Pintor, poeta y narrador, Hermes Entenza (Villa Clara, 1960), constituye una de las personalidades más interesantes en el hoy por hoy de la cultura cubana. Estudió restauración en el Tula Art Center de Atlanta, Georgia, y ha ejercido como diseñador e instructor de artes visuales en Sancti Spíritus, su tierra de adopción, la cuarta villa fundada por los españoles, en 1514, en las cercanías del río Tuinicú, joya de la arquitectura colonial en la Isla.
Hermes, viajero impenitente, siempre regresa a su tierra natal para afinar las tensiones creativas, es el sitio donde levanta su obra singular, quizás aún no apreciada por la crítica en todo su valor. Vivir en “el campo” tiene un precio. Él lo sabe, y lo paga. Creció en un hogar de misioneros cristianos, y sus signos vitales van de la duda a la inconformidad.
Hasta el momento ha publicado el libro de relatos La suciedad del corredor de fondo (Editorial Guantanamera, España, 2017) y los poemarios Clairmont (2001), Tribal (2004), La habitación ámbar (2010) y La noche americana (2015), todos por Ediciones Luminaria, de Sancti Spíritus, e Interregno (2016, Ediciones Matanzas).
Entre sus exposiciones personales más recientes cabe citar Origen del insomnio (Galería Kajüte, Berlín, 2018); La Divina Comedia (Galería Fayad Jamís, Sancti Spíritus, 2016); y Papers (Quarters Art Gallery, Edmonton, Canadá, 2014). Además, su obra plástica se ha mostrado, como parte de exhibiciones colectivas, en México, España, Brasil, Noruega y Estados Unidos.
¿Qué llegó primero, la poesía o la pintura?
No lo sé. Pienso que fue, como suele suceder a niños inquietos, el afán por dejar marcas en paredes y hojas limpias. A veces me confunde el comienzo de un caos, pues siempre es difícil saber su nacimiento. Como todo “chama”, quise ser marinero, ingeniero naval, pero se me negó la beca por ser hijo de un pastor Bautista. Hubiese sido un desastre de marinero, pero sí que soñé con el mar en mi infancia.
Por esa época ya dejaba garabatos en las libretas de escuela, dibujaba caricaturas con el rostro de los profesores que detestaba, en situaciones grotescas; era un show entre mis condiscípulos mostrar esos retratos aberrantes.
Escribí, quizás antes, quizás después, no recuerdo. Tuve mi biblioteca personal desde bien temprano; fue un gran regalo de mis padres y una estrategia mancomunada para que el primogénito adquiriera cultura. Me dosificaron lecturas de infancia y adolescencia, hasta que un buen día, después de leer todo Julio Verne y Alexandre Dumas, me dijeron: “ahora léete esto”, y pusieron en mis manos Los Miserables. Ahí me cambiaron la bola, y no tuve salvación; seguí atesorando libros, comenzó la infinita carrera por leer; fue el detonante. Te puedo asegurar que mi compromiso con las artes visuales fue mucho antes de creer, de creerme un hacedor de literatura. Soy un escritor tardío; mi primer libro publicado fue escrito a finales del siglo XX, aunque la mecha estuvo encendida desde la niñez.
¿Cuándo te asumiste como artista?
Tampoco lo tengo claro; es una pregunta que siempre me da guerra. He tratado de descubrir cómo y cuándo llegó ese compromiso, y por supuesto, creo toda una trama.
Ya sabes que soy hijo de misioneros. Mi madre era la pianista de la iglesia, y pasaba horas tocando piezas laicas y del cantoral religioso. Desde que nací, el sonido del piano fue parte de mi modus vivendi, y allí Chopin, Beethoven y Fanny Crosby me acompañaban. Quizás esa carga sonora, siendo dueño de una biblioteca desde temprana edad, hicieron mella en mi carácter, y surgió el empeño de decir, de sacar de adentro cosas; y cuando esa vocación se convierte en necesidad, comienza el compromiso por decir las cosas de forma estética. Eso sucedió en mi adolescencia; ya a esa edad tuve la necesidad de ser escuchado. Fue muy duro en esa época ser estudiante de secundaria e hijo de religiosos, y la rebeldía afloró de manera estética.
Volverse artista depende de millones de circunstancias inesperadas, como la vida en la tierra. Pienso que debe suceder lo mismo con cualquier vocación.
¿Cuál crees que sea el mayor hecho de trascendencia poética que has experimentado?
Me han pasado cosas muy bellas y otras espantosas que no dejan de ser trascendentes. Ver a mi hija, cuando era muy niña, recitar de memoria “Preciosa y el aire”, de Lorca, es un suceso maravilloso.
