¿Cómo resumir los treinta y seis años de trabajo ininterrumpido de Osvaldo Doimeadiós (Holguín, 1964), uno de los actores y directores más admirados y queridos de nuestra escena? Desde que se graduó en 1987, con diploma de oro, en el Isa, no ha hecho más que triunfar de cara al público, bien como actor dramático, bien encarnando personajes humorísticos de esencia y aceptación popular en la televisión.
Doime, como le llaman admiradores y amigos, es máster en dirección teatral por su alma máter (2019) y doctor honoris causa por la Universidad Anglohispanomexicana de Puebla (2023); además, ostenta la Orden por la Cultura Nacional (1996) y la Orden Alejo Carpentier (2021), una de las más altas distinciones culturales que se confieren en Cuba.
En 1987 fundó el grupo Sala-Manca; y en 2004, el Centro Promotor del Humor, por lo que se le considera uno de los principales exponentes del boom del movimiento de humor escénico cubano que tuvo su esplendor en la década de los 90. Actor, dramaturgo, director escénico, se ha movido con solvencia artística lo mismo en el teatro, el cine, la radio y la televisión.
En 2019 fundó La Nave Oficio de Isla, comunidad creativa que podría calificarse como gestora de teatro total, con participación de actores, músicos, bailarines y artistas visuales. Entre sus puestas más emblemáticas se cuentan Oficio de isla, Luz y El collar.
Este diciembre ha encontrado a Osvaldo Doimeadiós, por variar, inmerso en varios proyectos simultáneos que él cataloga como work in progress: Navidad, performance poético; La vida es vieja, espectáculo humorístico con textos de Miguel Moreno, y Summertime, puesta en escena donde prima la música.
En medio de tanto ajetreo, el carismático actor hace un alto para dialogar con los lectores de OnCuba.
Las notas biográficas que he consultado para preparar esta entrevista sitúan tu nacimiento en Holguín. ¿Se refieren a la ciudad? Cuéntanos los sentimientos, acontecimientos y personas que están en el génesis del artista que eres hoy. ¿Cuándo, de qué forma caíste en la cuenta de que el mundo de la representación dramática podría para ti ser un destino?
Los dados cayeron así. Fue un golpe de intuición: era eso o nada. No me preguntes por qué. Todavía no lo sé. Nací en la ciudad de Holguín y —que sepamos— no hubo en la familia otro artista antes. Primero fue la radio lo que encendió mi vocación; eso y la lectura; después la experiencia de ver una película en una pantalla grande. Marisela Espinosa, Idalberto Betancourt y Edith González, personas vinculadas a la radio y al teatro en la ciudad, fueron algunos de los mentores en esa etapa inicial. Mi familia, por supuesto, con su apoyo, respaldó mi elección.
¿Los tantos personajes campesinos que has creado, se nutren de vivencias en tu provincia natal?
Aunque crecí en un barrio de la ciudad, en las vacaciones pasaba largas temporadas en el campo, donde conocí muchos campesinos. Suelo ser muy observador, condición indispensable para nuestra profesión. El actor siempre tiene que estar atento, con todos los sentidos alertas. Saber luego distinguir y diferenciar. Cada personaje tiene su música; aun cuando sean todos campesinos. No hablan igual un campesino de Holguín, de Pinar del Río o de la zona central del país. Es como las tonadas guajiras que, dependiendo de la región donde se originaron, cada cual se entona de manera diferente.
Ingresas en el ISA a los 18 años, en 1982. ¿A tu arribo a esa institución ya habías manifestado ante el público tu vocación?
Había hecho muchos programas en la radio holguinera. Mi bautizo como actor fue en una adaptación para la radio de la novela Cumbres borrascosas. Tenía entonces 7 años. También tuve otras experiencias en el Teatro dentro del movimiento de aficionados.
¿Cómo evalúas a la distancia esos años de formación en el ISA? Cita a los profesores que más te hayan influido, a los compañeros con los que coincidiste allí y con los que estableciste una relación artística y amistosa que ha perdurado.
Entrar al ISA fue entrar a otro universo. Mis maestros, los mejores en el orden técnico, y, mucho más importante, en la formación ética que nos dieron. Todos, verdaderos referentes en el panorama artístico del país. Imagínate que nuestra decana era la Dra. Grazziella Pogolotti, y dentro del claustro estaba mi maestra Ana Viña, Vicente y Raquel Revuelta, Flora Lauten, Armando Suárez del Villar, Herminia Sánchez, María Elena Ortega, Rine Leal, Francisco López Sacha, Sonia Pérez Biotti, Adela Prado, Julio Cid, Miriam Izada, por solo citar algunos.
Por los pasillos del ISA caminaban, daban clases y compartían con nosotros Harold Gramatges, Argeliers León, María Teresa Linares, Manuel Moreno Fraginals, Flavio Garciandía, Orlando Suárez Tajonera y una larga lista de los que, como dicen hoy a manera de cliché los noticieros culturales, forman parte de la verdadera vanguardia artística de la nación.
