Santiago L. Ferrer es Kender. O viceversa.
Nació en La Habana en 1965, nada menos que en el mes de agosto. Quizás eso explique su volatilidad, su inquietud existencial, la explosividad de su obra. Es como si del calor ambiente extrajera la energía vital.
Comenzó los estudios, como muchos artistas notables de la capital, en la Escuela Elemental de Artes Plásticas “José Antonio Díaz Peláez” (23 y C), en 1986; y los terminó en la Academia de Bellas Artes “San Alejandro”, en 1993. Ha sido docente y metodólogo de la enseñanza de las artes, pero su actividad profesional más sobresaliente, además del laboreo con la obra propia, es la de organizador de muestras colectivas de artistas abstractos, desde el proyecto personal Espiral Infinita.
Hasta el momento, ha realizado quince exposiciones personales, y su obra ha sido apreciada en Cuba, Italia, España, Suiza, Luxemburgo, Estados Unidos, Argentina e Inglaterra, también como parte de exhibiciones colectivas. Entre las muestras individuales cabe destacar La Mirada indiscreta del miope (Centro de Prensa Internacional, 2003), Kender (Galeria Bona Sforza, Bari, Italia, 2004) e Informal sin chaqueta (Bodega Las Tres M, Granada, España, 2009).
¿Cómo entras en el mundo del informalismo pictórico?
En mí aparece la abstracción, como lenguaje para búsquedas personales, después de un largo período de estudios y diagnósticos sobre el género, donde utilicé variados métodos y recursos para llegar a un mayor entendimiento de esta tendencia. Todavía sigo estudiando en experimental sosiego. Al comienzo, a principios de los años 90, era un tanto difícil acceder a la información sobre alguna muestra colectiva o personal de arte abstracto en la ciudad. Por aquellos tiempos “devoraba” toda revista, libro o folleto que tenía alguna información visual o escrita sobre el tema abstracto. Me sumergí, mediante intercambios o préstamos de revistas, en el mundo de los pintores abstractos de Nueva York, busqué en la vieja escuela que surgió en Europa, y más en nuestro contexto, lo que había alrededor del grupo Los Once y de los 10 Pintores concretos.
En cuanto me adentré en el mundo de la abstracción como trabajo definitorio en mi carrera, mi lenguaje se hizo más espontáneo y sincero, y con él me siento infinito, me encuentro conmigo mismo, y muchas veces desaparezco en otra dimensión, navegando en un limbo ajeno a la realidad.
Estoy convencido de que antes de la comodidad mental humana es primordial demostrar, de alguna manera, el éxito obtenido bajo muchas condiciones esenciales, que en el mayor de los casos no saltan a la vista; son demandas con frecuencia bajo el control de la mente, basadas en la experiencia. Esto me complace. Lo bueno de estar metido en el arte abstracto muchas veces es que no estamos “aquí”.
Tengo el empeño de representar la experiencia archivada como pasaje de la memoria. Dependo de los recursos expresivos para viabilizar mi posición estética ante la vida por medio de la abstracción, idea iconográfica sin exactitudes primero, y luego un cúmulo de sensaciones visuales que debe acercarse a la aceptación colectiva. El resultado de conformar las imágenes deber ser el placer del “Otro”.
¿No empezaste siendo figurativo?
Sí, claro. Todo aquel que trabaja en el campo de la abstracción debe pasar primero por la representación figurativa. Para entrar en el ámbito del arte abstracto es necesario conocer la realidad que se tiene enfrente, para luego transponerla de disímiles maneras; pero cualquier objeto, elemento o ser vivo que esté en el éter es reconocido rápidamente como integrante de la realidad. La pintura realista, naturalista y clásica me gusta mucho. La disfruto en las obras de otros artistas. Siempre he tenido en cuenta hasta donde uno puede llegar en lo que quiere y hasta donde puede uno crear con sus presupuestos artísticos.
Al terminar mis estudios de Artes Plásticas en la academia, tenía los códigos precisos para ser un figurativo en la órbita del expresionismo alemán de post-guerra. Tuve también una profunda influencia de artistas cubanos, como Antonia Eiriz, Fidelio Ponce y Ángel Acosta León. Todavía hoy estos grandes suelen estar ahí, implícitamente, en mi obra informalista. Cada tanto se asoman sus sombras.
