Iba camino de convertirse en unos de los fotógrafos más solicitados y afamados del país, cuando dos hechos infortunados lo pusieron, además, en la senda del mito: la muerte de la poeta Bellasoe Cobas, su modelo, su musa y su esposa, el 12 de marzo de 2021, y el deceso de él mismo nueve días después, el 21 de marzo. Bella, como la llamaban todos, perdió por knock out la pelea contra el cáncer; el generoso corazón de Jaime Prendes dejó de latir, según el parte médico, a causa de un accidente cerebrovascular, pero todos sabemos que lo mató la pena, que su “sangre erró de vena y se perdió” tras la huella de la amada: todo un héroe romántico.
De un golpe, los cubanos perdimos a dos artistas señeros. Ella, como la calificó alguien, “una poeta incorregible”; él, “el ojo de la Isla”, que se propuso recoger en imágenes cuánto de singular hay en ese pequeño rincón del mundo, que ha tenido tres nombres: Isla del Tesoro, Isla de Pinos y, por mandato político, Isla de la Juventud.
Jaime había nacido en Placetas, en 1965. A los seis años de edad se trasladó con su familia a Isla de Pinos, terruño que adoptó como propio con una pasión y un orgullo jamás desmentidos.
De formación autodidacta, se desempeñó como diseñador y fotógrafo. Este último oficio, lo mismo capturando imágenes en movimiento que fotos fijas, le proporcionó los mayores reconocimientos. Como stillman trabajó para Fernando Pérez, en filmes tan destacados como Últimos días en La Habana (2015) e Insumisas (2017).
La obra de Jaime Prendes, polémica de raíz, audaz, cuestionadora, iconoclasta y cargada de densos significados, fue evolucionando de lo documental a la construcción de la imagen, y en cada una de estas modalidades facturó piezas personalísimas. Ganó innumerables premios en salones nacionales, y alcanzó a exponer las colecciones Otra isla (2001, Facultad de Bellas Arte de Oviedo, Asturias; Sala Nasa, Universidad de Santiago de Compostela, Galicia), Con ciertos barocos (2004, Pabellón de la Cultura, Expocuba, La Habana), Muerte por agua (2008, Galería UNEAC, Isla de la Juventud), El hombre nuevo (2012, Galería del complejo cinematográfico Charles Chaplin, La Habana) y Eros y Thánatos (2014, Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, La Habana).
Obras suyas se atesoran en colecciones privadas de Estados Unidos, España, Italia, México, Canadá, Ecuador, Irán y Cuba.
Junto a un segmento significativo de su obra, aquí reunimos opiniones de colegas y amigos del artista.
La luz es un privilegio
Llegué a la Isla y pregunté por él. Me dijeron que era muy seguro que pudiera conocerlo. Sentada en el boulevard me lo presentaron. Le pedí hacernos una foto, y no puedo olvidar la carcajada que eso le provocó. Su manera de ver la vida no tenía absolutamente nada que ver con el mito de la popularidad y la fama. Humildad y talento no siempre van de la mano. Y eso era él, un tipo sencillo, sin más para dar que su ojo impecable y su encuadre “matador”, como me gustaba decirle.
Cuando visitamos juntos El Presidio Modelo usé su cámara. Me enseñó cómo hacer un disparo mínimamente decente. Habíamos pasado a la finca “El Abra”, y hasta se burló de mí porque puse el oído en la puerta de la habitación de Martí y le rogué que me dictara unos versos.
Mantuvimos el contacto desde ese viaje donde nos conocimos. Hablamos de cada serie, de cada imagen de la que yo quedaba enamorada.
Cuando La Habana tuvo el privilegio de ver El hombre nuevo, muchos me preguntaban quién era ese tipo, cómo podía existir un fotógrafo así y no ser tan visible. Y yo en mis ansias de que lo fuera, y él insistiendo en quedarse por siempre en su isla chiquita, en su refugio.
Compartíamos el amor por la poesía. Bella, su esposa, era una poeta implacable, de esas que no alaban el cielo azul y la roca mustia. No. Ella hablaba de emociones, de desencanto y sobre la verdad, y por eso creo que también él la amó tanto.
Hace unos días, revisando la correspondencia, encontré una oración donde es más él que en ninguna otra conversación que hubiésemos tenido. “La luz es un privilegio, mi fan”. Justo hablábamos de lo sombrío en la serie Eros y Thánatos, y de lo emocional entre las sombras y la luz en la piel de los modelos. De lo mucho y poco de sentimiento que puede existir en el acto de tocarse entre los cuerpos. Yo estaba perdida por una de las fotos de la serie. Iba a traerla de Cuba en mi próximo viaje.
