Es fornido y de baja estatura. Negro, no afrodescendiente. “¿A ti te gustaría que te llamaran europeodescendiente?”, me dijo ante una cerveza en El Vampirito, un cafetín de la calle 6, en El Vedado, donde pactamos esta charla. Los ojos y las uñas, del mismo tono amarillento. Su panza es prominente y, en apariencia, dura. Está rapado. Uno de los dientes frontales tiene un casquillo de plata con una estrella de cinco puntas calada.
No dice su nombre a la primera. Ante mi insistencia expresa, resignado: “Pon ahí Euclides”. “¿Cómo el matemático?”, pregunto. “Sí, como el geómetra griego”, riposta con la mirada cansada de quien ha respondido mil veces a la broma elemental.
Nos conocimos en una pescadería de la zona. Donde ahora vendían salchicha y mortadela de pollo, en los años ochenta expendían merluza, calamares, jurel, chicharro, además de algunas especies de plataforma. A partir de un comentario de él, supe que fue pescador “de altura” en “otro tiempo”. Accedió a conversar, pero bajo algunas condiciones.
Euclides se formó como maquinista en la Escuela de Pesca “Andrés González Lines” del Mariel, promoción de 1975. E inmediatamente se incorporó a la próspera flota del país, en franco crecimiento desde la década del sesenta.
Antes de 1959 Cuba circunscribía la pesca comercial a la plataforma insular. Ya en los 60, con la adquisición de buques de mayor calado, arrastreros, atuneros, camaroneros, trasbordadores y fábricas flotantes, los barcos cubanos exploran por primera vez zonas internacionales, como el Océano Pacífico y las cercanías de Terranova, en el Atlántico; también los mares limítrofes de Perú. No sería exagerado asegurar que hasta 2001, fecha que varios especialistas señalan como la del desmantelamiento definitivo de la Flota Cubana de Pesca (FCP), el país era una potencia mundial en ese rubro, junto a Japón, la extinta Unión Soviética y Corea del Sur.
“Navegar es del carajo. Campañas largas de hasta un año. Mucho tiempo sin ver a la mujer ni a los fiñes. Pero el regreso era glorioso. Dos o tres meses de fiesta, todo el mundo contento con sus regalos. El ron corría. Había astilla. Música a todo meter. Y ya tú sabes, dándole al pollo con el curricán, desquitándose uno de tanta ausencia.”
¿Es cierto eso de que el “hombre marinero no se debe casar”?
¿Por los tarros? Na. Eso es cuento. Si te los van a pegar, no hace falta que te vayas tan lejos. Eso sí, hay que escoger bien a la mujer, porque esa recta no se la mete mucha gente: criar sola a los niños, enfrentar los problemas del día a día en la casa. La mujer del marinero es una heroína anónima.
¿Qué hacían cuando tocaban puerto?
Lo mismo que han hecho todos los marinos desde la época de los fenicios: emborracharnos, buscar los lugares donde se rentan las caricias, traficar –en nuestro caso, con tabaco y ron–, comprar equipos electrodomésticos y pacotilla.
“Donde se rentan las caricias”. ¿Eres poeta?
¿Qué pasa, asere, me vas a dar chucho? Uno tiene sus lecturas. Imagínate, las horas muertas a bordo. Los libros eran mi medicina contra el spleen.
¿Spleen? Me estás tirando al pecho. ¿Has leído a Baudelaire?
Mira para acá, concéntrate. Me gustaba llegar a Islas Canarias. Allí la gente habla un español igual al nuestro, con el mismo acento. Le dicen guaguas a los autobuses… Si cerrabas los ojos podías creer que habías vuelto a casa. Lo único malo es que a los canarios les encanta el gofio, y tú sabes que a nosotros eso de ser un comegofio no nos cuadra mucho.
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Euclides tiene una sonrisa ligeramente torcida. Primero descubre el diente con la estrella y luego la “cajetilla” completa. Los ojos se le ponen chinos cuando sonríe. A veces se queda callado por más tiempo del normal. Parece como si de pronto se hubiera ido con el pensamiento a otro lugar. Bebe a sorbos cortos. Sin que medie pregunta, me suelta:
“Mis barcos preferidos, entre los motopesqueros: Mar Caribe, Biajaiba y Golfo de Tonkín. Eran muy marineros y estaban equipados con los más modernos aparatos de navegación para aquel tiempo. Uno no debiera encariñarse con los barcos, pues las tripulaciones van y vienen. Pero sucede. No son los únicos en los que navegué. En cada uno tuve momentos grandes. Desde capturas fabulosas hasta tormentas que te hacían persignarte. El mar es como el oso del zoológico, que está ahí, panza arriba, en su jaula, de lo más pacífico, pero de un momento para otro se enciende, se agita, se vuelve cruel. Cosa hermosa y terrible, el mar.”