Siendo figurativo, obtuve premios en salones y concursos; gané algún reconocimiento en el círculo artístico; hice trabajos relacionados con imágenes de niños y otros temas, como las circunstancias y necesidades del ser humano. Entonces, como hoy en día, me sumergía en la observación del comportamiento humano para realizar mis pequeñas “fábulas”. Es el motivo por el que adopté una filosofía que mezcla a Jacques Lacan con mi experiencia con los demás, a los que he llamado Otros.
Desde hace algún tiempo asumo el papel del pintor de los años 50 del pasado siglo, cuando estaba en auge la vanguardia abstraccionista. Esta idea rectora a la hora de empezar a componer un cuadro es la que marca una diferencia visual con respecto a estilos abstractos más en boga hoy. Creerme que estoy pintando en un espacio en otra época, es parte también de mi estrategia para abstraerme al máximo, penetrar en otra dimensión.
¿Cuándo Santiago pasó a ser Kender?
Santiago pasó a ser Kender de una manera muy singular. Al que realmente le decían Quende era a mi hermano, unos años mayor que yo. Con el tiempo me gustó ese mote y empecé a autonombrarme así. Al principio me trajo algunos inconvenientes, pues “quende” es “loco” en el argot popular, con un matiz despectivo: un “quema’o”. También tiene una cercanía fonética con el vocablo “kende”, que forma parte del nombre de una potencia o juego abakuá de Guanabacoa: Efi Abakuá Kende Mariba Mariba Kende Kende Ecoyo Cuna Cuna Mariba.
Los kenders son, además, personajes ficticios del mundo de Dragonlance1, una especie de gnomos bondadosos y simpáticos. Por todas esas resonancias me pareció apropiado para nombre artístico. Ponerle la “r” al final a Quende, lo transformaba todo.
También soy Santiago, sobre todo entre amigos cercanos y en el ambiente familiar. Santiago es el nombre que me puso mi madre, y significa un llamado a la batalla, dios de la forja, que se sincretiza con Oggún, una de las deidades del panteón yoruba.
Durante un tiempo animaste la escena cultural habanera organizando proyectos expositivos centrados en el arte abstracto. Mirando hacia atrás y haciendo balance, ¿cuál es el saldo, en lo personal, que te dejó esa experiencia?
Haber organizado varias exposiciones colectivas de arte abstracto me produjo gran satisfacción. Comencé con esta idea en 2003, cuando obtuve el primer premio de pintura en el Salón “Servando Cabrera”. El conjunto de obras que había presentado eran netamente abstractas: Después de la lluvia era su título. El premio incluía la invitación a hacer una muestra personal al siguiente año. Como tenía la inquietud de contribuir a exaltar el ejercicio de la abstracción en nuestro medio, decidí invitar a amigos que también cultivaban esa tendencia para una muestra colectiva.
Antes, en 2002, expuse collages en el Centro de Prensa Internacional (CPI), antigua Casa de la Cultura Checoslovaca de La Habana. Es una técnica que se me da muy bien, pues la trabajo desde antes de entrar en la Escuela Elemental de Artes Plásticas. La exposición se llamó Juguetes.
Allí, en el CPI, entre los visitantes, estaba un señor de piel blanca, mediana estatura, 60 años o más, delgado, arreglado a lo clásico, y muy pulcro. A éste le escuché decir a un joven que estaba a su lado: “Oye, chico, quiero conocer a este hombre de los collages”, y él le responde: “Mire, maestro, es ese que está ahí”. Se me presenta como Pedro de Oraá, y me dice: “¿Tú sabes que yo quisiera poder hacer esos trabajos como tú?”.
“Coño, compadre”, pensé, “estoy hablando nada menos que con Pedro de Oraá, un artista exquisito, con gran dominio del collage. Imagínate cómo me sentí ante ese gesto tan bonito. Me di cuenta de que lo que pensaba antes de los artistas abstractos no coincidía con el comportamiento y postura de Pedro de Oraá, muy convencido, limpio e inteligente a la hora de proyectarse; así que no era parte del grupo de artistas delirantes y desastrados con los que yo soñé unos años antes, cuando era un novato en el campo de la abstracción.
Pedro fue el primero a quien le hablé de mi deseo de promover muestras colectivas con artistas abstractos. Así, en 2004, nace el proyecto Espiral Infinita. Y en todos esos eventos conté con la ayuda generosa de él, que me abrió mil puertas.
Esas indagaciones me permitieron conocer a infinidad de artistas que trabajaban en la misma dirección del abstraccionismo. Históricos, maestros y más jóvenes. Hasta músicos se sumaron a nuestros eventos. Y en todo ese recorrido estuvo presente Pedro de Oraá, elaborando ideas en conjunto, organizando, trabajando como uno más del grupo. Mantuvimos, hasta el final de su vida, una relación de colegas y amigos, que me enriqueció en lo humano y en lo artístico. Amplió mi información y mi mirada. Fue paciente conmigo, que tengo un umbral de actividad muy alto, y podía sacarlo de paso con frecuencia.
