Rafael Acosta (La Habana, 1953) es Licenciado en Pedagogía y dos veces doctor: en Ciencias Históricas (1998) y en Ciencias (2009), categorías obtenidas en Cuba. Ha trabajado en la Biblioteca Nacional, el Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos (ICAIC), el Consejo Nacional de las Artes Plásticas y el Instituto de Investigaciones Culturales “Juan Marinello”, organismos donde desempeñó diferentes responsabilidades, siempre vinculadas a la promoción de la cultura, la edición de revistas y la investigación. En la actualidad es, además, profesor titular de la Universidad de las Artes (ISA) y de la Facultad de Historia del Arte de la Universidad de La Habana.
Recientemente fue lanzado el volumen Conversaciones sobre arte, donde reúne entrevistas realizadas por él a personalidades de las artes visuales cubanas y extranjeras, hecho que da pie para sostener nuestra conversación, que versará sobre varios temas, tantos como son los campos donde Rafael desarrolla su intensa actividad intelectual.
Antes de entrar en materia, cito algunos títulos notables de su autoría: El Pensamiento político de Carlos Manuel de Céspedes (ensayo, 1996), De vísperas y silencios. Antología poética (2011) y Árbol de signos (artículos, ensayos y entrevistas sobre artes visuales, 2014).
¿Cuál es tu relación con la poesía? ¿Cuándo “cometiste” el primer poema?
Como le pasa a mucha gente, tanto a los que eventualmente no siguen “cometiendo poemas”, como a los que persisten en el empeño, hice algunos poemitas en mi infancia-adolescencia, absolutamente ingenuos y olvidables. Pienso que por ese trance han pasado muchas personas, aunque no hayan regresado a la poesía más tarde en sus vidas; por lo general, hay novias o pre-novias enroladas en esas historias. Pero moviéndome hacia lo que realmente preguntas, fue a inicios de los años 90 del pasado siglo que sentí la necesidad de redactar algunos textos con una intencionalidad más seria. Había comenzado a trabajar en la Biblioteca Nacional, y las lecturas de grandes poetas que había realizado en los tiempos precedentes me incitaron a ello, es decir, quería decir cosas, había ideas que casi se configuraban como imágenes literarias en mi cabeza y no sabía cómo llevarlas al papel, no sabía y quería saber cómo hacerlo, y esos bardos reconocidos me empujaron. Hablo de Vallejo, Pessoa, Octavio Paz, Lezama, Sabines, Michaux, Aleixandre, Fina, Cintio, Eliseo Diego y otros más. Leí siempre mucha poesía y ellos me dieron el empujoncito necesario, justo cuando era el momento.
Después, otros cometieron sus propios desatinos, me refiero a Reina María Rodríguez, Ramón Fernández Larrea, Víctor Fowler, Norberto Codina y Marilyn Bobes, es decir, amigos a los que les mostré mis textos iniciales y me dijeron, inescrupulosamente, pero para mi alegría, que lo que yo les mostraba eran poemas. Más tarde vinieron los primeros libros publicados, la participación en algunos concursos y eventos de poesía. Viví lo poético desde dentro y desde el silencio de las palabras.
¿Es la poesía, además de otras muchas cosas, un medio de conocimiento?
Sí, desde luego. La poesía es un medio muy eficaz de conocimiento, no solo sobre el tema al cual va dirigido o aborda un poema cualquiera, sino, y más aún, de conocimiento del que lo escribe. Funciona en ambas direcciones: es un puente hacia y desde el conocimiento del autor y del tema, ya sea este amoroso, autobiográfico, de contenido social. En la poesía, si es genuina, puede desnudarse un tema y, junto con él, su autor.
