La primera exposición a destacar dentro del currículo de Pablo Quert (Guantánamo, 1957) es de 1979, y tuvo como escenario el Pequeño Salón del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, un espacio legitimador del arte joven por aquel tiempo. Esto quiere decir, sucintamente, que nuestro entrevistado lleva más de cuarenta años de carrera profesional, y que comenzó con muy buen pie.
Egresado en 1986 del Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana, al principio se desempeñó como docente en la escuela provincial de Arte de Pinar del Río, dirigida por entonces por el pintor Mario Portela; luego trabajó en el Círculo de Artes Plásticas del Palacio de los Pioneros de La Habana, hasta ir a recalar a la Escuela Elemental de 23 y C, en El Vedado.
Señalamos algunas de sus muestras personales más notables: Crónicas naturales, Galería Habana, 1986 (grabado); Grabados, Galería de la Latik Kala Academy, India, 1988; Para Magda, La Paninoteka, Caracas, 1994 (dibujo); Integración, C.C. La Farinera, Barcelona, 2003 (grabado); Lo que busca es la memoria, Espai D at Barcelona, 2007 (dibujo/grabado); y Camino de la memoria, Casa México, La Habana/ Atelier María Renati, Brest, Francia, 2019 (grabado).
En exposiciones colectivas, sus piezas se han podido apreciar en Bulgaria, Japón, Brasil, Estados Unidos, Italia, Alemania, Filipinas, República Dominicana y Chile. Ha ofrecido talleres de calcografía, impresiones múltiples, colografía, grabado y pintura, en España, Venezuela, Chile.
Desde hace un tiempo, Pablo Quert vive y trabaja en Luxemburgo.
¿Tienes un statement de artista que puedas compartir con nosotros?
Considero que cualquiera de las manifestaciones artísticas debe cumplir un rol importante en la sociedad. Creo que su función principal es la de establecer los cimientos de la cultura de un país, de una región. En lo referente a las artes plásticas, pienso que cada artista debe tener la libertad suficiente de expresar mediante su obra cualquier problemática sin que por esto sea juzgado por entes ideológicos o políticos que al final solo están defendiendo una posición en un tiempo determinado de cualquier proceso social. Y aquí estoy hablando del tema cubano.
Relata brevemente cómo llegas al mundo de las artes visuales. ¿Alguien en tu entorno familiar influyó en tu vocación artística? ¿Guardas un recuerdo especialmente grato de tus primeros maestros?
De pequeño intentaba copiar las caricaturas de los periódicos y revistas. También mi padre fue aficionado a la pintura, y aunque nunca estudió artes plásticas, hacía buenos paisajes; algunos se conservan. En primaria, me inscribieron en un círculo de artes plásticas en Guantánamo, antes de mudarnos a la Habana. Guardo un bajo relieve que hice en esa etapa. No recuerdo al maestro, pero sí que el ambiente era muy bueno y tranquilo, imagino que el profesor tenía mucho que ver con esa parte.
¿Cuándo viajas a La Habana por primera vez? ¿Qué impresión te produjo la ciudad?
La primera vez que viajé a La Habana fue con mi madre. Me impactaron algunos edificios, como el Habana Libre y el Hotel Nacional. También el malecón. Esa relación con el mar, que nació ahí, me ha seguido a los diferentes lugares donde he residido, aunque no siempre esas ciudades tengan costas.
En Cuba transitaste por todos los niveles de la enseñanza artística. Primero, como estudiante; y en algún momento, como profesor. ¿Qué opinión te merece los métodos de instrucción que recibiste y practicaste?
Tanto en la Academia de San Alejandro como en el Instituto Superior de Arte (ISA) tuve muy buenos profesores, algunos de los cuales luego pasaron a ser amigos. Como en todas las instituciones docentes, hubo profesores y hubo maestros. Hago esta salvedad, porque he comprobado con los años que regirse por un programa de estudio de las artes e impartirlo bien es beneficioso para los alumnos; en definitiva, uno va a las academias ávido de aprender todo lo que el profesor le va indicando. Qué pasa, que como ente individual el alumno tiene sus gustos, su forma de ver el arte y la vida en general que no siempre coincide con los criterios del profesor o del programa, es ahí donde debe intervenir el maestro. Te puede impartir perfectamente el programa de estudio, pero va más allá y trata de sacarte lo que tú realmente quieres expresar. Si lo logra, eso se convierte inevitablemente en parte de tu desarrollo como creador, pero también como individuo dentro de un colectivo. Por supuesto, esto va ligado a tu madurez como persona. He tenido muy buenos profesores, y también grandes maestros.
Fuiste profesor de la escuela elemental de 23 y C, hoy llamada Centro Experimental de Arte José Antonio Díaz Peláez, en homenaje al gran escultor. Recuerdo que ese plantel tenía entonces muy buena fama. ¿Cómo fue tu paso por allí? Describe el ambiente que se vivía en el centro.
