En un texto inédito que Heidi me facilitó cuando preparaba esta entrada de “Ojo al visor”, narra un incidente en un parque de Los Ángeles, California. Una anciana, enloquecida por la pérdida del nieto, al parecer atropellado por un auto en un momento de descuido de ella, lo llamaba a gritos, como si de esa forma pudiera prevenirlo y evitar el absurdo final al que iba a toda carrera.
El niño se llamaba Alfonso. La pronunciación repetida del nombre, con dos consonantes fricativas, le desprendió la prótesis dental, que salió disparada de su boca. Heidi la tomó al vuelo y se la alcanzó a la señora, que no se detuvo a mirarla.
Este cuadro, de doloroso grotesco, le pareció por momentos a la artista la escena de un filme que ella misma estaba dirigiendo. Se enfrentó, una vez más, al eterno dilema, a la contradicción insalvable entre registrar el hecho o actuar directamente sobre la realidad para tratar de modificarla. Sin duda es un problema de ética que, para mí, hoy por hoy no tiene solución. O sí la tiene, pero solo a nivel íntimo. Ella lo ¿resolvió? pensando que le habría gustado hacer un retrato de Alfonso cuando aún la muerte parecía una imposibilidad, para regalárselo a la abuela, que así no lo volvería a perder de vista.
Otra vez el arte como registro de la fugacidad del tiempo, otra vez como único antídoto para la desmemoria.
En ese mismo texto, más adelante apunta: “Disparar es un estado de alerta en la depredación. Sentarse a esperar a que llegue la belleza para capturarla, es tan excitante como salir a buscarla”. Y abunda: “Cuando uno se acerca mucho a las cosas, la imagen se va diluyendo”.
Puede que en esas líneas esté el esbozo de su poética, a mitad de camino entre la contemplación y la acción, manteniendo una distancia con el objeto que aspira a ser objetiva, aun sabiendo que la objetividad es una construcción más que subjetiva. Dice por las claras que igual recibe goce atrapando la belleza que se remansa, como gestionándola para luego dar cuenta de ella.
Pero, ¿cuál belleza? ¿Qué es la belleza para Heidi? Es difícil discernirlo. Pienso que no lo tiene muy claro, y que esa desazón, ese desenfoque, es uno de sus resortes creativos. Tampoco creo que le importen mucho las definiciones.
En todo caso, sus obras exhiben cierta belleza desolada, la extrañeza de hallarse en una ubicación espaciotemporal que entraña una cadena de cuestionamientos que, pienso, no le interesa responder, tal vez por no saber cómo: ¿De qué forma, por qué vías a esta hora he llegado al punto exacto en que mi mirada, mediada por el lente, y el objeto, colisionan? Y va dejando tras de sí imágenes “raras” que la expresan en su fondo de ser enigmático, iconoclasta y reverente, traslúcido y turbulento, cálido y desapegado.
Nació en Matanzas en 1990. Con estudios universitarios en La Habana, carga a sus espaldas dos exposiciones personales y unas cuantas colectivas. Algunas revistas han reproducido sus fotos, que también han ido a parar a las carátulas de libros de autores cubanos. Son sus muestras en solitario: Disparar contra el espejo, 2017 (Centro Cultural de Tijuana, México) y S/t, 2018 (Galería de Arte de la Universidad de Tijuana, México).
¿Por qué, teniendo una visible sensibilidad artística, estudiaste una carrera técnica?
Pienso que todo arte está relacionado con la técnica, incluso con la ciencia. Estudié Ciencias Informáticas. Esta disciplina me enseñó lenguajes que aún siguen siendo extraños, y pude coleccionar muchas palabras nuevas; ahora mismo recuerdo “polimorfismo” y “recursividad”. Aunque no me gusta llamarle carrera. Para manifestar el arte debes hacerte de herramientas, ya sabes, algo así como bastones para ciegos.
Al principio, cuando hacías fotos con el celular, ¿tenías conciencia de que esa actividad podía convertirse en un destino?
