Nació en La Habana en 1977. En esta ciudad realizó estudios universitarios y se estrenó como crítica y curadora de arte; también ejerció la docencia a distintos niveles. Desde hace más de veinte años vive en Madrid, donde ha completado su formación y desarrollado una importante carrera profesional, la que le valió ser nombrada responsable de los fondos de arte latinoamericano en el Área de Colecciones del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
Entiendo que, en lo concerniente a lo que sería tu profesión, todo comenzó en el año 2000, cuando obtuviste la Licenciatura en Arte por la Universidad de La Habana. ¿Cómo recuerdas esos años de formación? ¿El programa de estudios te dotó de las herramientas para ejercer la crítica de arte?
Recuerdo esos años con mucho cariño, pero sin idealizarlos. Fue una época difícil, con grandes carencias materiales, desde la alimentación para poder asumir tantas horas de estudio por las mañanas en la Facultad de Artes y Letras, y por las tardes en la Biblioteca Nacional, la biblioteca del ISA o el centro de documentación del Centro Wifredo Lam, consultando la única bibliografía de arte disponible en la ciudad, y haciendo colas entre estudiantes para revisar los únicos libros o fotocopias disponibles, tomando apuntes, todo en modo analógico previo a el acceso a computadoras e Internet.
Por un lado, la vida en la Universidad de La Habana y en la Facultad de Artes y Letras, particularmente, fue una revelación del mundo cultural e intelectual de los años 90 en Cuba. Literatura, cine, música, artes visuales, cultura y prácticas populares abrieron un mundo de conocimientos y sensibilidades plurales, contraculturales, críticos, hasta entonces desconocido para mí.
Fue muy especial, para comprender el porqué de determinados procesos simbólicos, el programa de teoría de la cultura diseñado por Lupe Álvarez y al cual nos introdujo Rubén de la Nuez, o el semestre de Sociología del Arte que nos impartió Alejandro Campos y donde tuvimos la inmensa suerte de tener una conferencia magistral de Marlene Azor.
Profesores y profesoras como Oscar Morriña, Lupe Ordaz, Teresa Serrano, Teresa Crego, Sigrid Padrón, Olga María Rodríguez, María de los Ángeles Pereira, Mario Piedra, Pedro Noa, Salvador Redonet, Concepción Otero, Luz Merino, Marta Rosa Cardoso, Randini González, Jorge de Armas, Yolanda Wood, Rosario Novoa, entre muchos otros, fueron fundamentales en ese proceso de crecimiento intelectual.
Por ejemplo, los Estudios Afrocubanos de la mano de Lázara Menéndez, más allá de los conocimientos compartidos, supuso una herramienta de educación antirracista y sociocultural que me hizo respetar y admirar con plena conciencia el barrio de San Leopoldo, en Centro Habana, donde viví desde niña. La Bienal de La Habana y su equipo de curadores, el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, Casa de las Américas, las revistas Criterios, Temas, Revolución y Cultura, La Gaceta; así como las prácticas críticas, de escritura y curatoriales de Magaly Espinosa, Rufo Caballero, Gerardo Mosquera, Tonel, José Veigas, Desiderio Navarro, Iván de la Nuez, Omar Pascual
Castillo, Ariel Ribeaux, Dannys Montes de Oca, Wendy Navarro, Frency Fernández, Osvaldo Sánchez, Eugenio Valdés Figueroa, Danné Ojeda, Alberto Abreu, Emilio Ichikawa, Roberto Zurbano, Víctor Fowler, Antonio José Ponte, Jorge Luis Montesinos, Elvia Rosa Castro, Valia Garzón, Lourdes Benigni…, fueron prolongaciones naturales de esa escuela. Es decir, los aprendizajes formales e informales en la facultad conllevaron un crecimiento académico, pero sobre todo humano y cívico.
Y también fue el ecosistema en el que se formaron afectos y redes de trabajo con profesionales y amigas de mi generación, entre ellos Yissel Arce, Ania Rodríguez, Denisse Rondón, Giselle Gómez, Lillebit Fadraga, Marlene Barrios, Jacqueline Venet, Andrés Isaac Santana, Tamara Díaz Bringas, Clara Astiasarán, Mailyn Machado, Sandra Sosa, Elvis Fuentes, Miryorly García, Yuneikys Villalonga y otros muchos nombres que en su mayoría viven hoy en la diáspora.
