En los años de la guerra civil contra las tropas del Kuomintang, Mao Zedong desarrolló una estrategia muy imaginativa y atrevida. Consistía en eludir el grueso de las huestes de Chiang Kai Shek, ceder terreno constantemente, obligar a su adversario a perseguirlo y desplegarse a lo largo de distancias gigantescas, desgastarse en tomar ciudades, y dejarles el campo a los comunistas, que hicieron de la política con los campesinos y su movilización combativa la columna vertebral de su estrategia guerrillera.
A la creativa combinación de retiradas y contraataques llamada luego la Larga Marcha, a su sentido estratégico y flexibilidad relampagueantes, se debió que las menguadas fuerzas campesinas de aquel Ejército Popular de Liberación (conocido como Ejército Rojo) lograra jugarle cabeza y sobrevivir a un enemigo muchísimo más poderoso, dirigido por un líder político y militar experimentado, y llegara a establecerse en una ciudad del noroeste de China llamada Yanan, que se convertiría en su cuartel general.
Interrumpida por la ocupación japonesa, esta guerra civil continuó luego de la derrota de Japón, y el Ejército Rojo, en contra de todo vaticinio, logró, en apenas cuatro años un triunfo que tenía tanto de político como de militar sobre un enemigo formidable. El primero de octubre de 1949 se proclamaría la República Popular China.
Durante los años de Yanan (o Yan’an, o Yenan), Mao y su ejército se dedicaron no solo a combatir a los japoneses; sino a hacer política; que, como sabían los grandes teóricos de la guerra chinos desde Sun Tzu, era clave en la construcción de una estrategia ganadora, especialmente en condiciones de desventaja militar.
Hasta allí fueron algunos periodistas estadounidenses, como Edgar Snow y Anna Louise Strong, a conversar con Mao en su aposento en una cueva excavada en una ladera de roca arenisca (yaodongs, en pinyin), como las colinas que rodeaban la ciudad, según el uso típico de las viviendas tradicionales de Yanan.
Buena parte de las obras de Mao que después se tradujeron y conocieron en Occidente fueron escritas en aquella época de Yan’an: Sobre la práctica, Sobre la contradicción, Sobre la nueva democracia, Contra el estilo de cliché del Partido, Algunas cuestiones sobre los métodos de dirección, Problemas estratégicos de la guerra de guerrillas, Intervenciones en el Foro de Yenán sobre arte y literatura. Todas esas y otras estaban disponibles, por cierto, en las librerías cubanas en diciembre de 1961. Me acuerdo.
El mismo año, apenas unos meses antes, en junio, se había producido aquí el multicitado encuentro de artistas y escritores en la Biblioteca Nacional, que concluiría en la sesión en la que Fidel Castro intervino con un discurso que se llamaría Palabras a los intelectuales.
A pesar de los varios libros publicados en 2021 acerca del encuentro, de la cuidadosa edición a cargo de Senel Paz de aquella conversación, esas Palabras siguen siendo objeto de todo tipo de instrumentalizaciones. Una de ellas, por ejemplo, es la asociada a la alusión que Fidel hace al Foro de Yenán sobre arte y literatura.
Viene al caso ahora porque ilustra el tipo de lectura instrumentalizada de la historia que algunos siguen haciendo, sin que nadie les corrija la plana. El lector interesado puede revisar el análisis de aquel contexto histórico que hice en otra parte, y al que he aludido antes en esta columna. Me limitaré a citar el contexto de las palabras de Fidel en junio de 1961 que hacen alusión a Yenán, por lo que tienen de actual:
Debo confesar que en cierto sentido estas cuestiones [las de la libertad de los artistas y escritores que C. Wright Mills y Sartre habían comentado recientemente] nos agarraron a nosotros un poco desprevenidos. Nosotros no tuvimos nuestra ‘Conferencia de Yenán’ con los artistas y escritores cubanos durante la Revolución [se refiere a la etapa de la lucha armada contra Batista]. En realidad esta es una revolución que se gestó y llegó al poder en un tiempo —puede decirse— récord [La de Mao, como se sabe, duró más de veinte años en alcanzarlo]. Al revés de otras revoluciones, no tenía todos los problemas resueltos. Y una de las características de la Revolución ha sido, por eso, la necesidad de enfrentarse a muchos problemas apresuradamente.
