Lancelot Alonso (La Habana,1986) es pintor de filiación fauvista, seducido por el color explosivo y las grandes superficies. Vive en El Vedado, en un área que ha ido poblándose de artistas plásticos de manera espontánea. Por mi cuenta, en los alrededores —las calles 10, 12, 14 y 16, de Línea a 23— se han asentado Lianet Martínez, Douglas Pérez, Jeff y Luis Enrique Camejo. Lancelot me envía la declaración que sigue para que vayamos entrando en ambiente:
“Mi obra invita al espectador a ser testigo de realidades sexo-eróticas que suelen ser preteridas o distanciadas, en nombre de cierto recato que las convierte muchas veces en temas tabú. Trato de situar al espectador en la posición de quien, sin temor, observa la intimidad del otro, desde una mirada concupiscente, libidinosa; una intimidad que se nos revela desinhibida, mórbida, pletórica de placer y éxtasis. Son cuerpos que necesitan —demandan— la mirada ajena, intrusa. Esa que descree del pudor, de la castidad. Incontinencia, lujuria, lascivia: son los términos que mejor cualifican la dramaturgia de mis obras; un espíritu dionisíaco que reclama espectadores desprejuiciados, más allá de poses moralistas afectadas.
“Trato de hacer recordar que el placer es nuestro mejor aliado; y el cuerpo, nuestra arma más poderosa. En la obra insto a la fruición todo el tiempo, allí donde el raciocinio ha sido desterrado.
“Esta temática o contenido encontró la correspondencia perfecta en el plano formal: para canalizar mis ideas en los recursos de la pintura y el fauvismo, en especial el uso de una gama cromática estridente, con fuertes contrastes de complementarios, donde la intensidad de los matices resulta medular. Así Eros se expresa a sus anchas, con una paleta que pretende ser seductora. Además, utilizo la textura y empastes gruesos del material que suelen ser tentadores para la experiencia de lo sensorial, de lo táctil. Destaco en las obras la presencia de espaciosas áreas planas, así como la recurrencia a los grandes formatos. Esto me permite utilizar el color y el contraste de forma fluida”.
Comencemos por tu nombre. Asumo que no es un nom de plume, sino el que te dieron tus padres al nacer. Nada menos que el de uno de los caballeros de la Mesa Redonda del Rey Arturo: Lancelot of the Lake. ¿Por qué te llamaron así?
Mi nombre lo escogió el loco de mi padre. Siempre fue un fanático del cine y la literatura. Es una de las personas que más admiro en la vida.
Me encanta el nombre de Lancelot. Me predispone a ser diferente. De niño me creí muchas veces “Lancelot el del Lago”; me gustaban las películas e historias de caballeros.
¿Te ha hecho más valiente y arriesgado de lo que se podría considerar normal?
El destino me ha puesto a prueba una y otra vez, y siempre he afrontado los percances con valentía, sin mucho susto.
¿Ha tenido alguna consecuencia este nombre en tu vida?
El nombre de alguien tiene poder. Y el mío, en particular, me parece de un peso y una belleza románticos. Creo que fue lo que más influyó para que me propusiera ser una persona diferente; lo que, a mi entender, se refleja en la obra. Es una de sus mayores virtudes.
Lo que podríamos llamar tu formación académica tiene tres ejes: el Centro Experimental de Artes Visuales José Antonio Díaz Peláez, en La Habana; la Escuela de Diseño Fashion, Industry and Technology (F.I.T), de Nueva York, y la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro, también de La Habana. ¿Qué huellas dejó en ti cada una de estas instituciones y cuál es el conocimiento más significativo que te han aportado?
Desde pequeño, por suerte, mis padres vieron las habilidades que tenía para la plástica, y me inscribieron en el Centro Experimental. Pasé de dibujar a las Tortugas Ninja y Los Gatos Samurái a dibujar bodegones y aprender el dibujo del natural; por supuesto, desde una visión muy infantil.
Uno de los mejores momentos fue cuando me llevaron a dar un curso en el Icaic y vi, de primera mano, cómo se crea una animación. Me ilusionó muchísimo. Fue un momento mágico. De ahí mi afición por el anime y la animación. Uno de los sueños de mi vida es llegar a hacer un corto o un largometraje de animación.
Fashion Industry. En ese instituto empecé a enfrentarme con el color, a descubrir qué combinaciones quedan bien y cuáles no. Era un centro muy gráfico, muy pop; de ahí la influencia pop en la pintura que hago hoy, muy visible en las piezas. New York es una ciudad llena de sexualidad, una sexualidad rara, porque puede ser tanto elegante como underground; millones de morbos y rarezas. Además, el F.I.T. me ayudó a abrir el diapasón de lo que hasta ese momento entendía como sexualidad.
Terminas el F.I.T en 2004, y vienes a La Habana para ingresar en San Alejandro. ¿Qué decidió ese cambio de ambiente?
El cambio del F.I.T. a San Alejandro se debió a situaciones personales. Nunca logré adaptarme al estilo de vida americano. Regresé a Cuba con el propósito de seguir mis estudios de arte.
San Alejandro completaría mi educación formal como pintor, como artista. Tuve la suerte de entrar al taller “Los nuevos fieras”, de Rocío García, y eso cambió mi visión de la pintura para siempre. Me convirtió en el colorista que soy hoy.
¿Te consideras artista? ¿Desde cuándo?
Desde pequeño he estado en escuelas de arte. Era algo fluido, no entendía de otra cosa, y el curso natural de los niveles escolares siempre fue en escuelas de arte. Moverme dentro del ámbito del arte era muy natural. No lo hacía sino por puro placer. Ese era yo, no lo veía de otra manera: estaba destinado a ser un artista profesional.
