Lea la siguiente información de Juan Siam (Banes, 1960) sin que le tiemble un párpado: graduado de ingeniero mecánico en la Universidad de Holguín (UHo, 1990); máster en gestión de turismo (2008) por la misma alma mater; profesor de hidráulica, dibujo técnico y termodinámica en el Instituto Técnico de Holguín (1981-1984); especialista en equipos de laboratorio en la UHo (1984-2002); y ahora, afínquese: profesor de… literatura y cultura cubanas en la UHo (2002-2022); profesor de Metodología de la Investigación en la filial del ISA de Holguín (2021-2023); e imparte la misma asignatura en la Academia de Artes Plásticas “El Alba”, de Holguín, (desde 2012 hasta la fecha).
En 1995, año de feliz memoria para él, obtiene el Premio de la Ciudad de Holguín (Y aún sigo sus huellas, cuento) y el Premio de Poesía de Ciudad de Alcalá de Henares (Mentiras objetivas). En 2013 se alzó con el VII Premio de Novela Guillermo Vidal (2013, Aviones en la madrugada). Además de los títulos mencionados, hasta el momento ha publicado Silencios antiguos (1990, poesía), Cementerio de elefantes 2003, cuentos) e Indicaciones para divorciar a un hombre (2018, cuento).
Vamos al diálogo.
¿Cómo te hiciste con la poesía? ¿Fue un proceso lento de reconocimiento mutuo? ¿Un fogonazo? ¿Cuándo despertaste un día estaba ahí, como el dinosaurio de Monterroso?
Para comenzar a escribir poesía y luego narrativa debí vencer una pena inmensa conmigo mismo y, a la vez, debí convencerme de que quería hacerlo. En Banes, en los años sesenta, siendo un niño, en un momento en que las posibilidades de lectura en mi entorno y en mi casa eran escasas, lo que estaba a mi alcance eran, sobre todo, novelitas de vaqueros, que intercambiaba y a las que, en ocasiones, les faltaba una página; yo escribía esa página y le pedía a alguien que la pasara a máquina para insertarla en la novela. Trataba, así, de unir, afrontar, la trama que la hoja faltante dejaba trunca. ¡Pobre Marcial La Fuente Estefanía!
Era un niño y era como un juego, pero comenzar a escribir poesía, cuando tenía poco más de veinte años, fue, como he dicho, un proceso de convencimiento. No hubo ningún fogonazo. Había una certeza de que tenía que hacerlo y un freno muy grande llamado pena.
Tu primer libro publicado, Silencios antiguos (1990), es, según tu hoja de vida, una “antología mínima”. Me parece algo inusual, pues las antologías, por lo regular, criban en volúmenes ya editados. ¿Cómo fue ese proceso? ¿Para la fecha de su publicación ya tenías escritos otros libros que no habían salido de las prensas?
En la década de los noventa, en Holguín, muchos estábamos escribiendo poesía —sobre todo—, y publicar era extremadamente difícil. Los libros se iban engavetando… En ese momento, Alejandro Querejeta trabajaba en Cultura, no recuerdo bien a qué nivel, y tuvo la idea de hacer una colección de poesía con el material de recortería que quedaba, que sobraba, en el poligráfico de la ciudad. Puso a cargo de esta colección, como editora, a una muy joven Lourdes González y, como el papel con que se contaba era poco, era pequeño, la nombró Antología mínima. Creo que se pudo publicar a más de treinta autores, la mayoría inéditos.
El hecho de que estuviéramos reunidos en estos pequeños libros —que caben en el bolsillo de una camisa— también justificaba el título de la colección. Mi libro, creo recordar, fue el cuarto. Yo estaba escribiendo ya otros poemas; algunos de ellos terminaron incluidos en Mentiras objetivas, y publicar ese primer libro me aligeró de peso. Puede que hoy considere que alguno es salvable. Eso pasa. Permíteme añadir algo más: conocí al menos a una persona que no quiso publicar en esa colección y, argumentó: “no publico libros con formato pequeño”.