Todavía puedo verlo muerto de risa cuando estuvimos en el museo de la Isla, y yo casi lloro cuando vi en el estado en que estaban las obras de Raúl Martínez que tenían allí.
Sigo llorando cuando pienso que no está. Pero soy persona de fe, y sé que está junto a la mujer que amó sin medida. Y si un día vuelvo a la Isla, volveré a pegar mi oreja a la puerta de la habitación de Martí, y le pediré que le lleve un recado. Quiero que le diga que estaré siempre en el boulevard de Nueva Gerona, esperando al amigo que tuve, hasta que Dios me deje tener ante mis ojos, el privilegio de la luz.
Sussette Cordero
Narradora y poeta
Un fotógrafo de enorme talento
Desde que nos conocimos, afloró entre nosotros una estrecha amistad que incluyó a Bellasoe, su esposa y modelo (también exquisita poetisa) y a su pequeña hija Bellacamila, hoy una adolescente cargada de ideas y proyectos artísticos, a pesar de su corta edad, frutos de la influencia de sus padres hacia temas de la cultura y de una excelente formación integral.
Estuve en su casa de Nueva Gerona años atrás, conversamos mucho de afinidades y disensos y creció la amistad, porque, en cualquier caso, nuestra relación fue atravesada siempre por la franqueza y claridad de miras. Fuimos amigos de verdad.
Poco a poco me fui percatando de que para Jaime la fotografía era algo entrañable. Él se formó de manera autodidacta, como casi todos los practicantes de fotografía en Cuba, pero lo hizo apasionadamente; documentar la Isla de la Juventud (o Isla de Pinos, como prefería llamarle) se convirtió en una poderosa fuerza interior a la que se entregó por completo. Cuando comencé a apreciar su trabajo, me percaté de que nadie como él había apresado al pequeño terruño como lo estaba haciendo Jaime con su cámara. Era una mirada inquisitiva, poliédrica, profunda, de la que brotaba una Isla plural, en la que cabían, a partes iguales, flora, fauna, playas, elevaciones, ciudades y pueblos, y, sobre todo, sus habitantes; mientras que, por otro lado, exponía al escrutinio de los observadores de sus imágenes una sociedad con todas las demandas y problemas de cualquier sociedad moderna y subdesarrollada. En un texto, de los varios que dediqué a su trabajo, lo llamé “el ojo de la Isla”, y el calificativo pegó y se quedó.
El poder simbólico de sus fotografías creció gradualmente. El cuerpo en primer lugar, pues Jaime se convirtió en uno de los más audaces fotógrafos del cuerpo en Cuba, tanto femenino como masculino, lo que propició que lo incluyera, con todo derecho, en mi libro La seducción de la mirada. Fotografía del cuerpo en Cuba (1840-2014), junto a otro centenar de artistas que, a lo largo del siglo —y un poco más— de la historia de la fotografía en Cuba, habían hecho del cuerpo tema central en sus obras. En esa colección vastísima de más de trescientas fotografías que contiene el libro, las piezas de Jaime sobresalen por su fuerza expresiva y la carga simbólica que exhiben. Después, se movió a temas de crítica social, utilizando el cuerpo como pivote cuestionador, y, ya con mayor madurez en su visión, empleó otros elementos visuales para ejercer la crítica. De esta nueva etapa sobresalen fotos como “El retiro”, “La guerrillera”, “El último día del mes” y la “Marilyn pinera”, de la cual realizó un audiovisual tipo making off, documentando la construcción de esa imagen emblemática de su obra.
Para entonces, Fernando Pérez lo había convocado como su stillman en las últimas películas, lo que evidenciaba el reconocimiento creciente de su trabajo. Un día conversé con Fernando sobre Jaime y coincidimos en la valoración de un talento inobjetable que apenas era conocido en el gremio cultural cubano, se trataba de un artista de mucho espesor en su mirada. En la muestra de El hombre nuevo, inaugurada en el vestíbulo de la Cinemateca de Cuba, cuando esta se encontraba situada en el Cine Chaplin, hablamos Fernando y yo para dejarla inaugurada. Fue su exposición más sustanciosa y de la que se habló en los medios cubanos. Sus imágenes calaron hondo en la realidad pinera y también nacional; eran (son) imágenes viscerales. De su muestra Eros y Thánatos, realizada en 2014 en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales y que curamos de conjunto, toda dedicada al cuerpo desnudo, escribí en su catálogo: “Lo racial, el erotismo, las referencias bíblicas, la seducción, la sexualidad, aparecen en las imágenes (…), en ellas la piel habla y el cuerpo desnudo esboza un lenguaje”. Fue un despliegue en el que sobresalieron fotos escenificadas de gran expresividad, como “La Yuma”, “Orgasmo” y “Mamá Iné”.