El resultado de todo esto fueron la exposiciones colectivas Marea, pero me encanta (Galería “Oswaldo Guayasamín”, 2004), Turbulencias Post (Galería “Servando Cabrera”, 2004), Irrupciones (Centro Provincial de Artes Plásticas y Diseños, 2010), Fábulas del otro (Galería Vitrina de Valonia, colateral a la XII Bienal de La Habana, 2015) e Imán IV (Galería Collage Habana, 2019).
En ese tiempo el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) estaba organizando una muestra inmensa por la celebración de los 100 años del surgimiento de la abstracción como movimiento artístico. A petición de los curadores del MNBA, Pedro y yo colaboramos en lo que pudimos.
La exposición se llamó La otra realidad. El excelente catálogo que se confeccionó para la ocasión, atesoraba muy valiosa información sobre la historia del abstraccionismo en Cuba, cronologías detalladas de exposiciones y abundante material visual. Pero nunca se imprimió. Tampoco a la muestra se le dio la promoción que merecía como acontecimiento cultural de gran calibre. Una pena, pues era un hecho histórico de relieve. Me sentí decepcionado.
Pienso que estás en un momento de plena madurez artística. Por lo que noto en las redes, eres muy prolífico y la obra se te está dando muy bien. ¿Comercializas tu arte?
Estoy pinchando bastante, lo que me ha dado tiempo de estudiar y experimentar sobre el mismo trabajo que realizo. Voy camino a la madurez, sí, que, como sabes, es siempre un anhelo, un ideal, algo siempre por alcanzar.
La comercialización llega solo si te promueves o te promueven; depende también de los precios a acordar con los interesados. Esto es un asunto delicado, porque uno nunca está conforme con el precio que alcanzan las obras.
La comercialización, en mi caso, no es constante. Pocas veces he logrado vender al precio que considero justo. Gano muy poco para vivir de mi obra, aunque la pintura es el centro de mi vida. De vez en cuando tengo que hacer “magia” para equilibrar las “finanzas”.
¿Cómo te ha ido con la crítica?
No me quejo. Por suerte, lo que se ha publicado sobre mi obra es positivo.
Ahora mismo hay varios artistas abstractos cubanos que se han establecido en otros países. ¿Se está operando una renovación con los jóvenes que van saliendo de la academia, o a estos mayormente no les interesa la abstracción como lenguaje?
Los abstractos que se han establecido en el exterior siguen haciendo arte cubano. Hay fibra nueva, desde la Academia de San Alejandro al ISA. Las generaciones de abstractos aquí se superponen, trabajan simultáneamente en un mismo ecosistema cultural. Ya nadie se esconde ni se avergüenza por ser calificado de abstracto. Eso de que el abstraccionismo es una expresión decadente y burguesa, ha quedado atrás. Era un criterio reduccionista que partía de las concepciones estrechas del realismo socialista.
Lo dicen los salones de arte abstracto que antes no existían, y que se han extendido hasta las provincias. Es un movimiento nacional potente, una ola arrolladora.
¿Qué es lo que más disfrutas de tu día a día?
Lo que más disfruto es mi trabajo. La variedad y los diferentes niveles etarios en el ser humano dentro de la ciudad, resolviendo los conflictos; cómo se proyecta cada cual, cómo se visten, hablan y gesticulan. Los altos contrastes entre una casa y otra; las tiendas, la gente vendiendo cosas en sus mesitas o puestos independientes; los sonidos que crean los vecinos cuando se alistan en las mañanas para salir a “luchar”; los niños y niñas, cómo van de prisa para la escuela.
El olor fresco y húmedo cuando amanece; si estoy cerca del mar, mucho mejor. También me conmueven las historias y los sucesos. Soy un sentimental profundo y un poco ingenuo que piensa arreglar el mundo haciendo obras que ofrecen otra mirada. Unos ven mis cuadros, y otros se meten dentro de ellos. Y así me va la vida.
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Nota:
1 Se refiere a la serie de novelas fantásticas de Margaret Weis y Tracy Hickman.
Me encantó la obra aquí expuesta, hay algún taller, exposición…, Donde pueda apreciarla?
Participará el autor en la próxima bienal de la Habana?
Gracias!!!