Antes que cualquier oficio o vocación, Nelson Herrera Ysla (Morón, 1947) ejerció la poesía. En cambio, se le conoce más como curador y crítico de arte que como trasegador de versos. Él esboza en esta entrevista las causas de que su veta lírica se haya visto, si no ninguneada, al menos relegada a un segundo plano.
Arquitecto de formación, entre sus hitos laborales está el haber sido director de la VII Bienal de La Habana, en el año 2000, y del Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam en el bienio 1999-2001. Además, ha fungido como curador de la participación cubana en las Bienales de Venecia, San Pablo, Lima y Cuenca.
De 2011 es Violín de Ingres, su poemario más reciente. Antes había publicado, en ese mismo género, La tierra que hoy florece (1978), Escrito con amor (1979), El amor es una cosa esplendorosa (1983), Poemas (1987), A través de mis días (1997), Pájaros de pólvora (antología personal de poesía, 1998), y Colección particular (2007). Es, asimismo, autor de volúmenes sobre arquitectura, artes visuales y decoración de interiores.
Aunque estaba en imprenta desde 2019, no fue hasta enero de 2023 que salió Zapping, una suerte de volumen sui géneris en el que se mezclan textos de indagación crítica, entrevistas y poemas que se mueven en torno al eje temático de las artes visuales. Hasta mi casa ha venido Nelson a traerme el libro, ocasión que “se pintó sola” para perpetrar esta entrevista y, de paso, sacarle unos poemas para compartir con ustedes.
En tu currículo te presentas como crítico de arte, curador, editor y poeta. Es decir, que tu condición de “obrero del verso” aparece en último lugar.
La condición o cualidad de poeta está asociada en Cuba, por lo general, a gente que no tiene muy bien puestos los pies en la tierra. Cuando le decía a mi abuela que me dedicaba a escribir, que me desenvolvía como escritor, siempre me respondía con una apabullante pregunta: “Sí, eso está bien, pero… ¿en qué tú trabajas?”
Ser poeta es visto, entendido, como algo ancilar, colateral, adicional, además de… a pesar del prestigio histórico de esa vocación, de tal oficio. En la Grecia antigua era casi lo máximo en la escala social, a la par de filósofos y senadores. Parecido, hacia mediados del siglo XIX y hasta la primera mitad del siglo XX. Pero estamos en el siglo XXI, donde un reguetonero es más importante, más reconocido que César Vallejo, Rimbaud, Auden o Nicanor Parra. Sólo aspiro a evitar tan espinosas preguntas; no verme obligado a dar muchas explicaciones.
¿No es la poesía la marca más honda de tu identidad? ¿Cuándo, de qué forma descubriste que tenías el don o la habilidad de, sin estar muerto, “mirar las flores por el lado de las raíces”? ¿Desde cuándo te asumiste como poeta? ¿Quiénes fueron aquellos autores que más influyeron en tu formación? ¿Cómo era el contexto social y cultural en el que de joven publicaste tus primeros versos?
La poesía es una marca honda en mí, al punto de que todo lo que escribo está signado por ese ejercicio. Esbozo textos críticos, ensayos, crónicas, como si fuesen extensos poemas en prosa. Algunos se han dado cuenta e intuyen que ahí radica la clave de una narrativa asequible, comprendida, asimilada mejor por los lectores.
Descubrí ese don —llamémoslo así— allá en Morón, rodeado de los libros de la biblioteca de mi padre —a la que nombró Buffon, según el cuño seco que utilizaba para marcar cada ejemplar adquirido—, cercana a los 2 mil volúmenes. Pero no afloró hasta enamorarme de una compañera de aula mientras estudiaba arquitectura, y disfrutar de mi acercamiento al mensuario El Caimán Barbudo, en 1966, entusiasmado con el grupo que lo fundó e inició una nueva etapa en la poesía cubana contemporánea.
La mezcla fue valiosa, abrió caminos. Era un contexto cultural envidiable, dominado por debates, tendencias, publicaciones, disímiles grupos generadores de una atmósfera espiritual única en Cuba y sensible al mundo más allá de nuestras fronteras. En aquel mensuario publiqué, azarosamente a mis 19 años, el primer poema y el primer texto crítico: marcó así una dicotomía, ambivalencia, hasta hoy.
Me influyeron los poetas de El Caimán Barbudo, cómo si no, y todos aquellos movimientos del exteriorismo, conversacionalismo y la antipoesía, comenzando por Cardenal, Parra, Roque Dalton, José E. Pacheco, Retamar, Domingo Alfonso. Luego vinieron Gelman, Henri Michaux, E.E. Cummings, Thiago de Melo, Leopoldo María Panero, E. Evtushenko, hasta nuestro grande Eliseo Diego.
Publicas tu primer libro de versos a los 31 años, en 1978. ¿Por qué demoraste tanto en dar a las prensas un cuaderno de poemas si la poesía es una enfermedad que prende en la primera juventud, aunque luego se hace crónica?
