“Me la he jugado por la poesía como forma de vida”
“A mí la soledad me ha hecho más fuerte”
“Somos versos entretejidos”
“Los perros tiran de mí, /un trineo en la muerte”.
Damaris Calderón (La Habana, 1967) es una de las principales referencias de la poesía cubana actual. La suya es una voz honda, desolada, centrada en el amargo prodigio del vivir. En ella los versos carecen de ornamentos, son directos, esenciales, eficaces, memorables. Dicen lo imprescindible, que es muchísimo, en la inteligencia de que el sentido de la palabra se completa con la experiencia del lector. Poesía como trasuntación de la mirada, como testimonio y diálogo, como desgarrada y amorosa lucidez.
La infancia en Jagüey Grande, poblado matancero, es su ancla, el punto de partida y de retorno, a donde regresa una y otra vez en la elusiva materia del sueño. No importa que el asunto (¿se puede hablar de asunto en el poema?) nos refiera a ámbitos y épocas muy alejados del origen; siempre hay un ritornelo en la melodía, donde la memoria acomoda ámbitos, rostros y sucesos en un intento por dar orden al caos. Al parecer, Damaris cree que uno es no como se piensa a sí mismo, ni como nos ven los otros, sino la suma de fragmentos que, en desigual batalla con el tiempo, logramos salvar.
Licenciada en Letras por la Universidad de La Habana, desde 1995 reside en Chile, donde hizo estudios de maestría, enseñó en universidades, obtuvo becas para adelantar proyectos, trabajó como editora y recibió diversos reconocimientos literarios, entre los que se cuenta el galardón de poesía de la Revista de Libros del diario El Mercurio por el poemario Sílabas. Hecce homo (1999). En 2017, Ediciones Matanzas reeditó Las pulsaciones de la derrota, que había merecido el Premio Altazor en el país austral. La Fundación Pablo Neruda la distinguió en el 2019 con el Premio a la Trayectoria, sin duda una prueba de que nuestra autora es reclamada, también como propia, por la crítica y los lectores de su segunda patria.
En su casa de Isla Negra, con la compañía de perros amorosos, Damaris escribe y pinta, muy cerca de donde Pablo Neruda “cometiera” ese prodigio que es el Canto general. Hasta su taller llegan el “olor a invierno marino, mezcla de boldo y arena salada, algas y cardos”.
¿Puedes fijar, cronológicamente hablando, el primer hecho de trascendencia poética en tu vida?
No, no puedo, porque así, esa trascendencia suena con mayúscula, y la relación con la poesía viene de mi infancia, donde las mayúsculas no (re)suenan. Me recuerdo caminando de la mano de mi abuelo materno, Manuel. Todavía el pueblo, Jagüey Grande, tenía zonas rurales, con vegetación. Mi abuelo me iba mostrando las cosas, las flores, los árboles, los pájaros; me enseñaba a mirarlas y a nombrarlas, que es cosa de poetas, como escribió Eliseo Diego. Caminando con mi abuelo aparecían unas yerbas altas, unas peonias, un trillo: la sorpresa y el conocimiento. De niña escribí un cuento, “El camino de los siete colores”, que hablaba de esos recorridos que ahora sé iniciáticos. Mi familia materna, mi abuelo, mis tíos y mi mamá hacían décimas, entonces por ahí me viene toda una vertiente poética natural, cotidiana, del habla.
¿Cuándo empezaste a frecuentar a la poesía como expresión escrita de algo inefable?
De niña también. La lectura era para mí más importante que los juegos. Me daban un libro y yo desaparecía. Es decir, me iba de viaje en el libro. Los libros vinieron con mi abuela paterna; ella tenía su propia biblioteca y me prestaba. Después, un primo me proveía; más adelante, las bibliotecas públicas… Fui y soy una lectora voraz. Leía de todo en ese tiempo y, por suerte para mí, también poesía, mucha poesía. Cuando pude apertrecharme yo misma de mi biblioteca, me recuerdo atesorando a los poetas españoles del 98 y del 27, a Vallejo, a Unamuno, a los que leía en el piso del patio de mi casa en Jagüey; siempre preferí el piso de cemento por el frescor. Me decía: “Estos sí son poetas”. Todavía me lo digo.
Hay quienes piensan que la poesía no es un género literario.
Bueno, a mí más que los géneros, me interesan los cruces, las cruzas y las rupturas con los géneros. Los géneros están hechos para contener, y la poesía no tiene diques. Es muy interesante la relación y la distinción que establece Octavio Paz entre poesía y poema. Yo me la he jugado por la poesía como forma de vida, no me basta el papel, el poema, el hecho literario. Quienes se quedan ahí, también necesarios, me parecen escritores pusilánimes, de lámpara y escritorio, para decirlo con palabras de Martí. La aspiración mayor es hacer de vida, obra.
En varias culturas ancestrales se habla del sitio de poder, un lugar donde la persona encuentra las mayores resonancias con el universo.
A mí la soledad me ha hecho más fuerte y me ha permitido tocar hondo (fondo) y, a la vez, abrirme. Ahora, no sé si sea mi “sitio de poder”. Y si lo supiera, no lo diría.
¿Te piensas como parte del venero poético cubano? ¿Quién o quiénes serían tus “prójimos próximos” en ese ilustre catálogo?