Tengo la percepción de que eres más conocido como narrador que como poeta. ¿Has abandonado a la que Roberto Fernández Retamar llamó “la piadosa”?
En caso de que me conozcan, es más como narrador, ciertamente. Me he encargado, no obstante, de que me conozcan lo menos posible. Me explicaré; si mis alumnos me preguntan por uno de mis libros, les digo que no soy el autor. Que es un hermano mío que vive en España, y creo una historia al respecto. Muchas veces lo creen o quizás finjan hacerlo. Prefiero que lean los libros y no a su profesor. Además, desde 1996 prácticamente no voy a tertulias, presentaciones, conferencias. Solo a veces. Solo a algo muy específico. Fue una decisión personal. Hoy escribo muy poca poesía, mas no puedo decir que la he abandonado. Aunque siempre estoy pensando en nuevas ideas de novela, cada cierto tiempo salta una idea, un epigrama quizás, pero aparece.
Existe la opinión de que la poesía es cualquier cosa menos un género literario, pues su origen es anterior a la literatura misma. ¿Qué piensas de eso?
Si la poesía es anterior a la literatura misma, entonces es sustancia. Sería lo opuesto a la nada. Prefiero, sin embargo, dejar esas disquisiciones a otras personas: críticos, poetas.
Hablando de poetas, poesía, poemas y definiciones, recuerdo una anécdota que leí en algún momento: dicen que por los pasillos de Radio Exterior de España, iba caminando Gastón Baquero y un colega le preguntó si él era el autor de un libro de poemas que había sido recientemente publicado. Lo negó y siguió caminando. Argumentaba que él no era poeta, sino que escribía poesías. ¿Te imaginas? Si ese hombre tenía ese criterio, ¿qué podría yo añadir?
¿Cómo aparece en ti el poema? ¿Puedes describir brevemente el proceso de la creación de poesía?
Es un momento incalificable. No sabes que va a llegar.
¿Lo detona una palabra? ¿Es un sentimiento, una sensación que pugna por hacerse palabra?
Puede ser provocado por diferentes motivos. Como dices, por una palabra, un recuerdo, una canción o quién sabe por qué. Pero se siente que está pasando algo diferente e, igualmente, se siente cuando cesa. Luego queda por hacer el trabajo de orfebrería.
¿Hay temas recurrentes en poesía?
Los temas universales: la muerte, el paso del tiempo, el amor, la amistad. No puedo estar ajeno a la sociedad. Me gusta ver las cosas a través de personajes históricos. Utilizar la historia, los hechos pasados. Me apasiona la historia.
¿Cuál sería tu genealogía poética?
Entre los autores extranjeros que han sido importantes para mí, no puedo dejar de mencionar a Bertolt Brecht y a Walt Whitman.
Entre los autores cubanos, cuando me inicié en la poesía y su lectura, leí siempre a Luis Rogelio Nogueras y un libro de un autor de quien no recuerdo el nombre. El libro se llama A dos espacios. Entre El último caso del inspector, de Luis Rogelio, y el libro antes mencionado, podríamos decir que puede recaer la culpa de lo que he hecho leer a otros.
Cuando fui ampliando mi espectro descubrí a Lezama. Ciertas zonas de Lezama. No intentaré mostrar una erudición y una comprensión que no me son dadas. Una buena parte de la poesía de Gastón Baquero me resulta muy grata y, finalmente, nombraré a Martí. El Martí de los Versos Sencillos y algunos Versos Libres y de su Diario de campaña, todo apoyado con su persona, que considero única.
¿Te afilias a alguna corriente estética reconocible? ¿Eres conversacionalista?
Hay varios autores de la Generación del Cincuenta a los que disfruté leyendo y son, mayormente, conversacionalistas. Soy bastante cercano a esa forma. Considero natural, entonces, mi paso a la narrativa. Y añado que la buena narrativa siempre me dio ideas para la poesía.
¿Por qué la narrativa?
Soy alguien que cuenta historias. Evidentemente disfruto contar una historia. Reinventar historias.