Se ha extendido el criterio de que la poesía anida y crece en la juventud, pero sospecho algo de mito y leyenda en tal afirmación… aunque Rimbaud, Martí y Juana Borrero lo corroboren, pero son excepciones.
Cuando se vive con ojos y corazón abiertos, la poesía brota a cualquier edad. Si eres un lector permanente de poesía, como yo, sabrás que un verso, una palabra, despierta en uno voces y señales inesperadas o dormidas hasta entonces y… ahí comienza un nuevo poema que no es otra cosa que la reescritura de aquel comenzado hace siglos, milenios, perteneciente ahora a ese libro que nunca terminamos a no ser por la intervención de la maldita y puta muerte.
Demoré en publicar mi primer poemario porque no era fácil entonces entregar un original y someterlo a la implacable lucidez de los editores. Fue el resultado de un premio de poesía en 1975; no lo tengo en un sitial de honor: resultó mejor el segundo, El amor es una cosa esplendorosa, 1983, recordado hoy por lectoras y lectores cuyos amores crecieron leyéndose versos los unos a los otros, según me cuentan en lugares donde me interpelan.
¿Qué relación tienes con la poesía? ¿La escribes con frecuencia? ¿Eres un lector voraz de libros de poemas?
Mi relación con la poesía es cotidiana: hay libros que me acompañan siempre en casa, a cualquier hora. O los cargo en la mochila. Tengo colocadas pequeñas libretas por toda la vivienda para anotar palabras o frases, versos en realidad, que me asaltan y no quiero perder.
¿Se podría señalar el hecho de mayor trascendencia poética de tu vida? No me estoy refiriendo exclusivamente a la poesía que intenta, y en ocasiones logra, anidar en la escritura.
El hecho de mayor trascendencia poética lo fue sin dudas mi primera visita a Venecia, en 1983, pues allí descubrí la belleza en todo su esplendor. Tanto, que a veces no creía que fuese cierto, y todavía lo pienso. La poesía es esa búsqueda incesante, incansable, de la belleza.
¿Para qué sirve la poesía?
Para no morirnos, y para contribuir a que otros vivan a plenitud.
¿Le desaconsejarías a tu hijo que “se metiera” a poeta?
Dar consejos no es bueno. Sólo lo impulsaría a leer mucho, demasiado, hasta hastiarse de palabras. Que cada quien descubra lo que lleva dentro, lo que nació con él o ella y lo escriba sin pedir permiso a nadie.
¿Crees que los cubanos tenemos actualmente motivos para estar orgulloso de nuestros poetas?
Tenemos muy pocos poetas de los que sentirnos orgullosos. En la primera mitad del siglo XX hubiese nombrado varios, pero hoy han cambiado los modos de acercamiento a la poesía. La sensibilidad está acosada en un contexto nada favorable, y no pienso en Auschwitz como Adorno, sino en el VIH, la pandemia reciente, los extremismos, la estupidez, la banalidad, la escasez de tantas cosas, las migraciones. ¿Cómo leer, a quién escuchar, a quién leer? Escasean los buenos poetas, los juicios de valor están alterados, hay demasiada complacencia. Nada está ubicado en el lugar que corresponde.
Señala aquellos cinco autores que consideres huéspedes indiscutibles del Parnaso insular.
José Martí, Nicolás Guillén, Eliseo Diego, Virgilio Piñera, Fayad Jamís. Seguiría con Domingo Alfonso, Raúl Hernández Novás y Ángel Escobar, pero ya serían ocho. Discúlpame el exceso.
Si tuvieras que alentar a un joven a adentrarse en las páginas de Pájaros de pólvora (1998), tu antología personal, ¿qué le dirías? ¿Cómo describirías la poesía que va a encontrarse allí?
Pues va a tropezarse con la poesía que él hubiese podido escribir, que podría escribir, que puede escribir.
¿Cómo habría sido tu vida si no te hubieras encontrado con la poesía?
Mi vida hubiese sido muy activa, veloz, más dinámica, más ansiosa y hasta un poco enriquecida quizá por el dinero.
Seis poemas de Nelson Herrera Ysla
Eros y Servando Cabrera Moreno
Cuerpos que se abrazan / que duermen pero no
Bocas que se abren siempre / que se cierran nunca
Piernas entre nubes de placer /
Manos inclinadas hasta morir de amor
Ojos descubriendo las delicias de otros ojos
Donde no hay muros / rejas / permisos para vivir
Nalgas y muslos deseosos de saber dónde
Sobre hombres y mujeres desbocados de pasión
Nadie pregunta / nadie afirma / se dice todo
Subiendo por la espalda ciega en su fruición /
Vientres asomados a la llanura del mar /
Mar de fuego en delirios de posesión
Cuerpos encontrados sin saber qué hacer sino sentir /
Dedos que rozan la piel por primera vez /
Perfumes rajando la madera del tablero
Donde gozan unos y otros y otras y unas
Eros pinta a Servando Cabrera Moreno / solo /
Desnudo frente al espejo y se reconoce / ríe
Se abraza hasta morir de satisfacción /
Es él / es ella / ¿quién goza en la tela? / ¿quién?