Más que pensarme incluida en la tradición poética, me siento parte del descojonamiento cubano, de la diáspora cubana y del vino amargo y también luminoso de mi país. Muchos, muchos autores hay en la poesía, la literatura y la pintura cubana, para mí nutricios. Inútil sería ponerme a nombrarlos, pues pienso que el poema es colectivo, así es que somos versos entretejidos. Yo tengo, sí, un hermano en poesía, un poeta de mi generación, que se llama Sigfredo Ariel.
¿Sueños recurrentes?
Tengo. Estoy durmiendo en un cuarto de hotel, ubicuo, pues cambia según el sueño, y cuando abro los ojos estoy en La Habana. Siempre Cuba me alcanza. O aparece mi madre, viva, dándose sillón, con su ropa del último día, y yo digo, borrando las fronteras del sueño y la muerte: “¡Pero mira quién está aquí!”
¿Qué significa vivir lejos de Cuba?
Perderse el acompañar a los tuyos, la cotidianidad, verlos crecer, envejecer, enfermar, morirse. También cuidar a distancia, amar a distancia. Perder los fundamentalismos, los nacionalismos y abrirse a un espacio cósmico. Y tener sueños recurrentes.
Tienes tu casa en Isla Negra, lugar mítico para la poesía chilena. ¿Cómo fuiste a dar a ahí?
A Isla Negra llegué porque toqué fondo. En ese momento, habría querido irme al norte, al sur, a otro país, pero como aún daba clases en Santiago, lo más parecido y cercano a lo que buscaba era Isla Negra. Lo mejor de Isla Negra es Neruda: la lengua. Lo peor también es Neruda. Lo mejor, porque aquí vivió este gran poeta, está su casa, sus muchas cosas y un imaginario vigoroso que sembró y aún perdura. Lo peor, la “profitación” o el intento de hacer “un litoral poético” por los locales, a la sombra de un Neruda a veces ni siquiera leído a cabalidad: la proliferación en Isla Negra de mucha seudopoesía y suvenires y mucha carpa plantada para el turista.
Vamos a suponer que recibes los siguientes SMS. ¿Qué responderías a cada uno?
“Se hacían las gaviotas, se deshacían las nubes
y tornaban las olas a embestir a la orilla” (Emilio Ballagas).
Mi mano es mortal.
Las líneas de mi mano,
infinitas.
“…en la otra orilla de la noche
el amor es posible” (Alejandra Pizarnik).
Las mujeres no tienen nada que darme.
Los hombres no tienen nada que darme.
El sol la tierra el viento el agua
el desierto el mar el océano
no tienen nada que darme.
“Tus ojos son los ojos fijos del tigre
y un minuto después son los ojos húmedos del perro” (Octavio Paz).
Los perros son mi cuadriga,
los perros son mi falange.
Los perros tiran de mí,
un trineo en la muerte.
“Oh fugitiva espalda, ¿cómo serás entonces?,
¿cómo abrirá el espejo su fondo ante tu piel ruborizada?” (Fayad Jamís).
No he sido vencida.
El calor de mi sangre fluye sin parar
hasta que el invierno abandone la tierra.
Copio unos pocos poemas para que el lector pueda gozarte. Cerremos aquí este encuentro tan breve, a la espera de que nos veamos de nuevo en cualquier orilla del mundo.
Sea.
Mi corazón es una trampa para osos
Mi corazón es sordomudo
Mi corazón es una trampa para osos
De mi corazón la gente entra y sale
Como la sangre por una arteria
Mi corazón es borracho
(bebe el día y lo transforma en alcohol)
(bebe la noche y la transforma en destilado)
Mi corazón es un incendio
Es el viento
Mi corazón es una ola
(se repliega y arrasa).
Es un pirómano
Es una flecha
(se atraviesa a sí mismo).
Es un minutero
Una bomba
Un cuentamillas.
Es hereje
Es zurdo
Es una víscera
Amorosa.
Mi corazón es un niño
Al que le falta la respiración.
Calvert Casey
Cuando vio La Habana en Roma
la miseria de La Habana en Roma
no pudo seguir lactando
de las tetas de la madre de Remo.
Luego reconoció a Roma en La
Habana del paleolítico inferior.
San Petersburgo
París
La Habana
Roma,
las alucinaciones son reales.
Se suicidó en tierra de nadie.
Para cerrar los ojos
Toda mi vida soñé con los caballos.
Ser un caballo.
Astas de viento.
Ancas de viento.
El vigor de los jóvenes potros.
Ahora que voy a morir
déjame ver los caballos otra vez.
Cuando la lengua se deshace
sin palabras ni tierra que pronunciar.
Cuando la espuma deja a mis pies
un cerco efímero
Y todo es borrado por las aguas
barrido por la niebla
déjame ver los caballos otra vez.
Una carrera.
Otra carrera.
Ninguna carrera.
Cuando el manzano es la memoria del manzano
su cáscara.
Déjame ver los caballos otra vez.
Puro vigor.
Puro deseo animal.
El macho monta a la hembra.
Muerde el pelaje.
Dobla las patas.
La penetra.
Escucho el relincho.
Tiemblo más que la hierba húmeda.
Vencida.
Despojada del hábito de ser humanos
déjame ver los caballos otra vez.
En la casa del miedo
En el hueco
de la mano
como un pájaro
el miedo hace
su pequeño nido.