El año de 1978 se señala como uno de los más productivos de la extinta FCP. En esa campaña se capturaron 213 171.8 toneladas de pescado. Para el 2001, cuando se desmanteló la flota, las capturas habían caído a 16 354 toneladas.[1]
¿Qué pasó con la flota de pesca?
Con la FCP sola, no; también fueron abajo empresas como Navegación Mambisa y Navegación Caribe, de las que, si acaso, hoy quedan unos cuantos barquitos. La caída del campo socialista. Se acabó el petróleo, se torció la economía.
Imagínate una cena con varios invitados. En un extremo de la mesa está la Unión Soviética. Le da un dolor en el pecho, se va para atrás, se agarra del mantel, y se lleva en la caída la vajilla, las copas, el pollo, el pan, la mantequilla y la botella de vino. Así nos quedamos, pelaos, sentados a la mesa mirándonos los unos a los otros. Nadie lo quería creer. Miles de marinos perdimos el trabajo.
Y tú, ¿qué hiciste?
Vivir de la maroma.
¿El circo?
El circo de la vida, el invento, la lucha. Me metí en líos. Andaba loco, como casi todo el mundo. Me guardaron cinco años en el tanque. Por ahí tengo dos o tres cositas pendientes.
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Los barcos que operaba Cuba para la pesca provenían de astilleros de España, Alemania Oriental, Japón y Polonia. Según Esteban Casañas Lotal, la FCP contó, en total, con 96 buques solamente para la pesca de altura; los dedicados a las capturas de plataforma, de menos calado y muchos de ellos construidos en astilleros cubanos, suman una cantidad varias veces superior.[2]
¿Cuál fue tu peor momento en el mar?
Estaba enrolado como maquinista en un barco de bandera noruega. Eso fue por 1980. Me dio una arritmia cardíaca. Me bajaron en Gibraltar. Ahí me vi en un hospital, sin dinero ni seguro médico. La compañía que me había contratado me abandonó en tierra. Tenía muchas dificultades para entenderme con los médicos, mi inglés nunca ha sido el mejor; sin embargo, el francés… Me pusieron en una sala de terapia para ver cómo evolucionaba. No sabían qué hacer conmigo. No había celulares ni Internet como hoy. Estaba doblemente incomunicado.
En una ronda de visita detecto a un médico con una sortija de masón. Cuando pasó por mi lado le tendí la mano, y le di la seña en un apretón. Por suerte era español, de Valencia. Se hizo el desentendido. Al rato vinieron a cambiarme para una habitación individual, me ofrecieron piyamas, kid de aseo, pantuflas y un sobre con trecientas libras. Funcionó la hermandad hasta que logré tomar un buque de paso y enfilar hacia Cuba.
¿Eres masón?
Grado 33. Y también babaláwo, ñáñigo y palero.
¿Crees que la Flota Cubana de Pesca se recupere?
Lo veo difícil. Hay que empezar prácticamente de cero. Comprar barcos, adiestrar a los marinos… No es cosa de “coser y pescar”. Hacen falta muchísimos millones. Pero tampoco es imposible. Antes de 1959 éramos una isla de espaldas al mar; la crisis nos llevó nuevamente a ese punto.
¿Puedo hacerte una foto?
No.
¿Euclides es tu verdadero nombre?
Yo soy otro.
Como dijo…
…Rimbaud.
Notas:
[1] Díaz Lorenzo, Juan Carlos. De la mar y los barcos.
[2] En Diario de bitácora.
Un relato tremendo…
Según recuerdo de la época, el problema fundamental de la FCP es que después de la extensión de la Zona Económica Exclusiva de las naciones ribereñas a 200 millas náuticas, Cuba ya no tenía zonas donde efectuar sus pesquerías y se hacía insostenible esa enorme flota. El problema no estuvo en la desaparición de la Unión Soviética ni del campo socialista.
coincido con Ud pero me parece que fueron ambas cosas de conjunto las que llevaron a la debacle
Desgarrador artículo