Y nosotros somos como la Revolución, es decir, que nos hemos improvisado bastante. Por eso no puede decirse que esta Revolución haya tenido ni la etapa de gestación que han tenido otras revoluciones, ni los dirigentes de la Revolución la madurez intelectual que han tenido los dirigentes de otras revoluciones… nosotros, que hemos tenido una participación importante en esos acontecimientos, no nos creemos teóricos de las revoluciones ni intelectuales de las revoluciones.
Cualesquiera que hubiesen sido nuestras obras, por meritorias que puedan parecer, debemos empezar por situarnos en esa posición honrada de no presumir que sabemos más que los demás, de no presumir que hemos alcanzado todo lo que se puede aprender, de no presumir que nuestros puntos de vista son infalibles y que todos los que no piensen exactamente igual están equivocados. Es decir, que nosotros debemos situarnos en esa posición honrada, no de falsa modestia, sino de verdadera valoración de lo que nosotros conocemos… En realidad, ¿qué sabemos nosotros? En realidad nosotros todos estamos aprendiendo. En realidad nosotros todos tenemos mucho que aprender.
El lector puede comprobar por sí mismo si las ideas de Mao y su actitud en relación con los intelectuales, en medio de la guerra contra Japón, son “el antecedente de la política cultural” de Fidel Castro y el liderazgo revolucionario, tres meses después de Playa Girón. Y compararlas. También puede juzgar si esa actitud de aprendizaje y conversación, es decir, de diálogo, se identifica con el “totalitarismo comunista”, la dictadura, la exclusión, la oficialización del arte, y que “la comunidad artística e intelectual no era mayoritariamente revolucionaria y que las vanguardias culturales y políticas estaban divorciadas”. Pero, sobre todo, si pueden derivarse o no algunas lecciones de la actitud política de aquel liderazgo cubano en relación con el intercambio sobre los problemas de la cultura hoy mismo.
Mientras tanto, volvamos a aquellas casas-cueva (yaodongs) de Yan’an, adonde llegaron veinte años después varios cientos de jóvenes obreros y estudiantes chinos en medio de la Revolución cultural.
El “socialismo con características chinas” que identifica la política de Reforma y apertura desde 1978, tiene algunas raíces clave en este período tenso en la historia de China. En el apogeo de la Gran Revolución Cultural Proletaria, en 1968, estos jóvenes compartieron las duras condiciones de vida de los vecinos de Yan’an y aldeas cercanas, como Liangjiahe, durmiendo sobre colchonetas de paja, sobre camas de concreto bajo las cuales se encendía carbón para soportar el frío, y el trabajo agrícola de una región árida y remota en el Noroeste de China; nada que ver con las zonas costeras del este y el sureste. Según supe cuando visité la ciudad y sus casas-cuevas, décadas después, entre estos jóvenes había uno de 15 años, nombrado Xi Jinping.
Claro que no es lo mismo leer acerca de la historia de la Revolución china, con las sombras y excesos que traen las revoluciones sociales en cualquier parte, o mirarla desde una oficina del Partido, que haberla vivido abajo, y escucharla de boca de sus protagonistas anónimos e ignorados. Según su propio testimonio, estos años de formación le dieron a Xi una visión sobre la vida de la gente común y alimentaron su determinación para defender una política de reformas que la sacara de la miseria.
A Ya’nan llegué invitado por la Universidad Renmin, de Beijing, donde había impartido clases ese verano, a participar en un conferencia internacional sobre el socialismo en China, por el 60 aniversario de la RPCh. Algunas de las historias más interesantes las escuché, sin embargo, de una de mis estudiantes, cuya familia era oriunda de allí.