Te cuento una experiencia que por poco me cuesta caro. Sucedió cuando discutí la tesis de mi primer doctorado, que versaba sobre el pensamiento independentista de Carlos Manuel de Céspedes. Se me ocurrió decir allí, ante los eminentes doctores que integraban el tribunal, que los poetas habían estado más cerca que los historiadores en la apreciación objetiva de la personalidad de Céspedes. No fue fácil aquello, pero lo dije porque lo pensaba honestamente. Fina García Marruz, Cintio Vitier, Gastón Baquero, Eliseo Diego y Lezama Lima, ya sea en ensayos o en poemas (estos en el caso de Diego), realizaron estudios sobre la significación de Céspedes para la cultura, la historia y la eticidad cubanas, que no habían hecho los historiadores de igual manera. Fue poco atinado o inoportuno expresarlo ante un tribunal de historiadores, pero lo recuerdo ahora solamente para responderte lo que me preguntas: sí, la poesía es un medio que tributa al conocimiento, definitivamente.
Eres matemático, poeta y aficionado al ajedrez. ¿Hay algún vínculo entre estas tres grandes esferas del saber?
Sí lo hay, básicamente entre las matemáticas y el ajedrez, que, al igual que la música, son universos similares, en los que la abstracción del pensamiento define y estructura. Quizá el menos abstracto de los tres sea la poesía, porque depende del lenguaje racional escrito, pero igual, en ella hay un ejercicio de distanciamiento y a la vez de inmersión en temas que no son abordables por el sentido común de la gente. La esencia críptica de la poesía se asemeja al modo de operar del ajedrez y las matemáticas. La poesía, por su naturaleza enigmática a veces, metafórica y simbólica siempre, puede asemejarse en su gestación y funcionamiento a una ecuación de cálculo o a una combinación ajedrecística. Operan de igual manera. En la abstracción mental requerida para adentrarse en esos universos está el vínculo que los une. Como sabes, no todas las personas poseen capacidad de pensamiento abstracto y quizá esa pueda ser una de las razones, entre otras, por las que la poesía tenga un número reducido de lectores.
Carlos Manuel de Céspedes es una de las figuras más fascinantes de la historia de Cuba. ¿Cómo y cuándo empiezas a interesarte en el “padre de la patria”? ¿Cuáles crees que hayan sido tus aportes fundamentales al estudio de su vida y de su obra? ¿Hay algún aspecto —digamos, su muerte en San Lorenzo— que creas que no haya sido dilucidado de forma concluyente? ¿Sigues trabajando en la temática? ¿Por dónde van tus investigaciones en ese tema?
Me haces varias interrogantes a la vez sobre el tema Céspedes, iré por partes. Comencé a interesarme en esa figura histórica cuando tenía 15 años, coincidentemente con el centenario del 10 de octubre de 1868, cuando el Instituto del Libro publicó una serie de volúmenes sobre la primera guerra independentista. De la lectura de esos libros (La revolución de Yara, de Fernando Figueredo; La tierra del mambí, de James O’Kelly; Desde Yara hasta el Zanjón, de Enrique Collazo, y otros libros fundamentales sobre ese momento crítico y fundacional de la nación cubana) brotó ante mis ojos Carlos Manuel de Céspedes. No es que me parecieran de menor calibre Ignacio Agramonte, Antonio Maceo, Bartolomé Masó y otros, no, ellos también fueron enormes. Es que, a mi juicio, él (Carlos Manuel de Céspedes) pasaba por encima de todos en la década de ruptura de nuestra historia. Su papel histórico fue mayor y más completo, más influyente. Era una personalidad interesantísima, recia, culta, compleja, una figura extraordinaria. Creo que también allí se despertó mi vocación de curioso de la historia. Lo historiográfico comenzó a tener sentido para mí. Comencé a leer mucho sobre Céspedes, y ya a mediados de los años 80, con un conocimiento sedimentado sobre su figura, empecé a escribir algunos textos primarios y a publicarlos en periódicos y revistas, y comencé a visitar a Hortensia Pichardo en su casa. Ella, que era la primera cespedista viva del país, me acogió en una suerte de tutoría voluntaria, por simpatía, y encauzó mis búsquedas, de ahí que cuando concluí mi libro Biobibliografía de Carlos Manuel de Céspedes, se lo dediqué a ella (junto a mi madre y a Araceli García Carranza). Existe una imagen del momento en que le entrego a la Dra. Pichardo un ejemplar de la Biobibliografía…
En los años 90, esa curiosidad por el gran bayamés se convirtió en libros y rensayos, en conferencias y en la tesis de mi primer doctorado. Conocí también —y creció una amistad entre nosotros—, a Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal, quien se entusiasmó mucho con mis búsquedas y las alentó. Lo mismo puedo decir del querido Eusebio Leal, con quien compartí mis hallazgos y mis dudas.
