Carlos René Aguilera (Santiago de Cuba, 1965) se cuenta entre los artistas contemporáneos cubanos más importantes, y también entre los más laboriosos. Pintor, dibujante, grabador, instalacionista, ilustrador, escultor, su curiosidad y su necesidad de explicarse y explicarnos el universo circundante, no tienen límites. Es, además, uno y múltiple, pues constantemente se desdobla para entrar y salir en los campos temáticos por donde transcurre su obra. Aguilera se revisita, y nunca da por terminada una serie, así ésta se haya inaugurado varias décadas atrás.
Orgullosamente afincado a su lugar de nacimiento, allí regenta el “Taller Aguilera”, institución cultural de referencia a nivel nacional, y puede que más allá de nuestras playas. Es graduado del Instituto Superior de Arte (ISA, 1989) y ha disfrutado de residencias artísticas en República Dominicana (1995), Dinamarca (2012) y Canadá (2013). En dos ocasiones recibió la Medalla de Oro en la Bienal Centroamericana y del Caribe: 1994 y 1996. Su obra ha sido apreciada en Cuba, Estados Unidos, México, Canadá, Austria, España, Francia, Italia y Colombia, Plazas todas en donde ha realizado exposiciones personales.
Aguilera debutó ante el público y la crítica a los dieciocho años, con la muestra Grabados (Biblioteca Elvira Cape, Santiago de Cuba, 1983). Otros hitos importantes en su carrera son las exposiciones Torre por torre (Galería 23 y 12, Ciudad de La Habana, 1992), Freeze (Museo de Arte Moderno, Santo Domingo, República Dominicana, 1995), Pequeñas paradojas tropicales V (Galería Migraciones Culturales, Bordeaux, Francia, 1998), Intercambios (The Hot House, Centro de Exhibiciones Internacionales, Chicago, Estados Unidos, 1999), Obra Reciente (Galería Wunsch, Linz, Austria, 2007), Recyclable worlds (Youme Gallery, Hamilton, Ontario, Canada, 2013) y La posesión de la lluvia (Centro de Arte de Tulancingo, Hidalgo, México, 2016).
Llena de encanto e incitaciones, la obra de este artista tributa a varias corrientes estéticas, sin privilegiar ninguna, ya que las asume como recursos expresivos para el empeño de cada momento. Imposibilitado de auto definirse, deja esa tarea para los que vengan detrás, que seguramente repasarán, admirados, su espléndido trabajo.
Cursaste la academia entre Santiago de Cuba y La Habana. ¿Cuándo fue tu primera visita a la capital? ¿Qué impresión te causó la ciudad?
Era un niño, y a mitad de mis estudios en la Academia José Joaquín Tejada decidí visitar la Habana en lo que sería mi primera vez. Pronto vendrían las pruebas de ingreso para el Instituto Superior de Arte y quería concentrarme en la experiencia del examen habiendo tenido ya mi primer encuentro con la ciudad. Reservé un hotel desde Santiago y viajé solo en bus con la idea de conocer las cúpulas de Cubanacán, el Taller de la Plaza de la Catedral y el Museo de Bellas Artes, mis principales objetivos. Llevaba unas notas de saludo de mi padre para algunos amigos artistas solicitándoles apoyo, pero decidí enfrentar la experiencia solo, así que mi primer diálogo con la capital no tuvo intermediarios. Recuerdo que entender la escala de la ciudad -las demás urbes cubanas son de mediana a pequeña escala- me dio un poco de trabajo: no se podía ir caminando a todos los sitios, por lo que los grandes espacios me resultaron muy atractivos por desafiantes. Sin embargo, la vida cultural de La Habana fue lo más impresionante para mí, la variedad de personas, el mayor desenfado y soltura del capitalino. Pronto sería parte de eso, pues aprobé los exámenes de ingreso.
Relata a grandes rasgos tu tránsito por el Instituto Superior de Arte: significado de la experiencia en términos de formación, profesores y condiscípulos notables.
