Nació en Camagüey en 1958. Según lo que consigna su hoja de vida, es narrador, poeta, profesor universitario, traductor y editor; tiene una licenciatura en Pedagogía Superior en Historia y Ciencias Sociales (Universidad de La Habana, 1980), con especialidad en Relaciones Internacionales, y una Maestría en Artes en Lengua Española y Literatura Hispanoamericana (Universidad Temple Filadelfia, 2009). Reside en República Dominicana, donde es editor jefe de AULA, revista de Humanidades y Ciencias Sociales, de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña. Desde hace más de tres décadas es el compañero de vida de Marianela Boán, prestigiosa coreógrafa, profesora y directora artística cubana.
Te conocí el siglo pasado como representante de Cuba en la Federación Mundial de Juventudes Democráticas (FMJD) y como docente. Un día te vi participando de una coreografía y, al tiempo, comenzaron a aparecer tus libros. ¿Hubo una metamorfosis de funcionario a artista, o la llamita del arte venía contigo de fábrica?
El arte siempre estuvo ahí, y aun está, como el archiconocido dinosaurio. Lo de funcionario fue el lapso en que dormía. Lo de docente ha sido parte de mi vocación. Pero la vida se construye de fragmentos a veces inconexos.
En 1969, con mis 11 años y vistiendo la talla 8 de ropa, mis padres me enviaron a una escuela militar pura y dura, donde —decían— se formaría el hombre nuevo. Sobreviví cuatro años dibujando y escribiendo novelas, muy naives, de hippies que robaban a los ricos y repartían el botín entre los pobres. Tenía las lecturas obligadas que imponía la escuela una noche por semana; pero en las tardes, escondido en la hierba, leía el Pequeño Larousse Ilustrado página a página, como si se tratara de una novela.
De aquella escuela deserté cuando, con 15 años, me fui a estudiar Artes Plásticas, al tiempo que hacía teatro con el grupo de Luciano Castillo y cursaba bachillerato en el pre de Camagüey. La política me atrajo ya en la Universidad, en el Varona, a través de la carrera de Historia y Ciencias Sociales, alimentada en casa por las ideas utópicas de mi padre, y de esa pasión por transformar el mundo en el que crecía a golpe de Guerra Fría.
¿Marianela Boán jugó algún papel en ese “cambio de piel”?
Doy un salto a inicios de 1993, cuando con Marianela retomo mi conexión con la cultura cubana y sus esencias. Ella había vivido muy en el centro de nuestra cultura e iluminó mi pensamiento y visión del arte con su experiencia de artista ya establecida para entonces.
Aquellas cosas que solo conocía de oídas o a través de estudios autodidactas, las acercó a mí; me estimuló a la disciplina en el trabajo creativo, a poner en el centro de todo a la creación artística; al tiempo que yo me vinculaba a DanzAbierta, apoyando con mi experiencia internacional para que su obra se hiciera aún más conocida fuera de Cuba; aportando en el diseño de iluminación, la producción, las relaciones públicas y todo lo que se precisara.
Como mencionas, un día me hizo subir al escenario con la idea de que yo me moviera con naturalidad, como lo hace una persona no formada en la danza ni el teatro, sólo con la mirada pautada durante el tiempo que duró la coreografía. Así fue que hicimos Pater, una obra homenaje a su padre, Ángel Boán.
Tu primer libro publicado es el poemario Tesituras. Sin embargo, eres un narrador prolijo, con más publicaciones en los géneros de cuento y novela. ¿Es casualidad o todo comenzó por la poesía?
Tesituras fue un primer exabrupto poético, publicado en formato de plaquette por el entusiasmo de un grupo de poetas curtidos de la Universidad Central de Venezuela. Mucho antes había tenido la experiencia de funcionario internacional que mencionabas, la que me permitió conocer el mundo en los años de la desaparición del llamado socialismo real, y a mi regreso a La Habana, en 1992, había roto con la ideología que tan a fondo conocí en sus aplicaciones prácticas en Europa del Este.