Me preguntas por mis posibles aportes y creo que ellos están en la esfera del pensamiento independentista cubano del siglo XIX, centrado en el ideario de Céspedes, pues sentí que había que clarificar el lugar de ese pensamiento y demostrar que el salto que se producía usualmente del independentismo de Heredia y Varela a José Martí, sin escalas, pasaba por alto lo que habían gestado los hombres del 68, con Céspedes a la cabeza. No era justo y además incorrecto desde el punto de vista de la historia de las ideas en Cuba. Lo de los hombres del 68 era un pensamiento correspondiente al liberalismo radical con una fuerte dosis de republicanismo y con el romanticismo literario como sustrato de base. Una mezcla explosiva tremenda. Ese liberalismo, hibridado con el republicanismo y que tenía por inspiración la crítica de la realidad de la colonia cubana, era abolicionista y antianexionista, y fue la creación (inconsciente o consciente) de aquellos hombres; digo así porque no fue una creación teórica o de mesa, no fueron tertulias de gabinete, fue hecha en los campos de Cuba Libre a partir de lo que sus culturas personales les permitieron. Ser republicano en 1868 era ser revolucionario y ellos lo fueron al grado superior de gestar una revolución abolicionista que marcó la historia del país.
Sobre su muerte, creo que es un hecho que está esclarecido en cuanto a cómo se produjo fácticamente, es decir, lo que determinó que lo mataran: un asalto de tropas élite españolas a aquel ínfimo caserío en el pico de una elevación de la Sierra Maestra, un nido de águilas, y Céspedes enfrentado a tiros, solo, contra los soldados colonialistas del Batallón Cazadores de San Quintín. Eso está en el parte de guerra español de la operación y desmintió la leyenda que circulaba ampliamente hasta entonces de que Céspedes se había suicidado para no caer en manos de sus captores. Todavía con esos esclarecimientos en la mano, por ejemplo, Eusebio Leal, uno de los cespedistas más auténticos que han existido, sostenía la versión del suicidio. La historiografía es así. Sigo trabajando sobre Céspedes y saldrán publicados nuevos textos en la cuarta edición del libro Los silencios quebrados de San Lorenzo, por Ediciones Boloña, en 2022, según conozco. Ahora mismo, redacto un ensayo sobre un tema no aclarado aún por la historiografía: las relaciones entre Céspedes y el general y político español Juan Prim, acerca de las cuales hay muchas especulaciones y conjeturas. Con el estudio sobre Céspedes no me detengo, ni lo haré, es un compromiso permanente.
¿Qué es la erotología? ¿Hay estudios importantes en Cuba en esta especialidad? ¿Desde cuándo y por qué te motiva el tema?
Por definición, sería el estudio del erotismo como disciplina, es decir: indagar en el erotismo y sus interioridades y manifestaciones. Hay erotólogos muy reconocidos como El marqués de Sade, Havelock Ellis, Sacher–Masoch, Octavio Paz, Lo Duca, Georges Bataille, Boccacio y otros (Mario Vargas Llosa también ha escrito varios ensayos sobre el tema con mucha agudeza). Son autores que han trabajado el erotismo desde diferentes visiones o ángulos: filosófico, literario, clínico, etc. Desde Platón, con Fedro y El Banquete, probablemente la raíz en el tema en la cultura occidental, hasta el presente, muchos escritores, artistas y pensadores han escrito páginas muy iluminadoras sobre el papel de lo erótico en la vida del hombre. Hay textos que se convirtieron en paradigmáticos como el Kamasutra, Ananga Ranga, El jardín perfumado, La alfombrilla de los goces, de Li Yu, El celo o el poder extinguido, de Corneille de Blessboy, y existe catalogada toda una literatura, cinematografía y artes visuales, de naturaleza erótica. En poesía están los grandes autores de sugerente y a veces potente erotismo en sus versos como Rubén Darío, César Moro, Pablo Neruda, Octavio Paz, López Velarde, Tomás Segovia, Efraín Huerta, Cernuda, entre otros. En Cuba hay autores que han indagado sobre el asunto, pero son minoría: Alberto Garrandés, Víctor Fowler, Jesús David Curbelo y Daniel Céspedes; creo que están entre los ensayistas que más han profundizado en el tema. Desde luego, están los clásicos como Paradiso ,de José Lezama Lima, y Hombres sin mujer, de Carlos Alberto Montenegro, en narrativa, y parte de la obra de Nicolás Guillén y Carilda Oliver en poesía, y las muchas páginas de la escritura híbrida entre narrativa y testimonio de Reynaldo Arenas, que poseen un erotismo espeso.