De esos años conservo grandes amigos y recuerdos; con algunos aún trabajo, como es el caso de Rebeca Rodríguez, Iván Balmaseda, Hilario Peña, Eberto García, Yamira Díaz. En mi año del ISA estudiaban personas entrañables como Broselianda Hernández, Rubén Darío Salazar, María Isabel Díaz, Francisco Gattorno, Jorge Luis Álvarez, Laura Fernández, Ileana Wilson, Hortensia Rey y Dianelis Brito, entre otros.
En 1987 fundas el grupo humorístico Sala-Manca. ¿Por qué ese nombre?
En ese momento cursaba el último año en el ISA. Jorge Luis Sánchez Noya, uno de los fundadores, tuvo la idea del nombre. Resulta que trabajamos casi siempre en espacios teatrales incompletos (cosa que no ha variado con el paso del tiempo).
¿Cómo era el humor escénico que se hacía en Cuba por aquel tiempo?
En esos años hubo una explosión de grupos de humor que venían de las universidades. Trabajábamos temas que nos eran comunes, abordados de una manera crítica y, sobre todo, sentíamos la necesidad de expresar desde la escena lenguajes diversos.
¿Qué propició esa explosión de humoristas y espectáculos de humor en el país?
Creo que influyó mucho la visita a Cuba, en el año 1986, del grupo argentino Les Luthiers.
En el orden nacional, destaco el trabajo del Conjunto Nacional de Espectáculos, el semanario humorístico DDT y la literatura de Héctor Zumbado. No queríamos conformarnos solo con el costumbrismo.
En comparación con la década del 90, ¿en qué posición se encuentra el humor escénico entre nosotros?
El humor escénico hoy, en sentido general, está más atomizado. Casi todo el mundo trabaja como solista, en un estilo que se define como el stand up comedy, aunque de manera excepcional quedan algunas agrupaciones. El humor ha sufrido lo que ha sufrido la sociedad cubana.
Varios críticos han señalado que te mueves en un registro actoral amplio, que va de lo cómico a lo dramático. ¿En el principio fue el cómico?
En el principio fue lo dramático y luego vino lo cómico. La coexistencia entre ambos lados conforma la identidad de mi trabajo; digamos que lo humaniza.
¿Es Doimeadiós un actor que reparte rasgos personales entre sus personajes, o tus caracterizaciones son netamente un cambio de piel?
Estamos hechos de hebras de muchos colores, y a los personajes les prestamos nuestro equipaje vivencial. Si se produce o no eso que llaman el cambio de piel, es a veces lo de menos. Lo importante es la conciencia de que somos instrumentos de la creación, que con nuestra presencia en cualquier escenario o medio articulamos sentido, que no salimos a demostrar nada, hay que andar con toda la honestidad del mundo para llegar a la verdad.
¿Qué es para ti un actor? ¿El actor nace o se hace?
El actor es como un instrumento musical. Tienes que pulsar cada cuerda de tu voz y de tu cuerpo, extraer las más recónditas melodías. Tienes que entrenarte y aprender a estar presente, vivo, con todos los sentidos despiertos. Saber escuchar y responder. No estás solo en el escenario, tiene que ocurrir una conexión real con los demás. Estudiar e investigar todo el tiempo. La verdadera noción de técnica es la que se metaboliza y se hace invisible. Tener la certeza de que toda vanidad es inútil, no conduce a nada. Hay que entregarse a vivir una experiencia con la honestidad más grande del mundo.
Siempre digo que el talento es como una parcela de tierra cultivable. Depende del empeño personal. Hay quien con poco logra mucho, eso tiene que ver con la devoción y la entrega. Por supuesto, el que tenga las condiciones naturales y a eso le sume el empeño, con toda seguridad conseguirá grandes resultados.
¿Es cierto que donde hay un buen director no hay mal actor? ¿Puede un buen actor “salvar” un texto dramático malo?
Te diría que la conjunción de un buen casting, un buen actor y un buen director pueden salvar un texto pobre. Ejemplos he visto muchos.
Cita a dos actores, uno nacional y otro internacional, que resulten un paradigma para ti.
Vicente Revuelta y Marlon Brando son dos actores que siempre tomo como referencia.
Entre los filmes en que has participado se recuerdan El elefante y la bicicleta (Tabío, 1992), Pon tu pensamiento en mi (Sotto, 1995), Amor vertical (Sotto, 1997), Operación Fangio (Lecci, 1999), Habana Blues (Zambrano, 2005) y Personal Belongings (Brugués, 2008). ¿Has disfrutado trabajar para el cine?
Disfruto hacer cine y, cuando son personajes sustanciosos, mucho más. Me ha tocado hacer muchos personajes pequeños, pero de todos he aprendido algo.
¿Te han llamado los directores tanto como hubieras querido?
Me habría gustado trabajar más en ese medio, pero, desgraciadamente, muchas veces ni siquiera se trata de que los directores te llamen o no. Ellos filman muy poco. La depresión del cine cubano tiene larga data. A los problemas de producción se suman otros estructurales y de política cultural.
¿Te animarías a dirigir cine?
Me encantaría.
Tu popularidad se debe sobre todo a tus apariciones en TV. Recuérdanos cuáles han sido los personajes representados por ti que más resonancia han encontrado entre los televidentes.