Mi vida personal había hecho aguas con el divorcio y desaparición de mi mundo familiar, y me habían aplicado esa espeluznante manera de represión que es la muerte social, como consecuencia de mis ideas y cuestionamientos. Por unos días me había visto convertido en un paria en las calles de La Habana. Cuando me encuentro con Marianela, halló cause la necesidad de hablar de aquella experiencia del descreer, y la poesía vino en mi auxilio:; pero pronto sentí que no me daba el espacio suficiente para tantas vivencias que aún necesitaba procesar y compartir; contribuir a un debate necesario y que, de hecho, ya se daba desde el arte. Eran los tiempos de la Glásnost y la Perestroika, de la agitación en el campo cultural cubano bajo el influjo de los vientos de cambio en Europa.
Después de la plaquette en Venezuela vino Paisaje de arcilla, un testimonio en cuentos y/o viñetas sobre la escuela militar que mencioné. Y enseguida, la primera novela: Casa de cambio, en la que incluyo algunos poemas de los que continuaba escribiendo, puestos en boca de uno de los personajes. Le siguió La desobediencia, segunda novela, que pretendía rescatar los años 80 de Cuba, período que me había perdido por estar asentado en Budapest y recorriendo continentes en el trabajo internacional.
¿Cómo fue tu descubrimiento de la poesía? ¿Cómo entiendes su ejercicio: género literario, prisma para observar la realidad, filosofía de vida, fatalidad (lo que va a suceder inexorablemente)…?
La poesía siempre estuvo allí dándose la mano con una manera de narrar que, sobre todo al principio, se acercaba a la prosa poética. Había comenzado a hacerla mía como lector y luego cuando estudié Historia, primero en la teoría en la universidad, y luego en los viajes a más de cuarenta países del mundo, con toda la belleza y la fealdad, las múltiples culturas, las obras tan increíbles como la destrucción hallada a cada paso.
La emoción me abrumaba en ese recorrido, y lo que no lograron los estudios de artes plásticas y teatro, ni las teorías sociales estudiadas, lo consiguió la poesía, que se hizo válvula, goce, supervivencia. Desde luego, Martí, sobre todo en sus Versos libres, fue desde mi infancia uno de los primeros amores con las letras. Luego, creciendo, iba entrando en otras profundidades de la poesía europea y de Latinoamérica.
Ya en los años iniciales juveniles, cuando conocí a Huidobro, me faltó el aire. En el período de entusiasmo revolucionario, con Roque Dalton rescaté su visión dulce y amarga sobre la utopía y su capacidad de hacer una poesía atravesada por el discurso político contestatario, pero que alcanzaba enormes alturas en con un simple pero contundente verso.
Después, la prosa siempre en convivencia con la lírica. Me fulminó la maestría narrativa y lo experimental de Vargas Llosa en La casa verde. Más adelante, los poetas estadounidenses, desde Whitman; pero quien me atravesó el pecho para siempre, con sus cuentos y su poesía, fue Raymond Carver. Descubrí la poética de la obra de Tabucchi, en su narrativa, e impactó mi manera de expresar la belleza, tanto en prosa como en poesía.
Podría seguir enumerando, pero se quedaría fuera de la capacidad de este espacio el 90 % de los que pudieron tocar mi sensibilidad y dejar sedimentos en lo que hasta hoy escribo.
¿Te asumes como poeta?
Me asumo como escritor, si bien es cierto que cuando me encontré con Marianela todo volvió a su sitio, y la poesía fluyó como necesidad perentoria de retomar mi mundo interior, ahora sí más libre y con el control de mi vida enteramente en mis manos.
Recuerdo los cuatro meses que estuvimos trabajando en Martinica, en un proyecto coreográfico de ella; mi tiempo libre se llenó de intentos de retomar la pintura, y de la búsqueda del pulso exacto de la poesía. En ese punto apenas me sentía un sobreviviente, pero fue sobre todo al regresar a La Habana, en circunstancias específicas y largos diálogos con ella, que absorbía todo lo que podía del arte y la cultura cubana, tratando de afincarme en la realidad real, fuera de los discursos y la farsa. Creo que aún hoy me siento aprendiz de escritor, aunque de vez en cuando salgan unos versos y unas historias en prosa que me estremecen.
Se dice que uno escribe de lo que manca (falta). ¿Es así en tu caso? ¿Tienes temas recurrentes?
Padezco de una sensibilidad política que me hace escribir —cualquiera sea el género y generalmente diluyendo fronteras entre ellos— sobre los conflictos del individuo con el poder. Confieso cierta cercanía con el estilo de Kundera, tal vez por la búsqueda de la libertad como la vemos en sus obras, concentradas en desentrañar las esencias de los regímenes totalitarios. La manipulación política, la represión al individuo, la libertad siempre y, por supuesto, el amor en tales encrucijadas son temas casi ineludibles en mi trabajo poético y narrativo.
