Caridad Atencio (La Habana, 1963). Es licenciada en Filología por la Universidad de La Habana, promoción de 1985. Ha dedicado buena parte de su vida a levantar una sólida obra poética y a estudiar la de quien considera nuestro poeta mayor: José Martí. Ha publicado ocho libros de versos y diez de ensayos, por los cuales ha recibido reconocimientos como los premios Pinos Nuevos (1996), Dador (2000, 2002 y 2013), Calendario (1999), Razón de Ser (2002), La Gaceta de Cuba (2005) y Premio de la Crítica Literaria (2010). Ostenta la Distinción por la Cultura Nacional.
Caridad se sirve de la poesía para vivir, y la sirve como eficaz divulgadora, especialmente de la cubana contemporánea.
¿Cuándo, de qué modo comienzas a relacionarte con la poesía como género literario?
A mí la cultura me llegó por la radio. Mi padre era obrero, y mi madre, ama de casa; pero la radio casi siempre estaba prendida. Se oía la programación dramática de Radio Liberación, y después la de Radio Progreso. Y todo lo demás, Nocturno, Tríos en la noche, programa que oía con mi tía Pura, hermana de mi madre, de visita en mi casa. Porque mis padres son de Media Luna, como mi hermano.
Nací en la casa en que todavía vivo, después del triunfo de la Revolución. Mi tía Pura cultivaba el arte a su manera, escribía décimas, tejía primorosamente, hacía dulces, tenía un centro espiritual. Yo la quería mucho, y ella a mí. De manera que, cuando llegó la adolescencia y la secundaria, ya yo escribía novelitas en libretas para mis compañeras de escuela, que terminaban con el triunfo de la Revolución y trataban sobre la lucha insurreccional, eco de lo que escuchaba en la radio.
Desde antes era buena en Español e Historia, pero tenía mala caligrafía y me amenazaron con quitarme de monitora de Español si no mejoraba. Entonces mi tía Pura me puso a copiar de un libro encantado, como digo en un poema: me puso a copiar de La Edad de Oro, de José Martí, único libro que estaba en aquella casa cuando se la dieron a mi mamá en el 61, luego de que ella y otro personal de servicio hubieran abandonado la casona en la que vivían en La Coronela, tras el viaje a Estados Unidos de los dueños.
Solucioné mis problemas y llegó el mundo de la literatura para mí, incentivado por la fascinación que me provocaba lo impartido de ella en los programas escolares. Eso, la hiperestesia, el exceso de sensibilidad, y un padre autoritario hicieron que llegara a intentar escribir poesía.
En la universidad escribía versos que a nadie mostraba. Era tan tímida y solitaria que mis compañeros no me decían Cary, ni Cachita, como me dicen los cercanos, sino Atencio. En el pre iba a la librería y compraba bellas ediciones de Letras Cubanas, compré Abrí la verja de hierro, de Fayad Jamís, sin orientación, solo con el golpe de ojo sobre las páginas; también narrativa latinoamericana y cubana.
Fui una o dos veces a un taller literario en el pre, allí vi a Rito [quien sería su esposo] por primera vez; estaba en mi escuela, pero en otro grupo. Luego de la universidad decidí encauzar mi vocación poética yendo un tiempo al taller literario de Marianao; pero me fui rápido porque ya era filóloga y necesitaba otro tratamiento, otro régimen de lecturas, otra disciplina, y aquello era como un lugar donde jóvenes escribientes iban a anotarse puntos “amorosos” con las muchachas. Rito fue al taller a su regreso de Angola, vio mis textos y me dijo: “No vuelvas al taller. Yo te voy a dar una lista de poetas para que vayas trabajando”. Hizo conmigo algo parecido a lo que Ángel Escobar o Rayza White hicieron con él. Y ese fue el camino.
¿Cuál ha sido el hecho de más trascendencia poética de tu vida? Y no me refiero al género literario.
