Nació en Ciego de Ávila (1975) y vive en Guayos, municipio Cabaiguán, provincia Sancti Spíritus. Ejerce la poesía y la dramaturgia, actividades por las que ha recibido varias distinciones, como la Beca de Creación Literaria Sigifredo Álvarez Conesa (2017) y el Premio Municipal de Cultura (2017-2018).
Varias de sus obras han sido llevadas a escena: Farsa y justicia del corregidor (versión en décima de la pieza de Alejandro Casona) por el grupo de teatro Paquelé, de Sancti Spíritus (2015); Un puente al atardecer (monólogo para adultos), Premio en el Festival Provincial de Teatro Cañambrú (2015) y La otra mirada, Festival Nacional de Artistas Afinionados Universitarios (2016).
Ha publicado un poemario y un volumen de teatro: Sin salida al mar (Editorial Luminaria, Sancti Spíritus, 2021), y Lidiando con la sangre (Tuletraonline, Tampa, EEUU, 2019), respectivamente.
Su poesía, autorreferencial, transparente y con grandes dosis de verdad, habla de la inmediatez del día a día en las circunstancias peculiares de una mujer artísticamente sensible cercada por el lento discurrir de la vida en un pueblo del centro de la isla. Mildrey Alfonso no elucubra, escribe de lo que ve y lo que siente. No necesita más.
Te licenciaste en Economía. Además, eres poeta. Sin embargo, según aprecio en tu currículo, la actividad teatral, como dramaturga y un poco menos como actriz, ha ocupado la mayor parte de tu tiempo creativo. Cuéntanos que relación tienes con el teatro, desde cuando escribes para la escena.
La economía y mis estudios económicos, eso me suena inmenso. Estudié economía por aterrizar en algo. Con 19 años no tenía claro qué quería hacer, y le seguí los pasos a una prima, que ella sí es muy buena económica. Los números me resultan agresivos:
“¿Qué hago yo con un ladrillo en la mano? ¿Dónde lo pongo?”, dice Diego, el personaje de Jorge Perugorría en Fresa y chocolate. Así me sucede con la economía.
Leía mucha narrativa, y comencé escribiendo teatro. Fue amor a primera vista. Esa disposición, por sobre todas las cosas, de ver el mundo a través de una escena. Para mí, todo es teatro. Además, soy muy dramática, y eso me consume; el otro extremo es el humor, que tampoco es azul celeste.
Mi primer trabajo por encargo fue una versión en décimas de la obra Farsa y justicia del Corregidor, del dramaturgo español Alejandro Casona; está en mi libro de teatro Lidiando con la sangre. Me lo pidió Pedro Venegas, director del grupo Paquelé de Sancti Spíritus. Me emocioné tanto, que a la semana, cuando me llama él para precisar un detalle de nuestra colaboración, ya yo tenía la versión lista. Casi ni comía. Y desde ahí se forjó una amistad que late hasta los días de hoy.
Tengo la dicha de vivir en un pueblo donde se hace teatro. Todos los años hay un Encuentro Manuel Cruz in Memorian, al que llegan invitados de otros lares. Ahí, hace tres años, subí a escena con mi monólogo Un puente al atardecer. Todavía ni me lo creo, ¡qué emoción! Nunca había sentido tanta adrenalina. Estar frente a un público es como lanzarte al vacío sin despegar los pies de la tierra. ¡Qué belleza!, ¡qué susto!, ¡qué compromiso tremendo! Le hablé a Venegas para que me viera en escena, a riesgo de quedar mal parada. Afortunadamente, eso llevó a que hoy estemos inmersos en el montaje de una obra, “La mujer sola”, del escritor Darío Fo, con vistas a presentarlo en algún festival. Voy a Sancti Spíritus, teatro; llego aquí, y Teatro, porque tengo dos directores a falta de uno: Rosa Palau, en la casa de cultura, y Pedro Venegas.
Una anécdota: Cuando comencé el ensayo con Venegas, con toda la seriedad y el peso que implican trabajar con un director profesional, me quedé con la mente en blanco en medio del escenario. Daba dos pasos y apagón total, entre la cadena de acciones, el texto, los gestos y el rostro de Venegas, perdida y sin encontrarme. Llegué a casa y le dije a mi esposo: “Yo creo que tengo alzheimer, no recuerdo nada, la mente en blanco.”
Ya màs calmada, después de dos tazas de café, repasé texto, cadena de acción, todo, y ¡bingo!, la cosa fluía. “Pues no; lo he hecho todo bien. No puede ser que tenga Alzheimer allá y aquí no”.
Y hasta el sol de hoy sigo en escena. El teatro me llena espiritualmente cuando la hoja se vuelve demasiado blanca, y la inspiración me abandona.