En los 90 en Cuba se escribía mucha literatura de tema erótico, como parábola de poder, como discurso de liberación. Eros y Tánatos palpitando siempre; se trataba de romper con los aspectos formales del relato. No escapé a ello.
Fue entonces cuando Salvador Redonet, ya con su salud quebrantada, me metió en el saco de los novísimos, a pesar de ser yo más viejo en edad que los de esa generación con la que compartía presupuestos estéticos. Aún mi poesía no había salido a la luz en Cuba en esos años, más allá de Tesituras.
¿Cuáles son aquellos libros que, por haberlos leído en su momento, contribuyeron decisivamente para que seas este poeta y no otro?
Siempre he defendido que, aunque leí y leo mucho y de todo, lo que me hizo escribir fueron más mis vivencias que las lecturas. Tal vez me equivoque. Alguna vez dije que no soy un escritor de academia, en el sentido de que no me hice escritor estudiando Literatura; no soy ese que crea un discurso motivado únicamente por lecturas previas.
A principios de los 90, mis inicios “en serio”, confronté mis primeros textos con autores como Abilio Estévez y Padura; frecuentaba la Azotea de Reina María, y ella, Antonio J. Ponte, Rolando Sánchez Mejía y otros escritores de nombre y experiencia me recomendaban listas de lecturas y me invitaban a tertulias literarias o a encuentros con colegas que pasaban por La Habana. A través de ellos —y eso lo agradezco tanto— me llegaba mucho de la producción literaria en los distintos períodos y países, lo que me permitió ponerme a tono, recuperar el tiempo perdido para la literatura y ganados para la experiencia durante los años de trabajo fuera de la Isla.
La Boán, más allá del conocimiento de toda su obra y sus preceptos estéticos sólidamente establecidos, fue también importante en las sugerencias de lecturas, en las discusiones sobre el arte en general.
Luego, cumplidos mis 50 y con varios libros publicados, residiendo en Filadelfia obtuve una maestría en Literatura en Temple University en 2009, que me ayudó más que todo a ordenar conocimientos previos y descubrir nuevas teorías y autores.
Para acercarme a tu pregunta: Altazor, de Huidobro, es un templo. El Virgilio de La isla en peso; el Eliseo Diego de En la calzada de Jesús del Monte y Por los extraños pueblos. Toda la poesía de Raymond Carver y la generación beat, sobre todo Ginsberg y Kerouac.
Tampoco pude escapar a esa bestia “sucia” y poderosa que fue el Bukowski poeta y narrador, ante el cual abro otra cerveza y brindo; ni al poliédrico Pessoa, a quien cada día siento más cerca porque lo leo más desde que me he acercado a Portugal en los últimos años.
De lo más próximo en el tiempo, el amigo y poeta telúrico que es Forrest Gander.
Y, para cerrar este pelotón caótico que llegó primero a mi mente, todo Kundera, porque con sus novelas/ensayo ayudó a moldear la poética de mi discurso y me enseñó el tono de humor más efectivo para abordar lo histórico filosófico, en especial para desmenuzar las falacias de las ideologías.
Detrás viene el pelotón, con nombres de mayor o menor relevancia y fama. Esta es una selección apretada al extremo, apenas un trazo, lo que implica ausencias e injusticias imperdonables. Asumo la culpa por acceder a hacer “la lista”.
Define tu filiación literaria, ¿de cuáles autores te sientes más cercano, con quienes compartes posicionamientos estéticos?
Siento una libertad tremenda a la hora de escribir poesía sin sentir que debo seguir a un padre único o aferrarme a un estilo. Lo mismo me pasa con la prosa. Lo que escribo y cómo lo hago es resultado de mi experiencia vital, de las lecturas, de las circunstancias personales del momento y del tema, que determina la forma. No creo poder definir mi filiación en términos críticos. Prefiero que los lectores encuentren las resonancias con tal o cual escritor entre sus conocidos, o que los críticos hagan sus consideraciones a partir de mi trabajo. Son dos vías mucho más precisas que lo que yo pueda decirte. Padezco de fobia a las militancias, aunque estas sean literarias.