¿Qué es, a tu juicio, un artista?
Una persona que llena de magia al mundo a través de una buena metáfora.
¿Cómo resulta ser artista en Cuba?
Supongo que no sea distinto a ser artista en otro país. Son los mismos demonios, es el mismo ego, son los mismos desamores. La gran diferencia es que aquí las mujeres son más bellas.
Una mirada superficial a tu pintura actual te emparenta con Henri Matisse y su paleta explosiva. ¿De dónde te viene esa predilección fauvista, cuándo aparecieron esos signos en tu obra?
Cuando empecé a hacer la tesis de graduación de San Alejandro buscaba una manera formal de solucionar mi pintura, que fuera diferente a lo que se hacía en la escuela, y en esa búsqueda me encontré con el taller de Rocío que mencioné. Ya yo tenía una tendencia colorista, pero cuando descubrí el fauvismo y, sobre todo, la manera de ver y entender el fauvismo de la profe, cambió mi pintura de manera radical.
¿Entre todos los pintores que construyeron la órbita de esa estética —Derain, Braque, de Vlamin, Van Dongen…— sólo sientes un vínculo esencial con Matisse?
Me encantan Matisse y Derain, sus paisajes me influyeron muchísimo. Creo que Derain era más radical que Matisse a la hora de construir paisajes con color. Hay otros artistas que admiro mucho, he podido verlos frente a mí, en particular a los expresionistas, los simbolistas. Mientras más radicales y con más fuerza en la pintura, mejor.
Me gusta la pintura que es un piñazo, no solo de color, sino de fuerza expresiva, temática. Cuando visito algún museo o centro de arte, voy directo buscando sus salas, son mi inspiración.
Antes de adentrarnos en el manejo y representación del eros en tu trabajo, me gustaría saber si consideras que la mirada del pintor y la del voyerista coinciden en intereses.
Claro que coinciden. Uno es más sexual y el otro es más erótico. Al final, lo que busca cada cual es el placer.
Explicas que te interesa romper los convencionalismos con que la mojigatería y la represión sicológica ha lastrado el goce carnal, el ejercicio del placer dionisíaco. ¿Vienes de una familia con formación religiosa? ¿La no aceptación de ciertos tabúes es algo que, además, has tenido que enfrentar en tu vida, o pertenece sólo al campo de tus preocupaciones éticas y estéticas?
Vengo de una familia muy liberal, donde los tabúes son casi inexistentes. Pero a medida que fui creciendo, lo que yo veía tan natural y común me di cuenta que era social y sicológicamente tabú para muchos. No lo entendía al principio, y me pareció muy curioso.
Mi obra se convirtió en una ventana de liberación para las personas que tienen esos sentimientos y deseos acumulados, tanto eróticos como sexuales, reprimidos. Al final, todo cabe en el mundo de la imaginación y la fantasía.
Algunas de tus piezas son de grandes dimensiones. ¿A qué se debe la adopción de un formato que dificulta el traslado y, consecuentemente, la comercialización de la obra?
El formato está en consonancia con la técnica. Trabajar con color exige grandes planos para lograr el predominio, aparte de un gusto personal por las grandes dimensiones.
¿Has “cometido” murales?
Pocos, en casas privadas de New York.
¿Te gustaría que te cedieran un muro en algún lugar público en La Habana?
¡Me encantaría! Es mi ciudad. A ver si me tiras una ayudita en eso.
Veré. Se trata de localizar a la persona con poder y sensibilidad suficiente como para que entendienda la importancia social de realizar este sueño tuyo.
Queda claro que el erótico es un tema recurrente en tu trabajo. ¿Hay otros asuntos con el mismo grado de presencia que se pudieran señalar?
Otros temas presentes en mi trabajo son la belleza, el ego y la muerte; siempre desde una óptica erótica.
De las ocho muestras personales que has realizado, ¿cuál crees que sea la más significativa, ya porque te haya proporcionado cierto grado de visibilidad, ya porque en ella hayas alcanzado cotas de calidad cercanas a la plenitud expresiva?
Hay una exposición personal a la que le tengo mucho cariño, fue la primera que hice recién graduado de San Alejandro: Hiuu! Fue en mi pueblo natal, San Antonio de los Baños, en la galería Eduardo Abela. Me dio placer a nivel personal. Pero creo que a nivel profesional fue Delirio, en la galería Servando Cabrera, la que empezó a marcar mi carrera. Logré destacar en La Habana por la manera de hacer y ver la pintura.
Has pasado por algunas experiencias quirúrgicas traumáticas: la extirpación de un tumor benigno en el cerebro y la posterior reparación de una de las paredes del cráneo. ¿Es algo de lo que te cuesta hablar?
Hasta ahora no se me ha hecho difícil hablar sobre mis operaciones, inclusive recrear para mí mismo todo lo que me ha sucedido. Algo que me ayuda muchísimo es que mi memoria está un poco dañada. Recuerdo las sensaciones, pero no los momentos. No me resulta particularmente duro expresar esos sentimientos. Al principio los liberé dibujando, pintando.
La recuperación de mi primera operación se unió con la pandemia, fue un tiempo de encierro. Lo único que hacía era pintar. Tenía temor de olvidarme de eso. Cuando me daban convulsiones, estaba casi una semana con la vista afectada, y trataba de volver pintando. Si eso funcionaba, yo estaría bien.
A veces es arduo luchar con la memoria. La pintura tiene sus métodos, pero yo no recuerdo exactamente cómo era que lo hacía. Solo voy por ahí para allá.
¿Después de esos eventos ha variado de alguna forma tu percepción del mundo?
No recuerdo mucho la persona que era; pero, según me dicen, ahora soy totalmente diferente. El tiempo dirá si es para bien o para mal.