Participé dos años consecutivos en el festival Teatro sin Fronteras, convocado por el grupo Teatro Primero, de Ciego de Ávila. Allí compartí con dos grandes dramaturgos: Blanca Felipe y Ulises Rodríguez Febles. Que seres tan lindos.
¿Cuándo, cómo descubriste la poesía como género literario?
La poesía llegó después del matrimonio, hace 23 años, y siempre desde la escena. El matrimonio, en la suma de los días, trascendió hasta hoy.
Estábamos en la mesa, un día normal y rutinario como una maquinaria de perforar pozos, y piensé: somos tres islas desiertas al alcance de la mano en un océano tan vasto que da pena. Y de ahí nació un poema escenificado.
Vives en Sancti Spíritus. ¿Sin salida al mar, el título de tu poemario, alude a la “fatalidad geográfica” o a la imposibilidad existencial de conocer mundo? ¿Has traspuesto alguna vez las fronteras del archipiélago?
La fatalidad geográfica existe, y es necesario buscar recursos para sobreponerse a ello. No es lo mismo vivir en la capital, con todas esas propuestas teatrales y artísticas, que en un pueblo donde confluyan solo una vez al año las artes. Conocer otros países, relacionarnos con otros escenarios, otras culturas enriquecen notablemente la visión del mundo en que vivimos.
Jamás he salido de Cuba. Ni siquiera conozco el veinte por ciento de mi país. Siempre estoy pidiendo fotos de sus viajes a los amigos, para desde aquí echar a volar mi imaginación.
¿Qué significa el viaje para ti? ¿Te gustaría vivir en otro ámbito?
Si te refieres a salir, moverme, desplazarme, soy un ave con unas alas inmensas que en la medida en que me distancio de este pueblo se van abriendo hasta cubrirlo todo. Respecto al viaje de la vida, aquí estoy, haciendo lo mejor que puedo sin pensar mucho en si estoy a medio camino o cerca del trayecto final. Eso nadie lo sabe. Vivo, solo eso.
La idea de vivir en otra parte no es algo que me quite el sueño. Lo que sí deseo, con todas las fuerzas de mi corazón, es que cambien estas malditas circunstancias, que tres libras de arroz por persona deje de ser una noticia nacional, que el salario nos permita no solo comer, sino, además, realizar pequeños sueños, que la moneda que gano tenga valor real, que las leyes se respeten, que la constitución se respete, que exigir mejoría de vida no no sea vistos como como un acto transgresor, sino como un derecho.
Tu poema “Cuenta saldada” explota en mi cabeza. Son poquísimas las líneas que lo conforman, en cambio me sugiere un mundo de situaciones, el universo dramático y, en ocasiones, oscuro de las relaciones interpersonales. Lo cito: “El bodeguero tantea la pesa como si tanteara mis nalgas. / Extiendo un billete de diez pesos, recibo el vuelto de cincuenta; balbuceo algo mientras me da la espalda. / Me adentro en el bullicio de la calle aturdida, con media libra de menos.” ¿De qué modo este texto expresa a la Mildrey mujer?
Ese poema me gusta leerlo en público, porque cuando aterrizo en las “nalgas tanteadas” el silencio es casi abismal , y esto es puro teatro. Es el resultado del maltrato solapado al que somos sometidos todo el tiempo, el quedarte callada, aceptar lo que venga con la única esperanza de salir ilesa alguna que otra vez.
Cuando existían las tiendas en CUC, fui a comprar un jabón Lux. Lo quería blanco, y la joven dependienta se aparece con un jabón rosado. Insisto en mi pedido, y un señor a mis espaldas me vocea: “Qué más da blanco que rosado; es el mismo jabón”.
En un país donde exigir tus derechos, por mínimos que sean, no es una opción, y encima donde la mayoría acepta todo como venga, o te enfrentas constantemente al irrespeto, la dejadez crónica y a la falta de empatía de muchos otros, o haces mutis para proteger tu corteza cerebral y fluir en este bote sin dirección y sin remos, con la esperanza de que, por arte de magia, el destino te devuelva alguna que otra vez las cuentas saldadas. Y también como mujer hay que estar alertas, porque a veces una sonrisa puede ser mal interpretada.
¿Podrías relatar cómo es la vida en Guayos en general y la tuya allí en particular? ¿Eres una ama de casa que escribes? ¿Hay comprensión en tu medio familiar sobre la importancia que tiene —sobre todo para ti— tu trabajo artístico? ¿Te apoyan más allá de las palabras?
Soy una ama de casa que escribe y sube a escena por una necesidad personal de sentirse realizada. Mi esposo es ese puntal que en lo económico y cotidiano me permite entregarme al arte de crear sin tener que ir a buscar el pan, o pasar extensas colas en uno u otro maleficio existencial.