El ejercicio de la crítica de arte, al margen de la asignatura que impartió Adelaida de Juan, se fue formando ahí genésicamente; pero es un oficio que implica entrenamiento continuo, disciplina escritural, voluntad de investigación, educación de la mirada, actualización teórica, ser ávido lector de los más diversos géneros: poesía, ensayo, ficción… Creo que mi gran maestro en ese sentido fue Rufo Caballero, primero como lectora; luego, cuando dirigió mi tesis de licenciatura, y posteriormente a través de la amistad y complicidad que nos unió durante años.
Algo que llamó mi atención cuando realicé la homologación del título de Licenciatura en Historia del Arte en España, es la calidad, superioridad y amplitud de materias del plan de estudio de la Universidad de La Habana respecto a los planes de estudio de las universidades españolas. Esa heterogeneidad y ambiciosa estructura académica, sin dudas ha resultado definitoria para emprender la labor crítica profesionalmente.
Desde tu graduación en la UH hasta que viajas a España para continuar estudios solo median cuatro años. Aun así, ¿cuáles crees que hayan sido los principales logros laborales en tu corta trayectoria cubana?
Viajé a Madrid primero por diez meses, entre 2002 y 2003, con una beca de la Fundación Carolina para un programa de Creación Plástica, Gestión y Comisariado de Arte dirigido por el comisario Rafael Doctor en Casa de América, quien posteriormente fundó y dirigió el Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León (MUSAC).
En ese programa tuve la inmensa suerte de conocer la escena artística española, especialmente la madrileña, a través de sus protagonistas (artistas, galeristas, críticos, comisarios, directores de museos), y de compartir con otras comisarias y artistas, como las españolas Cristina Lucas y Diana Larrea, el mexicano Jonathan Hernández, el peruano Juan Carlos Lecaros, el venezolano Alexander Apóstol, el uruguayo Martín Sastre, y las comisarias Eva Grinstein (Argentina), la mexicana Isa Benítez y Esperanza García Claver, de España.
En Cuba, durante los primeros años de mi vida profesional, fue muy significativo y un inmenso aprendizaje el vínculo con la vida académica en diferentes instituciones: la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana, la Facultad de Artes Plásticas del ISA, la Academia de Bellas Artes de San Alejandro y la Escuela de Instructores de Arte.
También me ayudó mucho a modular el lenguaje crítico y comprender la especificidad y dificultad de un medio como el radiofónico para el discurso sobre el arte, la colaboración a la que me invitó Rufo Caballero en una sección de crítica en Radio Ciudad de La Habana, dentro de un programa conducido por Yanko Díaz. Las colaboraciones con el sello editorial ArteCubano, donde entonces editaban la revista ArteCubano David Mateo y Yissel Arce, o Noticias de Arte Cubano, con Mailyn Machado; con La Gaceta, Unión y Revolución y Cultura.
Además, trabajé como asistente en los estudios con artistas como Mario García Portela y Tania Bruguera, lo cual me aproximó a procesos de producción e investigación artística muy diferenciados, pero en ambos casos desde las tripas mismas de la creación. Justo en el momento fundacional de la Cátedra Arte de Conducta, junto a Tania, pude acercarme a una emergente generación de artistas con inquietudes críticas y sociales que han sido claves para la reciente historia del arte cubano y para un proyecto modelo de enseñanza artística alternativa, como el de la Cátedra.
Por último, aunque no menos importante, la curaduría, junto a Giselle Gómez y por invitación de Henry Eric Hernández y Ana Tomé, entonces directora del Centro Cultural de España en La Habana, de la exposición Copyright en 2002. La muestra, pionera en su tipo en esos años en Cuba, fue un reto a nivel de producción y gestión, además de poseer un carácter inclusivo donde tuvieron cabida diferentes soportes y lenguajes dentro del formato video, y artistas de relevante trayectoria junto a estudiantes del ISA y San Alejandro.
Llegas a Madrid en 2004. ¿Seguiste ejerciendo la crítica artística allí, comisariaste alguna exposición importante? ¿Te mantuviste interesada en el arte cubano?
Durante los primeros años de exilio en Madrid, además de múltiples trabajos para subsistir como inmigrante indocumentada, pude permanecer en activo haciendo el ejercicio de la crítica de manera regular en Cubaencuentro, donde básicamente escribía sobre arte y cine cubanos. Colaboré de modo continuo con revistas españolas de artes visuales, como ArteContexto y Art.es.