Permíteme hacer un poco de historia de mi paso por la docencia. Cuando me gradué en San Alejandro, hice el servicio social como profesor en la Escuela de Arte de Pinar del Rio. Fue mi primera experiencia impartiendo clases; formamos un buen colectivo de profesores de diferentes especialidades. Por ejemplo, en música estaban Edesio Alejandro y Ruy López-Nussa, entre otros; en plástica, estaban Pablo Borges y el maestro Pedro Pablo Oliva. Aquí menciono el término maestro, porque para mí fue la mejor culminación de los estudios. Siendo ambos compañeros de cátedra, lo vi crear muchas de sus obras trascendentes y que enriquecen el panorama de la plástica cubana. Con Oliva aprendí muchas de las cosas que me han servido definitivamente para hacer mi carrera profesional, hasta el día de hoy. Aprendí la disciplina en el trabajo creador, la inconformidad hasta lograr lo que uno quiere en su obra, creer en tus propuestas siempre que sean honestas y coherentes con tus criterios artísticos y políticos…; en fin, como te decía, son elementos fundamentales que me han acompañado siempre. He tenido la oportunidad de decírselo personalmente, y ahora le reitero las gracias desde esta entrevista.
Pasando a la Escuela de 23 y C. Fue una etapa muy productiva en cuanto a la enseñanza. A pesar de restricciones académicas en los programas de estudios, existía un ambiente muy creativo. En el claustro de profesores estaban Juan Francisco Elso (EPD), Zaida del Rio, Waldo Saavedra, Pepito Franco, Emilio Rodríguez, Edel Bordón, Pepe Olivares y José Ángel Herrera, entre tantos. Se creó un engranaje profesor/alumno que hacía de la Escuela un espacio disfrutable. Las dinámicas de las clases, los ejercicios que elaborábamos, estimulaban visiblemente a los estudiantes. Intentamos romper ciertas barreras dogmáticas que existían en la enseñanza artística en esa época. Logramos una gran interrelación entre el claustro y el alumnado. Fue un tiempo que recuerdo con mucho cariño. Se hicieron cortometrajes, performance, instalaciones y otras tantas actividades extraescolares que iban más allá de las simples clases; todo eso contribuyó al crecimiento de los alumnos y también de nosotros. Te puedo mencionar a un grupo de los artistas notables, entonces en ciernes, que pasaron por la escuela: Luis Gómez, Belkis Ayón (EPD), Tania Bruguera, Lidzie Alvisa, Sandra Ramos, Carlos Estévez… Todos ellos, y tantos más, llevan, de alguna manera, la semilla creativa que sembramos en esos años de la Escuela de 23 y C.
Te graduaste de grabado, pintura y dibujo en el Instituto Superior de Arte (ISA). Tu obra más conocida se ha desarrollado, sin embargo, en grabado. ¿Se trata de una predilección por esta disciplina? Y dentro del grabado, ¿hay alguna técnica de tu preferencia, donde sientas que te expresas mejor?
Lo que ocurrió con el grabado, fue algo que cayó por su propio peso. Hubo un momento que mis pinturas y dibujos estaban tomando un carácter muy parecido a la calcografía, que es una técnica del grabado. No fue un propósito, surgió espontáneamente. Entonces, ahora sí de manera conscientemente, me incliné más hacia esa espacialidad. Paralelo a esto, presento mi candidatura a miembro del Taller Experimenal de Gráfica de La Habana (TEGH), y me aceptan. Es decir, se unieron ambas cosas que dieron como resultado mi preferencia hacia la gráfica. De las técnicas tradicionales del grabado, me gustan todas; pero si me tengo que inclinar por una, sería, sin duda, por la calcografía o grabado en metal. Lo interesante de esta técnica es que tiene infinidad de procedimientos que enriquecen mucho el resultado final. Eso sí, confieso que no soy nada ortodoxo a la hora de aplicar la técnica, me llevo mucho por la intuición. Reconozco que soy un poco anárquico en cuanto a los procedimientos de la gráfica; respeto los pasos para llegar al resultado, pero cualquier medio técnico es eso, un medio, lo importante es el fin, que es la obra.
Recuerdo tu paso por el Taller TEGH. Luego has tenido ocasión de trabajar en talleres de varias ciudades del mundo. ¿Cuáles serían las principales diferencias entre esos talleres y el del Callejón del Chorro? ¿Quiénes fueron tus colegas más notables en el taller habanero, quiénes tus maestros? ¿Tienes alguna anécdota del TEGH que quieras compartir?