Los personajes humorísticos consiguen, por lo general, una mayor aprobación en el público, y los que me han tocado representar no han sido la excepción. Así me pasó con personajes que nacieron en el espacio Sabadazo, como Margot y Feliciano; o Pipo Pérez, en Deja que yo te cuente; asimismo, con los que he estado haciendo últimamente en Vivir del cuento: Matilda y Meriño el carnicero. Hay otros personajes incidentales que han tenido vida más corta, pero igualmente en su momento disfruté mucho hacerlos.
He tenido la suerte de que los personajes que están en una cuerda más dramática hayan tenido también una buena recepción en el gran público. Así me pasó con el mecánico de TV en el teleteatro Pipepa, con Mongo Castillo en LCB: la otra guerra o con la grabación de Santa Cecilia, el monólogo de Abilio Estévez, que se hizo para la TV.
¿Coinciden las preferencias del público con las tuyas?
La mayoría de las veces coincido con el público.
Mencionaré algunos directores cubanos con los que has trabajado. Sin necesidad de hacer una —siempre odiosa— lista de preferencias, me gustaría que escojas tres y nos comentes qué aprendiste de ellos: Carlos Díaz, Abelardo Estorino, Raquel Revuelta, Mario Balmaseda, Armando Suárez del Villar, Ana Viña, Nicolás Dorr y Flora Lauten.
Todos los directores que mencionas dejaron una huella importante en mí. Ana, como te dije, fue mi maestra de actuación en el ISA durante cinco años. Si importante fue la técnica que aprendí de ella, mucho más lo fue el rigor ético que nos inculcó.
Armando Suárez del Villar fue un padre o un mentor para mí y para muchos actores, cantantes y humoristas de nuestra generación. Me legó el rigor intelectual, la conciencia de lo necesario que es el conocimiento de las fuentes de nuestras tradiciones, la historia y la memoria de la nación. Su huella está presente en todo lo que hago.
Con Carlos Díaz hice trabajos de actuación que me obligaron a crecer como actor en todo sentido. Mi carrera dio un vuelco significativo durante los años en que estuve en Teatro El Público. Carlos es un sacerdote de la belleza, del sentido compositivo de la escena.
¿Alguna anécdota de tu vida teatral?
En el teatro Mella, haciendo una función del espectáculo Aquicualquier@ nos sorprendió un apagón. El público se quedó en sus asientos y decidí continuar. Poco a poco los asistentes fueron encendiendo sus celulares y te aseguro que fue una de las funciones con más magia entre las que he hecho en los días de mi vida.
Santa Cecilia, monólogo de Abilio Estévez representado por ti, fue muy elogiado por el público y la crítica. ¿Cómo juzgas tu trabajo, después de tantos años, en ese papel? ¿Se puede decir que tienes una relación entrañable con esa obra?
Sin lugar a dudas, Santa Cecilia fue un parteaguas en mi carrera. Abilio Estévez escribió ese monumento para Vivian Acosta, quien lo estrenó en los años 90 e hizo del texto una puesta memorable. El reto que tenía era grande. Después de eso fui otro actor. Tuve una sacudida intelectual y visceral que me obligó a investigar, a entrenar, pero, sobre todo, a articular el sedimento que uno trae y convertirlo en un hecho vivo, algo así como juntar todos los afluentes en el río principal y llegar al mar. Reconozco a Carlos Díaz como el gran gestor de ese resultado y a todo el equipo que logró reunir. Entre otros, a Gilda Bello, que fue la asistente de dirección; a Vladimir Cuenca, en el diseño de vestuario, y a la maestra del maquillaje Adela Prado —la hermana Adela, como siempre le decía—, a quien perdimos físicamente hace unos días.
Volvamos al presente. Hablemos del proyecto que ahora diriges. ¿Qué es La Nave Oficio de Isla?
La Nave Oficio de Isla es una comunidad creativa en la que confluyen y dialogan intereses de artistas de varias disciplinas. Nacimos en 2019, y somos un proyecto que gestiona y produce espectáculos; asimismo, desarrolla una línea formativa y de investigación asociada a la enseñanza artística y los talleres de superación.
Tenemos cuatro espectáculos estrenados y otros tres en proceso de montaje. Desarrollamos dos eventos en el año: el Laboratorio Internacional Traspasos Escénicos, en noviembre, y Teatrales en La Nave, en marzo.
Este año creamos una plataforma para apoyar los proyectos de jóvenes creadores que se inician en la dirección escénica. Hemos forjado, además, una comunidad de público que responde a nuestras convocatorias.
¿Cuál es su estética?
Nuestras puestas en escena dialogan con el espacio, no tenemos un equipamiento esceno-técnico (luces, tramoya, telonería…), hecho que condiciona otra manera de narrar espacialmente y obliga al actor a exponerse doblemente: como actor y como personaje.
¿Qué aporta La Nave Oficio de Isla a la vida teatral habanera hoy?
Nos resistimos al inmovilismo. Creo que esto responde la pregunta.
Excelente entrevista para similar actor.