Has vivido muchos años fuera de tu país de nacimiento. ¿Te consideras un escritor cubano? ¿Te pesa o te sientes orgulloso del corpus literario de Cuba?
Conozco y respeto mucho la tradición literaria cubana. Aun separando de lo grande, aquello que la Dra. Maggi calificaba como lo que “no me es inolvidable”; lo que queda es un monumento inmenso ante el cual me inclino respetuoso.
Cubano, sí; orgulloso de nuestra tradición literaria, sin duda. Dicho esto, creo que acaso soy una de las muchas voces de las que nutren ese corpus literario.
En cuanto a mi relación con los lectores, para bien y para mal, comparto la suerte de miles de escritores y artistas que hoy crean desde todos los rincones del planeta. Tiene su lado bueno, porque se multiplica el alcance y se cruzan fronteras culturales; pero muchos de ellos —no todos— quisieran crear desde su país y ser leídos allí; sin embargo, las circunstancias actuales no lo permiten. Y eso, junto a otras muchas cosas, sí es muy injusto y a veces me lleva a sentir vergüenza de ser cubano.
Siento gratitud por cómo fui tratado en los Estados Unidos, donde se me abrieron generosamente muchas puertas y me hice ciudadano; pero también sufro muchas cosas que allí suceden. República Dominicana, hermoso país que algunos menosprecian por desconocimiento, me acogió con amabilidad extrema. Aquí hemos tenido una vida digna y feliz, aunque no dejo de dolerme por algunas realidades terribles.
Así es todo, no hay blanco y negro, sino escalas del gris. Y en todas partes están los extremos, claro.
No conozco tu narrativa. Invítame a adentrarme en ese segmento de tu creación literaria. ¿Por dónde empiezo? ¿Cuáles de tus novelas podrían interesarme más? Sumando poesía y narrativa, ¿cuáles serían aquellos tres títulos en que se expresa con más fortuna tu yo esencial?
Mi narrativa excede en publicaciones a mi poesía. De mi producción mientras estuve en Cuba hay dos libros de cuentos; el más entrañable de ambos, Paisaje de arcilla, premio Pinos Nuevos 1997. Fue recogido por los censores al día siguiente de su presentación en la FIL de La Habana. Por suerte, tuvo una hermosa segunda edición bilingüe en Chile en 2008, con magnífica traducción de Andrew Hurley, traductor de Borges y de nuestro Arenas. El segundo, Figuras tendidas, premio nacional de cuento Manuel Cofiño 1999. A este no tuvieron que desaparecerlo. Me entregaron unos veinte ejemplares y simplemente nunca fue distribuido.
Sobre las novelas: Casa de cambio, calificada por Amir Valle y otros críticos como “una novela de tesis sobre el proceso de descreer”, es una experiencia amorosa y reflexiva que acompaña la caída de los regímenes del Este y el surgimiento de la entonces naciente mafia rusa en ese territorio europeo. También se escamoteó su publicación en Cuba mediante el subterfugio de dejar desierto el primer lugar y otorgarle Mención de Honor del Premio Internacional de Novela Ítalo Calvino, 1997; compartida con una obra de mi querido amigo Gerardo Fernández Fe.
La novela salió luego en New Hampshire, Estados Unidos, por Cursack Books, a inicios de los 2000, y en Alemania recientemente por Ilíada Ediciones, ese encomiable esfuerzo editorial que ha sostenido Amir para difundir centenares de obras de autores de adentro y de afuera.
Para cuando vino La desobediencia, un intento de rescate de la eclosión cultural del arte cubano de los 80 y de la desilusión de los 90, yo había salido de Cuba y la novela se publicó por Plaza Mayor de Puerto Rico en 2003, con una segunda edición en 2020, también por Ilíada.
Luego hay otra novela entrañable, que se presentó al Premio Casa de las Américas con el título de Razones para llamar a Sandra y resultó finalista pero no ganó en buena ley. Es una historia de amor trashumante que recorre los escenarios de la Nicaragua de inicios de su fallida revolución, Colombia y España, en los días de la derrota electoral sandinista, para terminar en Managua durante la tristemente célebre piñata de “los compas” de 1990. Se publicó en versión revisada y con el título Fijar la mirada, por el Premio de Novela Casa de Teatro 2009.
Después vinieron la que llamo mi novela americana: El cliente tatuado, publicada en Chile en 2012, que se agotó muy rápidamente, y Ojos de niño, que baila en las fronteras difusas de la novela por viñetas o libro de cuentos en un contexto y con personajes comunes.