Al principio no era tan así. La hora del almuerzo y yo enternecida, y algún que otro frijol quemado… Hasta que los pequeños logros fueron ganando espacio y confianza en los otros. Mi esposo es mi primer lector, tanto que a veces me molesto, y es que él es un lector acérrimo desde siempre.
La vida aquí en el pueblo es como un lago a mitad de la nada, rara vez algún hecho trasciende la ínfima mirada de los transeúntes. Los domingos me espantan. Por la mañana hay trasiego, al ritmo de las ventas de productos agrícolas; caballos cansados a la espera del retorno, perros que husmean los residuos de algún cárnico, alguien vocea, el ruido de un motor. Y a las doce y un minuto de la tarde el paisaje cambia dramáticamente, la desolación se aferra a las calles hasta asentarse en el parque, y si por casualidad el viento arremolina el polvo en espiral, terminamos pareciéndonos a una película del oeste. Y lo mas inquietante es que el resto de los días de la semana van tomando la misma transparencia.
Somos tres adultos en una casa espaciosa que a veces parece un objeto museable. Cada uno la va dejando por ratos a la deriva, hasta que coincidimos otra vez al alcance de la mano. Me gusta levantarme antes que los otros, tomarme sola el primer café (3 tazas, soy viciosa). Ese primer silencio de la mañana, roto únicamente por el jolgorio de los gorriones, esa soledad divina antes de caer en el rostro de los otros, y el despertar rotundo de la casa. Y así los días, que más o menos ajetreado, nos devuelvan a la hendidura de la cama al caer la noche. Disfruto las visitas, sobre todo de la familia que llega por unos días a romper toda rutina; pero cada vez viene menos, una vez al año si acaso.
Pienso que tu poesía es confesional, una suerte de diario que va registrando los hechos y los pensamientos que alteran la laxitud del día. ¿Escribes solo lo que quieres o lo que no puedes dejar de escribir? ¿En qué medida la frecuentación de la poesía tiene en ti un poder sanador?
No soy una escritora de oficio, no tengo esa virtud de ser rutinaria, ni constante, yo no me levanto y pienso: haré un poema de gallinas. No. Necesito estar inspirada, ese golpe que llega cuando menos me lo espero, o ese algo que me traspasa y no puedo pasar por alto. Paso tiempos en blanco y en eso me ayuda el teatro, subir a escena y volar aterrizando.
El arte para mí es ese prisma gris con que lo observo todo; me salva a ratos, otras veces me hunde en una ligera tristeza que termina revertida en la mirada de los otros, en la gratitud o el asombro ante uno de mis poemas, o frente a una puesta en escena. Entonces todo florece.
En tus versos mencionas en varias ocasiones a Dios. ¿Tienes una relación particular con la idea de Dios? ¿Practicas alguna religión? ¿Te alivia en los trabajos de tu día a día la idea de la existencia del Paraíso?
¡Dios!
Yo quisiera tener más fe que el papa, ese algo que me sostenga en esos momentos de la vida en que todo lo demás se desmorona, pero de dónde si no tuve con formación religiosa, un norte, nada.
En mi casa habían dos vírgenes, una Santa Bárbara de hierro, que después supe que sostenía una copa, y que a la de abuela se le había perdido en alguna parte; y la otra, la Virgen de la Caridad, de yeso, estaba en tan malas condiciones que no se percibía ni el bote, ni los náufragos. Abuela les ponía velas, eso sí, cuando me enfermaba u otra precariedad necesitaba un empujón, pero fuera de eso no había más mención del tema. A decir verdad, abuela se acordaba de Santa Bárbara cuando tronaba, una frase que le oía decir todo el tiempo. Qué linda mi vieja. Después mi tía vino a vivir con nosotras; trajo a cuestas sus creencias yorubas. Unas veces notaba en sus prácticas un aspaviento que me hacía gracia; otras, me entristecía, dudaba de si la necesidad económica llevaba a algunos de algún modo a todo aquello.
Con 16 años fui a una iglesia pentecostal, entusiasmada por un amigo que tocaba la flauta en el grupo musical de esa congregación, un recuerdo amargo que guardo hasta hoy. Los niños sentados en aquellos bancos sin fin de madera, dentro de sus trajecitos de hombres, y las niñas con sus batas saturadas de lazos y vuelos, estoicos y mudos como estatuas vivientes, como palomas sin alas, nunca más regresé.
