Cuando evoqué los debates de los 60 en torno a la enseñanza del marxismo, no sé si dejé claro que su objeto central y casi único, lo que estaba en el fondo y en la superficie de aquellas disquisiciones sobre cómo y qué se enseñaba, era la cuestión de una teoría del socialismo. Los ortodoxos pensaban que esa teoría ya era ciencia constituida, según la experiencia de la revolución rusa, sus predecesores y estrategas. Los heterodoxos defendían que esa ciencia europea había que injertarla aquí, según el curso de la experiencia revolucionaria cubana, y de su leal saber y entender, que como tal no desmerecía ni en lo práctico ni en lo ideológico de la de allá.
Para estos últimos se trataba de pensar nuestra revolución en sus propios términos, y a partir de su camino de ruptura de dogmas sobre cómo, cuándo y dónde hacerla según “las condiciones objetivas y subjetivas,” como se decía entonces. La cuestión de qué y cuánto de esa ciencia revolucionaria se aplicaba a nuestra experiencia política conllevaba estudiar y dominar sus fuentes teóricas y prácticas, no solo declarar que, como éramos distintos y diferentes a los rusos, no había más que escuchar bien, leerse y aplicar a Fidel Castro, el Che Guevara y los demás líderes, con lo cual bastaría para desenredar los dilemas de destruir, y sobre todo, de construir un orden social de arriba abajo.
En aquel contexto, esos intelectuales del marxismo estaban para contribuir con sus estudios a enriquecer la teoría del socialismo, de manera que sirviera a otros países como Cuba, y a sistematizar el pensamiento y la experiencia de la lucha y de la construcción de una nueva sociedad, para guiar la nuestra. Casi nada.
Naturalmente, en qué medida eran capaces de hacerlo, no era lo que les daba su condición de izquierda intelectual, ni a ellos ni a los ortodoxos, sino el hecho de que trabajaban dentro de un proceso político real, con el cual se articulaban mediante lo que uno de ellos llamó “el ejercicio de pensar.” Se trataba de una acción política que adquiría siginificado en el contexto de los problemas y desafíos que el país enfrentaba, hacia adentro y hacia afuera. Sus santos y señas intelectuales, fuentes, corrientes, autores, no estaban confinados a los programas universitarios de filosofía, sino abarcaban a los intérpretes, pensadores y dirigentes de la revolución como fenómeno del mundo contemporáneo. Como decía uno de los principales intelectuales de entonces, la Revolución cubana se entroncaba con Marx donde este había pasado de la ciencia a la acción política, pues el “marxismo está presente en los acontecimientos de la Revolución cubana, independientemente de que sus líderes lo profesen o conozcan cabalmente, desde un punto de vista teórico.”1
Volviendo sobre las preguntas que propuse al cierre del artículo anterior, diría que algunas diferencias separan a la izquierda intelectual de los 60 y a la actual.
Como subrayé, aquella era una izquierda politicamente involucrada. En muchos casos, habían sido militantes de las organizaciones revolucionarias precursoras, o lo eran del Partido o aspiraban a serlo. Pero la condición de militante iba mucho más allá de esa membresía. Para entender ese involucramiento hay que comprender la complejidad del proceso político llamado la Revolución.
Hace unos días, un amigo notaba que Lezama y Mañach hacían de su simpatía espontánea por el M26 parte de su actitud como intelectuales públicos. Probablemente no se les hubiera ocurrido hacerlo por otro partido político, por más patriotico o íntegro que fuera. Y es que el sentido de ese gesto no puede leerse al margen de la causa cívica y moral que lo inspiraba. Identificarse con la emancipación y la justicia no equivalía a adherir a una organización, sino a asumir una actitud distinta ante una acción política distinta por su significado.
De manera que escritores, artistas, profesores, periodistas, fueran o no de izquierda (ni Lezama ni Mañach lo eran), hacían de su posición hacia la revolución una actitud propia de su condición como intelectuales públicos. En un contexto donde, además, millones de cubanos lo hacían a su manera, reivindicando una condición ciudadana que no valía tanto por su mera connotación jurídica, sino por representar una experiencia de participación política desconocida para la mayoría.
En medio de aquella Cuba en revolución, la izquierda intelectual no eran solo, por cierto, intelectuales como los mencionados arriba. También lo eran los médicos que se iban al servicio rural, los estudiantes que marchaban a alfabetizar, los teatristas que subían lomas en busca de otros espectadores, y hasta los universitarios que interrumpían sus carreras para incorporarse a las tropas coheteriles. Aunque la inmensa mayoría no era miembro de ninguna organización, su actitud era condición necesaria y suficiente de una izquierda militante.