La última vez que nos vimos, en 2020, Jaime había venido a La Habana acompañando a Bellasoe, enferma de cáncer, a un turno en el Hospital Oncológico. Conversamos poco, porque ya la pandemia obligaba a los distanciamientos de rigor. Hablamos de otro viaje mío a Isla de Pinos, para volver a compartir proyectos. Seguía Jaime en planes de películas con Fernando Pérez y con otros realizadores jóvenes cubanos, que lo buscaban por su talento comprobado, por su dominio de la imagen fija, por la osadía de sus capturas.
Poco después llegó la triste noticia del fallecimiento de Bellasoe. Lo llamé para darle el pésame. Jaime prácticamente no podía articular palabras, el golpe había sido demoledor, tanta era la unión amorosa con su esposa. La muerte de ella, su compañera de la vida en todos sus proyectos, acabó con su resistencia y pocos días después falleció él. Un doloroso pero impresionante ejemplo contemporáneo del viejo mito romántico.
Queda Bellacamila, la joven artista plástica y poetisa de primeros versos, para darle continuidad a los legados materno y paterno. Están también los amigos de Jaime y Bellasoe, que somos bastantes, para cumplir con la misma obligación moral y fraternal. Y queda su obra, que, en algún momento, será necesario organizar y publicar.
Rafael Acosta de Arriba
Historiador y poeta
Clips por Jaime
…que se quedan los caminos
y se mueren los poetas
Julio Iglesias
Ahora que recién cruzó por encima de Isla de Pinos el huracán Ida, me acuerdo de Jaime Prendes, más, muchas veces. Y echo en falta a las fotografías suyas que ya no serán posibles.
Cierro los ojos y lo veo esa tarde de trece años atrás dentro de la caja de cartón de un refrigerador Haier, que es su blindaje, por las calles de Nueva Gerona que soportan los embates del Gustav, un huracán categoría 5 plus. Y Jaime, como un niño que jugara a una aventura de piratas y a ser fotorreportero de guerra, caballo, alfil y torre, hace fotos entre los vaivenes de las ráfagas de lluvia y viento que inclementes barren los portales coloniales.
Vuelan pedazos de tejas, cristales, planchas de zincs, proyectiles… La luz es lechosa, anárquica, pero Jaime insiste. Empapado y tiritando, ajusta el lente de su cámara y dispara a través del agujero en el cartón, entre sacudidas. Yo pienso que Jaime fue un kamikaze con mucha suerte ese día en que el huracán Gustav desanduvo la otrora calle Pinillos, la calle real que luego fue Calle Martí y ahora es el bulevar pinero. Jaime y Bellasoe, que después del paisaje cuasi lunar que dejó el Gustav se raparon también por solidaridad ecológica. Prefiero imaginarlos de viaje, emigrados en Alaska, Nueva Zelanda o Madagascar…
Jaime, el fotógrafo universal que vivía en una aldea e impresionó al cineasta Fernando Pérez y de quien el mismísimo Raúl Pérez Uretra aseguró: es el mejor fotógrafo de Cuba. Queda parte de su obra en exposiciones, libros y revistas. El poeta que en Eros y Thánatos retrató cuerpos desnudos que alumbraban, mujeres untadas de ambrosía y nubes en la madrugada, cuando amanecía y al atardecer, en los mármoles jaspeados de la villa, después de la lluvia y bajo el arcoíris: Nueva Gerona también fue su muchacha, las tres hijas, la modelo más recurrida y amada. Jaime que observó arrodillado en las sombras a la Isla y la fotografió hasta desde el cielo montado en un parapente y de adentro del mar a los arenales y mangles, los recovecos del río y las cuevas, sus sierras y valles, la gente y su época.
