Sigfredo se fue, pero regresa. No sé si “salió” para el centro de la Isla, para Barcelona o hacia la nube estacionaria que sobre La Habana este julio no deja de escurrir goticas de miseria. Va a regresar porque siempre se está yendo de aquí para allá, del verso a la risa, de la canción al trazo que tatúa el alba, de la noche de alcohol indescifrable a la de mano en la sien, tizana, murmullos, casi rezos. Va a regresar porque necesita de nuestras vidas y de nuestra lengua para seguir cantándonos, contándonos. Y porque sus lectores también precisamos de él para ser en una dimensión que sólo la palabra poética, tensada al máximo, puede conceder.
El coloquialismo, como cualquier corriente estética, dejó entre nosotros libros memorables, críticos acérrimos y escribanos vergonzantes. Entre los primeros está la nutrida bibliografía de Sigfredo, prueba al canto de que las herramientas y la materia no definen el alcance de la obra. Se pueden decir cosas “tremendas” en una charla de café y proferir burlas atroces en el discurso solemne de investidura de un embajador o un ministro.
Si tuviera que marcar los rasgos definitorios de su obra poética (también fue musicógrafo y dibujante) diría que estos están entre la estilización del lenguaje popular, la fijación de lo trascendente en lo cotidiano y la negación de todo esquema, todo manierismo, toda solución poéticamente previsible.
Sigfredo Ariel (Santa Clara, 1962-La Habana, 2020) fue cubano por nacimiento y vocación. También, por designio fatal. Es decir, no podía ser de otra forma. Su lírica está sembrada de preocupaciones sociales, estéticas y existenciales. Se saltó a la torera los compartimentos estancos: fue un poeta político y amatorio, festivo y grave, todo en un mismo cuerpo textual, magistralmente hilado, sin costuras. Poeta de la existencia, poeta de la memoria, que vivió de prisa, gozando cada instante, sufriendo con la “falta de gracia” del rancio discurso circundante.
Es conocido que Bladimir Zamora (Bayamo, 1956-2016) ejerció un joven magisterio sobre algunos poetas de la generación de Sigfredo. Lo que el bayamés transmitía no era prosodia o retórica, sino un modo de situarse ante el vasto panorama de la cultura cubana, entendida ésta no sólo como un compendio de bellas artes y bellas letras, sino en todo su complejo entramado, que incluye la historia, las costumbres, la gastronomía y cada manifestación singular del ente complejo que llamamos el cubano. En resumen, una actitud descolonizadora, bizarra, orgullosa y nada nacionalista de asumirse. Algo que el autor de Born in Santa Clara (2006) incorporó a su vida de forma natural.
Ahora que no está, proliferan los dolidos testimonios de quienes lo tuvieron como amigo entrañable. De algunos, ciertamente, lo era. Otros se lo han apropiado, con derecho, porque su poesía los acompañó por décadas, le mostró aristas inéditas del ser bajo este “sol de justicia”. Y los va a seguir acompañando.
Entre todos los poetas cubanos que fuimos convocados en 1985 para la antología Usted es la culpable,1 Sigfredo Ariel era el más joven. También era uno de los que más prometía. Y ha cumplido con largueza.
Propongo aquí una breve lectura comentada por colegas cercanos.2 Todo lo que podamos decir de sus palabras puestas en concierto está mejor expresado en cada uno de sus poemas lúcidos, lúdicos, siempre hondos.
GRULLAS DE BUTÁN
En las cumbres congeladas donde se ponen
a los parientes muertos cercenados en pedazos
para alimentar a las aves emigrantes, las grullas
abren sus enormes alas y rumbean el día entero
hasta que se pone el sol Dan lo mejor de sí
en la violenta danza erótica con sus infinitas
patas articuladas de manera asombrosa
al parecer ridículamente felices
y en parejas siempre
Son las grullas cuellinegras que regresan
cuando cede un poco el hielo —solo finge que
cede como las autocracias o algún amor diario
que te dio por perdido— Son las invariables grullas
de Bután que se aparean de por vida Como oyes:
una sola pareja de por vida Por eso cuando
vuelve la rara primavera al tejado del mundo
la llegada de una grulla solitaria
es triste de ver.