Descubrir, en esa etapa de lector, cuando ya nos deslumbra la literatura, como pieza didáctica para un escritor en ciernes, que darías media vida por haber escrito el texto que lees. Así me sucedió con W. B. Yeats, Martí, Platón, Emir Cioran, Milán Kundera y otra docena de nombres ilustres. Sentirnos retratados en libros ajenos es una carga soportable y trascendente.
Cierta vez, en la biblioteca de Sancti Spíritus, saqué del estante mi libro Clairmont, el primero publicado, y estaba lleno de mensajes de muchachas y muchachos que se comunicaban entre ellos; también leí algunos mensajes para mí. Quise robarme ese ejemplar, pero lo dejé allí para que siguiera fungiendo como oficina de correos. Entre los mensajes dirigidos al autor, hay uno que dice: “Qué lindo eres, pero qué loco”. Imagino que a cualquier muchacha le gustó algún poema y encontró belleza en él.
Por otra parte, he sentido (también es trascendente) la oscura mano, anónima siempre, indignada y agresiva porque digo y hago con sinceridad lo que quiero, y ser sincero trae muchos problemas.
Traza un arco temático y estilístico entre Clairmont e Interregno.
Me devano los sesos tratando de encontrar el sentido a lo que escribo y pinto; a veces disfruto atar cabos.
Si hay algún arco temático en mi obra escrita, seguramente es la distancia, la añoranza por lo que nunca hemos tenido, la soledad, el erotismo, la muerte, la dicotomía del bien y el mal…bah, temas recurrentes en todos los que escriben, quizás más subrayados en mis formas literarias por mi formación, tan cerca y a la vez tan alejado de los dioses.
Clairmont fue un libro que escribí en Estados Unidos en par de semanas. Allí está la Beat Generation haciendo guiños. Muchos me han dicho que estoy bien influenciado por ese movimiento, pero yo me resisto a admitirlo; prefiero que me digan el “Gótico del Sur”, como alguna vez me ha llamado Manuel Sosa. Esto me complace más, pues con el paso del tiempo, y producto de mis viajes anuales a Europa, me he convertido casi en un medievalista, y por supuesto, esto ha entrado en el torrente artístico. De esas vivencias han salido mis últimos libros publicados, como Interregno, y otros todavía inéditos, entre los que están par de cuadernos de sonetos, en los que utilicé el castellano antiguo y la picaresca renacentista, valiéndome de lecturas de época y acompañado de diccionarios del léxico medieval castizo; pero solo como un medio para darle un poco de atmósfera a los textos, pues si asumo todas las leyes gramaticales de la época, los textos serían incomprensibles.
¿Qué buscas en la obra plástica? ¿Puedes simultanear la pintura con la poesía, o son mundos tan absorbentes que, puesto a ello, demandan, por turno, toda la concentración creativa?
Soy artista y escritor porque no me queda más alternativa; hubiese querido ser dueño de un viñedo en La Provenza o juglar en la feria de Scarborough, marinero, o vender libros viejos e incunables en la calle de las imaginerías en Madrid; pero como único puedo sentirme bien es sacando a flote toda esa carga “diabólica” que llevo dentro. Con mi forma de ser, el viñedo provenzal y la librería madrileña hubiesen fracasado, y la feria londinense cerró hace siglos. Vamos, como único puedo quedar conforme es escribiendo y pintando. Busco deconstruir la historia y rearmarla a mi gusto, como si fuera Dios; es una oportunidad solo para el arte y hay que aprovecharla, pues en otros campos es más complicado y distópico; me encanta fusionar, en la pintura y la literatura, estados fríos de la historia del arte y la historia pura; los presento como única versión del mundo, y así, funciona como una especie de olla con opio, donde cada cual viaja a su manera. Me gusta desarmar y cuestionar el arte y la política, junto a sus manifiestos.
Busco satisfacerme con lo que hago, y frecuentemente me siento frente a mis cuadros y releo mis poemas y cuentos ya publicados. Me da terror hacerlo, pero me lo impongo. Los disfruto cuando estoy de buenas, y casi siempre quisiera retroceder en el tiempo y reescribirlos y repintarlos todos. Depende de mi ánimo para saber qué hacer con mi obra, pero ahí está mi labor, en repasar constantemente lo que hice; y si a alguien le gusta mi creación, pues mejor.
Me cuidaba de no mezclar ambas disciplinas, pero en mi última exposición en Cuba, Berlín y en Praga, escribí cuentos para cada cuadro, y se expusieron juntos. Me pareció bien.
¿Cómo te definirías como poeta? ¿Cómo te definirías como pintor?
A mi modo de ver, las artes visuales y las literarias son herramientas distintas de un mismo corpus, que es el arte.
Me definiría como un eterno inconforme que va siempre contra corriente, que no se adapta a la vida plana y lineal, y que por esa razón necesita escribir y pintar.