¿Te consideras un fabulador?
No soy un fabulador necesariamente. Creo que Reinaldo Arenas lo era. Lo que disfruto es usar la realidad, pero recreada. Que parezca, si es posible, más verdad aún. Cuando algún lector ingenuo hace las clásicas preguntas —“¿y eso es verdad?”, “¿eso fue así?”— puede que me moleste, por una parte, pero, por otra, siento que lo he hecho como quería.
¿Puedes en el cuento y la novela decir lo que en poesía, si acaso, quedaría muy ceñido?
Lo que me sucede con la narrativa es que puedo trabajar en ella constantemente, porque así lo requiere, y no siento que estoy forzando nada, al contrario. Eso es algo que ya no podía hacer en poesía. La narrativa me es natural.
¿Cómo fue la conversión de profesor de asignaturas técnicas a profesor de materias de humanidades?
Sinceramente, yo era un ingeniero que no se las ingeniaba. Impartí, en enseñanza media, asignaturas como Hidráulica o Dibujo Técnico, y luego, en la universidad, Motores de automóvil. Podía, en una clase práctica, desarmar un motor y armarlo. No sobraban piezas, pero yo sabía que no estaría a punto para trabajar.
Un día en que daba una clase teórica, unas amistades estaban mirando por la ventana, y cuando terminé me dijeron: “Eres el Eusebio Leal de los motores”. Me reí, pero era evidente que ese no era el camino. Para entonces ya había publicado Silencios antiguos, y estaba escribiendo Y aún sigo sus huellas. La suerte quiso que encontrara a mi profesora de Español de la secundaria básica —Carolina Gutiérrez— y ella comenzó a revisarme lo que escribía. También me introdujo en la docencia en la Facultad de Humanidades para impartir la asignatura Cultura Cubana. Varios años después, en mi departamento, estaban haciendo un censo o algo así de los estudios formativos de cada uno y cuando me nombraron, el jefe de departamento sentenció: “¡Siam, ingeniero reorientado!”.
¿Te equivocaste a la hora de escoger una carrera universitaria?
Ni siquiera sé si tuve la oportunidad de equivocarme. En 1977 se graduaron del preuniversitario el doce y el trece grado al mismo tiempo. No había carreras para todos, y lo que quedaba era Licenciatura en Educación, con perfil técnico, en La Habana. En realidad, la verdadera carrera era La Habana. Fui a parar a un pedagógico detrás de Río Cristal. Allí pasé cuatro años obteniendo malas notas, sin poder aprender bien cómo se resolvía una integral o una derivada, pero aprendí muchas otras cosas, y adquirí o confirmé amistades que me acompañan hasta hoy. Me gradué en 1981 y luego, entre 1988 y 1990, terminé Ingeniería Mecánica. En todos esos años de estudio, solo obtuve dos máximas calificaciones: en Filosofía y en Historia. O me equivoqué o me equivocaron.
Holguín es territorio fértil para la literatura. Entre Reinaldo Arenas y Delfín Prats hay muchísimos nombres de valor. Recuerdo las resonancias que en un tiempo tuvo el Premio de la Ciudad. Sin embargo, se conocen pocos autores de surgimiento más reciente. ¿Es que se detuvo la aparición de narradores y poetas notables o ese desconocimiento fuera de los márgenes de la provincia se debe a deficiencias en la promoción?
Puede existir un poco de todo, pero creo que las deficiencias en la promoción han sido y son notables. En la provincia hay autores que ganan los principales concursos del país: Rubén Rodríguez, Emerio Medina, Luis Yussef o un más joven Erian Peña, por citar algunos. Pero cuando se gana un premio, el libro demora, por lo menos, un año en ser editado. Se pierde entonces un tiempo vital en todo sentido. Si el libro apareciera cercano al fallo del jurado, el interés sería enorme. Existe un grupo de escritores más jóvenes que se afanan, aunque siento que salir de los límites de la provincia se torna complejo por motivos diversos.