La poesía de Sigfredo tiene la cadencia del “caminao” en las calles. Lleva el ruido de un barrio al amanecer y al anochecer. Se nutre de las palabras sueltas que uno escucha en un edificio, los sonidos humanos del día y de la noche, y de las vibraciones de un bembé que se celebra en la esquina. Es romántico, aunque no hable de amor. Usa las palabras que uno quiere decir antes de dormir o morirse. Toda su poesía es un gran bolero que compuso un niño inocente y pícaro. Es filin puro, como el sonido del mar y el susurro de José Antonio Méndez en El Gato Tuerto o El Pico blanco.
Ramón Fernández-Larrea
SALIDA DEL TRIANÓN
Para Ele, en Bilbao
Anda suelta la belleza espeluznante
Nada de piel cetrina por fumar desde
la adolescencia Nada de ropa reciclada
ni remiendos del modelo económico
Retoza a la salida del Trianón entre nombres
rupestres fijados con spray en el pedestal
de generales de la independencia sobre el lomo
de súbitos caballos o en el kiosco que vende
porquerías que corroen la salud
o en la fuente de mármol de la calle 3ra.
donde va a sentarse alguna vez la belleza
espeluznante dibujada por Rouault:
una mano y otra sobre el muslo
y la mirada en nadie
Su camino conduce a las descomunales
playas del oeste, a nuevas pizzerías y hacia
langostas vivas En su muñeca emplazarán
anillas y relojes asombrosos Su cara aún
no recuerda a alguien conocido ni siquiera
del cine Mientras espero un taxi
en la acera de enfrente, de manera fugaz
me convierto en su perro.
Leer los poemas de Sigfredo Ariel provocó siempre en mí una sensación parecida a la que me provoca escuchar una música hermosa, antigua, a la tenue luz de una lámpara o con la luna iluminándome como única compañía. En ellos se reinventó un mundo desde la evocación y la nostalgia, desde ese equilibrio exquisito, casi perfecto entre el ritmo de sus versos y los significados, lo que solo es posible alcanzar desde el talento, oficio, sensibilidad y hondísima vocación reflexiva que lo acompañó desde su primer libro Algunos pocos conocidos, en el ya lejano 1986.
Sigfredo escribió sus poemas despojados de todo lo superfluo, otorgándole a la palabra vibrante y precisa el papel preponderante, rodeándolos de ese hálito de serena melancolía. Esta cualidad, unida a la honestidad con la que escribía, hicieron de él un poeta peculiar, digno hasta la médula. En ellos mostró su profundo amor hacia esa enorme forja que es este país donde nació y vivió. El poeta enorme que fue Sigfredo Ariel supo con certeza que hay nada y mucho por hacer, que lo terrible nos consume y que lo hermoso es solo el comienzo de lo terrible, y lo asumió con valor, preguntándose hacia dónde apuntar la flecha si todo camino es igualmente hermoso y terrible.
Por eso sus poemas apuntan siempre hacia adentro, hacia el alma, y son un bello canto a la memoria, al acto de existir, a la aceptación de la existencia, cuestionándola, pero amándola con fervor y estoicismo, como se aman ciertos amores difíciles de los que conoció el poeta.
Yanira Marimón
BRONCE EN LA PIEL
Apreciaré que me acompañes
a Emergencias, bixitaxi Padezco
un efecto paradójico, ya que preguntas
La línea que se logra ver de la bahía
se convierte por momentos en tu espina
dorsal Háblame de dinero, respondes
de distancias nunca
Pasan puntas de flechas, ángulos
de personas en estado latente, tiendas
y teatros convertidos en parqueos para ti
bixitaxi, todo en sombra La basura
acumulada en las esquinas durará
por siempre como la nacionalidad Ya no
somos muchachos, no te asombres
Dependemos de padres, jefes indios
e instituciones en general benéficas
Tuve como tú en la actualidad los costillares
nítidos, un tendón bien dibujado tensaba
el maxilar con borde de cuchillo, como tú
No recuerdo si te he dicho que nací
cuando la patria decían se convierte
en amenaza para la paz del mundo Había
personas en la colina del hotel Nacional
que engrasaban armas antiaéreas Algo
de aquellas energías pesaban
en los brazos ayer noche Apreciaré
que derramases algo de epidérmica atención
cuando llegue el descorazonamiento Al dulce
oficial de la carpeta diré somos primos
hermanos o algo así.
***
Notas:
1 Editora Abril, La Habana. Selección, prólogo y notas de Víctor Rodríguez Núñez.
2 Los textos fueron elaborados expresamente a solicitud de OnCuba.