El resto son ensayos, cuentos y poemas dispersos en varias publicaciones de varios países y en varios idiomas.
Ahora ando en la búsqueda de otra novela que logre aprehender de algún modo las claves de este mundo raro en el que vivimos. Tengo muchísimo material acumulado, pero aún no siento haber llegado al punto exacto que busco para esta obra de aliento más global. De esa duda se ha beneficiado la poesía, que hace unos años corre incesante por mi ordenador.
Para responder a la última parte de la pregunta, y como nos conocemos desde mediados de los 80, me atrevo a sugerirte Paisaje de arcilla, Fijar la mirada y el poemario más reciente, publicado por Isla Negra de Puerto Rico: Inutilidad de los botes.
Has escrito un libro de ensayos sobre Marianela Boán, la artista con la que has compartido tantísimos años de vida. ¿Cómo se puede escribir de alguien tan cercano? Obvio que uno siente curiosidad por el otro; si es la pareja, más. Pero convertirla en “objeto de estudio”…
Se puede hacer del mismo modo en el que hemos vivido por treinta y un años, en una relación fluida, fértil, creativa y con mucho amor, mucha complicidad. Dos de las tres partes se nutren del pensamiento creativo de Marianela y del material crítico con el que ha ido tejiendo su obra; de los trabajos de numerosos pensadores cubanos y de otras latitudes. De estas dos solo soy el curador. La primera, que es la biográfica, es la que escribí. Son recuentos y rescates muy claros y honestos sobre su vida hasta que nos conocimos, y el camino recorrido juntos desde 1993 hasta 2016, fecha de su publicación.
Más que convertir a Marianela en objeto de estudio, como dices, el libro es un acto de amor y justicia con su obra, en el que la mirada consciente de la Boán acompaña una buena parte de la construcción del discurso.
La identidad —ya lo sabemos— es una construcción en la que no siempre decide la voluntad de uno. ¿Cómo has ido construyendo la tuya? ¿Quién es Alejandro Aguilar? ¿Cómo crees que te perciben los otros? ¿Cómo te gustaría percibirte y que, en correspondencia te percibieran?
Como cualquiera —supongo— soy un constructo de los fragmentos de vida, experiencias y relaciones que he vivido, de los conocimientos adquiridos, de mis éxitos y fracasos, de mis amores y rencores. Nunca he dado pasos conscientes para construir una identidad determinada, ni me ha preocupado mucho lo que piensen los otros de mí. Soy esto que ves.
Me asumo como una persona noble y digna, que procura de alguna manera el bien y la felicidad propia y de quienes me rodean, sin que signifique que mi foco está en ese propósito. Valoro muchísimo la amistad y el afecto hacia y desde los seres genuinos que voy encontrando. Reconozco que he sido un provocador consciente, yendo de manera ostensible contra las reglas, las formalidades extremas, los dogmas de todo tipo y la cultura pacata, retrógrada, ñoña.
En mi infancia era una especie de ente bipolar que podía pasar la mitad del día leyendo en la biblioteca, o jugando solo en el segundo patio de mi casa, y la otra mitad en la calle, corriendo, peleando con mis amigos, robando frutas.
En mi primera juventud abracé la utopía de la nueva sociedad posible a nivel romántico, apasionado al punto de “estar dispuesto a dar mi vida…”. Milité en la juventud comunista, fui funcionario internacional y su representante. Luego vino la decepción, el descreimiento, el desencanto, la indiferencia, la ruptura abierta y a consecuencia de todo ello me infligieron la muerte social.
He vivido fuera de Cuba por más de veinte años —casi treinta si sumas el tiempo de Budapest—, tratando de desentenderme del lastre sentimental de aquella realidad. Desde hace dos o tres veranos me anima la voluntad de ayudar de diferentes maneras a cambiar las cosas para el bien de todos.
En cuanto a la percepción propia y a cómo me gustaría que me percibieran los demás: cuando sea grande quisiera ser un escritor. Mientras eso llega, escribo.
Eres camagüeyano, pero viviste largos años en La Habana. ¿Hay alguna esquina de esa ciudad que tenga una significación especial para ti?