El ISA me amplió los marcos de la puerta que ya el arte me había abierto. Fueron cinco años en una burbuja creada para nosotros por el pináculo del proyecto social cubano. Por entonces había abundancia de recursos materiales para complementar los planes de estudio; y el claustro, de lujo. Los profesores de asignaturas teóricas eran académicos brillantes y reconocidos nacional e internacionalmente, así como los de las distintas especialidades artísticas, casi todos líderes en sus respectivos campos. Los planes de estudio estaban centrados en actualizar constantemente a los estudiantes en las más recientes tendencias, fuera a través de la experiencia directa de los profesores como resultado de sus viajes, o por el uso de una pequeña pero bien actualizada biblioteca que atesoraba libros y revistas de arte internacional. Casi todos mis compañeros de estudio luego se convirtieron en extraordinarios artistas, y en el proceso de formación nos aportamos mutuamente. ¿Condiscípulos especiales? Todos. Pero no puedo dejar de destacar que uno de mis amigos más antiguos, el gran pintor Rubén Alpízar, vino conmigo hasta hoy desde sexto grado atravesando el sistema de enseñanza artística. De todos los excompañeros de estudio es con quien me reúno más frecuentemente, aunque los encuentros con cualquiera de ellos, donde quiera que sea, constituyen una celebración.
Traza un itinerario crítico de tu obra. ¿Se pueden señalar etapas definidas? ¿Cuáles han sido tus exposiciones cardinales?
Mi primera exposición personal ocurrió en 1983, con grabados en linóleo, xilografías y colografías. Todavía no me consideraba pintor, ni artista hecho. Estaba a punto de graduarme de la Academia de Arte “José Joaquín Tejada”, con perspectivas de continuar en el ISA, y consciente de que aún me faltaba completar mi formación en aspectos importantes. Sin embargo, ya por esa época estaba claro que me consideraba un grabador y que me interesaba más el aspecto técnico. Mis aproximaciones temáticas de entonces eran pretextos para hacer eclosionar soluciones formales. En ese plano, la colografía, que aprendí gracias al maestro Raúl Alfaro Torres, me permitió investigar soluciones que después incorporé a la pintura.
Cuando entré en el ISA, Luis Miguel Valdés me hizo comprender que debía aprovechar mi tiempo aprendiendo técnicas que no había tenido la oportunidad de desarrollar en Santiago, como la litografía, la calcografía. Se lo agradeceré siempre. Eso fue en cuanto al grabado, pero también en cuanto al impulso de exponer pues comprendía que no estaba listo. Los años 80 en La Habana parieron los movimientos Volumen uno y dos, se hicieron exposiciones históricas y, de manera vertiginosa, se sucedían las propuestas artísticas. Nunca había vivido bajo tal vértigo y decidí observar y aprender hasta que pudiera sintonizar cabalmente con el momento, lo cual ocurrió vísperas de mi graduación. El proceso de preparación teórica de la carrera me llevó a proponer una tesis de grado que culminaba en una exposición que resumía lo aprendido por mí durante los cinco años de estudio. Luego vino la exposición de graduación, que llevé a Santiago. Podría decir que desde entonces tuve conciencia mayor de los propósitos en mi trabajo y también conté con más herramientas. Mi experiencia como “ochentista”[i] fue muy breve, pronto me quedó claro que no era lo que deseaba para mi obra, por lo que mi lenguaje se hizo cada vez más personal dentro de las tendencias grupales del momento, así que de inmediato me puse a investigar con las habilidades adquiridas y apareció la metáfora del oso polar. Pero siempre estuve cuidando no estancarme, por lo que mantenía abiertos varios campos de investigación. De hecho, aún mantengo este modus operandi. El oso aparece y desaparece a la vez que siempre está. Es, digamos, un puente entre propuesta y propuesta.
