El 8 de diciembre pasado, Día de la Purísima Concepción para los católicos, y de Iroko para los practicantes de la Regla de Osha, se conmemoraron 118 años del nacimiento del que sin duda es el más universal de los pintores cubanos: Wifredo Lam, universalidad que le viene dada no sólo por el hecho de ser el de mayor trascendencia internacional, sino porque, además, en su obra, como en ninguna otra, se sintetizan algunos de los elementos predominantes en la configuración de nuestra identidad colectiva, de ancestros africanos, europeos y asiáticos, amalgamados en un corpus simbólico de gran singularidad visual.
Iroko es el orisha que más entrañable relación tiene con la ceiba. Según la tradición, es santo de caminantes, e interviene en la realización de los deseos nobles y no tanto. La Purísima… bueno; de la Purísima lo sabemos casi todo.
El Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam de La Habana (CACWL) aprovechó la ocasión no para atar un paño rojo al tronco de nuestro árbol sagrado, ni para ofrendarle, al pie de sus raíces, un gallo blanco, sino que quiso celebrar el cumpleaños del creador de La jungla con una exposición de 21 dibujos realizados por él sobre papel entre 1940 y 1955, y que en 1958, cuando el artista cierra su casa estudio habanera, en la Avenida 76, frente a lo que hoy es Ciudad Libertad, deja a la custodia de la familia. Las obras exhibidas, que forman parte de un corpus de cien piezas, integran la Colección Castillo, actualmente al cuidado de Juan Castillo Vázquez, sobrino nieto de Lam.
Hasta donde sabemos, estas piezas de mediano y pequeño formato estuvieron guardadas por treinta años en “una voluminosa carpeta, tras un mueble”, y se dieron a conocer públicamente con la inauguración del CACWL, el 8 de diciembre de 1993, cuando integraron una exposición temporal.
Gracias al empeño del curador cubano Ricardo Viera, recientemente fallecido, en 2017 la Lehigh University Art Galleries Teaching Museum, de Bethlehem, Pennsylvania, exhibió la misma selección de obras que hoy, recién restauradas, podemos ver en La Habana, en lo que se consideró la primera muestra de una colección privada procedente de Cuba en Estados Unidos, desde 1959. Además, parte de la Colección Castillo ha sido vista en Bélgica, Italia, Suecia, Alemania, España, Rumanía México y Martinica.
Papeles son papeles
Me confieso un rendido admirador de la obra de Lam sobre papel. He tenido la ocasión de contemplar, encantado, La jungla (1943), La silla (1943) y otras piezas significativas de este artista que acogen varios museos de Europa y América (del sur profundo al norte gélido). Siempre las busco; aunque a veces son ellas las que me salen al paso en los lugares menos pensados. Pero ninguna produce en mí tanta descarga de “adrenalina estética” como las piezas sobre papel kraft que atesora el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana.
Ya sé que lo que digo puede parecer herético a algunos, pero qué le vamos a hacer. Aquí hablo de gusto, de esa relación misteriosa y entrañable que se establece o no entre el espectador y la obra. Digamos, para acabarme de condenar con los puristas, que prefiero las dos sillas que anteceden a La silla. La chaise (etapa de París), gouache sobre papel y La silla (1942), óleo sobre papel kraft, tienen el encanto de la irresolución, del gesto puro, del arrebato de júbilo que experimentan los jazzistas buenos cuando, en vez de tocar, viven la música. Amo más el proceso que la culminación.
Entre brotes, rebrotes, trasmisión autóctona y contrarrebrotes de la epidemia de COVID-19, estuve cazando la ocasión de disfrutar Wifredo Lam. Dibujos 1940-1955. Al fin, una mañana de este enero, antes de que volvieran a cerrar los museos y galerías para evitar el contagio, accedí a la sala solitaria. Supongo que, desde la inauguración a la fecha, muy pocos habremos tenido esa suerte. Espero que los organizadores, que han previsto el cierre de la muestra para el 30 del corriente, tengan la cortesía de extenderla hasta que las aguas de la infección se remansen. Sería una pena que, para usar un término caro a Lezama, este acontecimiento íntimo, de cámara, fuera a pasar casi sin “resonancia” con el público habanero.
De lo visto allí, me interesaron más Figura con luna (ca. 1947), Figuras y rectángulo No 1 (ca. 1947), Figuras (ca. 1947, tinta aguada y acuarela sobre papel) y la prodigiosa S/t (ca. 1953, lápiz, tinta y tempera sobre papel), donde el color, aplicado de forma casi difuminada, sirve de apoyatura (¿musical?) al potente pájaro negro, a lo que parece ser la pata de un caballo en el fondo, y a la figurita recurrente —¿güije?— que nos observa de frente, con mirada estrábica.
En Figuras y rectángulo No 1, se nota el intento de contrastar la racionalidad del geometrismo (¿alusión a la asumida frialdad del arte concreto?) con el mundo alucinado, por onírico, que caracteriza la obra de Lam. Nunca sabremos si se trata de un boceto para una pieza posterior o de un estudio de composición. Lo cierto es que resulta inquietante, como si la figura rígida intentara, sin lograrlo, embridar al caballo alado del fondo.
Llama la atención que ninguna de esas obras de pequeño y medio formato lleven la firma del artista. La explicación la encontré en el catálogo que se editó para la celebración. De lo ahí leído se colige que Lam firmaba sus trabajos cuando estos iban a ser adquiridos, pero también se sabe de obras de gran formato que, por descuido, no fueron signadas, aunque su autenticidad está más que probada. De esto último, nos dice Juan Castillo, da fe la monografía que le dedica a WL Max-Pol Fauchet, publicada en vida del maestro, y donde aparece más de un cuadro con esa singularidad.
A Lam, intentando definir su arte indefinible, se le han colgado diversas etiquetas. Que haya frecuentado al movimiento surrealista no quiere decir que terminó adscrito a esa tendencia. Para colmo, en una enciclopedia acabo de ver que señalan a La jungla como ejemplo de arte abstracto… Para mí, la obra de Lam, si fuera imperativo definirla, es realista; solo que ésta no alude a la superficie de la “realidad” codificada. El mundo mítico que del que parte, armado con sus vivencias de niño sagüero, hijo de mulata y chino, que en la duermevela escuchaba invocaciones y ruegos a las deidades del panteón yoruba, es, sin más, una de las tantas caras de la realidad para muchos en esta orilla del Planeta. Aquí a los orishas se les da de comer para que siembren nuestros senderos de buenas vibraciones, y se les reprenden, y hasta se castigan, si no cumplen. El santoral que maneja la Regla de Osha, como los dioses griegos, tienen apetencias, iras y bondades humanas. Pueden ser veleidosos y protectores a un tiempo. A mí me gusta creer que se sienten muy a gusto dentro de la mágica representación lamsiana.
Wifredo Oscar de la Concepción Lam y Castilla nació, como ya dije, el día que se consagra a Iroko y a la Purísima. ¿Alguien puede no ver un destello mágico en este hecho “fortuito”?
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Nota: La información para la elaboración de esta reseña fue tomada de textos de José Manuel Norceda, Juan Castillo Vázquez y Nelson Ramírez de Arellano, facilitados por el Departamento de Comunicación del CACWL.