El arte cubano es una constante en mi vida, así que me mantiene interesada como investigadora, crítica, curadora y público; de hecho, mi trabajo final de máster en 2013 fue sobre las exposiciones Ni músicos ni deportistas (1997) y Queloides I y II (1997, y 1999); y la investigación que desarrollé con la Beca de la Academia de España en Roma (2016-2017) fue sobre el trabajo de Jorge Carruana Bances (La Habana, 1940 – Roma, 1997), que hizo posible organizar la primera retrospectiva de su obra.
Además, durante dos años, entre 2014-2016, estuve vinculada al Estudio Carlos Garaicoa en Madrid, epicentro de la vida cultural de la diáspora cubana en la ciudad y de la comunidad internacional que nuclea a través de los Open Studio o el programa de residencias Artista x Artista.
Respecto al comisariado, el proyecto más apasionante de esos años fue el vínculo como comisaria a Intermediae, un programa novedoso del Área de las Artes del Ayuntamiento Madrid con el que se inauguró Matadero-Madrid en 2007; donde permanecí comisariando el programa de actividades hasta 2012.
Otra exposición de la que guardo un recuerdo entrañable fue rumor… historias decoloniales en la colección la Caixa (CaixaForum, Barcelona, 2014), que pude realizar a través de la primera edición de la convocatoria Comisart de dicha institución. En ese proyecto, centrado en el lenguaje video, revisaba la Colección la Caixa, ahondando en los regímenes de visibilidad y discurso a partir de los cuales se habían interpretado cinco obras, y donde se interrogaba el propio poder de la acción curatorial y de la exposición temporal en relación con la fortuna crítica, los significados legitimados y valores de la obra de arte.
Recientemente hay otros dos proyectos de los que conservo un grato recuerdo debido al tejido de trabajo y afectos que urdieron. Me refiero a Paréntesis, una exposición itinerante por la red de centros de la AECID en América Latina y Guinea Ecuatorial, y la muestra Indexar el paisaje, en la Fundación Cerezales (Cerezales del Condado, León), como parte de la celebración del 150 aniversario de la Real Academia de España en Roma, con exbecarios de la institución.
¿Cómo has llevado tu carrera en Madrid? ¿Fuiste aceptada por los colegas españoles desde el primer momento? ¿Qué tal la adaptación a un nuevo ámbito geográfico, a otra cultura?
Realmente, no me puedo quejar. Creo que he sido y soy una privilegiada, que ha podido trabajar dentro del campo del arte contemporáneo en Madrid e ir creando poco a poco una red de trabajo, afectos y complicidades crecientes.
Lógicamente, todo desplazamiento a un contexto geopolítico distinto al original supone un proceso de aprendizaje, adaptación y resistencia. Conlleva tiempo entender el funcionamiento de un sistema artístico con infraestructura, logística, convocatorias públicas, estructuras municipales, autonómicas y estatales tan diferentes al precarizado y vigilado campo cultural cubano; y, por ende, al unísono implica tiempo adquirir habilidades y conocimientos que permitan integrarse en ese nuevo escenario artístico.
Como puntualizas, prácticamente la totalidad de mi vida profesional se ha realizado en y desde España; sin embargo, la etiqueta de crítica o curadora cubana y/o latinoamericana es lo que prevalece cuando se me invita a colaborar o participar en algún proyecto. Es algo que experimento con orgullo, pero es indicativo a la vez de una mirada sobre las profesionales inmigrantes en el territorio peninsular que no está exenta del peso de la colonialidad.
Desde 2023 eres responsable de los fondos de arte latinoamericano en el Área de colecciones del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, institución con la que habías sostenido antes una estrecha relación laboral. ¿Cuáles han sido aquellas exposiciones a tu cargo dentro de la institución que te da más satisfacción citar?
Mi vínculo con el MNCARS se inició entre 2011 y 2013, durante el Máster Oficial de Historia del Arte Contemporáneo y Cultura Visual, un programa híbrido compartido entre la Universidad Autónoma de Madrid, la Universidad Complutense y el Museo.
Luego tuve la suerte de obtener una beca de investigación en el área de exposiciones temporales entre 2017-2021. En ese período de inmenso aprendizaje humano y en materia de gestión y producción de exposiciones, tuve la gran suerte de coordinar, entre otros, proyectos como la instalación Palimpsesto, de Doris Salcedo, en el Palacio de Cristal; las exposiciones retrospectivas de Mario Merz y Tetsuya Ishida en el Palacio de Velázquez, o la exposición antológica de Artur Barrio y la muestra organizada por la Red Conceptualismos del Sur sobre gráfica latinoamericana desde los años 60, Giro gráfico: como en el muro la hiedra.