El hecho más trascendente de mi vida en cuanto a lo poético lo puedo reconocer ahora con mi cabeza cana, es tener el padre que tuve, mi censor y héroe a un tiempo. Por un lado, no me dejó jugar nunca con varones, decía que al que se equivocara conmigo le iba a arrancar la cabeza con un machete brillante, de lujo, que guardaba mi mamá entre sus posesiones de la casa rica. Pero todas esas historias están en mi poesía. Mi madre no podía desafiarlo. Aunque, por otro lado, siendo una persona sin instrucción, que llegó al sexto grado después del triunfo de la Revolución, supo educarnos a mi hermano y a mí en el respeto a los demás, en la decencia, en el amor a la familia, en ser desprendidos para los demás. Valoraba el hecho de que llegué a ser la primera universitaria de mi familia. Tenía algo de la fineza del criollo, de la que hablaba Lezama y que le falta a tantos citadinos.
Después de la muerte de mis padres y con la crisis espiritual que vivimos, me siento una persona con un reino perdido, aquel en que siempre celebrábamos los cumpleaños juntos y nos abrazábamos con el alma, a pesar de todo.
Trabajas desde hace mucho en el Centro de Estudios Martianos. ¿Cuándo comenzó tu interés por este autor al que tantas investigaciones has dedicado?
Creo que si me hubiera propuesto, como decisión preconcebida, llegar a ser una investigadora de la obra de Martí, quizá no lo habría logrado. Luego de haber estudiado la carrera de Letras en la Universidad de la Habana y de replegar a los instantes más íntimos mi inclinación de escribir, que viene desde la adolescencia, me ubicaron en la Dirección de Cuadros del Ministerio de Cultura, en una plantilla especial, en una especie de adiestramiento.
Siempre manifesté mi profundo deseo de trabajar en algo que tuviera que ver con mi especialidad, así fui reubicada un año después en el Centro de Investigación Juan Marinello, donde aprendí nociones del trabajo de promoción cultural y del área específica de canje.
Cuando transcurrió otro año, allá por 1989, fui enviada, aún como adiestrada, al Centro de Estudios Martianos. Recuerdo que, aunque trabajaba en el Departamento de investigación, mi puesto de trabajo se hallaba en la Biblioteca de dicho lugar. Se me dio una tarea en la que tenía que leer sin apuro una parte voluminosa de la obra de nuestro mayor escritor. La aproveché con creces.
Puedo decir que mi formación como poeta y como investigadora marcharon paralelas. Me encontré con Martí, con su obra inconmensurable, pese a un infeliz jefe que pretendió deshacerse de mí, y no lo logró; y dije, sin temores de juventud, esto es lo que yo quiero ser: escritora, y ya al menos tuve algo claro.
Estudiar a Martí, como escritora, significó el comienzo, la decisión, la proyección, no para hablar maravillas del poeta, de la figura, y caer subyugada por esa especie de estrella enigmática y cegadora que Martí posee, que convierte a muchos de sus estudiosos en segundones que intentan esclarecer su poética, su cosmovisión. Fue un punto decisivo para proyectar mi camino y tener los ojos abiertos para reaccionar siempre contra lo envolvente de su estilo. Como ser humano, creo que ha significado lo mismo.
No tiendo a separar la cuestión escritural del fundamento ideotemático que emana de su obra. No me canso tampoco de decir en las conferencias que he ofrecido sobre Martí a los más diversos sectores, que los valores éticos pueden encontrarse en la obra de cualquier gran escritor. La gran difusión de la figura política de Martí hace pensar a muchos que los valores éticos son algo privativo de su obra, de su legado.
Su obra es un ejemplo no solo para aprehender valores patrios, sino también para conocer cuál es el sentido de la vida para un ser humano, qué es lo esencial en la vida, qué debemos buscar, por qué hemos de luchar, no perdernos, como dice él, y pasar por la vida y no saber de sí.
Tengo la percepción de que Martí es un poeta bastante desconocido. Más allá de algunos versos que se publican recurrentemente, pocos lo han leído. ¿A qué podría deberse?
Martí cultivó una gran poesía y es nuestro mayor poeta, pero quizá la vulgarización de su ideario ha conspirado contra la difusión y la comprensión de su obra lírica, llena de hallazgos expresivos y cosmovisivos.
¿La poesía de Martí ha influido en tu trabajo creativo? ¿Reconoces trazos, ecos de su voz en tus versos?