Por otra parte, el Premio de la Ciudad de Holguín, a mi juicio, perdió mucho interés en este siglo. Desde su aparición en 1986 fue algo esperado y codiciado, pero hubo un momento en que dejó incluso de remunerarse y eso fue en su detrimento. Quien ganaba en cualquier modalidad en la década de los años ochenta o noventa era alguien que cobraba notoriedad. Hoy no sé quién lo gana. No me interesa el Premio de la Ciudad, y lo lamento.
En 1995 visitaste España. ¿Qué significó ese viaje para ti?
En octubre de 1995 fui invitado a un congreso de jóvenes escritores en Alcalá de Henares. Viajamos el poeta Nelson Simón y yo. La noche antes del viaje me llamaron para decirme que había obtenido el Premio Ciudad de Alcalá en poesía, lo cual podrás imaginar que me produjo una alegría inmensa y me ayudó mucho en mi viaje.
El libro ganador, que mi madre meses antes, durante un viaje a La Habana, puso en correos, y que he creído siempre que fue dotado por ella de una espiritualidad especial, había sido uno de los títulos descartados en el mes de enero de ese año en el premio de la Ciudad de Holguín, que fue declarado desierto “por la poca calidad de los libros en concurso y por el bien de la poesía holguinera”. Antes te dije que me produjo una alegría inmensa, ahora diré que me produjo una alegría doble.
¿Fue tu primera salida de la isla?
Sí, y lógicamente amplió mis perspectivas en todo sentido. Pero, gracias a Dios, yo tenía treinta y cinco años, y lo asimilé todo con bastante tranquilidad. También lo disfruté mucho, desde luego. Hice varios amigos en ese primer viaje, que hoy lo siguen siendo, aun cuando hace casi treinta años que no nos vemos.
Ese premio trajo consigo la publicación del libro Mentiras objetivas y su presentación, durante mi segunda visita, en abril de 1996.
¿Alguna anécdota relacionada con tu estancia en ese país?
Entre las muchas anécdotas que podría referir prefiero recordar mi encuentro, el primero de mayo de ese año, con Gastón Baquero, en una residencia de ancianos de Alcobendas. Podría narrar mi conversación con Baquero, pero hablé muy poco. Intercalé algunas palabras. Algunas onomatopeyas. Algún gesto, quizás. Uno debe saber cuándo callar y estar atento a lo que se dice. Escuchar a Baquero fue una experiencia única. Al final surgió la idea de una foto. Él dijo que aceptaba, pero que después de los 35 las personas no debían retratarse. Me di cuenta de que aceptaba, pero no le gustaba la idea, y le dije: “pues yo este mes cumplo treinta y seis, así que mejor no nos fotografiamos”. No tengo esa foto, me queda el recuerdo.
Aviones en la madrugada (2014) es tu única novela publicada. ¿Qué le dirías a un grupo de jóvenes para incitarlos a su lectura?
¿Cómo incitar a otros a la lectura de un libro escrito por ti? Quizás podría decir que tiene sexo. Eso puede ser atractivo para un sector. Que narra una relación extramatrimonial; también el pecado podría atraer. Sin embargo, si fuera para atraerme a mí a la lectura de este libro, lo que me interesaría es que, todo eso que he dicho antes, sucede teniendo como telón de fondo muchos de los acontecimientos importantes, relativamente recientes, de nuestro país.
¿Tienes inéditos otros títulos de ese mismo género?
En este momento estoy escribiendo una novela. La cuarta. Por tanto, tengo dos títulos inéditos. ¿Sabes si harán una antología mínima de novela? Si te enteras, házmelo saber.
Comparte 5 de tus poemas con nuestros lectores.
Ulises
El gigante
ha apresado el rebaño de hombres,
carne para una larga temporada,
vino que aplacará su sed.
Cerrada está la salida de la cueva,
un enorme poder se concentra en su único ojo,
pero entre el hombre
que fue despedazado,
el que agoniza entre las llamas,
el que mañana va a morir,
uno quedará para cegarlo,
para intentar llevar a los demás
hacia la luz,
aunque sea
valiéndose del vientre
de las cabras.