Hubo pies forzados de algunos eventos, como las Bienales de la Habana. En una ocasión, el tema de la Bienal del momento fue la comunicación y eso me llevo a informarme sobre el alfabeto Braille, Morse, dactilemas de sordomudos…, así como la teoría física de la transmisión de mensaje por el éter, en aras de extraer imágenes para trabajar, y el entorno cultural para la síntesis visual. Otro pie forzado fue las migraciones, los éxodos, las diásporas. En este punto quise elaborar una metáfora alejada de las más comunes asociadas con el mar como escenario. Se me antojó que los omnipresentes campos de caña de azúcar, que veía a través de las ventanillas en mis viajes por Cuba en los años ochenta y noventa, eran un mar interior donde ocurrían la verdadera lucha y los éxodos internos. Y así aparecen los guajiros surfeando olas de caña de azúcar. Sabemos que surfear es crear piruetas bellas mientras se intenta entender algo tan mortalmente poderoso como una ola. Esa serie continúa, como todas. Ellas solo se detienen para alimentarse. Otra serie apareció cuando comencé a interesarme por el universo de la física cuántica, la teoría de las cuerdas… Desde niño tuve amigos científicos que me expandían la mente y me invitaban a leer sobre esos temas. La teoría de las cuerdas me parece espectacularmente bella, abarrotada de imágenes que invitan a crear. Así, algo tan complicado aparece como representación de la maraña de hilos que a Cuba le toca desenredar, en sentido general. También la astronomía se hace presente cuando en mi obra surgen agujeros de gusano en medio de un cañaveral, capaces de conducir a otras dimensiones. Tampoco escapé de la conceptualización de la insularidad que todo cubano se plantea, especialmente el intelectual, y lo mismo una isla fue para mí una célula que una galaxia, que un recinto amurallado, que un escenario con clima controlado…Todos a veces errantes y expuestos al libre albedrío, o bien dueños del destino produciendo su viento propio para hinchar las velas. Autocontenidos y expansivos.
Más recientemente introduje el boomerang, ese artilugio de origen misterioso que regresa al lugar de donde fue lanzado, como las buenas acciones o las maldiciones. Es disparado al futuro por un cañón–chequeré, que viene de las cuerdas por aquello de las vibraciones que organizan la materia. Y ya sabes: regresa.
¿Exposiciones cardinales? Tal vez los estudiosos o el público puedan determinar cuáles son, pero para mí la última es la más importante. Como mi trabajo es un laboratorio, una serie da paso a otra, sin jerarquías. Justo en estos momentos tengo mi exposición más importante hasta que venga la próxima. Se trata de “No sólo de osos vive el hombre”, donde intento desplegar, sin ánimo de organizar una retrospectiva, otros quehaceres y temas de mi carrera no tan conocidos como los osos. Puede verse en ella mi reciente trabajo escultórico, diseño escenográfico, ilustración, cubiertas de revistas y libros, mi obra abstracta, mi serie de máscaras, matrices de colografías, mi última serie realizada en pulpa de papel y un muestrario de diversos temas y técnicas pictóricas que he abordado. Son más de 80 obras que se exhiben en El Centro de Artes Plásticas y Diseño, más conocido como “Galería de Arte Universal”, en el edificio del antiguo consulado americano en Santiago de Cuba.
¿Cómo definirías tu filiación estética?
Me considero un artista visual con instrumentos adquiridos a conciencia, siempre listo para procesar sensiblemente el mundo que me rodea. Mi arte es, por tanto, un laboratorio. De modo que intentar definirme como algo en arte es siempre doloroso. Fíjate que tengo obra figurativa y también abstracta. Para mí la historia del arte con sus movimientos y estilos artísticos es una legitima fuente que está disponible para la necesidad expresiva concreta. Mi obra puede tener un poco de postmoderna, de surrealista, de neofigurativa, de abstracta, de puntillista, de expresionista, de naive. Responde a una necesidad expresiva existencial que se vale de los recursos del mundo. No obstante, estoy abierto a la sorpresa de las definiciones que alguien desde fuera pueda hacer de mi trabajo o sus etapas, por lógica investigativa.
¿Cuándo, cómo y por qué entran los osos polares en tu obra? Supongo que sobre este tema te habrán preguntado mucho. No deja de ser un elemento surreal esos plantígrados que aparecen en campos de caña, en un nido de pájaro, en un parque de diversiones, en azoteas de casa coloniales o en un bar, en contraposición con el intenso calor de Santiago de Cuba.