La excelente crítica que es Charo Guerra, además de poeta, ha dicho al respecto:
“Han pasado algunos años desde que me detuve en El libro de los sentidos. Ahora —como espectadora de su trabajo en el Centro de Estudios Martianos— observo también en Historia de un abrazo connotaciones vinculadas a su profesión. Se me hace explícita la relación que subyace en el pensamiento de la investigadora Caridad Atencio, la pasión e inteligencia con que hilvana sus análisis acerca de la obra de su objeto de estudio poético (José Martí), los rumbos de su mirada y la amplitud con que se adentra en el mundo de él, sus influencias, todo lo cual deja expuesto como hallazgo y aprendizaje en sus ensayos y, a la vez, como consecuencia inevitable, natural (diría yo) expande como saber de manera libre y traslada inconscientemente a la operatoria de su literatura como autora. Martí es huella latente en su escritura. Por ejemplo, cuando leo estos versos en los cuales quedan poetizados conceptos que lo recuerdan: “La madre / es como / un héroe / de la patria…” o “Madre es como la tierra…”. Incluso en la elección afectiva de la figura maternal que recorre el libro de principio a fin. Ese saber, ese modo de penetrar la sensibilidad del poeta que fue Martí y entrar en su mundo se ha convertido en ella en ejercicio de auto-reconocimiento”.
El primer título que aparece en tu currículo es el poemario Los viles aislamientos (1996), pero supongo que no fue el primero en salir de las prensas con tu nombre en portada. ¿Cuáles le antecedieron? ¿Cómo era el ambiente literario de entonces? ¿En qué difiere o se asemeja al de ahora?
Creo que lo que me ha consagrado como poeta ha sido el efecto concéntrico de cada libro sobre toda mi obra. Siempre la publicación y divulgación de un libro, cuando tiene algún valor, levanta ecos en los lectores y en la crítica, pero es la consolidación de ese efecto, en sus más diversas variables, el que habla de la valía del poeta.
Publiqué primero mi tercer libro escrito en 1996: Los viles aislamientos; en el 2000, el primero que concebí, Salinas para el potro, que estuvo en la editorial durante diez años, esperando que pasara el período especial, junto a Los cursos imantados, que se distingue bastante de los anteriores. Esta diferencia fue advertida por la crítica, a veces pensando que eran consecutivos, y llevados por el golpe de efecto que esto provocaba. Luego Umbrías (1999), La sucesión (2004) y Notas a unas notas sobre L. A. (2005) consolidaron una trayectoria que se vio enriquecida para unos y problematizada para otros con la publicación de El libro de los sentidos, una especie de resumen de mi vida y de la vida de mi familia, que conquistó el Premio de la Crítica en 2010. Algunos de mis lectores habituales dijeron que había abierto demasiado el diapasón de la poesía, consagrando el relato dentro de la vivencia. Otros vieron en ese libro un camino nuevo de búsquedas, de estrategias escriturales que conducían de una manera diferente, sin duda, a lo poético. La falta de papel me llevó a pensar bien lo que iba a publicar. Ahora tenemos que reconciliarnos con la idea y la imagen del libro electrónico.
Rito y tú están en una misma órbita vital, incluso tienen una hija en común. Las poéticas de ustedes divergen. Grosso modo, podría decirse que tu trabajo pone mucho cuidado en la construcción de la metáfora, y el suyo tiene un carácter más experimental. ¿Colaboran creativamente? ¿Ambas poéticas se permean entre sí?
Rito sobre esto dice lo que Philip Soler decía de Kristeva: “Dormimos en la misma cama, pero pensamos diferente”. Hubo un momento de vanguardia en nuestros primeros libros que nos permeó no solo a nosotros, sino a todo un grupo de poetas. Aquellos libros de poesía sobre la escritura donde él escribió Cuasi y yo Los cursos imantados.
He oído hablar de El Palenque, pero no sé qué es. ¿Un grupo literario con una estética definida? ¿Un conjunto de amigos que se encuentran por afinidades electivas?