El erotismo y la sexualidad son, entre otras cosas, efectivas vías de comunicación entre las personas (probablemente las más eficaces de todas) y ese es el interés mayor que guardan para mí. También su implicación visual y estética. Me he negado a conceptualizar el erotismo porque creo que es una sensación más que un concepto. Lo verdaderamente erótico es de veras indefinible, está en nuestra experiencia vivencial, quizá sea la poesía la que esté más cerca de una interpretación desde las palabras. El erotismo resulta enigmático y a la vez apasionante, se trata de estudiar algo tan inasible o perteneciente al mundo de lo sensorial desde la escritura, que es racional.
No te sé decir desde cuando me interesó el tema, pero lo cierto es que lo he investigado en la poesía, en las artes visuales, en el cine y, muy particularmente, en la fotografía. Mi libro La seducción de la mirada. Fotografía del cuerpo en Cuba, es una tentativa de aproximar la fotografía insular a esos debates, pero desde la visualidad.
Octavio Paz es un autor que has leído profusamente. ¿Ha influido de alguna forma en ti?
La obra de Paz es para mí una especie de lectura del mundo, de su historia, de sus culturas (en particular la de Occidente y sus puentes con las culturas orientales) y en ese proceso de leerlo entré en el disfrute de una prosa elegante, vital y llena de componentes poéticos. Fue toda una aventura del pensamiento que caminé curiosa y gustosamente de inicio a fin. Lo leí completo en una época, en los años 90, en que conseguir sus libros en Cuba era una proeza, pero comencé por lo que existía en la Biblioteca Nacional, después con préstamos de amigos y solicitudes a personas generosas que viajaban y me decían que les pidiera algo para traerme. Fue un ejercicio vigorizante intelectualmente, fue como atravesar un curso de estudios de primer nivel sobre una serie de temas y, al mismo tiempo, gozar de una poesía deslumbrante y una prosa inteligente y esbelta, de las más exquisitas del idioma. Me influyó mucho al inicio, quizás ya no tanto, pero sí te digo que regreso a él constantemente, sobre todo cuando de artes visuales y poesía se trata. Su magisterio es inagotable. De hecho, mi segundo doctorado fue defendido con un estudio sobre la crítica de arte de Paz, que luego se convirtió en el primer libro publicado sobre él en Cuba, Los signos mutantes del laberinto, en 2010, con prólogo de Luis Álvarez; es casi el único, pues si tenemos en cuenta la Valoración Múltiple que publicó Casa de las Américas en 2013, este sería el segundo.
¿Cómo defines la curaduría de arte? Cita cuatro de tus curadurías más importantes.
La curaduría de arte es una suerte de ejercicio crítico sobre un tema del arte o la obra de un artista, ni más ni menos. Requiere de conocimientos sobre lo que vas a curar, lecturas, actualización del asunto, en fin, preparación teórica y mucho “visionaje” de obras. He curado una veintena de exposiciones dentro y fuera de Cuba, y es un ejercicio placentero, pero agotador. En un momento determinado (de tiempos recientes) la figura del curador llegó a considerarse más relevante que la del artista y eso me pareció, me parece, una desmesura. En todo caso, creo que deben gozar de un equilibrio o paridad; sin el artista no hay nada que hacer en el mundo del arte, la obra que crea el artista es la base de todo ese enorme entramado que es la llamada Institución Arte.
