Holbox (“hoyo negro” en maya yucateco) es una isla situada lo más al norte posible del estado de Quintana Roo, en México. Su nombre no hace justicia a las bondades naturales del lugar, que blasona de sus 34 kilómetros de playas espléndidas. Allí desde hace tres meses Ernesto García Sánchez (La Habana, 1989) se encuentra “varado”, en compañía de la también artista Sandra Pérez.
Holbox, digámoslo rápido y mal, no es territorio hostil para esta pareja que aquí ha encontrado, también, su “sitio de poder”. Por eso lo alternan con La Habana en largas estadías, sólo que ahora los planes de retorno a Cuba se han visto obstruidos por el aislamiento que la pandemia impone. Las fronteras se cerraron, y la vida ha entrado en una desoladora y forzosa pausa cuyo fin, aún, no es posible predecir.
Contacto con Erne. Extraño nuestras frecuentaciones, nuestras charlas sobre arte, las bromas filosas sobre todo aquello que pretende ser solemne. Este artista sorprende por su laboriosidad y por sus incesantes búsquedas conceptuales y formales. Lo he visto crecer de exposición en exposición. Y lo admiro sin reservas.
Perteneces a una generación que, no obstante su juventud, ya va fijando algunos nombres importantes dentro del panorama del arte cubano.
Pero no sólo. Algunos ya van teniendo cierto eco a nivel internacional, ya sea por las becas y residencias que han ganado, porque sus obras han ido a dar a muestras y a colecciones prestigiosas o porque, como es el caso de Rafael Villares, se hayan instalado en espacios públicos de otros países. Entre los contemporáneos cercanos se destacan José Mesías, Rafael Domenech, Laura Carralero, Miguel Machado, Gabriel Cisneros y Rigoberto Díaz. Seguramente estoy cometiendo omisiones lamentables.
¿Cuáles fueron tus participaciones destacadas más recientes?
La última exposición personal fue “linearity”, en Mindy Solomon Gallery, Miami, en el 2018. En el 2019 participé solo en proyectos colectivos durante la Bienal de la Habana.
¿Cómo la covid-19 ha impactado en tus planes?
Para abril estaba fijada una exposición personal en Factoría Habana. Es un proyecto grande en el que la curadora Concha Fontella y yo veníamos trabajando desde hace un año; tentativamente queda para finales de año. También para este 2020 tengo prevista otra muestra en la Mindy Solomon Gallery. Como ves, dependo de que la situación se normalice y se levanten las medidas de aislamiento. Estoy atrapado, pero con salida.
Factoría Habana son palabras mayores. Es un espacio inmenso, con varios pisos, puntal alto. ¿No será demasiado?
Crear es retarse constantemente, superar dificultades. No te adelanto nada. Ya tú verás los resultados.
Te graduaste del Instituto Superior de Arte (ISA) en el 2015. En tan breve tiempo de vida profesional tu obra ha “sufrido” varias mutaciones. ¿Cómo lo explicas?
En principio el trabajo estuvo marcado por el interés de indagar en los procesos pictóricos, en explorar la pintura, no como un mero medio de expresión, sino como un tema en sí mismo; con el tiempo ese propósito se ha ido transformando y he encontrado otras áreas de intereses como, por ejemplo, el dibujo; procedimiento que en mi caso funciona como una abstracción que se nutre de muchos elementos como la arquitectura, el diseño y el textil, entre otros. La acción de dibujar para mí funciona casi como una meditación diaria.
Los dibujos han despertado un deseo de explorar el aspecto tridimensional de la abstracción; entonces, paralelamente a dibujar estoy haciendo una serie de piezas de madera a modo de esculturas. He descubierto otra gran motivación, que es la carpintería, y estoy tratando de integrarla al proceso de creación.
Haciendo un ejercicio de crítica normativa, ¿podemos señalar tu referente artístico más cercano?
No tengo un solo referente sino varios. Te voy a mencionar los que se me ocurren ahora. Anota ahí: Sol Lewitt, Sandú Darié, Loló Soldevilla y Brice Marden.
Un artista que sigo con mucha admiración, aunque no se pueda ver una conexión directa entre su obra y mi trabajo, es David Hockney. Debe ser por la forma en que él aborda la experiencia creativa.
Todas las piezas tuyas que conozco, y no son pocas, se mueven dentro de los códigos de la abstracción.
La abstracción para mí fue un descubrimiento perfecto, porque sentí que era un lenguaje que se correspondía más con la manera que tengo de ver el mundo. Me di cuenta de que, inconscientemente, siempre trataba de filtrar los fenómenos que percibía alrededor desde una síntesis y una sensorialidad muy orgánicas. Siento que mi personaje nunca ha sido muy narrativo ni muy muelero, como decimos los cubanos.
No tengo nada en contra de lo figurativo, me encanta; creo que la discusión entre abstracción y figuración es antigua, que la visión del mundo actual debería ser más integradora y no tan fragmentada como se ha venido dando, unos contra otros, cada uno de nosotros defendiendo e imponiendo su “verdad”. En fin…
¿Cómo es tu día a día en Holbox?
Un día típico aquí no es muy diferente a uno en la Habana. La dinámica es la misma: trabajo durante casi todo el día aprovechando la luz natural, hacemos las cosas cotidianas. La diferencia más notable seria que Holbox, al ser una isla muy pequeña, con pocas edificaciones, hace que te sientas más cercano a la naturaleza, que es bastante similar a la de Cuba.
¿Qué han significado estos meses de reclusión involuntaria?
Ha sido muy provechoso el aislamiento. Me ha permitido tomar distancia y observarme en la rutina con la que uno normalmente convive a nivel personal y social, todas las películas absurdas que uno se crea mentalmente. He podido observar el pánico de la colectividad, la locura de las redes sociales. De vez en cuando se me cuela la sensación de miedo, pero trato de dejar que pase como una cortina de humo, y que sea lo que sea. Siento que he crecido.
En una conversación que sostuvimos en Barranquilla hace algunos años te declaraste fan absoluto de Michael Jackson. ¿Aún mantienes esa filia?
¿Qué pasa, socio? Michael, para decírtelo en mexicano, “sigue siendo el rey”.
¿Algo más?
Sí. También en la cuarentena me he iniciado en la cocina, una actividad muy creativa. Y no se me da mal.
Cuando llegues a La Habana te voy a buscar para comprobarlo.
Dale. Es una apuesta.
Ya tengo inmensas ganas de RE-CONOCER a Erne, creo que la última vez que lo vi, tendría algo así como 7 años…. La lectura de esta entrevista me incentiva para, en cuanto pase esta contingencia, intentar encontrarlo ya sea en la Habana, en Holbox o en Ciudad de México. Espero poder cumplirme ese encuentro.