Si no supone un conflicto de intereses, ¿me puedes decir si, a tu juicio, el arte cubano está bien representado en los fondos del Reina Sofía? ¿Puedes, desde tu posición, hacer algo para que se actualicen y enriquezcan las colecciones de tan importante institución con el trabajo de las últimas generaciones de artistas de tu país de origen?
El arte que se produce desde América Latina y sus diásporas tiene una representación minoritaria dentro de las colecciones del MNCARS. Las producciones simbólicas del espacio Caribe en general, y el hispanoparlante en particular, tienen una exigua presencia.
En 2012 se creó la Fundación Museo Reina Sofía (FMRS) para enfocar parte importante de las políticas de adquisición del Museo hacia Latinoamérica, y desde entonces se ha podido observar un ingreso creciente de nuevos fondos de la región, en los que se incluye el arte cubano contemporáneo.
Por otro lado, la constitución de un servicio de conservación específico para el arte de nuestros contextos geopolíticos hace que, evidentemente, sea posible trabajar con mayor detenimiento en la investigación de las prácticas artísticas modernas y contemporáneas de los diferentes ámbitos locales del continente y estimular propuestas de adquisición que enriquezcan el acervo de la institución en tal sentido.
Por poner algunos ejemplos, en los años recientes, provenientes de las exposiciones temporales que se han realizado en el Museo, han entrado obras de artistas como Belkis Ayón, Hamlet Lavastida o Ezequiel Suárez. Gracias a la labor de mecenazgo de la FMRS, hoy forman parte de las colecciones piezas de Juan Carlos Alom, Ana Mendieta, Carlos Garaicoa o Jorge Luis Marrero. De algunos de estos artistas ya existían otras obras en la colección, como son los casos de Ana Mendieta y Carlos Garaicoa, y se han podido complementar los fondos existentes con otros trabajos de esos autores; mientras que otras incorporaciones amplían la nómina de firmas cubanas.
Una línea de adquisición adicional proviene de las subastas en el territorio del Estado español, donde puede participar la Dirección General de Patrimonio Cultural y Bellas Artes del Ministerio de Cultura. Recientemente, por esa vía se han adquirido obras muy interesantes de arte cubano de los años 50-70.
Desde luego, es muy difícil pensar en la ampliación de la colección en lo relativo al arte de vanguardia debido a los altos valores en el mercado, tanto primario como secundario, que han alcanzado esos autores. En ese ámbito, la institución depende de la generosidad de mecenas y colecciones que, ya sea a través de donaciones o depósitos, hagan una realidad la visibilidad del arte cubano de vanguardia del siglo XX en el Museo.
¿Podrás alternar en lo adelante tus funciones en el Reina Sofía con proyectos personales?
Es posible, pero el trabajo en el área de colecciones del MNCARS y las responsabilidades en la gestión y conservación de los fondos de arte latinoamericano es un quehacer intenso que deja poco tiempo, margen y compatibilidad a otros proyectos.
Además, una va teniendo una edad en la que es necesario administrar las energías y el entusiasmo, y ser más cauta y comedida en los retos que se asumen. Hay varias generaciones de profesionales jóvenes que están desplegando proyectos muy pertinentes, urgentes y necesarios, tanto dentro de la isla como en el exilio, cuyas curadurías, escrituras y experiencias hay que seguir. Prefiero ser parte de los públicos de esos otros proyectos.
¿Si te fuera dado coleccionar arte cubano, cuáles serían los artistas que no faltarían en tus paredes? ¿Coleccionarías por épocas, por temas, por géneros o por afinidad estética?
Atesoro una pequeña colección de arte cubano que, más que una colección de obras de arte, es una colección de afectos, resultante de años de trabajo, amistad y respeto mutuo con diferentes artistas. Es un conjunto de memorias que representan proyectos en común, conocimientos compartidos y gran admiración, y que debo a la inmensa generosidad de esos artistas.
Las obras de algunos de ellos, como Alexis Esquivel, Miguel Ángel Salvó, Gertrudis Rivalta, Elio Rodríguez, Carlos Garaicoa, Jorge Carruana o David Beltrán, por ejemplo, han sido continuo objeto de estudio en mis investigaciones y pensamiento sobre el arte.
Raúl Martínez, Douglas Pérez, Kdir López, Esterio Segura, Carlos Quintana, Alexandre Arrechea, Guibert Rosales, Napoles Marty, jorge & larry…, cada una de sus obras significa un momento de colaboración, complicidad, diálogo. Son pasajes de mi historia de vida y de mi aprendizaje como profesional y ser humano en el campo del arte contemporáneo.