Los osos polares entraron en mi trabajo de una manera muy divertida, como resultado de los encuentros que mantuvimos mis compañeros de año en el ISA después de la graduación. Movidos por la nostalgia, nos reuníamos en la Habana cada vez que era posible, a rememorar los años aquellos juntos en el Instituto y a chequear cómo iban nuestras vidas. En una de aquellas reuniones matizadas por buen ron cubano, que luego se hicieran cada vez más esporádicas hasta que desaparecieron, uno de mis colegas hizo un chiste del famoso Pepito, que se excusaba por una llegada tarde al aula por culpa de un oso polar que encontró, justamente, en las calles de la tropical isla de Cuba. El chiste, magistralmente contado nos hizo reír a todos, pero a mí, además, me iluminó. Justamente andaba buscando algo que relajara mi trabajo de entonces, muy enfocado en asuntos filosóficamente densos. Mi tema fundamental eran las utopías, y los símbolos fundamentales para abordarlas eran la torre de Babel y la torre del constructivista ruso Vladimir Tatlin, que estuvo inspirada en Babel y que devino símbolo de utopía moderna justamente por su inviabilidad. Necesitaba aquel ruido en el sistema que termina echando por tierra todo discurso organizado de utopía, necesitaba un gatillo entrópico. Y en eso aparece el oso, que pasó a significar muchas cosas luego. El símbolo vino a mi obra grácilmente; y apenas asomó, obtuve algunos premios nacionales e internacionales. Esos resultados me invitaron a continuar por esa senda, pese al cuidado que he tenido de diversificarme. Apartando que me atrae la mezcla de belleza y desenfado de este animal que se desplaza con elegancia por su medio, donde no tiene enemigos naturales, excepto el hombre que le hace vulnerable, su descontextualización y posterior recontextualización devino desde temprano estrategia de comunicación muy efectiva, puesto que el espectador, al preguntarse qué hace este cubano, caribeño y santiaguero por añadidura pintando osos, entra automáticamente a mi obra y desde ahí pretendo que continúe solo.
¿Qué parentesco tienes con José Julián Aguilera Vicente?
Es mi padre. No puedo decir que fue porque no es así; a pesar de que falleció hace ya siete años, lo sigue siendo.
Aguilera es un apellido de prestigio en las artes visuales de Santiago de Cuba. ¿Puedes referirte a esto? ¿Pesa, en términos artísticos, ser un Aguilera?
Fue mi padre quien dio realce al apellido Aguilera con una obra artística y humana enorme. Comenzó como escultor bajo la tutela del gran René Valdés, hasta que descubrió el grabado, disciplina que le trajo el reconocimiento nacional. Posteriormente, comenzó a pintar en serio con una proyección distinta a la del grabado, donde fue más expresionista. En la pintura era excelentemente académico y todo lo que hizo tuvo un fortísimo sello personal y una ejecución magistral. Sus manos de oro convertían en belleza lo que tocaban. Además, era un gran profesor; formó a muchos en el dibujo y el grabado, incluido a sus hijos. Insistía en la disciplina, la constancia y la ética. Era muy estricto en todo esto. Claro que el apellido pesa, pero parte de su discurso educativo insistía en encontrar el camino propio como deber fundamental de cada artista como fuente de fortaleza.
¿Qué es el “Taller Aguilera”? ¿Cuál es su singularidad?
