Crónica rota ante la muerte de Fidel

Foto: Kaloian.

Foto: Kaloian.

I

 

 

25 de noviembre

2016.La Habana.

En la capital cubana

todos esperan diciembre.

Suena la radio: El que siembre

su maíz que […] su pinol

Jóvenes bebiendo alcohol.

Novios bailando o amando.

Y turistas intentando

ser y estar en español.

 

Todo parece normal.

Música. Mar. Malecón.

Tabacos. Chatinos. Ron.

Qué bien esto. Esto qué mal.

Todos en la capital

desempeñan su papel.

Y la mesa sin mantel.

Viva el harapo, señor.

Qué belleza… Qué calor…

Y en eso murió Fidel.

 

Raúl en televisión,

serio, detrás de una mesa.

El peso de la tristeza

inunda su intervención.

Dolorosa transmisión.

Raúl detrás de un papel.

Mirada con desnivel.

El tono del desconcierto.

Y una frase en vivo: Ha muerto

el compañero Fidel.

 

Imagino a los que estaban

ante los televisores.

Silencio de espectadores.

No lo creían. Dudaban.

Algunos que despertaban

a los que estaban durmiendo.

Cuba entera muda, viendo

a Raúl. Triste Raúl.

Negro nuestro cielo azul.

No puede ser… ¿Qué…? ¡Tremendo!

 

¿Por qué si siempre supimos

que estaba próximo el día

nos queda esta apoplejía

emocional que sentimos?

¿Por qué, incluso si admitimos

que tuvo Naturaleza

la histórica gentileza

de retrasar “el momento”

nos queda este sentimiento

de orfandad y de sorpresa?

 

Porque Fidel es Fidel

y la inmensa mayoría

de nosotros se creía

(o cree) más Fidel que él.

Porque el asalto al cuartel,

porque el batistiano infierno,

porque el tiempo en el gobierno,

porque la barba y la sierra

y los pobres de la tierra

y… “seguramente eterno”.

 

Raúl dijo, serio: Ha muerto

el compañero Fidel.

Y todo un país, por él,

se ha hundido en el desconcierto.

Cero alcohol. Cero concierto.

La gente se siente mal.

Días de luto oficial.

Y entre el llanto y el halago

va de La Habana a Santiago

el cortejo funeral.

 

II

 

Tu discurso más largo, Comandante,

de casi mil kilómetros de largo,

un discurso silente, triste, amargo,

sin gestos de orador impresionante.

Tu discurso más verde, Comandante,

lo has dado recorriendo la isla entera.

Una urna de cristal y de madera,

tu casa de Ave Fénix verde olivo,

recorre tu país vistiendo, en vivo,

tu mejor uniforme: la bandera.

 

III

 

Me siento sin palabras, yo que las tuve todas,

yo que alardeaba tanto de locuacidad.

Me veo pequeñísimo, mitad de la mitad.

Todas mis no-palabras son elegías, odas,

loas y panegíricos… Todos somos rapsodas

hundidos en el limbo del duro escepticismo.

Yo también militante del mejor fidelismo.

Yo también soy Fidel, siempre fui, sin alardes.

Callar no es ni siquiera la opción de los cobardes.

Callar es enterrarse cada cual en sí mismo.

 

IV

 

Y la urna cineraria de cedro y cristal que contiene tus cenizas

recorre el camino inverso de la Caravana de la Libertad

va de La Habana hasta Santiago en la Caravana de la Eternidad,

surca un país entero, cruza un camino verde en el que te eternizas.

Entre cánticos patrios, vítores vívidos y lágrimas mambisas,

la verde caravana avanza, avanza, avanza, lentamente fugaz.

Se mezclan en las voces los serios Hasta Siempre y los Descansa en Paz.

rezos yorubas, salmos, cábalas numerarias e himnos de voz rota.

Y nadie dice “muerte” y nadie dice “miedo” ni “olvido” ni “derrota”.

Y mirándolo todo la Muerte se declara legalmente incapaz.

 

V

 

Es difícil ser cronista

de un hecho así, sin estar.

Prefiero recuperar

mi Acróstico fidelista.

Mi homenaje decimista,

pequeño, insignificante,

sin discurso delirante,

sin ocultar, sin mentir,

es mi forma de decir:

¡Hasta Siempre, Comandante!

 

Comandante y compañero,

hOmbre lleno de energías.

hoMagno en fotografías

tomAdas el año entero.

ComaNdante y guerrillero.

ComanDante verde olivo.

ComandAnte siempre activo.

ComandaNte retratado.

ComandanTe eternizado.

ComandantE al verde vivo.

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