Perteneces a una estirpe de pintores poetas o de poetas pintores. Me vienen a la mente Juana Borrero, Fayad Jamís, Pedro de Oraá, Manolo Vidal, José Pérez Olivares, Zaida del Río, en el ámbito nacional. ¿Cómo te sientes en esa compañía? ¿Tienes afinidad especial por alguno de ellos?
En efecto, hay una pléyade de pintores que escribieron, y viceversa. Debe ser porque existen motivaciones, ideas o temáticas, por decirlo de algún modo, que son o más visuales, o más literarias porque requieren de una historia. Las herramientas para las artes visuales, y las literarias, tienen especificidades. En mi caso, tengo bastante definidas estas dos vías para explotar ciertas ideas; un sexto sentido que me dice que tal cosa es muy dependiente de cierta “cronología”, de una conjunción de sonidos y maldiciones; otras son muy dependientes del color, del hieratismo, y van directamente a la fábrica de imágenes. A ver, quizás no todo es tan fácil, pues un artista no es una computadora con programas específicos para decidir el destino de las ideas que le brotan; puede que todo sea un ejemplo, y que solo imagino ese proceso interno que dispone de dos herramientas para crear o sonidos escritos, o imágenes pintadas.
Particularmente me interesa mucho leer poemas de artistas plásticos. Me atrae William Blake; siempre lo he leído con azoramiento y he profundizado en sus dos disciplinas.
Me resultan muy interesantes, además, aquellos artistas plásticos que escriben narrativa, y otros narradores que han pintado, como el caso de Severo Sarduy, por mencionar uno. Soy bastante curioso en ese aspecto, de ver a fondo cómo funcionan ambas herramientas para crear. También leo mucho a diferentes artistas que han escrito crítica de arte; aquellos que han desarrollado temas referentes a su obra, a su estilo de pintura, o al arte en general; necesito y leo mucha crítica de arte, ensayos sobre literatura. Presto bastante atención a los creadores que teorizan y escriben sobre su obra, yo lo hago a mi manera, y cada serie de pinturas y cada libro tienen su tesis escrita. Es una carga, mi carga.
De casi todos los que mencionas, he leído la obra escrita. Me llama mucho Juana Borrero, sus cuitas, su obra. De Fayad he leído todo lo publicado; creo que es el artista plástico “casi” cubano, que más resonancia literaria alcanzó. Aquí podría decir que era un poeta que pintaba, pero no me atrevo, pues estaría negando mi tesis de que pintar o escribir es el mismo ingenuo acto de hacer arte.
En momentos que tanto se habla de la construcción de la identidad, cuéntanos cómo se ha ido formando la tuya. ¿Quién eres? ¿Qué te gusta de ti, qué aceptas a regañadientes, qué rechazas?
Soy el resultado de muchos poquitos, como una piedra sedimentaria; un eterno contestatario, irredento y medio hippie todavía.
Vivo al día en todos los aspectos; comienzo la mañana en mi taller oyendo música psicodélica, las viejas bandas de rock, y ya al caer la tarde suenan óperas. Casi siempre me sorprende el crepúsculo escuchando La Traviata, pues padezco del mal, muy criticado por mi gente, de que cuando me gusta un tema, una banda o una ópera, la repito una y otra vez, hasta el cansancio.
En la noche escribo en silencio total, veo buen cine, tomo vino tinto o vodka, e interactúo con amistades y gente que quiero.
Me fascina la juventud; me preocupa el no poder adaptarme a la vejez que ya se acerca. Tengo 60 años, y todavía quiero hacerme más tatuajes. Disfruto ser irreverente cuando debo serlo y todo un gentleman en el momento apropiado.
Padezco de inmadurez eterna, y eso me tiene sobre aviso a la hora de tomar decisiones, aunque casi siempre me equivoco.
Acepto plácidamente la crítica formal a mi obra, incluso la pido a gritos; pero me enfurece la crítica a los conceptos, pues cada cual es dueño de su panteón, y no permito injerencias en mi forma de pensar y ver el mundo —salvo cuando es como observación sana— o atente en contra de las formas pictóricas o literarias.
Rechazo la altivez, la petulancia y la manipulación ideológica, venga de donde venga. Rechazo el fanatismo de cualquier especie, religioso o político. Odio la segregación ideológica, sexual, racial y todas esas formas oscuras y cerradas que imponen sus criterios. Soy rebelde a casi todas las reglas. Ya te dije, soy irredento.
¿Cómo es ser un artista en provincia?
¿Conoces el dicho “pueblo chiquito, infierno grande”? Es real.