Combino un orgullo casi infantil por el Camagüey que vive en mi memoria, el de su cultura, el de la belleza de esa ciudad colonial y sus campos que alguna vez fueron tan prósperos, de su elegancia decadente, de un modo de estar y ser camagüeyano que casi mitifico; con un sentido de pertenencia a La Habana, donde viví desde mis 18 años, cuando fui a estudiar al Varona.
La Habana es una esquina, una plaza bohemia toda ella que se transfigura según el tiempo. A veces tiene apariencia moderna, a veces colonial, otras es esplendor y es ruinas. Es encrucijada, encuentros, amores, descubrimientos. Es su olor, sus bares de jazz y feeling que ya no están y su música más cubana. Es también delirio y miseria. Es abandono y es dolor. Es un estado de ánimo, como diría Billy Joel de New York. La última vez que estuve allí me golpeó tan duro que me encerré en una habitación y estuve a punto de sufrir un infarto.
En Hanoi encontré un hombre que había estudiado en Cuba durante su adolescencia y juventud. Me confesó, una tarde larga de café y vino, que sólo soñaba en cubano, que sus sueños ocurrían siempre en español y en Cuba. ¿Te parece este un buen tema literario? ¿Te pasa lo mismo alguna vez?
Buen tema, puede ser; que me pase, no creo. Cuando salí de Cuba a inicios de 2003 e inesperadamente el viaje se hizo definitivo, me propuse desterrar la nostalgia todo lo que me fuera posible, sacar de mi mente esa dependencia del pasado, la atadura atávica al arroz y los frijoles negros (aunque ni estando en Cuba la tuve).
Nunca fui un cubano reyoyo. El artista Ramón Alejandro dijo de mi literatura, que —parafraseo— rompe con el estereotipo impuesto sobre la naturaleza predominantemente afrocubana que se ha querido imputar a nuestras raíces, porque pone de relieve el componente europeo de su esencia.
Pues no sé si es así, y si lo es, no soy tan consciente de ello. Mi madre era hija de españoles ricos de Holguín. Mi padre, un obrero ferroviario, nacido en el pueblo de las Minas, en Camagüey, sospecho que descendiente de aragoneses o asturianos; nunca lo supe. Crecí en un barrio negro. Fui rockero cuando se prohibía la música en inglés, antes de valorar el son y la salsa y toda la música tradicional cubana. Son algunos trazos impresionistas de lo que siento ser. No sé cómo sea percibido por quien me observe.
Comparte cinco poemas con nuestros lectores.
Partículas
Guarecido en las sombras
espero el estallido que esparce
las partículas de un mundo inexpugnable
somos los susurros
el resplandor que alza la bestia en retirada
intento olvidar de dónde venimos
borro límites
me hundo en el café que se deshace
desaparezco en su aroma
partícula soy.
Otro día
Un día partes
las cosas pierden el sentido
reinicias
cuando amanece
la luz pone todo en su sitio
Otro día partes sin regreso
las cosas pierden el sentido
y nada crece
sustracción
ausencia notoria.
Un día no estás
los días amanecen
y ponen cada cosa en su respectivo olvido.
Cartografía de las piedras
En un tiempo fue la herencia
las formas en la piedra
los estilos del mundo
la pujanza.
Después
acallado el devenir
floreció la varilla
el cemento crudo
lo feo como identidad
Ahora es todo y nada
amasijo que el tiempo erosiona
no queda estilo ni formas
apenas las varillas,
el cemento quebrado
las antiguas molduras que el tiempo
erosiona…
erosiona…
erosiona…
Cloud a cuatro manos
Como cuando éramos niños
en esta tarde adulta dibujamos figuras en el cielo
imaginamos una cabeza de vaca
caballos de mar
mastines
lejos de iCloud podemos ver las nubes
las fauces de un perro
mundo animal que nos acerca a todo lo humano
sin sistema
generación A nos dicen
atemporales
amorales
a cloudales
a caudales.
Inexorable
No hay razón para la risa
murió un poeta y la lluvia
disuelve la ciudad tras los cristales
las bombas caen en Kyiv
y se me agota el whisky
de diez generaciones
Es un día triste para mi perra
que resiente tu ausencia
como yo amarte
sin distancias virtuales
Un amigo dice que recuerden cremarlo
y pienso que un día no estaremos
pero tengo paz
y pan
y amor distante
El día pudo ser triste pero sonrío a ratos
Me levanto y camino
poemas en mano, certeza en la mirada
Avanzo suave hacia la nada.