Mis exposiciones favoritas son La imagen sin límites. Exposición antológica de fotografía cubana, con 50 fotógrafos, exhibida en 2018 en el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba y, al año siguiente, en Photo España, el prestigioso evento anual de fotografía internacional, con sede en Madrid. Esta exposición fue, como lo menciona su título, un recorrido por la historia de la fotografía en Cuba desde 1840, cuando arribó la primera máquina de daguerrotipo a la Isla, hasta el presente. La exposición tuvo una gran acogida de público y crítica. La inauguración fue multitudinaria y después, diariamente, asistían, como promedio, unas 50 personas, por lo que en los dos meses de exhibición deben haberla visto miles de personas. Contó con un excelente catálogo. También la muestra colectiva Una huella en el tiempo insular, de pintura, dibujo y fotografía, con 25 artistas, que rotó por las ciudades de Nuremberg, Regensburg, Bremen y Bonn (Alemania) y Ámsterdam (Holanda), en 2009; mencionaría a Diálogos en movimiento, una muestra de video-arte cubano, con quince artistas, los más sobresalientes de este género, en el centro de arte “Dragón de Mar”, de Fortaleza, Brasil y, por último, la exposición personal Removed, del pintor cubano radicado en Italia, Abel Herrero, que consistió en unos cuadros de gran formato, con los rostros de 14 reconocidos intelectuales asesinados o desparecidos durante el régimen estaliniano en la URSS. Se exhibió en 2017 en la galería de la Biblioteca Nacional José Martí. Sobre esta última solo hubo una reseña en La Gaceta de Cuba, a cargo de Víctor Fowler.
Entre todas las figuras que alcanzaste a entrevistar para tu libro Conversaciones sobre arte, ¿cuáles te impresionaron más? ¿Alguna de las entrevistas demandó más esfuerzo que las otras? ¿Se te “escapó” alguien en particular?
Entre veinte entrevistados se me hace difícil seleccionar, pero ahí vamos: en primer lugar, el italiano Claudio Parmiggiani, uno de los grandes artistas europeos del siglo pasado y hasta del presente, un hombre muy conceptuoso, inteligente, amigo del silencio, un poeta de la imagen y un poeta total. Mi relación con él y mi viaje a su tierra natal (la región de Reggio Emilia), donde vive y trabaja, fue una experiencia aleccionadora. Claudio es un hombre de pensamiento, un creador de conceptos ensimismado en su trabajo visual. Recuerdo que, en su viaje a Cuba para la exhibición en la Bienal de La Habana, le presenté a Cintio Vitier, y congeniaron inmediatamente, eran muy parecidos, pero todavía Parmiggiani era más íntimo y silencioso aún que el gran poeta y ensayista cubano. Después, debo mencionar a José Luis Cuevas, la antítesis, digamos, del italiano. Cuevas, como se sabe, fue “genio y figura hasta la sepultura”, y en medio de la entrevista (trabajaba yo entonces en el Consejo Nacional de las Artes Plásticas, no era en propiedad un periodista, pero aproveché la relación de anfitrión con el mexicano) comenzó a hablar horrores de Gabriel Orozco y del arte conceptual y tuve que manejar aquello con cuidado y diplomacia, porque Cuevas se enfureció súbitamente (y solo), pero dio una entrevista muy pintoresca y llena de anécdotas. Hervé Fischer, el pensador y artista visual franco-canadiense, también me impresionó mucho, es un hombre que sabe manejar sus ideas en torno a la relación del arte y la sociedad y ahí ha desplegado toda su fuerza y energía. También lo entrevisté para una colección de diálogos que gestiona el ICAIC, es un hombre sumamente interesante y con una gran obra publicada sobre arte. Entre los cubanos no sabría decirte quien concedió la entrevista más amena e inteligente, si Julio Larraz, (radicado en Miami desde inicios de los años 60), un pintor muy reconocido y un conversador muy locuaz y ocurrente, o Roberto Fabelo, muy concentrado en sus respuestas, lleno de ideas sobre la creación simbólica y persona afable como el que más, o Tomás Sánchez y su estrecha relación con la fotografía, quien dio respuestas muy sustanciosas sobre ese tema (todos lo sabemos un gran pintor, pero demostró ser igualmente un exquisito fotógrafo), o René Francisco Rodríguez, un gran artista y maestro de varias generaciones, muy profundo en sus criterios y muy convencido de su credo. Esos cuatro entrevistados fueron muy aportadores, pero no menos lo fueron los demás, desde la gran Louise Bourgeois, grande entre los grandes artistas en la escena internacional del siglo XX, hasta el joven crítico y profesor cubano Hamlet Fernández, quien disertó sobre el tema de la recepción del arte, en el que es un verdadero especialista.
