Ojo al visor: Janis Lewin, sus fotos cubanas

Ha sido un privilegio tomar fotos de Cuba ininterrumpidamente en estas décadas difíciles. 

Vive en Queens. Es fotógrafa y docente. Con el apoyo de The Creative Center ha impartido cursos de fotografía para adultos mayores y personas con cáncer y otras enfermedades crónicas. Durante los momentos más críticos de la pandemia desarrolló un programa a distancia para enseñar el empleo del Zoom, de modo que los participantes, socialmente aislados y por su avanzada edad, con mayor riesgo, pudieran descubrir y retratar la belleza exterior sin la necesidad de salir de sus casas.

Janis se formó en Historia del Arte en la Universidad de California en 1974; y de 1987 a 1993 recibió varios cursos y talleres en el Centro Internacional de Fotografía de Nueva York. Entre sus proyectos está la publicación de un libro con las fotos tomadas en sus múltiples viajes a Cuba. En la actualidad documenta la vida cotidiana de Astoria, Queens, barrio donde se entrecruzan emigrantes de multitud de países, principalmente de Grecia.

Janis Lewin. Foto: Bill Pierce.

Obras de esta fotógrafa integran el acervo del Hood Museum, Museo del Barrio de Nueva York, Museo de Arte de la Universidad Estatal de Arizona y de la Galería de Arte de la Universidad de Lehigh, en Pennsylvania. A continuación, Janis Lewin se cuenta, nos cuenta:

La fotografía era omnipresente en la década de los sesenta. Comunicaba mentiras y verdades en color o en blanco y negro. La fotografía en blanco y negro atrapó mi imaginación cuando tenía unos catorce años. En 1964 fotografié a The Beatles en la pantalla de nuestro pequeño televisor. Preservar la memoria de aquel momento, en aquella habitación, puede haber sido el comienzo de mi fascinación con los poderes de este medio. Las revistas Life y Look llevaron la fotografía a nuestros hogares, dando a conocer en imágenes historias sobre otros lugares y sobre las vidas de otras personas. Las horripilantes e inolvidables fotos de la Guerra de Vietnam me conmovieron.

El poder de la fotografía para informar —y también para desinformar—, para evocar emociones, suscitar preguntas y compartir historias de vidas y acontecimientos no ha dejado de asombrarme. Además, está la magia de lo inesperado, de esas asociaciones de elementos en una foto que funcionan como la poesía, con sus interrogantes y sus ambigüedades.

Fui a Cuba por primera vez en 1976. Tenía pensado volver, y en 1990 hice el primero de los numerosos viajes que realizaría en las décadas siguientes. Me encanta el idioma español y me gustaría conocerlo mejor, al mismo tiempo que ha continuado mi interés por fotografiar Cuba (y también América Latina). Viajé mucho por toda la Isla —donde invariablemente era acogida con calidez, sentido del humor y generosidad—, tomando fotografías que me permitieron una visión más aguda de la realidad y también desarrollar relaciones más profundas con las personas, lo que me aportaba una mayor comprensión de las complejidades de la vida y la historia del país. Además, ver el trabajo de los fotógrafos y artistas cubanos me revelaba enfoques más íntimos y complejos, que todavía me siguen pareciendo inspiradores.

Ha sido un privilegio tomar fotos de Cuba ininterrumpidamente en estas décadas difíciles. 

Niño y caballo (1993)

Niño y caballo, 1993. Zona rural de Holguín

En 1993 viajé en avión a Holguín. Necesitaba un chofer o un guía. Apareció Tony, un  maestro de allí, que vivía con su joven familia. Observamos lo que pudimos y nos detuvimos a saludar a los campesinos y a los conocidos de él que nos encontrábamos por el camino; quizás encontramos frijoles negros recién recogidos o queso.

Habíamos visto en la ciudad unos caballos de trabajo muy delgados; luego apareció uno grande y de aspecto saludable. Un niño lo estaba bañando en la última luz del día. Tony detuvo el auto y corrí colina abajo mientras la luz se iba apagando. Esa luz crepuscular es fugaz, dura apenas un instante.

(Niño y caballo está dedicado a la memoria de Tony Salomón).

 Balsa en la calle (1994)

Balsa en la calle, 1994. Centro Habana.

Construida con precisión y profesionalidad en el techo de un edificio de cinco pisos en Centro Habana, de alguna forma lograron bajar esta balsa a la calle. Habían contratado una grúa para moverla, pero cuando el chofer vio a la multitud se fue. Se juntaron las manos y se bajó la balsa a la cama de un camión que llevaría a sus doce pasajeros a la playa de Cojímar, al este de La Habana.

Se estima que 30.000 cubanos se fueron durante la “Crisis de los Balseros”, que terminó a principios de septiembre de 1994, aproximadamente un mes después de que comenzara. Un acuerdo entre Cuba y Estados Unidos abrió el camino.