Comencé en el TEGH en 1981, la época en que estaba frente al Callejón del Chorro. Siempre sentí un ambiente colectivo muy bueno. Trato de no idealizar, pero había una interacción entre nosotros. Era un lugar donde, aunque no estuvieras haciendo tu obra, podías compartir con los otros miembros, incluso con muchas personalidades de la cultura que visitaban constantemente el Taller, tanto nacionales como extranjeros de visita. Allí compartí espacio con maestros de la plástica como Nelson Domínguez, Eduardo Roca (Choco), Luis Miguel Valdés, Fabelo, Zaida, Luis Cabrera y Ángel Ramírez, que luego abrieron sus propios talleres. En general, aprendí mucho al lado de ellos; también tendría que destacar a los asesores del Taller que fueron pieza fundamental en todo el desarrollo de mi obra en los momentos iniciales en la gráfica: Pepe Contino, Armando Posse y Roger Aguilar, todos lamentablemente fallecidos.
He visitado y trabajado en varios talleres de varios países. La diferencia fundamental que encuentro, teniendo como referencia mi paso por el Taller de la Catedral, es la facilidad de adquirir materiales para el grabado, como papeles, tintas, herramientas, materiales específicos para la buena calidad de la obra; me refiero al aspecto puramente material, porque es indiscutible la calidad estética y artística de las obras que se hacían en el TEGH, aun con materiales que evidentemente no eran los más idóneos.
Voy a tomar este tema de los materiales para hacer una anécdota del Taller. Se estaba realizando una muestra de garbados de los Países Bajos, no recuerdo el año ni la sala, tengo ciertas dudas en ese sentido, pero lo importante es lo anecdótico. Al curador o comisario de esa exposición, evidentemente de por aquellos lugares del mundo, lo llevaron de visita, como era normal, al Taller, y aquel señor no daba crédito, y así lo expresó: no entendía cómo se podían hacer aquellas obras, de una tremenda calidad, con esos papeles y esas tintas no idóneos, muchas veces vencidos. Literalmente, el tipo alucinó cuando le presentaron las carpetas de los artistas.
Describe brevemente tu método de creación. ¿Bocetas? ¿Trabajas por series? ¿Las ideas surgen mientras trabajas o vas a la plancha, la tela o la cartulina cuando tienes la obra resuelta, en lo fundamental, en la cabeza?
En general, cuando me planteo la obra, comienzo a pensar en una serie. A partir de ahí, realizo algunos bocetos, y voy viendo la forma más adecuada de llevarlo al grabado. También algunas estampas han salido de una versión de algún dibujo. En ocasiones, me he puesto frente a la plancha sin boceto; pero teniendo claro el tema, comienzo la pieza.
¿Tienes temas recurrentes? ¿Cuáles serían estos?
En mis obras hay un tema que siempre tengo presente, y es el ser humano visto desde una perspectiva universal, cómo actúa con su entorno. No quiero que se identifique de un determinado lugar o país. De un tiempo a esta parte estoy implicado un poco más en el tema del diálogo, el entendimiento y la comunicación entre las personas. De cierta forma trato de reflejar la realidad en que se encuentra una buena parte del mundo y, por supuesto, nuestro país.
Has vivido en La Habana, Caracas, Barcelona y Luxemburgo. ¿En cuál de estas ciudades sientes que construiste un hogar? ¿A cuál de ellas regresarías siempre?
Como dice la canción, “donde haya lumbre y vino tengo mi hogar”. Creo que en cada uno de los lugares donde he habitado, he dejado parte de mi vida, pues es tiempo de tu existencia que dedicaste a establecerte. Somos, aunque no queramos, ciudadanos del mundo, y cuando uno se ha tenido que “mover” de su espacio de origen, cualquier lugar es tu terreno. Quisiera hacer referencia aquí al texto de nuestro querido amigo Ramón Fernández-Larrea, para la primera exposición que hice en Barcelona en el 2003: ¨…Emigrar es otra cosa, que tiene que ver también con todos eso dolores, con el tiempo, con la piel que puede parecer la misma, pero que va cambiando de adentro hacia afuera. Y ahí entra, como para salvar al hombre que la lleva, de que sea solamente una transmigración…¨
Me quedaría en Luxemburgo todo el tiempo; lo anterior, es agua pasada, incluyendo Cuba, a donde solo volvería si se producen los cambios que muchos queremos, cuando se pueda encontrar una manera nueva de hacer las cosas y de llevar al país hacia delante.
¿Si te fuera posible coleccionar arte cubano, privilegiarías una etapa, un género, un movimiento estético o un artista en particular?
Me concentraría en el llamado movimiento de vanguardia del arte cubano de principio del siglo XX, donde se produce una asimilación del modernismo europeo por parte de algunos pintores, que logran una extraordinaria mezcla de géneros artísticos. Sólo voy a citar dos: Wifredo Lam y Amelia Peláez.