El Taller Aguilera es una institución familiar creada por iniciativa de mi padre cuando yo acababa de entrar en el ISA y mi hermano Joel vivía en lo que había sido el estudio del viejo cerca del puerto de Santiago. Mi hermano había encargado una prensa hidráulica vertical para impresión a relieve y surgió la idea de integrarnos alrededor de la máquina y constituir algo que se llamó entonces Taller Independiente Aguilera, subrayando el carácter familiar e independiente mucho antes de que ese tipo de asociación fuera siquiera comprendida como posible en el país. Fue un acto de futuro de mi padre, porque el “Taller Aguilera” comenzó a funcionar de verdad años más tarde, cuando mi hermano Joel y él limpiaron parte del insalubre sótano del edificio donde residía y crearon un espacio para pintar. Yo me incorporo al regreso de mis viajes y estancias fuera de Cuba, y juntos adquirimos dos tórculos y una maquina litográfica de fabricación nacional. Ya con estas máquinas pudimos proyectar el Taller que se convirtió en un centro de atracción para artistas de todo el país y del extranjero, pues desde aquí organizamos cursos de arte, talleres de técnicas de grabado impartidos por nosotros y por colegas de otros países que trajeron técnicas novedosas. Éramos mi padre, mi hermana Josefa como organizadora, mi hermano Joel y yo, la familia que fue capaz de organizar el evento nacional de artes plásticas más grande del país por el 150 aniversario del nacimiento de José Martí, con la ayuda del mecenas y amigo que es Omar López, Conservador de la Ciudad. Se pueden contar muchas más cosas del Taller Aguilera, pero el proyecto Arte soy entre las artes es el mejor ejemplo de la proyección universal que desde la ciudad de Santiago de Cuba define a nuestro Taller. En la actualidad el Taller está integrado permanentemente por mí, intentando liderar, por mi hermana Josefa en su rol de organizadora, aunque ahora está haciendo cerámica y pintura, por Miguel Cosme, un joven artista prometedor que acogimos como familia y al cual he pretendido ayudar a enfocar su carrera y por mi hijo mayor, Marlon René Aguilera, que tiene su estudio de fotografía en el Taller y está a punto de graduarse de Historia del Arte.
¿No vivir en La Habana limita la proyección de tu obra?
En un país como el nuestro, dónde, por más que se pretenda lo contrario, las oportunidades son centralizadas y se distribuyen desde la capital, no vivir en ella disminuye las posibilidades de cualquier artista. Pero eso puede tener contrapesos doblando los esfuerzos. En mi caso, lo que más sufro es no tener a mano a alguna gente querida, tener que tomar un avión o un bus para ver a personas que admiro y disfruto. Por eso, cuando estoy en la Habana los aprovecho doblemente. Y disfruto la terca vida cultural de la capital y ese desenfado con tintes irónicos, y esa irreverencia del capitalino. Pero actualmente la tecnología nos ha brindado la oportunidad de estar en el mundo desde casa y ser emisor y editor de información desde un teléfono. Durante estos inciertos años de la Pandemia, con sus confinamientos, pude experimentarlo con creces y lo mismo le ha sucedido a muchos. Creo que nunca antes tantas personas habían tenido contacto con mi trabajo como desde entonces.
Santiago de Cuba. ¿Cómo son tus vínculos con la ciudad?
Santiago es un misterioso imán para mí. Nunca me fui totalmente y ahora disfruto muchísimo más la ciudad después de haber visto algo de mundo. Gozo su singularidad, todo lo especial y diferente que tiene en su historia, sus paisajes, su psicología colectiva, sus costumbres: todo lo que reafirma la diversidad en la que creo profundamente. Me considero un hijo agradecido que pretende hacerle bien a Santiago. Siempre digo que tener un amigo santiaguero es disfrutar de una lealtad de por vida, y eso explica la hospitalidad famosa, que aun erosionada por las escaseces, se impone. Esta lealtad será tuya no importa como pienses ni que bandera ondees: es la lealtad al sentimiento y la química del amigo, no a hormonas pasajeras. Otro aspecto del santiaguero que me fascina es su apego a las tradiciones y esto es importante porque no creo en un mundo uniforme. Pero, si bien deben existir centinelas de las tradiciones, me gustaría que la universalidad de Emilio Bacardí, su cultura y curiosidad se afincaran más en la sicología del santiaguero. Cuando esto suceda se verán las luces de Santiago desde cualquier rincón del mundo.
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Nota:
1 Se refiere a la promoción o generación de la década de los ochenta.
La belleza plástica de unos sulferos en un maizal me impulsó a buscarte. Tuve la enorme suerte de encontrarte y compartir contigo unas horas en tu taller en compañía de tu padre. Si lees esta nota, te ruego que me envíes un email.
Gracias, y saludos afectuosos, estimado. Yo había leído la excelente entrevista que te hizo Alex. Sintetizó con creces tu trayectoria artística. Un abrazo en mi cumpleaños.