Fidelidades
Un plato de porcelana dibujado de jardines.
La fotografía de una ciudad española con su monumento.
Una lámpara roja y china de papel.
Un diccionario de inglés con sus hojas cosidas varias veces.
Un oxidado farol de kerosene.
Una esfera plástica de la Tierra encima de un reloj de arena.
Una vasija azul de vidrio con lápices y plumas.
Unas sandalias mexicanas de cuero envejecido.
Podría nombrar decenas de objetos confiados a mi vida,
En no sé qué momentos, dorando el paisaje de mi casa
Mientras una fidelidad inexplicable los hace hermosos
Ante el polvo y la sombra que luchan por ocultarlos:
Un calendario de madera con inscripciones árabes.
Una máscara de Japón, otra de Venecia.
Unas palomas de jade que el viento hace girar, sonar.
Un pequeño Atlas del mundo Aguilar.
No podría decir cuál de ellos me resguarda
Cuando vago en laberintos de soledad
y amargura a la luz de la luna:
Todos tienen una música que yo escucho,
Un rumor de pájaros que me acompaña
En la quietud de las horas y los días transcurridos
Mientras pasa mi vida en su afín monotonía.
Firmes como espada con aires de familia
Me defienden de la muerte, de lágrimas, de espejos y traidores:
Un mate argentino burilado con mi nombre.
Una gorra de fieltro con la palabra Nueva York.
Una simpática serpiente de henequén coloreado.
Un reloj de mesa, inútil en su transparencia circular.
Un rosario de madera, y su cruz, pintados de negro.
Unas llaves que no abren puerta alguna.
Mi voz
Si deseas escuchar mi voz,
Hela aquí, leyendo.
(Óyeme con los ojos, escribió Juana)
Soy una voz hasta morir
De puro silencio.
Soy un hilo de voz
Cada vez más tenue y
Extraviado en la ciudad
Que nos distancia,
En el país que me aparta
A todas horas.
Soy un hilo de voz
Sutil, grácil,
Que buscas sin saber por qué
En la sombra de tus días.
Soy ese silencio
Que desafía los ruidos
De la modernidad.
Soy ese silencio
Que nunca has escuchado.
Poema de opinión
Todo había.
Solía decir nube, decir azul
Y azul y nube había.
Los cielos se abrían porque había cielo.
La tierra me tragaba porque tierra había.
Maldito Dios decía porque
Había Dios y peces de colores,
Plátanos, amor, incienso.
No había mal que por bien no viniera
Porque mal había,
Y fuegos artificiales, y almohadas
Y hasta su poco de nada y su humildad.
Haber, había.
Solos
La mesa está servida de manera que los padres,
Los abuelos, no la reconocen.
Los hijos, los nietos, sin embargo,
Se disponen a comer
Sin que para ellos
El mundo haya cambiado.
Los padres, los abuelos,
Comprenden en silencio
Cuanto ha cambiado la mesa
Donde ahora se sientan a comer
Sus hijos, sus nietos.
Los hijos, los nietos, no conocen el mundo.
Los padres, los abuelos, no conocen
A sus hijos, a sus nietos.
Todo cambia
Tu cuerpo ha cambiado: años dorados aquellos, recuerdo ahora,
Cuando tus muslos resplandecían en la noche habanera,
De vida pura como pájaros desafiando la gravedad, el hastío.
Tus manos, en su hermosura blanca entonces, deshacen hoy sobre la mesa
Las migajas del pan pobrísimo: han cambiado tus manos
Como ha cambiado el pan, la mesa, la noche habanera.
Tu boca también ha cambiado: se distrae furiosa por cosas que escuchó,
Lamenta el calor y la grisura de una tarde que culmina sin sorpresas.
Tu lengua ha cambiado: se enreda cuando dice amor, ternurándose
A la vez que yo mientras te miro entre tantos papeles de leer.
Tu piel tiembla ahora cuando corres entre los árboles de la avenida lujosa
De un país que no es patria todavía: tu piel ha cambiado pero
La avenida ha cambiado también y tiembla con tus muslos de correr.
Tu estrecha cintura se fue volando un día adonde Dios quiso,
Y es otra dulcemente en su grosor la que ahora recorren mis manos
Que Dios me da para escribir de ti, ahora que mis manos también han cambiado
Y hasta Dios, y sabe Dios cuantos dioses más.
Tus ojos de tanto arder han cambiado: miran a los pobres del mundo
Pasar frente a la casa rumbo al mar, miran a los viejos en su vejez y cambian de color
Pero no desean mirar más los noticiarios del mundo ni leer los periódicos.
En su fulgor de miel se abre paso la noche para perderse jamás.
Tu alma de tanto almar se ha juntado con la mía otra vez,
Y ha cambiado también, y es tu alma y es la mía juntas como viejas amigas
Que enfrentan la realidad y van al cine juntas y hasta leen libros
Que luego comentan en paz.
Afuera, mientras tanto, llueve desde hace días en esta inusual época del año.
El clima ha cambiado, me dices, ya no es el mismo.
Nada es lo mismo, te digo.
Tú y yo, te digo.