“Mi mamá ha vivido la mayor parte de su vida en una de estas casas-cueva”, me comentó un día, mientras contemplábamos el paisaje de colinas grises que rodea la ciudad, y que bien podría servir para filmar una película sobre la colonización de otros planetas. Orgullosa estaba, sin embargo, de haber nacido en aquel punto de la geografía china, tan cargado de historia.
Confieso que las ponencias en las conferencias internacionales no son siempre la parte que más disfruto. Sin embargo, entre las que escuché en la Escuela de Marxismo de la Universidad de Ya’nan, hubo una que me llamó la atención. Hablaba de “el camino a Ya’nan” y la democracia. Decía que en ese camino estaba la historia y el germen de una nueva China.
“No puede ser reproducido en la actualidad o trasplantado a otros países, pero la filosofía de gobierno que lo anima y el propósito de servir al pueblo que refleja tienen un significado permanente, y un cierto significado también para los países en desarrollo” (Cui Hailiang, The “Yan’an Road”: a New Road to People’s Democracy).
Entre los numerosos profesores y estudiantes chinos de Marxismo que he conocido, y que he tenido en mis clases, muchos advierten los costos y efectos secundarios de las reformas. Los he visto debatir y argumentar en torno a las desigualdades y, sobre todo, a la pobreza y el atraso que se manifiestan en las zonas menos favorecidas del enorme país.
Sin embargo, no he encontrado a ninguno que desdiga de esas reformas, o que discrepe del liderazgo actual, de sus resultados y avances, aunque la mayoría de ellos no integran las filas del Partido. La idea de que China está construyendo un modelo capitalista, y ha renunciado al socialismo, resulta rara, incluso entre los que critican aspectos contraproducentes de los cambios. La noción de que el marxismo ha sido abandonado como herencia teórica les resulta desconcertante. Son varios, en particular bien situados en posiciones de asesoría estratégica, que afirman: “El modelo chino no es para exportar”.
A veces creo que nuestros circuitos mentales no están enrollados para entender los procesos de modernización chinos y vietnamitas, esas sociedades tradicionales y rurales, más allá de apreciar sus resultados económicos.
Me pregunto qué habrían pensado Karl Marx, Louis Auguste Blanqui, Rosa Luxemburgo, Trotsky, acerca de un Partido Comunista Chino o Vietnamita cuyas bases no eran proletarias, sino campesinas. Me consta cómo les cayeron a los marxistas-leninistas del mundo las disquisiciones de Fidel Castro sobre “el pueblo”, ese conjunto heterogéneo, en vez de “clase obrera” o “alianza obrero-campesina”.
El marxismo cubano tenía esa mezcla de conceptos anticolonialistas sacados de Martí, Hostos, Betances, Mariátegui, los revolucionarios mexicanos, los movimientos de liberación en África, Asia, el Medio Oriente, que nutrieron los discursos tricontinentales, y que forcejeaban no solo con el imperialismo, sino además con el pugilato entre soviéticos y chinos por tratar de hegemonizarlos.
Aquel discurso marxista revolucionario incorporaba peleas teóricas, ideológicas y políticas, así como las hubo dentro de los propios movimientos de liberación y los partidos de izquierda. Describirlos como bloques revela ignorancia o mala fe.
Me pregunto si los cubanos no hemos sido tan raros y desviantes como chinos y vietnamitas. E igual que algunos de nosotros desconfiemos de que el camino que escogieron siga siendo el del socialismo, otros antes afirmaron que la cubana no era una genuina revolución socialista, sino un bicho raro, aparentemente desprovisto de ideología e impregnado de aventurerismo pequeñoburqués. Y mira adonde llegamos, antes de que todo se volviera confuso, incluso el pasado.
Probablemente cada cual ha tenido o tiene que tener su camino de Ya’nan. Y ese camino no tiene mapa, porque nunca está abierto.
Sencillamente genial. Felicidades Rafael. Gracias