Lo bonito de las religiones son las tradiciones, esas fechas que hilvanan dentro del rigor de lo cotidiano una razón de ser, un aliciente. En mi casa nunca se mencionaron las navidades, ni los días de reyes, ni las semanas santas, nada. Los fines de año eran el pedazo de carne asada y otro triunfo revolucionario, solo eso. El único cuento que sobrevivió de cuando abuela era pequeña, fue el de una vez que le regalaron una muñeca de palo. Había que ver la ternura de abuela, la emoción que le suscitaba aquella remembranza. Esto me duele, le cayeron a machetazos a la muñeca sin percibir lo esencial, el alma, la magia, los sueños. Sí, se acabaron las muñecas de palos, pero qué quedó…
Cito un texto de El Niágara, un personaje de mi monólogo Lidiando con la sangre:
—¿Quién dijo que los santos no son revolucionarios? Lo dijeron. Y hubo muchos que cambiaron sus santos por consignas.
Amar es lo que me sostiene siempre, así sea una quimera. Lo necesito para enfrentar todo lo que se me hace difícil de sobrellevar y no puedo cambiar. Venga el amor a mí de cualquier manera, en cualquier formato, desde cualquier distancia.
¿Sueñas con frecuencia? ¿Recuerdas tus sueños? ¿Hay alguno recurrente que pudieras contar?
Sueño despierta pequeñas cosas, como caminar por la playa al caer la tarde, conocer amigos que que me deslumbren con su aura; compartir un café, un abrazo. Dormida sueño por temporadas, y es curioso que siempre es de noche; así sea en una playa llena de gente, es de noche, y todo está o sucio o revuelto. Carreteras que se pierden en una curva, siempre en penumbras, como esos filmes de terror.
No sueño con el futuro, ni dormida ni despierta, no tengo esperanzas de que algo lumínico suceda, un vuelco de 180 grados, algo que nos ayude a ver mas allá de estos apagones, esta necesidad económica, este presente asfixiante que es nuestro país para la mayoría de su pueblo.
En un texto de Eduardo Galeano que compartiste en Facebook, se lee: “… no tienen fronteras los mapas del alma ni del tiempo”. ¿Asumes la expresión como propia?
Comparto en toda su expresión esa verdad de Galeano, aunque no lo parezca. Cómo si no podría sin moverme de aquí, salir de estos seis pies bajo tierra.
¿Te has amado más de lo que te han amado?
Hay que amar, sí, pero es necesaria esa pizca de egoísmo que nos salve de los otros. No, no me he amado más de lo que me han amado, no he podido salvar esa distancia.
Es usual en esta columna, cuando se entrevista a un poeta, que se le pidan cinco textos —publicados o no— para compartir con nuestros lectores. ¿Serías tan generosa?
TIEMPOS DE FE
Crecí sin Nochebuena ni Reyes Magos,
Me alimenté del pan nuestro
Sin vislumbrar el cuerpo de Cristo.
Hoy que ha llegado la hora de reconciliarme
con los tiempos de los que no formé parte:
¿cómo podré digerir la cena, la fe y la magia
que me fueron vedadas?
BUEN PROVECHO
Como moscas nos arrimamos a la mesa y, mientras masticamos algo más que el pan nuestro, hablamos del futuro, de Alí Babá, del mal carácter del carnicero.
Un silencio repentino nos atropella cuando la lengua desmenuza el último trozo de carne que va bajando con la salsa, la culpa, y la diabetes de mi suegra.
HOY ES UN DÍA SIN GLORIAS,
Sin aspavientos,
Sin mecanismos para salir a flote,
Otro de tantos, donde dejaría caer mi lengua sobre un cuerpo desnudo.
Sexo y vino.
Alimentar el morbo que llevo dentro,
Sepultar esta desidia entre gemidos.
LA ALDEA ES UN SEPULCRO SIN ÁNGELES,
En este tarde que nos vomita en su hastío:
Otro domingo que se transparenta
Hasta desaparecer por los pliegues retorcidos de mi boca.
UN DÍA MÁS Virgilio. El aire frío
Nos deja este silencio que no mengua
Esta angustia debajo de la lengua
La escarcha de este tiempo tan baldío.
Habrá que hacer pequeñas maniobras
Antes de atravesar la bambalina.
El polvo entre la luz se arremolina
Quedamos a merced de mil zozobras.
¿Qué hacer si nunca llegan los titánicos
Obreros que edifican el progreso?
Nos levantamos lúgubres, mecánicos.
La soledad se nos metió hasta el hueso.
Dos patrias tengo yo… Dos viejos pánicos.
Dos formas de llevar la isla en peso.
MADRE. PATRIA. PAÍS
El futuro es hoy, Madre,
Este hastío que gravita en los amaneceres,
Continuación de la nada,
La no existencia.
¿Adónde los sueños de ayer vociferados, repartidos
en tribunas erigidas sobre nuestros ojos, nuestras venas, nuestro silencio?
Este silencio, Madre, hacedor de falsos pedestales.
¿Adónde este desconcierto, esta verdad que hoy no nos cabe entre las manos?
Hoy que es lícito, recemos, que no nos falten los ciclones para no morir de vergüenza y
poder, al menos,
solventar tanta miseria.