz, filin, y el rosario íntegro de la producción cultural nacional que con escasa habilidad se intenta colocar como escudo contra el racismo. Como si el racismo no constituyese, también, factor principal de la historia, la cultura y la sociedad cubanas.
Pero, para comprender cabalmente estas sutilezas no tan oscuras es preciso acercarse a nuestra historia. Merecemos otra historia. O, mejor dicho, merecemos el acceso a la totalidad de nuestra historia.
Afortunadamente, se produce esa otra historia que no debería tardar tanto en llegar a las escuelas de la isla, infiltrándose en los viejos manuales de enseñanza que no nos ofrecen toda la historia que es nuestro derecho conocer. Apenas un par de años después del discurso de Fidel Castro antes mencionado, el historiador negro Walterio Carbonell escribía ese libro fundamental para nuestra historiografía, Cómo surgió la cultura nacional, donde intentaba inducir relecturas necesarias, exhortando a considerar las actitudes racistas de algunas figuras prominentes del discurso histórico e identitario cubano.
Si en las escuelas y universidades cubanas se leyera a Carbonell tal vez conseguiríamos acercarnos a los próceres nacionales con una actitud más respetuosa hacia los actuales cubanos: negros y blancos. Se entendería, por ejemplo, que el papel de José Antonio Saco, Francisco Arango y Parreño y José de la Luz y Caballero en la fundación ideológica de lo cubano, está fuertemente impregnado por su aversión al negro. Para el marxista que, desde su juventud y mucho antes de 1959, fue Walterio Carbonell, la revolución estaba obligada a revisar la historia desde una perspectiva que directamente examinase el racismo en el origen de la idea de lo cubano. Reconstruir la nueva sociedad, que abogaba por la igualdad racial, a partir de los ideólogos racistas de la nación, constituía, en su opinión, un alejamiento de la doctrina marxista.
Duramente criticado por las autoridades desde los años 1960, su obra fue censurada. Sólo en el 2005 (y en 2020) fue reeditado Cómo surgió la cultura nacional; pero su mensaje permanece escasamente reconocido. Aun cuando terminé mis estudios en la Universidad de La Habana, a mitad de los noventa, no me fue posible encontrar el libro de Carbonell. No consigo evitar preguntarme cómo sería la Cuba de hoy si desde niños hubiéramos tenido acceso a ese tipo de historia inquietante, desmitificadora, que no es conclusiva ni busca la unanimidad, sino que abre caminos hacia la reflexión propia.
¿Dónde están los negros? —dicen que preguntaban los muchachos enmascarados bajo las ropas del KKK. Regreso a la foto en Internet y sin dificultad imagino que los encapuchados pueden tener la edad de mi hijo. Recuerdo entonces la muchacha que fui treinta años atrás. Yo iba con mi mejor amiga, Susana, en periplo por Camagüey y Holguín, de donde provienen sus familias paterna y materna. Susana es de piel muy blanca, ojos verdes, cabello castaño claro: fuera de Cuba, si no abre sus finos labios, no la reconocen como cubana. Nosotras nos íbamos en la noche a merodear por el parque central —supongo que en Holguín era el mismo “Calixto García” del que ahora hablamos. Lo recuerdo como un parque poco animado, pero me dijeron que era donde debíamos estar aquella noche. También, me advirtieron, el parque contaba con una distribución precisa, fruto de la costumbre: había una esquina para los negros, otra para los homosexuales, y así… Yo no puedo recordar más. Iba con mi amiga blanca y sus primos, pero, de haber estado sola, habría tenido que aceptar reglas que no entendía. Sólo pude comprender que a quienes tenían mi color de piel se les asignaba un espacio determinado; que la segregación, de la que se hablaba entonces como “rezago del pasado” o calamidad capitalista, imperaba todavía en aquel parque holguinero.
Eso ocurrió a finales de los ochenta. Ahora, generaciones después, los jóvenes llegan a una de las esquinas del mismo parque, la que forman las calles Libertad y Martí, vestidos como caballeros del Ku Klux Klan.
Mañana, entonces, ¿qué más puede ocurrir?
Alguien debería digitalizar el libro de Walterio Carbonell y ponerlo a la libre disposición de todos.
La autora debe escribir también sobre el racismo de los negros hacia los blancos y sobre los negros intelectuales que denuncian el racismo, se hacen llamar “afrocubanos” pero están casados todos con blancas.