Te voy a contestar con lo que dije hace como quince años. La situación ha cambiado, pero nuestras raíces no: Parece que hay que atender a esas voces que le han puesto un sobrenombre a la especie de tendencia a la que pertenezco dentro de mi grupo generacional. Dicen que somos “El Palenque”, manera de denominar los presupuestos escriturales e ideoestéticos de Ismael González Castañer, Rito Ramón Aroche, Antonio Armenteros y Julio Mitjans. Hay que asumirlo, pues en verdad, y quizá sea ese uno de los motivos decisivos para el título, somos negros, algo a lo que no le habíamos dado ni la más mínima importancia; diferentes, bastante libres y exigentes a la hora de asumir el hecho poético, rebeldes cuando nos quieren vincular con otras poéticas menos rigurosas, muy concentrados en nuestros propios proyectos escriturales, y por extensión, muy cubanos, como parte de una metáfora que sólo dejó volar su mito aquí, y en cuanto a presupuestos, anhelos e intenciones. Sí, parece que debemos asumir este sobrenombre, para nuestro total orgullo.
¿Cómo has construido tu identidad? ¿Quién es Caridad Atencio?
Una mujer que escribe y promueve la poesía cubana contemporánea. He asumido la reseña como una variante abreviada y raigal del ensayo. Y a falta de maniobras evidentes y mediatas de los círculos académicos en cuanto a estudios de la poesía llevo a cabo esta labor hermosa y útil para todos.
Cinco poemas de Caridad Atencio
De acuerdo con una indiferencia vives la fe como duración. Quiere el dolor. Secundan los
secretos. Al principio y en ti ya estaban los dominios. Sólo faltaba que creciera tu esternón a golpes, volviendo la cabeza y aquellos, espacios diminutos, alzados por el rictus de tus garras.
La legis en el texto
Un problema de fondo, de sustrato vacío o conjurado.
Un asunto de espejo sin espejo, un segmento del agua y la
figura. Zona de ventisca.
¿Qué hace al otro valerse del escriba?, ¿sostenerlo y
moverlo, al son de la propia osadía que ha creado?
Un líquido disparo en pugnas con la lógica: ¿El sostén
de aguas pútridas? ¿nitidez sumergida de la fuente?
Hay que sorber el limo, la hinchazón del cadáver. Hay
Que guardar las huellas del desgaste cuando acuda el
peso de la transparencia.
Quién dijo soy la madre.
Soy el hijo atormentado de mi hijo
que no encuentra las riendas
o se le enredan vibrantes en la mano.
O su mirada que apuntaba
a lo que no se veía.
Huesos como barrotes que no dejan
escapar la pena.
Y mi cabello en sombra sobre el rostro
antes que cierre en blanco eternamente.
¿Cómo te llamabas decapitada?
Me comporto como un árbol que ha dado
y espera, lejos de la estación,
desde su rama seca el alimento.
Me has arrojado viva
como una cosa a mí,
hacia mis afectos maltratados.
Quién dijo soy la madre.
Sin saber que he sido herida
por mi misma, me defiendo
con un hacha en la mano.
“Esa es la isora, aquella es el barquito, y esta la diez del día.” Así voy diciendo a mi nieta a medida que caminamos juntas por los jardines aledaños, y los veo a los dos o soy los dos: mi padre, que construye todos los jardines de la cuadra llenos de diez del día en sus bordes y madamas, y Orestes, quien me lleva de la mano con mis pocos años viendo lo que de pintoresco tiene pasear por el lugar. El alma del río ya estaba en mi alma, y hago que la niña fije nombres de lo que vio que quedaron en mí por las muchas veces que los vi crecer hundiéndome en la oscuridad y la luz al mismo tiempo. Y la historia se repite porque yo hago algo muy diferente a lo que hace la madre de la niña: le enseño cómo orientarse en la casa de flores. Esa es la isora, aquella es el barquito, esta, la diez del día. En el camino le hablo de los árboles porque los árboles hablan del sol.
Hay una sombra, y por supuesto una luz que ordenan la ventana y tengo miedo, y mi padre viene a cantar “Las Mañanitas”, aunque es de noche: “El día en que tú naciste nacieron todas las flores…” Se inflama mi espíritu ante los cambios de tono de la melodía y se moldean en la belleza mis seis o siete años. La niña, que no puede dormir, siente la mano que acaricia, acaso tiembla y se levanta viva del recuerdo. Y yo te dije: “Ofréceme una espada”. A lo que no asentiste, toda la vida comprendiendo la naturaleza de nuestro lazo. Hay una sombra y tengo miedo, y mi padre viene a cantar “Las mañanitas”, aunque es de noche: “Ya la luz del día nos dio”.