Utilizaban poliespuma, cámaras de aire de camiones y cualquier otra cosa que pudiera flotar —aunque a veces no lo hacía— para construir balsas. Así numerosos cubanos dejaron la Isla rumbo a destinos desconocidos. Miles de estos balseros fueron llevados a la base militar estadounidense en la Bahía de Guantánamo, en la misma isla de Cuba.

La foto es una vista aérea. El vecindario está reunido alrededor de una gran balsa, mientras se prepara para partir en busca del mar. La monumentalidad de la imagen tiene un impacto inmediato, con la balsa para doce personas y la multitud conmocionada. La emoción, la tristeza, la ansiedad, el asombro y la esperanza impulsaban la nave.

Afilador de tijeras. Una armonía casual (1997)

Afilador de tijeras. Una armonía casual, 1997. Centro Habana.

Al doblar una esquina en Centro Habana, en uno de los numerosos paseos que di por la ciudad, me encontré en otra calle muy concurrida. Cada persona inmersa en sus problemas, cada una con una historia que contar. Pude reconocer a un afilador de tijeras que trabajaba con su máquina, tan singular; lo reconocí porque varias décadas atrás él solía caminar por mi vecindario. Una mujer espera, ansiosa, con unas tijeras en la mano, mientras un niño pasa mirando la escena. Desde una puerta, otra mujer me mira. Dos hombres pasan por la calle y todo el mundo parece acompasarse armoniosamente, por un instante, en este espacio urbano.

Como una visitante extranjera puedo ver y al mismo tiempo pasar por alto muchos aspectos de la vida en otro país, incluso aunque haya leído muchísimo sobre ese lugar. En esta foto, aunque las personas no estén involucradas en ninguna conversación, aunque no se cuenten sus historias individuales, cada una parece estar consciente de las otras.

Usualmente le hablo a desconocidos dondequiera que voy, e intento indagar mientras camino. Escuchar las historias de las familias, conocer a los vecinos y pasar un rato con la gente, me ayuda a percibir algunas de las complejidades de la vida de los pobladores de la Isla. La fotografía revela la belleza y las ambigüedades de las armonías azarosas. Para compenetrarme observo y aprendo.

Despedida a balseros (1994)

Despedida a balseros, 1994. Cojímar.

Miles de cubanos se fueron de la Isla en balsas, algunas más rudimentarias que otras. En esta foto se captura el momento en que algunas personas se despiden de sus seres queridos, quienes se marchan lo hacen en una embarcación a la que significativamente han llamado Los Locos. La balsa todavía puede divisarse a lo lejos. De pie, en el agua, un grupo de hombres y mujeres dice adiós con las manos. Dos de ellos no lo hacen. Uno mira, cabizbajo, hacia el fondo del mar. El otro, con una de sus manos en la cintura, parece preguntarse qué está sucediendo. La angustia y la preocupación de quienes se quedan son tan evidentes como la determinación de aquellos que deciden marcharse.  

Los esfuerzos personales y los sacrificios que implica hacer una travesía tan arriesgada eran horribles. La gente vendía sus pertenencias, como los ventiladores, la ropa y muchos otros accesorios, para poder comprar o construir una balsa. Los “bisneros” sacaban las piezas de donde no las había, aportaban la mano de obra, y terminaban la construcción de las embarcaciones. La desesperación, además de la creatividad, hacía que aparecieran balsas de calidades muy diversas, mientras millares de personas se lanzaban a una travesía incierta, con lo cual, una vez más, las familias quedaban divididas.

Bailarina en la calle (1999)

Bailarina en la calle, 1999. La Habana.

Una joven alumna baila en la calle para sus compañeros, profesores y cualquier otra persona que pase. Nadie en el pequeño grupo que la mira parece sorprendido. Puede ser por falta de un espacio interior o debido al calor intenso, o quizás un edificio destruido ha suscitado que la actuación de la niña sea pública. Un automóvil viejo, con una goma pinchada, queda al fondo de la mano de la niña, y así la artista termina su split. Su rostro es ambiguo, pero lleno de sentimiento; tal vez esté mirando al jurado de la escuela de baile. ¿Es desafiante, insistente o está orgullosa de su logro? Me pregunto sobre lo que puedo ver.

Caminando por las calles de La Habana o Nueva York, observo y encuadro fotografías con una cámara o con mi ojo. Busco un momento impredecible en imágenes que revelen e involucren al espectador.

Una vez que andaba por La Habana un hombre me gritó: “¿Por qué caminas tan rápido?” ¿Por qué estoy caminando tan rápido?, me pregunto. Disminuyo la velocidad para escuchar y apreciar los detalles de la vida. Tengo curiosidad.

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Traducción del Inglés: Amanda Fleites y Ernesto Menéndez-Conde.

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