Jaime, el celoso de la luz en sus fotos que luego ilustrarán libros. El artista irreverente y conciliador de fuerzas vivas para premiar y producir eventos. El novio de la poeta Bellasoe que renunció a dejarla sola hasta en la muerte. El fotógrafo con silueta chaplinesca que muchos admiradores creemos todavía encontrar detrás de una columna, con su cámara que enfoca a otra realidad más poética. ¿Ahora a quién vamos a pedirle una fotografía antigua o contemporánea de esta isla? Jaime, el que poseía por memoria y corazón un baúl de emigrante donde teníamos espacio para el secreto a voces de que amábamos, sin desligarnos de la adolescencia ni de Serrat, cursiconvencidos de las canciones de Julio Iglesias. Jaime que imprimió mi Infidente para que concursara en el Premio “Carpentier” porque, entre muchas otras razones, Bellasoe lloraba sí releía mis cartas pineras de Pepe a sus hermanas. Jaime Prendes: Elegguá pinero, voyeur aeda, buscón y coleccionista de imágenes: gracias por hacernos latir las pupilas. Ahora que ya no hay tiempo para un café en Calle 18 rumbo al río, para soñar con París, los amigos o Ámsterdam…
Nelton Pérez
Narrador
Difícil ignorar a un tipo así
Yo tenía una cámara Nikon y acariciaba el sueño de ser fotógrafo. Iba a los conciertos y eventos literarios, con la esperanza de conseguir algo que valiera la pena. Me faltaba talento. Pero esa pasión por la fotografía me acercó a los artistas verdaderos del lente.
No recuerdo dónde conocí a Jaime Prendes. En la redacción de El Caimán Barbudo, tal vez. En la peña de la EGREM, mientras Bladimir Zamora presentaba a un joven trovador desconocido. Habría una botella de ron sobre la mesa, un par de cervezas Bucanero.
Jaime era delgado, de pelo largo, y llevaba una sudadera alrededor de la frente. Difícil ignorar a un tipo así. Además, colgaba una cámara profesional en su hombro. Conversar con él era casi tan hechizante como la magia de su obturador. Hablamos de cualquier cosa y me invitó a la inauguración de El Hombre Nuevo, en la galería del cine “Charles Chaplin”.
Aquellas imágenes de Jaime siguen en mi memoria, tan frescas como el primer día. Para la mayoría de nosotros era todo un hallazgo: He aquí que muy cerca, tan cerca como en su amada Isla, de la que él gustaba proclamarse El Ojo, alguien estaba pintando una crónica inesperada de “la realidad más real”. Una realidad tan visible que, para algunos, pasa inadvertida, valga la paradoja. Acaso esa es la misión del artista: Poner frente a nuestros ojos lo evidente, la cotidianeidad que se ignora. Así lo prueban esas fotografías lúgubres, en blanco y negro, donde la luz se torna casi un imposible, una añoranza en la psicología del espectador atónito. Primeros —y desgarradores— planos de gente común, anónima, cuya presencia en este mundo adquiere un significado gracias al ojo
escrutador del fotógrafo.
Pero su obra es mucho más diversa. Jaime experimentaba con los símbolos patrios, con las consignas, con las aspiraciones de una generación, y también con las frustraciones. Manipulaba la imagen, claro que sí, pero la dignificaba, convirtiendo lo efímero en percepción trascedente. Meses después de aquella muestra, me envió nuevas imágenes asombrosas. Ya no instantáneas o crónicas de un entorno tangible, sino composiciones magistrales, desnudos, juegos de la imaginación. Era el rey del claroscuro: lo usaba hasta en los paisajes tropicales de su Isla, o para generar ambientes depresivos como los gestos y personajes que solía retratar.
Tampoco recuerdo cuándo nos vimos por última vez. Poco antes de que yo saliera de Cuba, me cedió la imagen que da rostro a mi segundo cuaderno de cuentos, publicado por la Editorial Capiro. Uno de sus modelos espera la Eternidad bajo un paraguas, en la cubierta del libro. Tal vez no llegó a verlo, pero él está ahí, conmigo, como si tocáramos un piano a cuatro manos.
Gracias, Jaime. Conservo tus fotos en este mismo ordenador donde ahora escribo. Son parte de mi patrimonio espiritual, como tu obra toda es parte insoslayable del patrimonio cultural de la nación cubana.