Las entrevistas siempre demandan un esfuerzo de preparación y, una vez comenzadas, suelen ser verdaderas “cajas de sorpresa” sobre su decurso; en realidad, todas me exigieron un gran esfuerzo. El resultado es este libro que aprecio mucho, que ya cuenta con varias reseñas publicadas con fortuna crítica y a poco de haber salido a la luz. Se me quedó por entrevistar muchísima gente, pero tuve que cerrar para entregar a la editorial.
Haz una pregunta para un libro hipotético de entrevistas a cada uno de estos artistas:
Marcel Duchamp:
¿Podría explicarme el uso de la ironía en el comentario que usted hizo cuando se publicó La apariencia desnuda, de Octavio Paz, libro que era (es) un profundo examen de su obra?
Piet Mondrian:
¿Considera usted que el núcleo duro de la abstracción, sus símbolos y códigos elementales, están en la mente humana desde el nacimiento de las personas?
Fidelio Ponce:
¿Los niños sin rostro que usted pinta pertenecen a la memoria de su propia infancia?
Wifredo Lam:
¿Por qué razones abandonó sus devaneos trotskistas de juventud?
¿Qué tienes “en prensa”? ¿En qué trabajas ahora?
Ahora mismo tengo dos libros en prensa. El que primero debe salir es La escritura de Leonardo Padura, una compilación de ensayos sobre la obra paduriana hecha a cuatro manos con el profesor Stephen Silverstein (universidad de Baylor, Texas, EEUU). Será presentado próximamente en el Instituto Cervantes, que lo editó, y será, sin dudas, el estudio coral más vasto y completo que se ha realizado sobre el escritor de Mantilla. La obra de Padura, cada vez más, suscita el interés de las academias de todo el mundo y su masa de lectores crece exponencialmente, ya son legiones. Sus novelas, ensayos y guiones de cine son de impecable factura y él se ha ido convirtiendo en una voz escuchada internacionalmente sobre temas literarios y sobre la realidad cubana; lo que se llama un líder de opinión. Stephen y yo consideramos que era el momento de hacer una parada en la carrera literaria de Padura y reunir diferentes miradas críticas sobre su trabajo. De ahí salió esta compilación de veinte ensayos de diferentes autores, y una entrevista que le hicimos los compiladores a Padura, muy interesante, por cierto.
El otro libro es una compilación de ensayos sobre fotografía cubana, que está terminado desde el pasado año y espera solamente por el papel para que la Editorial de la Universidad de La Habana lo pueda imprimir. Se titula Estudios críticos sobre fotografía cubana, y reúne una veintena de textos de interpretación de esta manifestación de las artes visuales del país que cuenta con un desarrollo saludable en las últimas décadas. La selección, el prólogo y uno de los ensayos son de mi autoría.
Tengo casi concluida, y debo terminarla para el próximo año, mi investigación sobre el Congreso Cultural de La Habana de enero de 1968, del cual ya salieron, como adelanto, la Multimedia de igual título, en 2015, contentiva de todas las ponencias del congreso, y un ensayo en La Gaceta de Cuba de hace unos años. Pienso que será un texto interesante sobre un evento importantísimo, en un año clave para Cuba y para el mundo, 1968, y que ha sido cubierto por el olvido hasta hace poco, en que algunos investigadores de diferentes países comenzaron a interesarse en él. Y está terminada una selección de textos sobre temas de historia, que espero presentar a Ediciones Matanzas y que cuenta con un prólogo de Juan Valdés Paz.