No.
Cuando alguien lo pregunta en voz alta, me entra tremendo miedo. ¡Ño!, esto me acaba de recordar la diosa griega Ananké. Creo que, si no era con el celular, iba a ser con cualquier otra cosa.
Por cierto, sería bueno practicar más la técnica (para atrapar imágenes) de sacar el celular del bolsillo a la velocidad de un parpadeo.
¿Cuándo, en qué circunstancias, llegaste a asumirte como fotógrafa?
Una de las cosas que recuerdo es que mi madre me había dicho que me tocaba comprarme un par de zapatos de “salir”, porque los que tenía me iban a caer a atrás. Yo había reunido un dinerito, y alguien que siempre iba a venderme perfumes usados por turistas, ese día me llevó una cámara fotográfica. Y bueno, si tienes una cámara y te gastaste el guano, lo menos que puedes hacer es demostrar compromiso y usarla.
Recuerdo que muchas de tus imágenes iniciales ya apuntaban a una práctica escénica. Es decir, que tu foto no era propiamente documental, que escogía a los personajes y los ámbitos para armar cuadros, muchos de ellos de composiciones muy cuidadas. ¿Has seguido ese camino? ¿Se ha diversificado tu obra desde el punto de vista genérico?
Creo que esto de los géneros es más bien para que las criaturas no se nos rieguen por el campo y luego poder encontrarlas. Vuelvo al polimorfismo, donde el requisito es que los objetos puedan responder al mensaje que les envías.
Escoger es parte de la práctica. A veces tardas mucho tiempo para que en el quiasma se junte lo necesario.
Aunque no lo parezca, escoger los frijoles es un buen ejercicio.
¿En tu caso, se puede hablar de temas recurrentes? ¿Si fuera así, cuales serían estos?
La fila es grande, casi una lista de espera. El credo, la demografía, los sueños…
¿Tus fotos hay que entenderlas como obras aisladas o forman parte de un cuerpo mayor, digamos, un ensayo?
Trato de no meterme en eso. Entender es algo a lo que el arte quizá no pueda aspirar. Ensayar, tal vez; un experimento. Como quiera que se mire, en lo que hago ya voy ganando, y quedo agradecida.
Has hecho fotos en Matanzas, La Habana, Bogotá, Tijuana y ahora en California. Has ido de una realidad conocida, tu provincia natal, a explorar otros espacios. Vas tomando las imágenes que te asaltan al paso, las piensas antes de salirlas a buscar o tomas la foto como una extensión de tu mirada?
De todo un poco. A veces la realidad está ahí haciéndote señas para que no acabes de despetroncarte córnea abajo. Otras veces te ganan los caprichos, o los sueños. Tal vez el asaltante sea yo.
¿De dónde vienes, cuál es tu genealogía estética? ¿Fotógrafos cubanos o internacionales que hayan hecho marca en ti?
Me gusta mucho el Bosco, Pieter Brueghel el viejo, Holbein, Leonora Carrington… Por ahí podría ir la cosa.
Fotógrafos, ahora mismo voy a olvidarlos casi a todos: Kati Horna, Dora Maar, Diane Arbus, la ilustradora Lola Dupré y un gran etc.
De dónde vengo no lo sé.
Tus capturas pueden ser tomadas por raras. Hay, a mi juicio, un matiz surrealista en muchas de ellas. Si aceptaras esta consideración, ¿a qué se debe? ¿Es una búsqueda consciente?
Lo onírico, como dije, me atrae. Temas como la vigilia, el sueño REM, son de una belleza que espanta.
¿Todo esto es una búsqueda consciente? Sería una buena pregunta para responder soñando.
Al final del texto citado al inicio, y que ella misma llama Garabato, puede leerse: “Querida luz, ¿cuándo noto que has entrado?”. Ojalá nunca obtenga la respuesta, y siga así, cámara en mano y ojo al visor, dando palos de vidente.