Entre los fotógrafos documentales de Cuba, Raúl Cañibano (La Habana, 1961) ha sentado plaza. Su obra, que arranca en 1984, no hace sino hurgar en el entramado social en el cual él mismo se halla inmerso. Tiene la mirada de un testigo amoroso, empático, aunque severo en ocasiones.
Cabría decir que su paisaje es el hombre. Los contextos cambian. Va del campo profundo a la ciudad, pero el ámbito en que se da la imagen, aunque se integra, no define el discurso. Se trata siempre de reflejar al ser humano que moldea, consciente, su circunstancia, pero que al mismo tiempo es definido por ella. Ya sea que hable sobre la religiosidad popular o acerca del doloroso paso del tiempo sobre la ciudad y sus pobladores.
Del cúmulo de muestras personales, destaco Esencia, Festival de Fotografía Documental Revelan’t, Barcelona, 2020; Chronicles of an Island, The Photographer Gallery Room Sale, Londres, 2019; Retrospectiva, Festival de Fotografía de Rabat, 2018; The Island Re-portrayed. 1992-2012, Aluna Art Foundation, Miami; y En la ruta, Fototeca de Cuba, La Habana, 2009.
Próximamente la editorial austríaca Lammerhuber pondrá en circulación, con Prólogo de Leonardo Padura, el volumen Absolut Cuba, que reúne cien imágenes de distintas colecciones. A saber: Ocaso, Ciudad, Fe por San Lázaro y Tierra guajira.
De Absolut Cuba la revista Artcrónica ha dicho: “…es la declaración de amor de Raúl Cañibano a su país natal. Su sagaz punto de vista —intuitivo, descarnado y apasionante— le ha permitido al fotógrafo capturar momentos insólitos y distintivos de la vida cotidiana del ‘cubano de a pie’, tanto en entornos urbanos como rurales. Es un registro documental que tampoco distingue fronteras entre lo público y lo privado, que genera una visión compleja y emocional del ser social referenciado.”
Ocaso indaga en el envejecimiento poblacional, sus luces y sus sombras; trata sobre la agridulce condición de la existencia coronada, que es, al mismo tiempo, la constatación de un plazo vital que se agota.
Entre sus principales series temáticas, Tierra guajira es, probablemente, la más extendida en el tiempo; también es la que continúa abierta, ya que parte de su vínculo raigal con ese territorio de eterna permanencia que es la infancia.
Apoyado en el blanco y negro como recurso exclusivo, Cañibano explora los contrastes acentuados, las diversas calidades del gris. En sus fotos hay luces que estallan en la película sensible y grandes zonas de sombra donde, de tiempo en tiempo, se asoma el contorno velado de una figura humana.
Willy Castellanos y Adriana Herrera se han referido así a su rica ejecutoria:
“Raúl Cañibano nos sumerge en las aguas de lo humano de tal modo que nos hace vivir aquel poema de Nicolás Guillén que clama: ‘Mire usted la calle. ¿Cómo puede usted ser indiferente a ese gran río de huesos, a ese gran río de sueños, a ese gran río de sangre, a ese gran río?’. En su larga jornada como fotógrafo documental por las calles de esa Habana deteriorada, aunque intacta en su fascinante vitalidad, o a través de la isla y sus campos poblados de asombro, su mirada ha recobrado un modo de representación que es inseparable de la ontología de lo cubano, pero, a la vez, capaz de alcanzar la resonancia —y el conocimiento— de ese gran río en el que transitan todas las gentes. Quizás porque el mismo fotógrafo se parece al ‘hombre simple’ de Guillén, que sabe ‘andar mirando a todo el mundo, hablando a todo el mundo, el mundo universal que no nos pide nada’.”
En los últimos años, Cañibano se ha convertido en un referente entre los fotógrafos latinoamericanos. Su proyección internacional en aumento se puede constatar, también, por las prestigiosas colecciones a donde han ido a parar sus obras: Museo Nacional de Bellas Artes y Fototeca de Cuba; International Center of Photography (ICP), Galería Throckmorton y Pérez Art Museum, Estados Unidos de América; Fundación Michael Horbach, Alemania; Colección Juan Mulder, Perú; Museo Tomás y Valiente, España; y The Photographer Gallery, Reino Unido.
En lo que pudiera ser su declaración de artista, el fotógrafo se define como un constructor de fábulas que se van armando con la forma de un gran rompecabezas, y donde cada instantánea es un fragmento. Su empeño, según afirma, es fijar modos, saberes y costumbres siempre sometidos al incesante devenir. En pocas palabras: separar el fenómeno de la esencia.
Veamos algunas de sus capturas. Los comentarios debajo de las imágenes pertenecen al propio Cañibano.
Me identifico mucho con el campo. Parte de mi niñez la viví en Manatí, una zona rural ubicada en la región oriental de Cuba. Como el niño de la foto, disfrutaba más la naturaleza que los juguetes propios de esta edad.
Un día cualquiera en la zona del Cuajaní, poblado de Viñales. Una mujer lava su cabeza mientras llega una joven a caballo. Ella trae un mensaje de su familia.
Tierra Guajira es un proyecto antropológico que vengo realizando en las zonas rurales de Cuba, desde el año 1999. El taburete, típica silla de estos lugares, invita al descanso del campesino que regresa de sus labores agrícolas.
Un campesino del Cuajaní toma un ligero descanso tras una ardua jornada en la cosecha de tabaco.
Hasta hace poco, los residentes del poblado del Cuajaní no contaban con servicio eléctrico, y usaban los arcaicos faroles de kerosene para mitigar la oscuridad de las noches.