Mis padres, por su misión, eran casi gitanos, fui engendrado en La Habana, alumbrado en Villa Clara por emergencia del parto, e inscripto en Cienfuegos, donde viví mi infancia. Me considero espirituano porque llegué a esta ciudad con diez años; aquí llegó mi adolescencia, mis primeros descubrimientos como joven inquieto, mis primeros amores y dolores de cabeza por alguna novia esquiva. Somos de donde aprendemos a amar y a sufrir, a pensar y a desear largarnos algún día. Soy espirituano. En las notas sobre el autor de todos mis libros, aparezco como nacido aquí, y me da placer.
Una amiga filósofa sostiene que Sancti Spíritus posee un embrujo medieval, pero en este caso mi medievalismo se va por el tragante. Es una ciudad muy conservadora para un artista, aburrida y presa de sus leyendas. Todo eso la hace bella, sobre todo cuando estoy lejos.
He tenido la suerte de viajar mucho, y Sancti Spíritus me sirve de refugio cuando regreso a su calma. Es la balanza que siempre está ahí, pesándonos.
¿Qué es lo que más te gusta de tu entorno vital, qué es lo que más inconforme te mantiene?
Me siento a plenitud con la gente que quiero y que me quiere. Mi opinión es que la patria va conmigo a donde quiera que vaya, y que donde esté, si tengo complacencia con el lugar, allí establezco mi cubanía.
Soy un cubano muy raro, me dicen. Prefiero el vino al ron; me gusta la música del período barroco, la celta, que me viene por raíz paterna; el rock, no la salsa; sí el son tradicional. Prefiero el fútbol y me aburre el baseball. Añoro los días grises y detesto el calor.
Sigo siendo cubano para suerte mía, pero un cubano incómodo.
Estoy inconforme con tantas cosas, que tendríamos que estar conversando una semana, pero trataré de resumirlas en un solo concepto que las abarque. No soporto la intolerancia, la poca capacidad de muchos que al ver matices diferentes no entienden que todos son válidos. Son los que ven a la sociedad como un piano con una sola tecla, y para que surja buena melodía deben ser 88, y cada una suena en diferente tono. Eso es música.
Comparte aquí dos poemas tuyos que los lectores de OnCuba no deberían dejar de conocer.
Allá vamos.
Opium
Ya no importa lo que hagas con tu vida,
me da igual que desaparezcas.
Y en ese instante pierdo el control del auto.
En el último segundo me miras asustada
e intento maldecir.
Las ruedas toman otro rumbo
y caemos al vacío.
Están los ángeles de la muerte
frente a nosotros.
Pero un instante de resurrección nos cubre,
y quedamos colgando de una rama, inseguros, palpitantes.
Abajo está la muerte, muy abajo.
Aquí estamos tú y yo bailando
entre cielo y tierra.
¿Querías decir algo?, me gritas.
Deberíamos caer,
caer despacio como en las películas.
¿Decías algo?
Pero hay tanto que beber; tantos bares que abrazar,
calles verdes y laúdes por tocar.
Quisiera regalarte una flor en este instante,
pero no hay flores
ni manos prestas a brindarla.
Dime algo, vuelves a implorar.
La rama va cediendo,
y los ojos se agrandan.
Hay tantas luces, tantas copas esperando,
tanta sed.
Y allí, en la ingravidez de un momento único,
la sombra no es sombra,
ni el sol ni la muerte son importantes.
¿Vamos a por un trago escuchando un Blues?, te digo.
Entonces miras al abismo, a las estrellas
que ya casi asoman.
Sí, me dices, vamos.
Lecciones de William Blake
Un día mi padre salió de casa camino a la iglesia
y tardó cinco años en regresar.
En aquel último sermón, antes de perderle el rastro,
seguramente habló del alma,
de esa abstracta paz que se asoma
y se esconde
y se asoma nuevamente
y se marcha por un tiempo.
Mi padre tenía cien corbatas,
todas negras como aquella paz esquiva
que abandonó el hogar.
Yo miraba las puertas del templo
(mi madre no podía)
y veía ángeles rotos,
impacientes.
Mi pequeño hermano
también veía ángeles mientras madre
nos preparaba la comida
mirando a la puerta,
esperando una sombra en las madrugadas de Navidad…
esperando.
Un día mi padre se manifestó
vestido de azul con una absurda raya blanca en los pantalones,
como un soldadito de plomo
sin gorra,
como un ulano sin historia,
con una P en su espalda.
Madre lloraba y creí que era alegría.
Padre volvió
(cinco años después)
buscando las cien corbatas negras
que colgaban conservando la medida
de su cuello
y los ángeles del templo regresaron
a su sitio, canosos y cansados.
Me volví un joven
y leí a William Blake
Padre perdió el humor en la soledad del púlpito,
refugiándose en la Biblia y la férula
para entorpecer mi vida impía.
Una madrugada,
enfermo y viejo,
volvió a irse definitivamente
y William Blake,
experto en ángeles flotantes,
me hizo entender que aquella vez
mi madre no lloraba de alegría
y que mi padre
nunca había salido de la cárcel.