Leopoldo Luis García
Escritor
Un caimanero más
Tal vez a esa frase que usamos tanto: “hay golpes en la vida tan fuertes”, deberíamos agregarle que también hay golpes tan fuertes en la muerte… La pérdida de Bellita, su esposa, y atrás la de Jaime Prendes, fue un suceso muy doloroso para todos los que los conocimos. No fui su amigo íntimo, era muy difícil, Jaime vivía en la Isla de la Juventud. Existía esa circunstancia de que él era hombre de una isla de la Isla. Esa distancia respecto a la capital dificultó, además, el reconocimiento de su obra. Pero, por parte mía, cada oportunidad que hubo de que llegara hasta La Habana su creación fotográfica, ahí estuve y contribuí a su divulgación desde las páginas de El Caimán Barbudo, donde laboro como jefe de redacción. Conservo un ejemplar del número de mayo-junio de 2012, que considero una de las mejores entregas de la revista en el tiempo que llevo editándola, y donde conté con las fotos de su exposición El Hombre Nuevo para ilustrarla, acompañando un dossier que abordaba la polémica desatada por un artículo acerca de eso que el estudioso Julio César González llama las “Nuevas Masculinidades”. Hoy visto con aceptación, pero en aquel entonces nos trajo hasta acusaciones de “machistas” y provenientes, curiosamente, de defensoras de los discursos de género, del lado del feminismo. De ese momento, guardo la anécdota de que Jaime y nosotros, el equipo de la revista, nos decantamos por usar en la portada una foto suya que mostraba a una muchacha en ropa de secundaria, con una pose idéntica a la icónica imagen de Marilyn Monroe con la saya alzada por el viento. El lente de Prendes, que era el de un cronista de la cotidianidad pero con esa mirada aguzada y profunda del artista, había puesto de relieve lo que, para nosotros, era una crítica de la hipersexualización de la infancia y la adolescencia. Pero no nos lo permitieron, nos pretextaron que no era correcto en una publicación perteneciente a la editorial de la Unión de Jóvenes Comunistas. Entonces escogí otra, que mostraba unos ojos al acecho detrás de una ventana, en lo que pensé como una respuesta irónica a lo que había sucedido, pues esos ojos eran la mirada de la sospecha, la vigilancia de la censura; por demás, poco entendida en los mensajes del arte y la importancia de esa manera de expresar la realidad. Un par de años después, Jaime expuso en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales de la Plaza Vieja una muestra nombrada Eros y Thánatos, con un uso brillante de la fotografía del desnudo para sacar a relucir los vínculos de la sexualidad con asuntos sociales, de raza y de religión. A partir de ella escribí un texto para El Caimán y volvimos a disfrutar de su visita a la redacción, algo que era común cuando él venía a La Habana, pues por su espíritu iconoclasta y libre y su sentido del humor lo sentíamos como un “caimanero” más.
Rafael Grillo
Narrador y periodista
El hombre nuevo en el lente de Prendes
Al principio no fue el verbo, sino la imagen atada a la pupila de Jaime Prendes. La fotografía en El Hombre Nuevo es un metapoema que nos muestra los silencios de múltiples desgarraduras.
Ya San Pablo hablaba del hombre nuevo dichoso y feliz que entraba en la nueva vida de otra vida. Confucio creía en la virtud del hombre nuevo. Es conocida la polémica real o imaginaria con el dragón de Lao Tsé, quien no creía en tales utopías.
¿Era hombre nuevo el buen Samaritano que no negó ayuda al prójimo del mismo pueblo judío que odiaba a Samaria? La búsqueda de ese hombre es tan vieja como los sueños.
También el socialismo se aferró al hombre nuevo. Y nos lanzamos a su construcción como quien construye un edificio sin filtraciones ni rajaduras aparentes.
Entonces Jaime Prendes caminó las calles de Gerona en busca del hombre nuevo y encontró hondas heridas en el centro de la tierra humana. Largos silencios. Rostros de viejos que fueron niños en el patio de una escuela donde se cantó a viva voz el himno de Bayamo.
Rostros y gestos en primer plano para penetrar mejor por el rastro que deja la esperanza lastimada, o las esencias calladas tras sutiles apariencias.
Desde un cajón de limpiabotas un hombre sostiene un documento que es el proyecto de nación, y no sonríe. Una extraña firmeza e indiferencia recogen estas imágenes goyescas, terriblemente auténticas.
El vacío pequeño donde iba el huevo dador de vida nos recuerda las pedradas a la dignidad del otro que se irguió sobre la orilla, para cruzar por múltiples razones, la otra orilla.
Los que tienen memoria recuerdan los gritos de multitudes enardecidas. Olvidamos que la bofetada se vuelve contra el que alza la mano o toma la piedra. Pero había entonces demasiados huevos para arrojarlos sobre las ventanas y el hombre nuevo podía permitirse tales arrogancias.