(De Silencios antiguos)
Entrar a matar
El miedo es la distancia que me separa
de las astas del toro
Fijos los ojos en el toro,
el cuerpo
una leve silueta que se balancea
en la punta de los pies,
la mano, un puño en alto
firme en el agarre del estoque,
imposibilitado de dilatar más el asunto,
sobrecogido de miedo
pero de frente,
en el momento preciso
entra el torero a matar.
Así debe mantenerse el poeta,
atenta la mirada,
el brazo en alto,
listo
y sin permitir que el miedo lo detenga,
entrar a matar
limpiamente rozando las astas
limpiamente rozando la muerte
convencido.
(De Mentiras objetivas)
El espíritu del campo
El prisionero 330560
tenía techo, ropa y alimento
(ciertamente no era libre, pero vivía)
hasta que le fue anunciado
comenzaría a dormir a la intemperie.
No hay que rebelarse, será
solo cuestión de taparme bien.
Luego se le conminó a entregar la ropa.
Encontraré un buen cobijo, pensó.
El prisionero 330560
Recibió media ración de alimentos.
Aún tengo la mitad, sobreviviré, se dijo,
Hasta que se le retiro toda.
Algo he de robar, fue su consigna.
Al anochecer supo: en la mañana
a la cámara de gas,
aún queda la noche, por qué arriesgar, estoy vivo.
Ya en la fila: aún no he entrado.
Ya dentro: la puerta está abierta.
Ya encerrado: aún no pasa nada.
Abierto el gas: aguantaré la respiración.
Ya sin aliento, ya sin tiempo
Murió sabiendo que había perdido
Incluso su última oportunidad.
(De Mentiras objetivas)
Conversación de Galileo Galilei con Andrea Sarti
¿Cuánto valor necesita el cobarde
para soportar la terrible visión
que precede a la tortura y al dolor?
¿Cuánto valor necesita
para soportar su propia negativa?
Recuerdas aquella noche memorable,
(7 de enero de 1610),
las cuatro lunas girando alrededor de Júpiter,
luego, los férreos anillos de Saturno,
las sombras de las montañas de la luna,
era la verdad, Andrea, al fin la verdad.
Nuestro mundo no es el centro del universo,
somos una pequeña parte de nada
girando,
girando dependiente,
de qué vale entonces nuestro esfuerzo,
nuestra continua miseria y humildad,
nuestra aceptación.
¿Valemos algo para el todopoderoso?
¿Somos por él percibidos?
Hay quien se niega a mirar por el telescopio,
porque lo que ha de ver
destruirá aquello en que ha creído,
sin embargo, la verdad no está detrás del lente
está ante los ojos del que mira.
Comprendí esta verdad
que hace temblar
“y destruye la de los libros de escuela”
y a quienes hacen los libros de escuela.
Oh, Andrea.
“Desgraciada la tierra
que no tiene héroes”, decías,
sin saber que más lo es aún, la que tiene demasiados.
¿Cuánto valor necesita un cobarde?
¡Cuánto valor he necesitado!
para aceptar vivir
en este viejo mundo
plano
inmóvil.
(Palabra quebrada, libro inédito)
Daños colaterales
Ha partido dejándonos el insomnio.
La noche se puebla
de ruidos sombras contabilidad de días
esperanza de visitas futuras.
La madrugada se expande
acerca el hambre.
El hambre de la madrugada es feroz.
Ansiedad hambre ansiedad
Hambre ansiedad hambre
Nuevas equivalencias para la soledad.
La televisión abruma el tedio de la sociedad
el tedio repetido
multiplica el vacío en la casa
el espacio de la cama
el sitio de la mesa.
Hay que llenar ese vacío con suposiciones
acumular fotos detrás de la sonrisa
reinventar la voz antes del sonido a línea vacía.
Se comprende que partir es una exigencia cruel
y que permanecer puede ser la más cruel exigencia
Intentas cerrar los ojos,
infructuosamente.