Claro que la condición de vanguardia en el campo de la cultura y el pensamiento no se ha derivado, ni entonces ni ahora, de pertenecer al PCC o de ocupar un cargo, sino del reconocimiento por sus méritos y autoridad en ese campo. Antes he explicado que, más que un registro de alineación o un título otorgado, pertenecer al Partido significaba entonces un reconocimiento que la gente se ganaba, o que luchaba por ganarse. Pero en cualquier caso, aquella izquierda desbordaba esa pertenencia orgánica, y se identificaba con un alineamiento respecto a la Revolución, que como reconoció una vez su máximo líder, era mucho “más grande” que el liderazgo o que el conjunto de los revolucionarios mismos.
Para entender la dinámica política de esa izquierda intelectual también conviene advertir que los intelectuales estaban en todas partes, también dentro del poder. Los reflejos políticos de los que estaban dentro y los que estaban fuera no se diferenciaban mucho. De manera que los alineamientos ante alternativas, como las que entonces provocaron polémicas en el campo de la cultura o de la economía, los involucraban a ambos.
¿Qué rasgos particulares distinguen a esa izquierda cubana y a sus intelectuales en la actualidad?
Si el liderazgo de Fidel Castro alineaba a ortodoxos y heterodoxos detrás de una raya común, unitaria, ligada a “la defensa de la Revolución,” ¿con qué acción o proyecto político concreto se autoidentifica el abanico de la izquierda cubana actual?
En otras palabras, si como dice Bourdieu, una izquierda política se define por orientarse hacia “una actitud crítica instituida eficazmente, ” ¿cómo se instituye la cubana actual? ¿Qué manifestaciones y acciones la definen como tal, además de su autoidentificación? ¿Qué marca políticamente su condición como izquierda, más allá de su discurso ideológico? ¿Existe una marca de identidad en una determinada doctrina compartida? ¿Es su objeto contribuir a renovar una teoría del socialismo como lo fue para el pasado presente?
Incluso si se redujera a la franja de la heterodoxia, las diferencias entre la izquierda de los 60 y la de ahora siguen siendo apreciables. Digamos, ¿lo que entonces se asumía como identificación política con la Revolución hoy sería visto como obediencia? ¿Donde aquellos heretodoxos de los 60 eran “orgánicos y disciplinados,” los de hoy son “independientes y libertarios”? ¿Donde aquellos “se plegaban,” estos “disienten”? ¿Qué creencias y convicciones los ligan, si es que comparten algunas?
En efecto, si, como hemos visto, la izquierda y el PCC no han sido idénticas punto por punto en el pasado, ¿con qué se alinean las corrientes en que se subdivide hoy la izquierda cubana? ¿Es la actitud hacia el liderazgo una marca de identidad o de diferenciación? Incluso si se admitiera que una izquierda que critica al gobierno y sus políticas es parte del legado de Fidel Castro, ¿podria decirse lo mismo de un segmento de esa izquierda que, salvo en el rechazo ante la política de EEUU, no se reconoce en el espejo del PCC?
Si se registra como un hecho que dentro del nuevo paisaje creado por la transición aparece tanto una oposición al PCC desde la derecha (“la contrarrevolución”) como de un segmento de la izquierda, ¿existen puntos de tangencia entre ambas? ¿Cuáles son sus diferencias en el campo político concreto de fuerzas en pugna?
Antaño, la coincidencia básica con el liderazgo y sus políticas eran una premisa de su militancia de izquierda, aun al margen de su membresía en el PCC. Hoy, su actitud como izquierda, su independencia e identidad ideológica, ¿se definen en mayor medida por la crítica a la oposición antisocialista o por el cuestionamiento de las políticas oficiales? ¿Por las dos, en medida pareja; o más bien por una de las dos?
Finalmente, habría que dar un paso atrás para preguntarse si es izquierda todo lo que se manifiesta en la esfera pública, en términos ideológicos o de pensamiento crítico. ¿Hasta qué punto puede considerarse acción política lo que hacen los francotiradores que pululan en las redes de un lado o de otro? La pregunta de fondo sería si, más allá de lo que rechazan o abominan, ¿son asociables a un proyecto político determinado?.
Releyendo esta ristra de preguntas se me ocurre que los aludidos podrían disponerse a contestarlas. Si se animan a colaborar con mi próximo texto, aquí los estoy esperando. Soy todo oídos.
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Nota:
1 Che Guevara, “Notas para el estudio de la ideología de la Revolución Cubana,” 8 de octubre de 1960.
Bueno Rafa, la pregunta lanzada no debían responderla los diversos integrantes de esas izquierdas variopintas, antes de tu analisis resumen? Un abrazo