Los tonos de las fotos se mueven entre agónicas luces y sombras sobrecogedoras, sombras que gritan más allá de la luz de Ifá, donde la voz parece decir, “lo que se sabe no se pregunta”; solo que esta vez el hombre nuevo ya no es tan obvio como para amarrarnos a la próxima mentira.
Hay una soledad atroz en estas fotografías, una soledad que anuncia que no es tan fácil hacer el hombre nuevo sin antes romper todas las ataduras y dejar que las alas sean del viento, y que la verdad no cueste tanto al decirla, y que la mentira deje de comportarse como una feria de tantos engaños.
La Guerrillera es la cuclilla de la ironía y de la fatalidad de la naturaleza humana. Excelente imagen que deja fuera las dobleces de una moral que piensa desde esquemas estrechos que apretujan trampas a montones. La imagen de José Revueltas, el mexicano de Los días terrenales, se acerca por el marco de la fotografía y nos susurra burlón: “Defeco, luego existo”.
Tal vez ninguna fotografía alza tanto el grito del hombre, como aquella donde una niña, llena de atuendos patrios, posa doblada por símbolos cuasi eróticos y una mirada indefinida que nos ahoga la dimensión del tiempo. Para mí es la mejor obra. En ella está atada con el nudo que no rompen las espadas, el viejo sueño de Lezama: El pasado, el presente, y el futuro. Tiempo atrapado en la imago preñada de totalidad.
La misma niña que dirá: ¡seremos como el Che!, nos hace un guiño donde la historia se tuerce, o revuelca por miles de caminos que nos hablan de la humanidad del alma, de lo difícil que resultan los determinismos que olvidan la compleja subjetividad de nuestras vidas.
¡Cuídate hermano del hombre nuevo sin la llaga! Eso parece decirnos Prendes. Ante cada foto siento la movilización trascendente para escribir un poema. Pero prefiero la desesperación de contemplar y participar en una búsqueda que puja adentrándose en nosotros mismos, sin otra máscara, sin otro artificio, sin otra utopía que aprender a amar en la tierra adentro de los otros.
Julio César Sánchez Guerra
Poeta y ensayista
Salimos perdiendo
Mi obra preferida de Jaime Prendes es un retrato que le hizo a Mongo Rives, sorpresivamente. Entre tanta magia que hay en sus fotos está que, como detrás de casi todas, hay una historia tan o más hermosa que el resultado final.
Me contó que ese día Mongo estaba piropeando a su Bella y él se le acercó y le apuntó con la cámara como quien dice: “caballero, desenfunde su espada y vámonos a duelo por esta doncella”, y Rives —que donde las dan las toma—, simuló con sus manos ponerse unos binoculares en franca riposta: “no creo que no la puedas compartir conmigo”. Y PUM, así nació mi foto preferida: del Ojo de Isla de Pinos al Rey del sucu suco…como una isla retratando a otra isla.
Pero vanidosa como soy, sé que mi obra preferida quizás sería otra, si hubiese aceptado posar al desnudo para él mis libras de más, mi celulitis, mis manchas, mis granos, mis pecas o mis senos no tan turgentes, aquella vez que quiso hacer una serie para normalizar los cuerpos que no suelen salir en las revistas. “Estoy cansado de retratar flacas”, me dijo riendo, pero la verdad es que él fotografió todo y a todos, aunque su modelo más recurrente fuera la Isla.
Nunca ella es más fantástica u ordinaria, náufraga o firme, pintoresca o lúgubre, privilegiada o huérfana, renacida o en ruinas, iluminada o a oscuras, libre o presa, nuestra o mía…o todo eso junto, que en una de sus fotos.
Dudo que alguien haya podido en el pasado o pueda a partir de ahora, con un lente, desnudarla así…entregarla tan viva, corpórea, amada y sufrida, con esa sensibilidad fotográfica con la cual él inmortalizaba todo.
El hombre que trastocó como nadie la ínsula real en la soñada y nos despertó, tantas veces, del letargo de la Isla que creemos tener y la que en realidad tenemos, murió el Día Mundial de la Poesía, con la llegada de la primavera, nueve días después que su amada y joven esposa.
Nos dejó sus instantáneas, su pasión por el arte todo, su ímpetu contracorriente, sus ansías de progreso y de un mejor país que abrazara por igual a cada uno de sus hijos. Nos queda, además, la poesía y la primavera que lo escoltaron hasta reunirse con Bella y retornaron…y aun así salimos perdiendo.
Yuliet Calaña
Periodista
Muy bonito el reportaje. Les agradezco a todos los que colaboraron. Mis lágrimas brotaron muy fuertes, igual les doy las gracias.